PRÓLOGO
Como testigo
presencial y habitual comentarista de los hechos que culminaron en Chile un 11
de septiembre de 1973, y de los acontecidos en el subsecuente gobierno que
ejerció hasta el 11 de marzo de 1990, me he abismado durante los siguientes
veintisiete años de cuán apartadas de la verdad han sido las versiones
predominantes en el país y en el resto del mundo acerca de lo ocurrido en esos
16 años y medio. En efecto, meras consignas han prevalecido ampliamente sobre
la verdad histórica.
El
único historiador contemporáneo de renombre que ha reparado en ello ha sido el
británico Paul Johnson, quien ha escrito al efecto: “… aplaudí el
pronunciamiento del general Pinochet, obedeciendo órdenes del Congreso, y aún
más su éxito en revivir la economía y transformarla en la más sólida de América
Latina. Pero al impedir la transformación de Chile en un satélite comunista, el
general se ganó el odio furioso de la Unión Soviética, cuya máquina de
propaganda tuvo éxito en demonizarlo entre las élites habladoras del mundo. Fue
el último triunfo del KGB antes de que desapareciera en el basurero de la
historia. Pero, para mí, Pinochet sigue siendo un héroe, porque yo conozco los
hechos” (1).
Este
libro es mi esfuerzo por hacer prevalecer la verdad sobre las consignas. No creo
que tenga éxito, porque siempre ha sido más fácil repetir las segundas que acreditar
la primera. El último cuarto de siglo en Chile lo ha corroborado. Pero al
escribir estas líneas se encuentra cerca de ser aprobado un proyecto de ley que
penalizará con presidio menor en su grado máximo a quien divulgue una versión
contraria a hechos establecidos en sentencias sobre violaciones a los derechos
humanos, entre las cuales abundan las fundadas en consignas falsas más que en
verdades. Por eso me apresuro en publicar este libro antes de que ello sea
constitutivo de delito.
Una
verdad que deseo establecer de partida es que el proceso iniciado el 11 de
septiembre de 1973, que en Chile es descrito como “pronunciamiento” por sus
partidarios y “golpe” por sus adversarios, y cuyo régimen derivado cada vez
mayor número de ambos describen como “dictadura”, en realidad fue una Revolución
con mayúscula y en todo el sentido de la palabra.
Creo que ella tuvo no sólo trascendencia nacional sino
mundial, lo que puede parecer exagerado, tratándose de una experiencia
vivida en un país que está lejos de ser una gran potencia. Pero se demostrará
que el modelo socio-económico instaurado por la Revolución Militar chilena fue
imitado o influyó sobremanera en el resto del mundo y que el leit motiv en que se basó la propaganda
soviética para denigrarla universalmente, y con éxito, las “violaciones a los
derechos humanos”, fue una verdadera bomba de tiempo que estalló entre las manos
de quienes la blandían contra la Junta y terminó por abrir un forado en la
Cortina de Hierro y su Muro de Berlín, arrasando con ambos y con los
socialismos reales en el mundo contemporáneo.
La
Revolución Militar Chilena objetivamente alcanzó, entonces, una trascendencia
histórica tan importante como la Francesa en su tiempo o la Rusa en el suyo; y
por eso el establecimiento de la verdad en torno a ella no sólo es un objetivo
que debe interesar a los chilenos sino a todos los estudiosos de la realidad
contemporánea.
CAPÍTULO I
1973: Una revolución imposible de evitar
El peso de las circunstancias
Se ha dicho y
escrito abundantemente que la intervención militar del 11 de septiembre de 1973
fue no sólo ilegal e inconstitucional, sino injustificada. El examen objetivo
de los hechos señala, por el contrario, que era no sólo justificada, sino
inevitable. No había circunstancia racional ni legal alguna que pudiera
impedirla:
Primero,
la mayoría democrática de representantes del pueblo, en su Acuerdo de la Cámara de Diputados de 22 de agosto de 1973, les
había pedido a las Fuerzas Armadas poner término a la situación existente, lo
que justamente hicieron el 11 de septiembre de ese año.
Segundo,
había antecedentes indicadores de que, si los militares no actuaban,
sobrevendría un golpe armado de la izquierda que neutralizaría a los altos
mandos uniformados y entregaría a la Unidad Popular la totalidad del poder.
Tercero, la frecuentemente citada “doctrina legalista
de Schneider” de 1970 y que, se suponía, obligaba al Ejército a respetar el
ordenamiento legal, contemplaba expresamente como excepción la situación de
ilegalidad, como la que un poder público, el Ejecutivo, había creado en Chile
hacia 1973.
Se citaba
frecuentemente esta doctrina, conocida con el nombre del Comandante en Jefe (muerto
en 1970 a raíz de un atentado para impedir el ascenso de Allende al poder) para
excluir la posibilidad de que el Ejército, la principal rama armada,
interviniera en la vida política.
Esa doctrina
se había instituido en el Consejo de Generales presidido por Schneider y
celebrado el 23 de julio de 1970, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Al
mismo habían asistido dos futuros Comandantes en Jefe, los generales Carlos
Prats y Augusto Pinochet.
Allí
Schneider comentó que algunos estimaban a las Fuerzas Armadas como “una
alternativa de poder”; sin embargo, señaló en seguida, “hacer uso de las armas
para asignarse una opción implica una traición al país”. Eso quedó escrito y
acordado y se conoce como Doctrina
Legalista de Schneider.
Pero
casi nunca se cita el párrafo final del mismo acuerdo y que forma parte de la
misma Doctrina Legalista, párrafo que
rescató en un libro el periodista Manuel Fuentes Wendling y que decía así:
“La única
limitación de este pensamiento legalista está en que los poderes del Estado
abandonen su propia posición legal. En tal caso, las Fuerzas Armadas, que se
deben a la nación –que es lo permanente— más que al Estado –que es lo temporal—
quedan en libertad para resolver una situación absolutamente anormal y que sale
de los marcos jurídicos en que se sustenta la conducción del país” (1).
¿De quién fue la culpa?
La principal
figura política democrática de Chile en 1973, Eduardo Frei Montalva, a la sazón
Presidente del Senado, escribió poco después del 11 de septiembre de ese año
una carta al dirigente máximo de la Democracia Cristiana Internacional, el ex
primer ministro italiano Mariano Rumor, en que le dijo:
“Este país ha
vivido 160 años de democracia prácticamente ininterrumpida. Es de preguntarse
entonces cuál es la causa y quiénes son los responsables de su quiebre.
“A nuestro
juicio la responsabilidad íntegra de esta situación –y lo decimos sin eufemismo
alguno-- corresponde al régimen de la
Unidad Popular instaurado en el país”.
Ni siquiera le
adjudicaba la culpa principal, sino la “responsabilidad íntegra”. Y más
adelante añadía que “hombres conocidos en el continente por sus actividades
guerrilleras eran de inmediato ocupados en Chile con cargos en la
Administración, pero dedicaban su tiempo, muchos de ellos, al adiestramiento
paramilitar e instalaban escuelas de guerrillas que incluso ocupaban parte del
territorio nacional, en que no podían penetrar ni siquiera representantes del
Cuerpo de Carabineros o de las Fuerzas Armadas”.
Y sobre sus
armas decía: “Las armas hasta ahora recogidas (y se estima que no son aún el 40
por ciento) permitirían dotar a más de 15 regimientos… Se había establecido así
un verdadero ejército paralelo” (2).
El llamado de la mayoría civil
El
Acuerdo de la Cámara había descrito
casi exactamente las condiciones que, dentro de la antedicha Doctrina Legalista de Schneider, dejaban
a las Fuerzas Armadas “en libertad para resolver una situación absolutamente
anormal”.
En efecto, el Acuerdo había dicho que el Gobierno de
la UP “se fue empeñando en conquistar el poder total” y que, “para lograr ese
fin, el Gobierno no ha incurrido en violaciones aisladas de la Constitución y
la ley, sino que ha hecho de ellas un sistema permanente de conducta”,
enumerando los derechos y garantías violados: igualdad ante la ley, libertad de
expresión, derecho de reunión, libertad de enseñanza, derecho de propiedad,
libertad personal, derechos laborales y libertad para salir del país.
El mismo Acuerdo señaló aparte y como de especial
gravedad la formación de “organismos sediciosos” y la de “grupos armados…
destinados a enfrentarse con las Fuerzas Armadas.”
Por
eso concluyó formulando un explícito llamado a los más altos mandos de las
Fuerzas Armadas “a poner inmediato término a las situaciones de hecho
referidas”.
El
Acuerdo de la Cámara no tenía fuerza
obligatoria. No podría haber habido tampoco un Acuerdo del Senado, porque en la
Constitución de 1925 el Senado carecía (y ahora también carece) de facultades
fiscalizadoras del Ejecutivo. Sólo las tiene la Cámara. No había obligación de
llamar a elecciones a raíz del Acuerdo, ni
nada de eso. Sólo era simbólico, pero una mayoría parlamentaria llamaba a las
Fuerzas Armadas “a poner término a las situaciones de hecho referidas”. Esa
mayoría representaba, a su vez, a la mayoría del pueblo. Ésa fue su fuerza.
¿Qué más podía
faltar, si estaba la evidencia de que se cumplían las condiciones para que las
Fuerzas Armadas quedaran “en libertad para resolver una situación absolutamente
anormal”? El estado de ruina económica nacional no hacía sino confirmar la
urgencia de esa solución.
El presidente
del principal partido, la Democracia Cristiana, Patricio Aylwin, reconocía días
después del 11:
“La verdad es
que la acción de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Carabineros no vino a ser
sino una medida preventiva que se anticipó a un autogolpe de Estado, que con la
ayuda de las milicias armadas con enorme poder militar de que disponía el
Gobierno y con la colaboración de no menos de diez mil extranjeros que había en
este país, pretendían o habrían consumado una dictadura comunista” (3).
Como lo dijo
el Presidente checo Vaclav Havel, años después: “El mal debe ser confrontado en
su cuna y, si no hay ninguna otra manera de hacerlo, entonces tiene que hacerse
con el uso de la fuerza” (4).
Una advertencia desoída
Justo dos meses
antes del 11 de septiembre, el 11 de julio de 1973, el senador Patricio Aylwin,
Presidente de la DC, entonces el mayor partido chileno, había pronunciado un
discurso en el Senado que anticipaba lo que iba a pasar, a fuerza de probar lo
insostenible de cuanto estaba pasando. Dijo:
“Los
acontecimientos de los últimos días han puesto de relieve, con brutal crudeza,
a qué extremos angustiosos ha llegado la crisis integral de Chile. Pareciera
que el país ha perdido su identidad histórica, los rasgos definitorios de su
personalidad como nación (…) Nuestra vieja inferioridad económica (…) recrudece
hoy con más crueldad que nunca (…) Nuestro tradicional respeto a la ley, a las
autoridades y a las instituciones del Estado, bases de nuestra
institucionalidad republicana, parecen recuerdos legendarios. Ahora las leyes
son despreciadas como estorbos, a menudo burladas por los propios encargados de
su ejecución y reemplazadas por los hechos consumados; las autoridades
oficiales son abiertamente desobedecidas, cuando no simplemente sobrepasadas,
por individuos o grupos que se arrogan sus funciones, y los Poderes del Estado
son públicamente denigrados y sus atribuciones impunemente desconocidas por
agentes subalternos (…) Nuestra ya clásica convivencia democrática (…) ha sido
sustituida por el sectarismo totalitario, caracterizado por la injuria personal
al que discrepa, la mentira habitual, el menosprecio por la opinión mayoritaria
democráticamente expresada y el afán de imponer el criterio propio, aunque sea
minoritario, a toda costa y por cualquier medio. En nombre de la lucha de
clases se ha envenenado a los chilenos por el odio y desencadenado toda clase
de violencias (…) Compañeros de trabajo o de estudio, y hasta familiares, se
pelean diariamente en una lucha fratricida cada vez más cruenta (…) El sentido
de nuestra nacionalidad sufre la mella de la abrupta división entre los
chilenos, el recelo y la desconfianza recíproca, cuando no el odio desembozado,
prevalecen sobre toda solidaridad y una creciente degradación moral rompe las
jerarquías de valores (…) Nadie puede negar la verdad de estos hechos.
Constituyen una realidad que ha llevado a los obispos católicos a decir que
‘Chile parece un país azotado por la guerra’; una realidad que está destruyendo
al país y poniendo en peligro su seguridad; una realidad que tiene quebrantada
nuestra institucionalidad democrática; una realidad que parece amenazarnos con
el terrible dilema de dejarse avasallar por la imposición totalitaria o dejarse
arrastrar a un enfrentamiento sangriento entre chilenos.
“De
ahí que las Fuerzas Armadas permanezcan ajenas a la contienda política y, en
nuestra tradición republicana, hayan adquirido el papel de ser garantes de
nuestra convivencia democrática, asegurando el respeto a la Constitución y las
leyes (…) Los chilenos no podemos aceptar en ningún caso y bajo ningún
pretexto, el establecimiento de hecho de un supuesto poder popular, formado por
cordones industriales, consejos comunales o cualquier otro tipo de
organizaciones o grupos (…) Tampoco podemos aceptar que, con participación o
complicidad de autoridades o funcionarios del Estado, a aun sin ellos, se
distribuyan armas entre quienes se arrogan tal poder de hecho (…) No creo
necesario (…) hacer referencia al papel jugado por este tipo de organizaciones
armadas, pretextando movilización de masas, en el establecimiento de las
dictaduras comunistas en algunos países de Europa oriental. El famoso ‘Golpe de
Praga’ en Checoslovaquia, en mayo de 1968, es profundamente revelador” (5).
Todo el mundo se daba cuenta
El británico
Brian Crozier, fundador del London’s
Institute for the Study of Conflict, escribió:
“Durante sus
tres años en el poder, Allende transformó su país, de hecho, en un satélite
cubano, y por lo tanto en una adición incipiente al Imperio Soviético (…) Para
entonces Chile podía ser francamente descrito como un estado marxista en
términos ideológicos y económicos (…) Desde una perspectiva estratégica se le
había transformado en una importante base para operaciones subversivas
soviéticas y cubanas, incluyendo el terrorismo para toda América Latina (…) el
KGB soviético estaba reclutando miembros para cursos de entrenamiento en
terrorismo (…) especialistas de Corea del Norte estaban enseñando a miembros
jóvenes del Partido Socialista de Allende” (6).
La URSS
participaba activamente: “Los primeros contactos con Salvador Allende antes de
su elección como Presidente de Chile en 1970 y con Juan e Isabel Perón antes de
su retorno a Argentina en 1973 también fueron hechos por el KGB en vez de la
diplomacia soviética”. El propio Brezhnev reconocía: “En resumen nos arreglamos
para convencer a la jefatura del KGB de que América Latina representaba un
trampolín donde fuera que hubiera un sentir anti-norteamericano fuerte” (7).
Allende era manejado por el KGB desde 1969 a través del agente “Leonid”, que
era Stanislav Fyodorovich Kuznetsov:
En 1970
“Allende hizo una personal apelación, probablemente vía Kuznetsov, para obtener
fondos soviéticos. Como otros ‘partidos fraternales’ alrededor del mundo, los
comunistas chilenos recibían subsidios anuales de Moscú, secretamente
transferidos a ellos por el KGB. A lo largo de los 1960s fueron pagados más que
cualquier Partido Comunista de América Latina. (…) (El KGB) también aprobó un
subsidio personal de US$ 50.000 para ser entregado directamente a Allende. El
Partido Comunista de Chile proveyó a Allende de otros US$ 100.000 de sus
propios fondos. El KGB también dio US$ 18.000 a un senador de izquierda para
persuadirlo de no presentarse como candidato presidencial y permanecer en la
coalición de la Unidad Popular. Dada la estrechez de los resultados, aun los
pocos votos que él pudiera haber atraído podrían haber inclinado la balanza
contra Allende. Ésa era, al menos, la visión del KGB” (8).
“En
octubre de 1971, bajo instrucciones del Politburó, Allende recibió US$ 30.000
‘en orden a solidificar las confiables relaciones’ con él. Allende también
mencionó a Kuznetsov su deseo de adquirir ‘uno o dos íconos’ para su colección
privada de arte. Le fueron entregados dos íconos, valorizados por el Centro en
150 rublos, como regalo” (9).
“El
7 de diciembre, en un memorándum al Politburó personalmente firmado por
Andropov, el KGB propuso darle a Allende otros US$ 60.000 para lo que fue
eufemísticamente llamado ‘su trabajo con (es decir, soborno de) líderes de
partidos políticos, jefes militares, y parlamentarios’” (10).
El
mismo libro presenta a los soviéticos desilusionados con la incapacidad de
Allende para planificar con anticipación su defensa ante un golpe de Estado, y
citan a Regis Debray, que lo conocía bien, diciendo que “él nunca planificaba
nada con más de cuarenta y ocho horas de anticipación” (11).
El “Acta Rivera”
Si podía haber
un barómetro del estado de ánimo de la mayoría nacional a mediados de 1973
debía ser la opinión del presidente del Senado y ex Presidente de la República,
Eduardo Frei Montalva. He aquí esa opinión, reflejada en el Acta Rivera, levantada por el abogado
Rafael Rivera Sanhueza el 6 de julio de 1973 tras una reunión con el ex
Presidente, posteriormente autentificada e incluida en la obra La Casa Dividida, de José Piñera
Echenique:
"Hoy
viernes 6 de julio de 1973, día frío de invierno, al anochecer, la directiva de
la Sociedad de Fomento Fabril concurrió a entrevistarse con el presidente del
Senado, don Eduardo Frei Montalva, quien había accedido a recibirla en las
dependencias de la Cámara Alta, a las 18.30 horas.
"Integraban
el grupo Raúl Sahli Watterman, en su calidad de presidente subrogante, ya que
el titular, Orlando Sáenz Rojas, se encontraba en el extranjero; Eugenio Ipinza
Poblete, segundo vicepresidente; Sergio López Vásquez, tesorero; Fernando
Agüero Garcés, gerente general, y Rafael Rivera Sanhueza, asesor jurídico.
“Frei
se demoró en recibirnos. Hubo que esperarlo en el salón de la presidencia
alrededor de 45 minutos. Al ingresar, se excusó, expresando que había sostenido
una reunión de emergencia con los senadores de oposición ante la grave
situación que aquejaba al país.
“Los
representantes de Fomento Fabril le manifestaron su inquietud por el giro que
habían tomado los acontecimientos a raíz del ‘tanquetazo’ del 29 de junio
último (alzamiento frustrado del regimiento Blindados N° 2, comandado por el
teniente coronel Souper), que había originado una toma masiva de industrias.
“Se
le dijo a Frei que el país estaba desintegrándose y que si no se tomaban
urgentes medidas rectificatorias fatalmente se caería en una cruenta dictadura
marxista, a la cubana.
“Frei
oyó en silencio, cabizbajo. Se le veía abrumado. Se paró de su sillón, abrió
una caja de plata y ofreció cigarros ‘Partagas’ a los asistentes. Luego se
sentó, arrellanándose en forma pausada y solemne y dijo que agradecía la
visita, pero que estaba convencido de que nada se sacaba con acudir a los
parlamentarios y a las directivas políticas contrarias a la Unidad Popular, ya
que la situación era tan crítica que los había sobrepasado.
“Claramente
añadió, casi textualmente: ‘Nada puedo
hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema sólo
se arregla con fusiles’, de manera que en vez de ir al Congreso
deberíamos ir a los regimientos. ‘Les aconsejo plantear crudamente sus
aprensiones, las que comparto plenamente, a los comandantes en jefe de las
Fuerzas Armadas, ojalá hoy mismo’.
“Acto
seguido contó que un alto oficial de Ejército le había confidenciado que tanto
él como su familia corrían serio peligro en el barrio alto, al cual le había
respondido que si él y su familia eran 12 personas y que en el barrio alto
vivían decenas de miles de personas, razón por la cual su situación era en el
fondo irrelevante, agregándole que él, como senador, había sido elegido por el
pueblo para legislar, deber que estaba cumpliendo, ‘Ustedes, en cambio, tienen las bayonetas y deberían saber lo que tienen
que hacer para salvar al país’.
“Nos despedimos, sorprendidos por lo
que oyéramos de labios de Frei. Nos llamó la atención su claridad y su
decisión, ajenas a su natural dubitativo y cauteloso.
“Siguiendo
el consejo de Frei, nos dirigimos a pie por la calle Morandé en dirección al
Ministerio de Defensa. Serían alrededor de las 20 horas o más. Las puertas del
ministerio estaban entornadas. Consultamos a la guardia si estaba alguno de los
tres comandantes en jefe, manifestándole que deseábamos ser recibidos por
alguno de ellos.
“Tras
las consultas de rigor, se informó que ninguno de ellos permanecía en el
edificio.”
Subversión dentro de las FF. AA.
El
sentido de urgencia se acentuó porque empezó a repartirse a los soldados del
Ejército regular una propaganda induciéndolos a desobedecer a sus oficiales. En
carta al diario Clarín un dirigente
estudiantil de izquierda reconocía:
“…Los
compañeros detenidos por oficiales del Ejército son militantes del Movimiento
Universitario de Izquierda (…) que la propaganda que los compañeros (…) estaban
repartiendo a los soldados tenía como consigna central: Soldado: desobedece a
los oficiales que incitan al golpe (…) que notificamos a los oficiales
golpistas, a los Frei y los Jarpa, que los revolucionarios continuaremos con un
trabajo en el seno de las Fuerzas Armadas tendiente a que conozcan y
desobedezcan a los oficiales que llaman al golpe y a los intentos de los
sectores que a toda costa tratan de imponerle al Gobierno un programa que
signifique una claudicación de las medidas que en favor de éste ha tomado”.
Firma la carta Mario Ricardi, dirigente de la Universidad de Concepción.
Publicada en Punto Final N° 190 de 14 de agosto de 1973 (12).
El
diplomático norteamericano James Theberge, en su libro sobre la presencia
soviética en América Latina, sostenía que había testimonios múltiples de la
embestida armada guerrillera: “A fines
de 1970, Chile y Corea del Norte acordaron establecer relaciones diplomáticas.
Corea del Norte abrió en Santiago una Misión Comercial en mayo de 1971; y en
consecuencia, una misión de entrenamiento de guerrilleros de Corea del Norte,
que estaba instalada en Cuba desde 1970, fue transferida a Chile. Los
norcoreanos convinieron en entrenar las fuerzas militares del Partido
Socialista (parte de la coalición de la Unidad Popular gobernante), quienes
eran diferentes de las fuerzas más numerosas del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR). Los extremistas del MIR y los del Partido Socialista
fueron comprometidos a crear una situación revolucionaria irreversible, para
luego forzar a una confrontación con las fuerzas de seguridad. A lo largo de
1973, las brigadas de choque del Partido Socialista emplearon la violencia en
una escala creciente para intimidar a la oposición democrática. Este fue uno de
los factores principales que llevaron al pronunciamiento militar” (13).
El Pronunciamiento
El 9 de
septiembre el contralmirante Sergio Huidobro y el capitán de fragata Ariel
González habían llevado personalmente a los Comandantes en Jefe del Ejército y
de la Fuerza Aérea, reunidos en la casa del primero, el siguiente documento
manuscrito del almirante José Toribio Merino, en un papel sin membrete:
“9
Sept/73
“Gustavo y
Augusto
“Bajo mi palabra de honor el día D
será el 11 y la hora H 06.00.
“Si ustedes no pueden cumplir esta
fase con el total de las fuerzas que manden en Santiago explicarlo al reverso.
“El almirante Huidobro está
autorizado para traer y discutir cualquier tema con Uds.
“Los saluda con esperanzas de
comprensión
“T. Merino.”
Al
reverso está manuscrito:
“Gustavo:
Es la última oportunidad.
“J.T.
“Augusto:
Si no pones toda la fuerza de Santiago desde el primer momento, no viviremos p.
ver el futuro.
“Pepe”
Luego
hay una línea trazada a lo ancho de la página y bajo ella dice, manuscrito:
“Conforme”.
Debajo
aparece a la izquierda una firma ilegible, bajo la cual está manuscrito
“Gustavo Leigh”, y a la derecha está la firma legible “A. Pinochet U.”
En
una declaración notarial dada en Valparaíso el 2 de febrero de 1996, el
almirante Merino refiere el origen del anterior documento. Dice en ella:
“El
Gobierno de Allende es la peor catástrofe que ha sufrido Chile desde su
Independencia. Éste logra en menos de mil días destruir todo lo que este pueblo
esforzado había construido desde el dieciocho de septiembre de mil ochocientos
diez. Es así como después de un almuerzo en La Moneda, invitado por el Presidente,
en que debí sacar mi pistola y ponerla sobre la mesa al alcance de mi mano
mientras almorzaba, regreso a Valparaíso, convencido de que esto no puede
seguir y que este Gobierno debe terminar. Viene a corroborar lo dicho el hecho
de que siendo yo Juez de la causa por intento de Sublevación de la Marina, los
responsables Garretón y Altamirano, no podían ser habidos por Investigaciones,
a pesar de que había orden de arresto contra ellos; sin embargo, el domingo
nueve a las 11.00 hrs. estaban ambos en Televisión Nacional, incitando al
pueblo a la revolución. Al oír esto, tomé mi lapicera y le escribí el Mensaje,
ya conocido, al General Pinochet y al General Leigh, Comandantes en Jefe del
Ejército y de la FACH, respectivamente, diciendo: ‘EL DÍA D SERÁ EL ONCE Y LA
HORA A LAS SEIS” (14).
Pinochet,
hasta que recibió el papel de Merino, no se había pronunciado, pero ya sabía
todo, porque el día anterior el general Sergio Arellano se lo había referido.
Arellano había encabezado un “Grupo de los 15”, compuesto por generales de las
diferentes ramas. Se habían reunido por meses y recibido ya la notificación de
Patricio Aylwin, presidente del Partido Demócrata Cristiano, a través del hijo
de Arellano, Sergio, militante de ese partido, de que no habría más conversaciones
con Allende.
Pero
tampoco Pinochet se pronunció al enterarse a través de Arellano, porque en eso
basaba su sabiduría. Sin embargo, golpeó el brazo del sillón con fuerza y dijo
enigmáticamente:
--Yo
no soy marxista, mierda…
Y
nada más. Arellano lo interpretó como aquiescencia y se dio por satisfecho.
Según afirma el libro de su hijo (15), creía que el Pronunciamiento debía
encabezarlo el Comandante en Jefe, pues había otros generales partidarios de
apartar a Pinochet, así como en la Armada se apartaría a Montero y en
Carabineros a Sepúlveda.
El
mismo domingo 9 de septiembre Allende había citado en su mansión de Tomás Moro
a los generales Pinochet y Urbina y les había informado que tenía pensado
convocar a un plebiscito, ante lo cual Pinochet le habría dicho: “Eso cambia
toda la situación… Ahora va a ser posible resolver el conflicto con el
Parlamento” (16).
Aún
no había recibido la antes reproducida notificación de Merino, que le llevarían
el almirante Huidobro y el comandante González esa misma noche a su casa. Pero
ya estaban hechos bajo sus órdenes los planes de contingencia que había
autorizado el propio ministro de Defensa, Orlando Letelier, a instancias del
mismo Pinochet, ante la alarma por posibles insubordinaciones derivadas del
explosivo discurso de Carlos Altamirano, el jefe socialista, el día anterior en
el Teatro Caupolicán, anunciando el surgimiento en Chile de “múltiples
Vietnams”.
Los generales
responsables de esos planes de contingencia, el mismo día 10, habían jurado
fidelidad a la ejecución de los mismos, que (no necesitaba el Comandante en
Jefe ser explícito ni estaba en su naturaleza serlo) todos sabían a dónde
conducían realmente.
Se instala la Junta y hay uno al mando
La Junta
Militar de Gobierno, integrada por Augusto Pinochet, Comandante en Jefe del
Ejército; José Toribio Merino, Comandante en Jefe de la Armada; Gustavo Leigh,
Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea; y César Mendoza, General Director de
Carabineros, asumió el poder tras anunciarlo así por cadena nacional de emisoras
a alrededor de las ocho horas del 11 de septiembre de 1973.
Roberto Kelly,
oficial retirado de la Armada y después hombre clave del Gobierno Militar,
sostiene que ese primer comunicado fue redactado por dos oficiales de la
Armada, el auditor general Sergio Vío y el capitán de navío, abogado, Sergio
Rillon (17).
Se trató de
una decisión colegiada, de cuatro mandos simultáneamente y de instituciones
organizadas y jerarquizadas. Eso implicaba que había detrás equipos y
capacidades. De hecho, sus equipos técnicos, apoyados por uniformados, ya en la
madrugada de ese día se habían hecho cargo de controlar casi todas las
radioemisoras del país.
Puestos de mando
Poco después de
las siete de la mañana del 11 Pinochet llegó al Puesto de Mando N° 1, en la Central
de Comunicaciones del Ejército, en la comuna de Peñalolén.
El
Puesto N° 2 estaba en la Academia de Guerra de la Fuerza Aérea, en la comuna de
Las Condes, y lo encabezaba el general Gustavo Leigh.
El
Puesto N° 3 estaba a cargo de radioaficionados civiles, instalado en la Escuela
Militar, pero no se conectaba con el Puesto N° 4, de Carabineros, en el
edificio institucional del centro de Santiago, sino con el 1 y el 2, pues la
situación del cuerpo policial sólo se define el mismo día 11, cuando el General
Director titular, José María Sepúlveda Galindo, partidario del Gobierno, es
notificado de que su cargo lo ha asumido el general César Mendoza Durán, que
será parte de la Junta.
Ese
Puesto N° 3 de los civiles fue el responsable, años después, de filtrar las
grabaciones de las conversaciones, principalmente entre Pinochet, el almirante
Carvajal y Leigh. De ellas se desprende inmediatamente que la autoridad máxima
desde el primer instante siempre fue Pinochet. Carvajal le consultaba los
aspectos cruciales a éste. Por ejemplo:
“Carvajal:
Es José Tohá y me dice que espere un momento para convencer al Presidente.
“Pinochet:
Negativo.
“Carvajal:
Está en este momento en el teléfono. Voy a hablar con él.
“Pinochet:
Negativo.
“Carvajal:
Conforme, mi general. Conforme, mi general”.
Y
la instrucción de Pinochet a Leigh: “Gustavo, nosotros no podemos aparecer con
debilidad de carácter. Y es nefasto dar plazos y aceptar parlamentos”.
Se
ha abusado de frases grabadas a Pinochet, coloquiales o de humor rudo, pero él
creía estar hablando a salvo de infidencias:
“Más
vale matar la perra y se acaba la leva, viejo”, o “se mantiene el ofrecimiento
de sacarlo del país, pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando” (18).
Todo
mando supremo está afirmado en dos pilares: la decisión del que lo ejerce y la
fuerza objetiva en que se apoya. La decisión de Pinochet de asumir el mando de
la situación quedó en evidencia desde el primer momento. Y los demás, unos de
buen grado (Merino y Mendoza) y otro de mal grado (Leigh), la acataron. Y la
fuerza estaba en evidencia merced al sentido común. Como le oí comentar a Jaime
Guzmán, más de una vez, Pinochet había ponderado este aspecto: “La Armada puede
llegar hasta Casablanca; y los aviones tienen que bajar a reabastecerse”.
Esta
realidad se puso de manifiesto también después, en 1978, cuando el general
Leigh intentó rebelarse y se encontró sin teléfono en su oficina, aislado y sin
ni siquiera poder enterarse de que todas las bases aéreas del país habían sido
rodeadas por el Ejército.
Entonces,
no dejaba de tener razón Stalin cuando, a la amenaza de que el Vaticano lo
condenaría, respondía con una pregunta: “¿Cuántas divisiones tiene el
Vaticano?”
REFERENCIAS DE ESTA PRIMERA ENTREGA:
REFERENCIAS DE ESTA PRIMERA ENTREGA:
Prólogo
(1)Paul Johnson:
“Heroes: From Alexander the Great and Julius Caesar to Churchill and De
Gaulle”. Harper Collins Publishers, New York, 2007, p. 279.
CAPÍTULO I
1973: Una revolución imposible de evitar
(1) Vial Correa,
Gonzalo: “Alrededor de la Doctrina Schneider”, por Gonzalo Vial Correa, “La
Segunda”, Santiago, 24 de octubre de 2000.
(2) Frei
Montalva, Eduardo: Carta a Mariano Rumor: “El Mercurio”, Santiago, 11 de
septiembre de 2015.
(3) Aylwin, Patricio: Entrevista publicada en
“La Prensa”, Santiago, 19 de 0ctubre de 1973.
(4) “New Yorker”, 06 de enero de 2003, citado
por José Piñera en “El Mercurio”, 24 de agosto de 2003, p. D13.
(5) Diario de Sesiones del Senado: sesión del
11 de julio de 1973.
(6) Crozier, Brian: “The Rise and Fall of the
Soviet Empire”, 1999. Citado por José Piñera en “Nunca Más”, “El Mercurio”,
Santiago, 24 de agosto de 2003, p. D12.
(7) Andrew, Christopher y Mitrokhin, Vasilii:
“El Mundo Iba en Nuestra Dirección”, Basic Books, Nueva York, 2005, ps. 29-30.
(8) Ibíd., p. 72.
(9) Ibíd., p.75.
(10) Ibíd., p. 76.
(11) Ibíd., p. 85.
(12) Arancibia, Patricia: “Los orígenes de la
violencia política en Chile: 1960-1973”, Libertad y Desarrollo, Santiago, 2001,
p.188.
(13) Theberge, James: “Presencia Soviética en
América Latina”, Gabriela Mistral, Santiago, 1974, p. 62.
(14) Merino, José Toribio: “Bitácora de un
Almirante”, Andrés Bello, Santiago, 3ª edición, Santiago, 1998, p. 459.
(15) Sergio Arellano Iturriaga: “De Conspiraciones
y Justicia”, La Gironda, Santiago, 2004, p. 59.
(16) Vial Correa, Gonzalo:
“Pinochet, la Biografía”, dos tomos, El Mercurio-Aguilar, Santiago, 2002, t. I,
p. 209.
(17) Arancibia, Patricia:
“Conversando con Roberto Kelly V.”, Editorial Biblioteca Americana, Santiago,
2005, p. 159.
(18) Vial Correa, Gonzalo:
“Pinochet, la Biografía”, op. cit., t. I, p. 220.
(CONTINÚA MAÑANA).
Un impresionante prólogo, una revelación de la vergonzosa y repugnante hipocresía de aquellos que llamaron a recuperar la libertad perdida para luego desconocer y traicionar a aquellos que actuaron por ella y brutal exhumación de la verdad enterrada bajo toneladas de rojo concreto por casi treinta años.
ResponderEliminarMás que recomendable y necesario, este libro será de lectura obligatoria para toda una generación inmersa en la mentira de la propaganda comunista que impera hasta estos días y que ha impedido conocer la “verdad de los hechos” por casi un tercio de siglo, y para todo aquel que quiera auténticamente saber de dónde venimos, de qué fuimos liberados, qué fuimos luego capaces de hacer y en dónde estamos realmente parados en estos tiempos en que “el derretimiento de la cortina de hierro y la demolición del muro de Berlín no pusieron fin al comunismo, sino que tan sólo pusieron fin a su confinamiento” (Lord Christopher Monckton, Tercer Vizconde de Brenchley).
Felicitaciones don Hermógenes por su coraje, por su persistencia, por su infinita perseverancia en la búsqueda y revelación de la verdad y por su continuidad, su constancia y su consistencia sin par en Chile por tanto, tanto tiempo.
Interesante
ResponderEliminarAlguien me podria aclarar mas lo que se dice de que Merino tuvo que sacar su pistola en un almuerzo en la moneda ,, Porque ? para que ?
ResponderEliminarEstaba rodeado de GAP con metralletas. Leer su "Bitácora de un Almirante".
EliminarMuchas gracias por la informacion.
EliminarHidalgo don QUIJOTE HERMOGENES; ya tiene ganado el famoso "ÓSCAR" Premio de la Academia como debiera de ser. Felicitaciones...; hemos sido en todo Chile basureados y avergonzados al darlo y, regalarlo a la farándula y esbirros marxistas promoviendo la degradación humana de depravados y viciosos del arte chileno jajaj. Espero que sea la próxima película y libro que se divulgue y se transmita en todos los colegios, escuela y universidades de Chile, para sanar a nuestra juventud de una verdad oculta por tantos años y que ha dañado a nuestra patria llenándola de anti valores droga y depravación en estos 30 años de falsa democracia.
ResponderEliminarGracias por este valioso material Don Hermógenes. Confirma lo cíclico de la historia. El lenguaje usado en esos años por el camaleónico Aylwin, hoy sería calificado como "facho", "nazi", etc. Y sería prohibido en las universidades. Notable.
ResponderEliminarSaludos cordiales,
David Orellana Fuchs.
Por fin Don Hermógenes , lo que esperábamos expectantes, parece un caminar por la historia,un testimonio sólido de los hechos crudos y dramáticos que nos tocó vivir. Gracias .
ResponderEliminarEstimados, alguien sabe dónde comprar el libro???
ResponderEliminarTodavía no está impreso. Lo estará dentro del mes. Por ahora confórmese con leerlo gratis.
EliminarMuchas gracias por su pronta respuesta estimado Hermógenes.
EliminarNotable esfuerzo para rescatar nuestra verdad histórica huérfana ante tanta falsedad.
ResponderEliminarMuy valiosa la inclusión del rol de Rusia y de la KGB y de Corea del Norte, de la que poco se habla y se sabe y sobre el cual el británico Brian Crozier, fundador del London’s Institute for the Study of Conflict, escribió:
“Durante sus tres años en el poder, Allende transformó su país, de hecho, en un satélite cubano, y por lo tanto en una adición incipiente al Imperio Soviético...el KGB soviético estaba reclutando miembros para cursos de entrenamiento en terrorismo (…)
especialistas de Corea del Norte estaban enseñando a miembros jóvenes del Partido Socialista de Allende” (6).
) Nuestra ya clásica convivencia democrática (…) ha sido sustituida por el sectarismo totalitario, caracterizado por la injuria personal al que discrepa, la mentira habitual, el menosprecio por la opinión mayoritaria democráticamente expresada y el afán de imponer el criterio propio, aunque sea minoritario, a toda costa y por cualquier medio. En nombre de la lucha de clases se ha envenenado a los chilenos por el odio y desencadenado toda clase de violencias (…)
ResponderEliminarComo no se aprende del pasado, si lo dicho por Aywin en su discurso, es tan actualhoy
increible la estupidez humana
Querido Hermógenes... Soy lectora infaltable de sus publicaciones. Este libro, era lo que le faltaba. Un relato claro y exacto sobre lo que realmente pasó en Chile. Eché de menos una alusión al libro de Mario Spataro "Pinochet, verdades incómodas"... Grande Hermógenes!!!
ResponderEliminarAgradecida por liberar nuestra historia; ojalá los jóvenes de esta generación la leyeran y entendieran; pero, creo que todo ser humano tiende a la entropía y no cambia hasta que experimenta una realidad tan cruel como las que nos impuso Allende.
ResponderEliminarExcelente ,,, no me había dado el tiempo de leer, pero se lo dieron a mi hijo en su lectura del colegio... Muy bueno.
ResponderEliminarEl Negacionismo DEBE estar condenado en la Nueva Constitución... Toda Dictadura Reconocida por la Historia se debe condenar... TODAS las Dictaduras y acciones Genocidas... Desde Hitler, Fidel y Pinochet... Todas... #Noalnegacionismo
ResponderEliminarPfffff, puras consignas huevonas. La inteligencia es incompatible con la izquierda, no cabe ninguna duda.
EliminarUna sola precisión don Hermógenes: el Auditor General de la Armada se llamaba Rodolfo Vío Valdivieso.
ResponderEliminarParabéns pelo prólogo, o Brasil também chegou perto de ser um pais comunista/socialista, mas graças ao exército nos livramos.
ResponderEliminarAmo o Chile e tenho medo que ele se torne como o Brasil, um país sem lei e indentidade, os esquerdas sempre vão tentar sufocar a verdade.
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