FIN DEL CAPÍTULO I. 1973: Una revolución imposible de evitar
El Ladrillo
Una versión
precisa sobre el origen de El Ladrillo
es la siguiente, que lo sitúa antes del término del régimen de la Unidad Popular,
y viene de opositores al Gobierno Militar:
“Inicialmente
trazaron las líneas generales Emilio Sanfuentes, Sergio de Castro, Pablo
Baraona, Manuel Cruzat y Sergio Undurraga. A inicios de 1973 se amplió el
equipo y se integraron Juan Braun, Rodrigo Mujica, Álvaro Bardón, Juan Carlos
Méndez, Juan Villarzú, José Luis Zabala y Andrés Sanfuentes. A partir de marzo
de 1973, las reuniones fueron, por lo general, una vez a la semana en horario
vespertino, en Suecia 286. A medida que transcurría el tiempo aumentó la
periodicidad y se incorporó más gente a la preparación de los documentos:
llegaron José Luis Federici, Ernesto Silva, Enrique Tassara y Julio Vildósola.
“En
más de una ocasión Jaime Guzmán participó en las reuniones. (…)
“Sergio
de Castro fue clave en el diseño del denso documento que después sería conocido como ‘El Ladrillo’. Era el mayor de
los economistas del grupo y también el más escuchado. De hecho fue él, junto
con Sergio Undurraga, quien afinó los detalles y concluyó el borrador final del
documento que recibieron los marinos. (…)
“El
documento final fue mecanografiado en las oficinas que Undurraga tenía en
Nataniel Cox. ‘El Ladrillo” tenía 189 páginas, en papel de fotocopia, sin
firma” (79).
Finalmente
El Ladrillo, con un prólogo de Sergio
de Castro, fue editado por el Centro de Estudios Públicos en junio de 1992 en
Santiago, en una edición de 193 páginas.
Un plan en 90 días
Kelly,
precavidamente, se comprometió ante Merino a tener el plan en 90 días y cumplió
con entregárselo. En el grupo de economistas que lo preparó, recuerda Kelly,
“estuvieron Sergio de Castro, Pablo Baraona, Álvaro Bardón, Sergio Undurraga,
José Luis Zavala, Juan Villarzú, Manuel Cruzat, Juan Braun, Andrés Sanfuentes
y, claro está, Emilio (Sanfuentes). Junto a ellos, creyendo que estaban
haciendo un trabajo de investigación, trabajaron algunos alumnos destacados y
recién egresados” (80).
Merino
también llamó a su amigo Kelly para otra cosa, el mismo día 11, y le dijo
perentoriamente: “Tráeme nombres”. Junto con eso, lo designó Ministro de la
Oficina Nacional de Planificación, cuya existencia Kelly confesó haber ignorado
y cuya dirección debió buscar en la guía de teléfonos. Para hacerse cargo,
demandó una credencial del Ministro de Defensa, almirante Patricio Carvajal,
tras lo cual tomó el control de las respectivas dependencias y se instaló en la
oficina que allí ocupaba el extremista español Joan Garcés, mentor intelectual
de Allende (81).
¿Qué hacía un
joven ideólogo español en Odeplan?
El
hombre clave para Kelly en su tarea de “buscar nombres” será Emilio Sanfuentes,
sociólogo con un máster en Economía en Chicago y que trabaja también para el
grupo Edwards en su Centro de Estudios Socio-Económicos (CESEC). Con él
confecciona una lista de nombres y se la entrega a Merino.
Como
consecuencia, el día 14 en la mañana un vehículo militar va a buscar a su
domicilio a Sergio de Castro y le notifica que a las cuatro de la tarde debe
presentarse a la oficina del Almirante Merino en el Ministerio de Defensa. Se dirige allí y tras
dos horas de antesala el marino lo recibe y le espeta: “Usted va a ser asesor
del Ministro de Economía, general Rolando González”, y se va. Momentos después
aparece el general González, con un ejemplar de El Ladrillo bajo el brazo y cita a su asesor para el día siguiente
a su despacho (82).
Cuando
acude al ministerio, González se encuentra con otros economistas: Pablo
Baraona, Álvaro Bardón, Juan Braun y Tomás Lackington. Al reunirse con el
ministro éstos se dan cuenta de que no hay ninguna coincidencia entre lo que
éste cree que se debe hacer en materia económica y lo que opinan los
economistas. El enfoque espontáneo del uniformado es dirigista, mientras los especialistas
creen urgente disminuir el dirigismo y consagrar la libertad de precios, para
terminar con el acaparamiento y la escasez. El ministro teme por las
consecuencias en el poder adquisitivo de la población. Ésta discrepancia será
una constante en los primeros tiempos.
El
almirante Merino se da cuenta de ella y, probablemente urgido por Kelly,
libremercadista, piensa en un ministro de Economía civil. Éste resulta
designado de una manera imprevisible. Pues ha llegado al país el ingeniero Raúl
Sáez, pro DC, ex ministro de Hacienda de Frei Montalva, deseoso de ayudar a la
Junta, como casi todos los DC. Ésta lo convoca, pero él se da cuenta de que,
siendo ingeniero, no maneja con la misma soltura que los economistas jóvenes los
conceptos innovadores. El almirante Merino recibe a Sáez en su despacho. Afuera
espera audiencia otro ingeniero, Fernando Léniz Cerda, gerente general de El Mercurio, que ha venido a interceder
ante una clausura que ha sufrido el diario Las
Últimas Noticias, de su empresa.
El almirante
Merino le dice a Sáez que se necesita un Ministro de Economía afín al nuevo equipo
de jóvenes graduados de Chicago. Sáez le dice: ‘¡pero si lo tiene allá
afuera!’, pues ha visto a Léniz al pasar. Entonces, cuando se va Sáez, el
almirante ofrece a Léniz el ministerio y éste acepta. Así se escribe la
historia, pues Léniz ni siquiera era Chicago
Boy ni tampoco economista, sino ingeniero civil. Alguna vez había sido
hombre de izquierda. Pero su enorme inteligencia le indicaba que las nuevas
tendencias eran el futuro y se afiata perfectamente con el equipo de El Ladrillo.
Con el tiempo
se convertirá en el mejor vocero de los nuevos aires económicos, dada su
habilidad para explicar a la gente, a través de la TV y con palabras sencillas,
las nuevas soluciones (83).
Kelly
sigue reclutando gente y ha llamado a Orlando Sáenz, presidente de los
empresarios fabriles, y a Sergio Undurraga, economista formado en Chicago. El
primero terminará de asesor económico de la Cancillería y el segundo no
demorará en asumir como jefe del Departamento de estudios de Odeplán, donde
trabajan Ernesto Silva Bafalluy, Juan Carlos Méndez, Arsenio Molina y Miguel
Kast, que ocupará la Subdirección Nacional de Odeplan cuando Lackington se
marche al Ministerio de RR. EE., todos, salvo Sáenz, Chicago Boys.
A
iniciativa de Kast “trabajarán para Odeplan los especialistas Álvaro Bardón,
Sergio de la Cuadra, Ernesto Fontaine, Hernán García Vidal, María Teresa
Infante, Sergio Molina Silva, Eladio Suzaeta, Álvaro Donoso, Joaquín Cortez y,
más tarde, Pedro Arriagada, Hernán Büchi, Patricia Matte, Martín Costabal,
Julio Dittborn, Cristián Larroulet, Joaquín Lavín y muchos más” (84).
La
lucha por la libertad de precios fue finalmente zanjada por el decreto ley N° 522
de 15 de octubre de 1973, que terminó con el control de precios sobre miles de
productos y redujo su número a 33; otros 18 pasaron a ser “informados”, es decir,
en su caso el alza debía comunicarse a la autoridad; y el resto quedaron
libres. Ello dio lugar a que la inflación se manifestara en toda su magnitud.
Los uniformados se inquietan. Generales inclinados a la DC y a las políticas
intervencionistas manifiestan su malestar.
Había
un factor importante para inducir a la Junta a adoptar un modelo de economía de
mercado libre: el milagro brasileño
logrado a partir de 1964 y de una crisis económica severa, la cual fue
conjurada en Brasil por gobernantes militares.
Brasil
creció 9,3 % en 1968, 9,0 % en 1969, 9,5 % en 1970, 11,3 % en 1971 y 10,4 % en
1972. El modelo del ministro Roberto Campos fue muy exitoso y convincente (85).
Urgencias internacionales inmediatas
Jorge
López Bain, ex ministro de Minería del Gobierno Militar, recuerda:
“Los embargos a
las exportaciones de cobre y las demandas contra el Estado de Chile por las
expropiaciones sin compensaciones en que se había embarcado la Unidad Popular
seguían penando y mientras no fueran resueltas Chile tendría problemas serios
en su comercio exterior.
"La
Junta designó a dos destacados ingenieros, Raúl Sáez y Jorge Schneider, para
que negociaran avenimientos con los países y empresas demandantes (…) La
International Telegraph & Telephone, la ITT, propietaria en Chile de la
Compañía de Teléfonos, había sido expropiada por el Gobierno de la UP sin
compensación alguna. La ITT tenía demandado al Estado de Chile ante tribunales
internacionales (…) Se llegó a un avenimiento entre las partes y el Estado de
Chile extendió un cheque por US25.000.000 a favor de la ITT (el equivalente hoy
–2012— a esa cantidad sería de US$220.000.000). Sin embargo, para sorpresa de
todos, la ITT, una vez recibido el pago, anunció que lo devolvía al Gobierno de
Chile en su totalidad. (…)
“Eso
sí, la cantidad involucrada debería tener un fin específico. Se destinaría a la
creación de una institución cuyo único objetivo sería la investigación y la
transferencia (o importación) tecnológica. (…) Así nació la Fundación Chile…”
(86).
Fundación del Comité Asesor
El
Comité Asesor, recuerda Roberto Kelly
en sus memorias, nació el 4 de octubre de 1973 como organismo de la Junta de
Gobierno, para luego transformarse, por la fuerza de los hechos, en Comité
Asesor del Presidente de la Junta, siendo su primer jefe el coronel Julio
Canessa.
“En
el Ejército pasaron la espumadera y sacaron la flor y nata de los oficiales para
llevárselos al Comité Asesor –continúa Kelly—. Luis Danús, por ejemplo, era
Director recién nombrado de la Escuela Militar. Otro miembro que recuerdo fue
el general Horacio Toro Iturra, quien mucho tiempo después fue nombrado por el
Presidente Aylwin Director de Investigaciones. Es claro que este señor se peleó
con Pinochet. También lo integraron Gastón Frez, Bruno Siebert y Enrique Seguel
y hubo dos ex militares que en algún momento formaron parte de ese comité como
civiles: James Locke y Víctor Muñoz (87).”
Pero
sólo el 24 de mayo de 1974 el decreto ley N° 460 dio vida legal al Comité. La importancia de éste consistió
en que satisfizo el prurito de Pinochet de tener siempre un contrapeso
alternativo a las políticas liberales que le planteaban los economistas. Casi
invariablemente se inclinó por éstas, lo que, ni más ni menos, fue lo que llevó
al éxito económico al Gobierno Militar, eludiendo las tentaciones estatistas e
intervencionistas que siempre favorecía el Comité.
Pero siempre quiso mantener este contrapeso uniformado de alto coturno muy
próximo a él, aunque fuera para desoírlo. A cambio, todos los miembros de él
hallaron a la postre altos destinos gubernativos.
La
discrepancia entre el sentir militar y los economistas ante la crisis se fue agudizando
y se convirtió en conflicto cuando se debió adoptar una decisión sobre el tipo
de cambio. El gobierno anterior lo mantenía en 25 escudos por dólar para el
grueso del comercio exterior, pero el dólar paralelo valía 2.000 escudos, y eso
que había bajado mucho desde el cambio de gobierno, antes del cual había sobrepasado los 3.000 escudos.
El
general Eduardo Cano, presidente del Banco Central; su vicepresidente, el
capitán Enrique Seguel, que era economista; y José Luis Zabala, economista DC (pero
Chicago Boy) del departamento de
estudios del Banco, proponen, en conjunto con el ministro de Hacienda,
almirante Gotuzzo, devaluar la moneda a 285 escudos por dólar, es decir, 11,4
veces en relación a la paridad oficial preexistente de 25 escudos.
Merino acepta
con reticencia, pero rebaja la cifra a 280 escudos. El 27 de septiembre el
Banco Central adopta el acuerdo.
Sin
embargo, el Comité Asesor de la Junta,
constituido por uniformados, no mira con simpatía las políticas de libre
mercado. Del ámbito militar y universitario ha surgido una figura crítica de
las medidas de libertad económica y devaluación propuestas por los economistas:
el abogado y profesor de Derecho Financiero de la Universidad de Chile, oficial
retirado del Ejército, Hugo Araneda Dörr, dotado de mucha elocuencia pero con
un limitado conocimiento de la teoría económica fundada en la libertad de
iniciativas.
Por
la importancia del acuerdo cambiario, queda en suspenso su aplicación mientras
no lo ratifique la Junta. El Comité
Asesor se hace más crítico de las medidas liberalizadoras, por lo
drásticas.
El Presidente
de la Junta y esta última en pleno reciben el miércoles 2 de octubre a las dos
tendencias en discordia –el Comité Asesor
y los Chicago Boys-- y oyen debatir a
sus respectivos exponentes: Hugo Araneda por los críticos de la devaluación,
defiende un sistema de cambios múltiples y una devaluación gradual; y Sergio de
Castro, representante de las ideas de libre mercado que han llevado a devaluar a
280 escudos, como se ha resuelto.
Alguien tenía
que decidir, y lo hizo. Obviamente fue Pinochet. Una interpretación interesante
es la siguiente, de autores adversos a la Revolución Militar, Víctor Osorio e
Iván Cabezas:
“…
inicialmente, más que por convicción, Pinochet hizo propia la visión neoliberal
por un cálculo táctico. Su alianza con los hombres de Chicago lo colocaría en
una posición de evidente ventaja estratégica frente a sus rivales inmediatos o
potenciales al interior de los institutos armados, los que carecían de proyecto
y que –además— se veían desarmados de argumentos frente a los economistas”
(88).
Corte del nudo económico gordiano
En
siguiente reunión de la Junta con el equipo económico, el general Pinochet
ofrece la palabra al almirante Merino y éste expresa:
“Mire almirante
Gotuzzo, usted ha sido engañado, todos hemos sido engañados; cuando tomamos la
decisión de devaluar, nadie nos dijo que iba a subir tanto el precio del trigo
y por tanto el precio del pan, y que iban a pasar muchas otras cosas más. Esto
es intolerable y nos crea problemas. La Junta Militar no puede estar subiendo
los precios no sé cuántas veces. Nos van a acusar de que estamos matando de
hambre al pueblo”.
“De
Castro intenta responder, pero el general Pinochet se lo impide y da la palabra
al abogado Araneda, que habla media hora, con más dureza que el almirante, y
expone las reservas de él, los militares y muchos ciudadanos frente a la
devaluación. La exposición de Araneda impresiona a la Junta. El general
Pinochet guarda silencio. De pronto el almirante Merino golpea la mesa con
mucha fuerza y dice:
“Señor
almirante Gotuzzo, yo le ordeno que pare esta devaluación. ¡Vamos a echar
marcha atrás!”
Los
dados estaban lanzados, pero es en esas ocasiones cuando surgen los hombres
excepcionales… siempre que los haya:
“El
almirante Gotuzzo se para y se cuadra. Manteniéndose en posición firme, dice:
‘Almirante, yo no voy a echar atrás la devaluación, porque creo en conciencia
que la decisión está muy bien tomada’. Después de estas palabras, dichas
lentamente como para que todos acusen la gravedad del momento, se sienta con
calma. Sobreviene un silencio más largo y un intercambio de miradas
sorprendidas. Todos aprecian el hecho insólito de que el contraalmirante
Gotuzzo se niegue a recibir la orden de su comandante en jefe, aunque
comprenden que Gotuzzo actúa en este caso como ministro de Hacienda.
“El general
Pinochet rompe el silencio y con una semi-sonrisa (dice): ‘No pueden adoptarse
decisiones con las cabezas caldeadas. Vamos a tomarnos un café’”.
“El
abogado Araneda, que está propuesto para ser Ministro de Economía en reemplazo
del general González, le manifiesta al general Pinochet que no está dispuesto a
aceptar el cargo si se persiste en la devaluación. Pinochet le responde, “está
bien. Déjelo no más” (89).
Años
después, en los ’80, siendo Hugo Araneda y yo miembros de la IV Comisión
Legislativa (Ejército) de la Junta, en una conversación me comentó: “El ’73 yo
estaba a punto de quedar a cargo del manejo de la economía y ya casi nombrado
ministro, cuando salieron no sé de dónde, desde debajo de la mesa, los Chicago Boys y se quedaron con la
conducción económica”.
Estoy
seguro de que fue para bien del país y el cuchillo que cortó el nudo gordiano
fue la decidida defensa de la devaluación del almirante Gotuzzo, aun a riesgo
de su cargo y su carrera. Tenía merecido que una calle a las espaldas del
ministerio de Hacienda fuera bautizada con su nombre. Pero el odio izquierdista
pudo más y una decisión de la alcaldesa socialista de Santiago, Carolina Tohá,
le cambió el nombre a la calle en 2015.
A todo esto se
reanuda la sesión con la Junta y Sergio de Castro hace una documentada
exposición en defensa de la devaluación, señalando que la proposición de
Araneda, de tres tipos de cambio, no es sino mantener el sistema de cambios
múltiples que ya ha fracasado antes.
A
sugerencia del general Leigh se resuelve consultar la materia con Raúl Sáez,
ingeniero y ex ministro de Hacienda de Frei Montalva, uno de los “nueve sabios”
del programa de la Alianza para el Progreso del Presidente Kennedy. Ya se ha
visto que de la reunión de éste, una vez llegado, con el almirante Merino,
surgió la designación de Fernando Léniz como ministro de Economía, y que éste
ha concordado ampliamente con los autores de El Ladrillo.
Así,
la devaluación finalmente queda a firme y la conducción económica deja de estar
en duda. Ahí ya queda enrumbada de forma definitiva la economía chilena hacia
el libre mercado, son derrotadas las tendencias más estatistas y dirigistas y
el Comité Asesor de la Junta, con su
predominancia de oficiales críticos de la conducción económica, se limita a
rumiar en silencio su descontento.
Ese
fue el corte del nudo gordiano que pudo impedir el gran cambio modernizador de
la economía chilena a partir de 1973.
Yo defendía a
los Chicago Boys en distintos frentes,
en particular en El Mercurio, en
Radios Agricultura y Minería y en Televisión Nacional. En una
oportunidad, en 1974, fui citado por el Comité
Asesor y debidamente vapuleado por sus opinantes más críticos. Absorbí el
castigo sin ceder posiciones y fui despedido con sequedad, pero veinte años
después quien llevaba una voz cantante en el Comité, el general Gastón Frez, ya en retiro, con quien había hecho
amistad y que me había nombrado miembro honorario del Círculo de Oficiales en
Retiro, me pidió perdón por la forma en que había sido maltratado, que yo ya había
por completo olvidado.
Comité Pro Paz
En noviembre de
1973, los prelados de la Iglesia católica, encabezados por el
Cardenal-Arzobispo Raúl Silva Henríquez, fundaron el “Comité Ecuménico de
Cooperación para la Paz en Chile”, mejor conocido como Comité Pro Paz.
Frente
al armamentismo ilegal durante el gobierno de la Unidad Popular, a los obispos
no se les había ocurrido la buena idea de abogar por la paz y fundar un Comité Pro Paz. Habría sido muy útil.
Pero cuando el Gobierno Militar, llamado por la mayoría democrática
parlamentaria a enfrentar al ejército guerrillero, ahí se les ocurrió, ¡y para
prestar protección a este último! Fue uno de los efectos en la Iglesia de la campaña mundial del KGB.
Monseñor
Silva Henríquez tenía una posición política definida: era un democratacristiano
de izquierda, que se había jugado por Frei Montalva en 1964, pero lo había
criticado por no llevar adelante reformas más profundas a partir de la agraria.
“Buscaba una sociedad de izquierda moderada pero de cambios profundos, a través
del entendimiento DC/UP”, según el historiador Gonzalo Vial (90).
El
Comité Pro-Paz duró hasta 1975,
cuando Pinochet le pidió al Cardenal su disolución, so pena de disolverlo él
mismo. “Pídamelo por escrito”, le dijo Silva Henríquez. Pinochet lo hizo y fue
disuelto y reemplazado por la Vicaría de
la Solidaridad, que era de responsabilidad de la Iglesia, pero en
definitiva resultó mucho peor para el Gobierno, porque terminó siendo un brazo
logístico (defensa judicial y atención hospitalaria) del MIR y del FPMR, como
se comprobaría años después.
Alineamiento político de los obispos
El
episcopado, como cualquier entidad chilena colegiada, podía ser perfectamente
dividido en tendencias políticas. En 1973 estaban los prelados de tendencia centroizquierdista,
encabezados por Silva Henríquez, y que eran el de Linares, Carlos Camus
(Secretario del Comité Permanente); Fernando Ariztía, Jorge Hourton y Enrique
Alvear (auxiliares de Santiago); Carlos González (Talca), Sergio Contreras
(Temuco) y Tomás González (Punta Arenas).
Los
más inclinados a favor del Gobierno Militar eran Emilio Tagle (Valparaíso),
Orozimbo Fuenzalida (Los Ángeles), Juan Francisco Fresno (La Serena), el Pro
Canciller de la Universidad Católica, Jorge Medina, y el ya retirado a un hogar
de monjas, pero opinante y respetado, Augusto Salinas (obispo de Chiloé).
Pero
la línea la fijó siempre la Conferencia Episcopal y fue negativa, al menos cada
vez que abordó el tema de los derechos humanos.
Otras influencias disidentes
Quien
había sido presidente de la Sociedad de Fomento Fabril, el ingeniero Orlando
Sáenz Rojas, tras haber servido en la sección económica de la Cancillería, dejó
su cargo y pasó a mostrarse pública y constantemente crítico de las iniciativas
para establecer una economía de libre mercado. En sus memorias, “Testigo
Privilegiado”, asevera que “Merino nunca fue un personaje de envergadura” y que
Pinochet favorecía una economía centralmente planificada.
Pero
en carta a “El Mercurio” de 21 de noviembre de 2016, el economista Tomás
Lackington Hunter, viceministro de Odeplan entre 1973 y 1975, desmiente lo
segundo y afirma que “en reunión a la que asiste la Junta de Gobierno en pleno,
Sergio de Castro, Jorge Cauas, Roberto Kelly y Fernando Léniz, entre otros, yo
personalmente expuse la gravedad de adoptar un modelo centralmente planificado.
De ahí en adelante nunca más se discutió dicha alternativa y el general Augusto
Pinochet también adhirió al modelo de economía social de mercado”.
Dentro
del propio ministerio de Economía se hizo evidente que su titular, el general
de Ejército Rolando González “tiene puntos de vista bastante distintos de los
que están contenidos en El Ladrillo:
su tendencia es estatista y tiende a mal influenciar al Presidente y a la
Junta. Como algunas de sus medidas se teme que acarreen graves consecuencias,
la Junta convoca a Raúl Sáez. Éste sugiere un cambio en el ministerio,
proponiendo a Fernando Léniz (ya vimos cómo se decidió su designación), quien
ya ha estado en la consideración del gobernante a raíz de un comentario suyo en
La Segunda” (91).
Exposición sobre el estado de la Hacienda Pública
Antes
de terminar septiembre del ‘73, convocado el economista Sergio Undurraga por el
almirante Gotuzzo para ser nombrado Director de Presupuestos, se da el caso de
que éste recibe la visita, antes que entre Undurraga, del ex titular de
Hacienda bajo Frei Montalva, Sergio Molina Silva, que ha vuelto de un cargo en
el exterior. Gotuzzo le ofrece la subsecretaría de Hacienda, pero Molina le
expresa que, como ex ministro, no le corresponde aceptar. Conversan sobre la
Dirección del Presupuesto, y Molina le sugiere el nombre del economista DC Juan
Villarzú. El almirante le expresa su conformidad. Cuando después ingresa a su
despacho Undurraga, el almirante le explica que pensaba ofrecerle a él la Dirección
de Presupuestos, pero que ya ha resuelto nombrar a Villarzú. Entonces le pide a
Undurraga trabajar como asesor de él mismo, cosa que el economista acepta. Será
muy importante que lo haya hecho.
Pronto el
asesor se aboca a preparar una exposición sobre el estado de la Hacienda Pública.
Deja el texto en el escritorio del ministro y éste lo ve por primera vez poco
antes de darlo a conocer por cadena de radio y televisión a la ciudadanía.
Allí
expone que el gasto fiscal aumentó de 22.117 millones de escudos en 1970 a
277.922 millones al 30 de junio de 1973. ¡Casi 13 veces! El déficit fiscal pasó
de 2.882 millones a 148.434 millones, representativos del 52,8% del gasto.
¡Aumentó más de 51 veces!
El
déficit de las empresas de la llamada “Área Social” era en 1973 mayor que el
del presupuesto, pues llegaba a 175.809 millones de escudos al 30 de junio de
1973. En 1972 había sido de 21.872 millones. Las finanzas públicas eran una
vorágine de déficit.
La
situación monetaria revelaba que la cantidad total de dinero había aumentado en
114% en 1971, 172% en 1972 y lo haría en 477% a fines de 1973. A la vez, la
producción aumentó en 8,5% en 1971, 0% en 1972 y disminuiría en 10% en 1973.
Muchos billetes + menos cosas = inflación + escasez.
Esto
llevaba al ministro a decirle al país: “Según las estimaciones hechas por los
propios técnicos del régimen anterior, la situación para 1973 era tan grave,
que la diferencia entre el crecimiento de la producción y el crecimiento de los
billetes haría que el colapso económico fuera inevitable”.
Otros episodios lamentables
Tal vez lo que más contribuyó a deteriorar la imagen interna y mundial de la
Junta en general y de Pinochet en particular, primero fuera del país y luego
dentro de él, fue la versión falsificada de las actuaciones de la llamada Caravana de la Muerte, que fue
presentada como una actividad concebida con el propósito de asesinar personas
sin juicio previo y sin justificación, lo que no correspondía a la verdad. Toda
esa cuenta se le cargó a Pinochet, que ignoraba por completo lo que sucedía con
la Caravana.
La
importancia publicitaria del caso fue máxima, pero el relato más generalizado
acerca de lo que aconteció es una distorsión de la verdad y de él derivaron las
más graves consecuencias para la imagen del Gobierno Militar y de su
presidente. El propio juicio tardío e ilegal iniciado en contra de éste por el
ministro sumariante Juan Guzmán Tapia, en 1998, tras el secuestro judicial del
senador Pinochet en Londres, se basó en una versión novelística y falsa del
quehacer de la comitiva, pero tuvo una importancia jurídica, política y
noticiosa enorme y reñida con la verdad.
En
mi condición de periodista y abogado me dediqué en 1998 a estudiar el proceso,
fruto de lo cual publiqué en 2001 un libro titulado La Verdad del Juicio a Pinochet (Editorial El Roble, Santiago, 2001),
que devino best-seller, y se funda en
piezas del expediente. En él demostré la completa falta de fundamento jurídico
del procesamiento del ex Presidente.
El hijo del
jefe de la comitiva militar, abogado Sergio Arellano Iturriaga, quien me surtió
de información sobre el proceso, escribió a su turno el libro De Conspiraciones y Justicia (Editorial
La Gironda, Santiago, 2004) donde también puso de relieve las irregularidades
del juicio incoado por el ministro Guzmán.
¿Cuál
fue la verdad histórica? Fue que en los primeros tiempos tras el
pronunciamiento fueron apresadas a lo largo del país numerosas personas
sospechosas de extremismo y quedaron transitoriamente sin ser sometidas a juicio,
en cárceles y cuarteles. Sus familiares se aglomeraban en torno a esos recintos
en distintos puntos del territorio. Los Jefes de Zona, dotados de atribuciones
judiciales por la Junta como Comandantes
del Área de Jurisdicción y Seguridad Interior, CAJSIs, no tenían todos
(algunos sí) de hecho la capacidad o la determinación para organizar y
desarrollar los procedimientos judiciales de tiempo de guerra respecto de los
detenidos.
A
su turno, el general Arellano, con gran ascendiente en el Ejército, se mostraba
crítico de diferentes políticas del Gobierno, incluso en el aspecto económico.
Probablemente eso llevó al general Pinochet a encomendarle como misión, en
calidad de delegado suyo, la de regularizar y agilizar la situación de los
procesos pendientes y de los miles de presos transitorios en cuarteles de distintos
regimientos del país.
La misión de la comitiva de Arellano
Arellano
había sido uno de los principales promotores de reuniones del alto mando
institucional y de coordinación con las otras ramas para decidir una acción
frente al estado caótico que vivía la nación bajo la Unidad Popular.
Era
de tendencia política democratacristiana y desde un primer momento manifestó
desacuerdos en materias de política económica y de la forma en que se estaba
ejerciendo la represión contra el extremismo armado. Es probable que en ambos
aspectos él representara un obstáculo para los planes de reforma económica y de
combate contra la subversión que Pinochet consideraba, en ese tiempo, más
eficaces. De ahí que, dada la envergadura del personaje, el ponerlo a cargo de
un tema específico e importante, que lo obligara a desplegarse por el país en
lugar de estar radicado en la capital, manifestando posturas críticas, podía
ser una buena idea que ahorrara signos de disensión interna como los
manifestados por Arellano, incluso en temas como las devoluciones de empresas y
la normalización bancaria (92).
A
la vez, el problema suscitado por los Tribunales en Tiempo de Guerra o Consejos de Guerra era grave, porque las
Fuerzas Armadas y Carabineros habían procedido a la detención preventiva de
miles de personas, cuyos familiares acudían a los regimientos y cuarteles –como
aparentes depositarios de la autoridad tras la Revolución— para saber de la
suerte de sus deudos. Esas aglomeraciones no favorecían la imagen de la Junta.
Al mismo tiempo, la liberación indiscriminada de los detenidos podía ser
peligrosa para la meta principal, que era conseguir la derrota del extremismo
armado. La solución radicaba, entonces, en acelerar los Consejos de Guerra,
para que los inocentes quedaran libres y los culpables fueran condenados tras
un procedimiento que les garantizara derecho a defensa.
En palabras de
Arellano, su misión era “viajar a varias ciudades del país, a fin de cumplir
labores de coordinación de criterios institucionales, de gobierno interior y de
procedimientos judiciales”. Añadía que “fundamentalmente la preocupación
principal era que todos los procesados tuvieran adecuada defensa y que (se)
recurriera a los Colegios de Abogados en aquellas ciudades donde existieran, a
fin de entregar a ellos esta responsabilidad”, como está precisado en mi libro La Verdad del Juicio a Pinochet, antes
citado, página 4.
Incluso
mucho después, en 1991, el Informe Rettig
reconocía, pese a su evidente sesgo adverso al Gobierno Militar, que en el caso
de la comitiva de Arellano “no se hablaba de ejecuciones sin proceso; más aún,
el mensaje del delegado en viaje contenía una referencia expresa y repetida a
facilitar el derecho a defensa de los procesados” (93).
El
viaje al sur de la comitiva se inició el 30 de septiembre de 1973 y terminó el
4 de octubre con su regreso a Santiago y ninguna situación ocurrida en ese
viaje ha motivado acusaciones fundadas que afectaran al general Arellano, salvo
una querella por las sentencias de muerte cumplidas en Valdivia el 3 y 4 de
octubre de 1973, con las cuales no tuvo relación, pues fueron dictadas por el
Consejo de Guerra que funcionaba en la zona.
Viaje al norte
La
“leyenda negra” se tejió a partir del viaje al norte de la comitiva y dio lugar
a un libro de gran venta, de la periodista Patricia Verdugo, titulado Los Zarpazos del Puma, en alusión a la
marca del helicóptero en que voló Arellano. Ese libro está plagado de
falsedades encaminadas a inculpar a Arellano e, indirectamente, dada su calidad
de delegado de Pinochet, a este último (94).
Los
fusilamientos del norte atribuidos a Arellano tuvieron lugar en La Serena,
Antofagasta y Calama, sin conocimiento de éste. También se le intentó vincular
con las muertes, en un intento de fuga ocurrido antes de que su helicóptero
despegara de Santiago, de reos que eran trasladados de Copiapó a La Serena.
El general
llevó a La Serena una sentencia con tres condenas a muerte dictadas por la
Comandancia de la Guarnición de Santiago, de la cual depende La Serena, y
supuso que los disparos que oyó en el regimiento de esta ciudad mientras estaba
reunido con su comandante, el coronel Ariosto Lapostolle, correspondían al
cumplimiento de esa sentencia.
Sólo mucho
después se enteró de que habían sido ejecutadas 15 personas sin forma de
juicio, sacadas de la cárcel local por orden de un comandante de su comitiva, Sergio Arredondo, obrando por su cuenta.
Del
mismo modo, llegada a Antofagasta la comitiva, y mientras Arellano alojaba en
casa del comandante del regimiento y de la guarnición, general Joaquín Lagos
Osorio, sin conocimiento de ambos, el mismo comandante anterior, recién
integrado a su comitiva, con la complicidad de algunos miembros de la misma y
en connivencia con oficiales del regimiento local, ordenó sacar de la cárcel
local a 14 personas, que fueron fusiladas en la Quebrada de El Guay.
Finalmente
en Calama, mientras Arellano visitaba la cercana planta de explosivos Dupont, por
tercera vez el mismo comandante ordenó sacar a 26 presos del regimiento, en el
cual se estaba llevando a efecto un Consejo de Guerra, y los llevó a un lugar
cercano del desierto donde procedió a hacerlos fusilar.
Arellano
se enteró de esto sólo a su regreso a Calama y, presa de gran consternación,
ordenó a la comitiva volar de vuelta a Antofagasta, de noche, con gran riesgo,
para poner a disposición del general Lagos Osorio al comandante responsable. Pero
Lagos Osorio, el Jefe de Zona y CAJSI dotado de plenas atribuciones, se negó a
proceder contra éste, anunció su retiro del Ejército y posteriormente, en los
años ’90, se dedicó a inculpar al general Arellano de las ejecuciones ilegales.
Peor aún, él mismo había hecho publicaciones en los diarios nortinos, en
octubre de 1973 y en los días posteriores a los hechos, atribuyendo las muertes
a órdenes de la Junta de Gobierno, lo cual también era ostensiblemente falso.
Debido a todas sus contradicciones y demostraciones de incapacidad para enfrentar
la situación, fue cursado su retiro en 1974.
El
principal fundamento de las acusaciones internacionales contra Pinochet, en el
sentido de que cometió crímenes injustificables durante su gobierno, parten de
las muertes atribuidas a la comitiva del general Arellano, muertes en las
cuales ni éste ni el Presidente de la Junta tuvieron responsabilidad y ni
siquiera conocimiento previo.
Aprovechando
políticamente la prisión en Londres del ex Presidente, en 1998, se abrió un
proceso a partir de una de las querellas comunistas interpuestas contra él,
sustanciado por el ministro sumariante Juan Guzmán Tapia, quien consiguió
notoriedad mundial gracias a ello y obtuvo premios internacionales
promocionados por la izquierda, pero cuyas resoluciones judiciales, más
“políticamente correctas” que jurídicas; y más obedientes al “qué dirán”
mundial que a la verdad de los hechos y al contenido de las leyes, quedarán
como paradigmas históricos de un indebido proceso.
La
falsificación resultó particularmente evidente en el caso de trece ejecuciones
en tentativa de fuga en Copiapó: el
best-seller Los Zarpazos del Puma
–muy considerado por Guzmán Tapia en sus resoluciones espurias y citado en sus
considerandos-- contiene en su página 150 una contradicción indefendible, pues
reproduce primero el oficio del comandante del regimiento local, de fecha 16 de
octubre, al administrador del cementerio, pidiéndole “las facilidades del caso
para la sepultación de los siguientes individuos fallecidos en tentativa de
fuga”, seguido de la lista de nombres; y luego, con fecha de un día después, 17
de octubre, reproduce el oficio del capitán Patricio Díaz Araneda dando cuenta
de que a las 01.00 horas de ese mismo día se procedió a la ejecución de trece
personas que eran trasladadas en el camión PAM 5354, con motivo de una
tentativa de fuga.
¡Habrían
sido muertos al día siguiente de que el comandante del regimiento pidió trece
sepulturas para ellos! Fallido intento de atribuir a la comitiva del general
Arellano, que llegó el 16 de octubre a las 11 horas a Copiapó, la
responsabilidad de esas ejecuciones, cuando las mismas ya habían tenido lugar
la noche anterior (95).
No obstante
esa prueba palmaria, todavía después del año 2000 e incluso para los 40 años
del pronunciamiento, en 2013, los canales de TV, CHV y 13, exhibieron
documentales (“Ecos del Desierto” y “Secretos de la Historia”, respectivamente)
inculpando a la comitiva de Arellano de esas ejecuciones en Copiapó, que
tuvieron lugar cuando ella ni siquiera había salido de Santiago. Se hicieron
eco de esas falsedades, para condenar al Gobierno Militar, los columnistas
Jorge Correa Sutil, de El Mercurio, y
Ricardo Solari, de La Segunda.
La
historiografía afín a la corriente dominante trata con superficialidad extrema,
y dictamina condenas fulminantes al régimen militar, sin ninguna documentación
seria, utilizando el caso de la comitiva de Arellano.
El
historiador Carlos Huneeus se despacha el siguiente párrafo, por toda
descripción del quehacer de la comitiva de Arellano:
“Los
oficiales de la caravana, pasando por sobre los mandos de las regiones, y a
veces sin su conocimiento, ejecutaron a 72 de estos prisioneros, muchos de los
cuales son hasta hoy detenidos desaparecidos. Cuando se conocieron estos
hechos, se intentó justificar su muerte bajo el pretexto de intento de fuga o
ataque a los militares, situaciones que se han comprobado falsas, pues fueron
sacados de sus lugares de detención para luego ser fusilados o acuchillados ya
sea por miembros de la comitiva o por oficiales o soldados de las respectivas
unidades militares” (96).
No
hace la menor concesión al hecho del desconocimiento del general Arellano, jefe
de la comitiva y, por tanto, del Presidente Pinochet, de lo que estaba
sucediendo.
Cualquiera
que examine el proceso del Caso Caravana
o lea mi libro, que se fundó en piezas de ese proceso, o el de Sergio Arellano,
hijo, comprobará, desde luego, dicha inocencia del Presidente de la Junta y del
propio jefe de la comitiva en las muertes de Copiapó, La Serena, Antofagasta y
Calama. Pero la consigna y la acusación infundada se han impuesto mundialmente
por sobre la verdad histórica y ésos siguen siendo los crímenes de Pinochet.
Un historiador que debería saber mejor
El principal
biógrafo de Pinochet, el historiador Gonzalo Vial, cae en la trampa de la
consigna infundada, tras reconocer en la página 733 del segundo tomo de su
biografía:
“Las
figuras que modifican la Historia suelen incurrir en graves renuncios morales,
abrumadas por problemas igualmente graves y por la múltiple ‘razón de Estado’,
falsa cohonestadora de los crímenes políticos.
“Suelen
esas figuras ser ‘de tamaño más que natural’… de cualidades tan enormes, y (no
raramente) caídas éticas tan profundas, como hondas y a menudo positivas son
las huellas que dejan en la Historia.
“Rememoremos
a O´Higgins extinguiéndose en el exilio peruano de Montalbán. ¿Lo atormentaría
el impune asesinato cuasioficial de Manuel Rodríguez (1818)? ¿O la venganza,
rencorosa y pequeña, de haber hecho pagar al viejo padre de Luis y Juan José Carrera,
don Ignacio, la cuenta por los gastos de fusilamiento de sus hijos en Mendoza…
453 pesos y cuatro reales (1820)?
“Es
de advertir que el papel de don Bernardo en el asesinato de Rodríguez es
–calcado—el de Pinochet con la Caravana de la Muerte. Nada lo vincula al
crimen, salvo su poder supremo del momento, y la protección que brinda a los
hechores, perfectamente identificados, que no reciben castigo”.
Frase,
la última, probadamente errónea. Pinochet no brindó protección alguna a los
hechores. No tenía cómo saber del traslado nocturno e intento de fuga entre
Copiapó y La Serena y los consiguientes trece muertos, en particular si la que
llama “Caravana de la Muerte” no había salido de Santiago cuando estaban siendo
fusilados. No tenía cómo saber ni supo que un comandante de la comitiva, sin
saberlo Arellano, iba a sacar a 15 presos de la cárcel de La Serena, con la
complicidad de un oficial local, y los iba a fusilar cuando estaban en curso
los Consejos de Guerra. Menos podía saber lo que no supieron el Jefe de Zona,
Lagos Osorio y el delegado presidencial, Arellano, ambos cenando y pernoctando
en la casa del primero, cuando el mismo
comandante, con complicidad de oficiales locales, sacaba a 14 presos de la
cárcel de Antofagasta y los hacía fusilar en la Quebrada del Guay. Tampoco pudo
saber de las 26 ejecuciones ilegales en iguales circunstancias y ordenadas por
el mismo comandante, al día siguiente, en ausencia del delegado presidencial
Arellano, en Calama.
Y
Pinochet nunca brindó protección a los hechores, pues no sabía de cierto
quiénes habían sido. Ellos debieron ser juzgados por Lagos Osorio, el cual se
negó a hacerlo e intentó culpar públicamente a la Junta y, veinticinco años
después, a Pinochet, sabiendo perfectamente que éste ignoraba lo realmente
acontecido. Erróneamente informado, en
un primer momento, por este último, Pinochet intentó ordenar telefónicamente el
inmediato regreso de la comitiva de Arellano a Santiago, creyendo a este último
responsable.
El
propio historiador Vial reconoce, en la página 693 del tomo II de su biografía
de Pinochet: “Hermógenes Pérez de Arce publicó un lúcido y provocador análisis
jurídico de las irregularidades legales y procesales cometidas (afirmaba) por
el ministro Guzmán en el juicio Pinochet. Nadie recogió el guante. No era el
derecho el tema fundamental que se disputaba”.
Ni
lo era la verdad. La propia conclusión de Vial acredita que lo que
definitivamente se impuso fue una consigna falsa.
Creación de la Conara
Mediante el decreto ley N° 212 de 17 de diciembre de 1973 se creó la Comisión Nacional de
la Reforma Administrativa (Conara), que pasó a presidir durante seis años el
coronel Julio Canessa, quien encabezaba el Comité
Asesor. Posteriormente, en los años ’80, el ya entonces general Canessa
alcanzó el grado de Vicecomandante en Jefe del Ejército y en esa condición fue
miembro de la Junta de Gobierno.
Aquel
organismo funcionó hasta 1983 y fue el responsable de la división del país en
doce regiones, cada una encabezada por un Intendente Regional. Asimismo,
estableció la dedicación del 5 % de los fondos fiscales a las regiones y
promovió la descentralización administrativa.
La legalidad de la Junta
El 12 de noviembre de 1973, mediante el decrete ley N° 128, se aclaró el sentido y alcance del artículo 1° del decreto ley N° 1, en cuanto expresaba que la Junta había asumido el "Mando Supremo de la Nación", señalando que dicha asunción suponía "el ejercicio de todas kas atribuciones de las personas y órganos que componen los Poderes Legislativo y Ejecutivo y, en consecuencia, el Poder Constituyente que a ellos corresponde".
Este documento, base jurídica del poder de la Junta, establecía que ella había asumido desde el 11 de septiembre "el ejercicio de los Poderes Constituyente, Legislativo y Ejecutivo" y afirmaba que el Poder Judicial ejercería sus funciones en la forma y con la independencia y facultades que señale la Constitución Política del Estado.
Además indicaba que el ordenamiento jurídico contenido en la "Constitución y en las leyes continúa vigente mientras no sea o haya sido modificado". Y dispuso que dichos poderes constituyente y legislativo serían ejercidos "mediante decretos leyes con la firma de todos sus miembros y, cuando éstos lo estimen conveniente, con la de el o los Ministros respectivos; y el Poder Ejecutivo "mediante decretos supremos y resoluciones, de acuerdo con lo dispuesto por el decreto ley N° 9.
El texto del proyecto de este de este decreto ley fue sometido previamente a la Comisión Ortúzar, creada para estudiar una nueva Constitución, donde surgió un debate sobre la referencia a un Poder Constituyente contenida en él.El comisionado Silva Bascuñán argumentó que no era procedente tal distinción, pues el ordenamiento nacional se encontraba en un "proceso de desconstitucionalización de las normas constitucionales, las cuales han pasado a tener vigencia en el mismo grado que las leyes ordinarias". .
Intervención de las universidades
El 12 de noviembre de 1973, mediante el decrete ley N° 128, se aclaró el sentido y alcance del artículo 1° del decreto ley N° 1, en cuanto expresaba que la Junta había asumido el "Mando Supremo de la Nación", señalando que dicha asunción suponía "el ejercicio de todas kas atribuciones de las personas y órganos que componen los Poderes Legislativo y Ejecutivo y, en consecuencia, el Poder Constituyente que a ellos corresponde".
Este documento, base jurídica del poder de la Junta, establecía que ella había asumido desde el 11 de septiembre "el ejercicio de los Poderes Constituyente, Legislativo y Ejecutivo" y afirmaba que el Poder Judicial ejercería sus funciones en la forma y con la independencia y facultades que señale la Constitución Política del Estado.
Además indicaba que el ordenamiento jurídico contenido en la "Constitución y en las leyes continúa vigente mientras no sea o haya sido modificado". Y dispuso que dichos poderes constituyente y legislativo serían ejercidos "mediante decretos leyes con la firma de todos sus miembros y, cuando éstos lo estimen conveniente, con la de el o los Ministros respectivos; y el Poder Ejecutivo "mediante decretos supremos y resoluciones, de acuerdo con lo dispuesto por el decreto ley N° 9.
El texto del proyecto de este de este decreto ley fue sometido previamente a la Comisión Ortúzar, creada para estudiar una nueva Constitución, donde surgió un debate sobre la referencia a un Poder Constituyente contenida en él.El comisionado Silva Bascuñán argumentó que no era procedente tal distinción, pues el ordenamiento nacional se encontraba en un "proceso de desconstitucionalización de las normas constitucionales, las cuales han pasado a tener vigencia en el mismo grado que las leyes ordinarias". .
Intervención de las universidades
Las ocho
universidades del país eran, de hecho, centros de oposición al nuevo gobierno.
Había algunas, como la Universidad Técnica del Estado de Punta Arenas, “que
tiene profesorado y personal mayoritariamente marxista” (96).
El
tema educacional ha quedado en un comienzo en manos del miembro de la Junta,
general Gustavo Leigh. Ministro de Educación es el almirante Hugo Castro.
Cuando
abordan el problema universitario se dan cuenta de que “los rectores están
haciendo un planteamiento de fondo a través del titular de la Universidad de
Chile, Edgardo Boeninger. Proponen nuevas fórmulas para la administración
universitaria, pero con ellos a la cabeza. El Presidente le exige al nuevo
Ministro que les haga ver a los rectores que ese planteamiento es inaceptable;
la Junta y el Ministro reciben a los seis que están ejerciendo esos cargos y
Pinochet les manifiesta que no está de acuerdo con la proposición que hacen;
entonces se producen sus renuncias.
“Por
eso, pocos días después, el 2 de octubre de 1973 se institucionaliza el sistema
de rectores delegados en todas las universidades del país, se les dan sus
poderes y el 29 del mismo mes se designa a quienes ocuparán esos cargos,
disolviéndose los claustros universitarios y otros cuerpos colegiados que
contempla el sistema de gobierno de la Universidad de Chile” (97)
Pinochet
ignoraba muchas cosas acerca de las universidades, pero en el tema del poder
político no podían darle lecciones. Si un rector delegado flaqueaba, lo
cambiaba, tras mandarle al destituido una afectuosa carta de agradecimiento
(caso del primer rector-delegado en la Universidad de Chile, general de
Aviación César Ruiz Danyau.)
Problemas con la Iglesia
Ya
el 14 de septiembre el Gobierno Militar recibe una admonición de la Conferencia
Episcopal, en la que ésta le pide “moderación frente a los vencidos. Que no haya
innecesarias represalias y que se tome en cuenta el sincero idealismo que
inspiró a muchos de los que han sido derrotados. Que se acabe el odio, que
venga la hora de la reconciliación. Confiando en el patriotismo y el desinterés
que han expresado los que han asumido la difícil tarea de restaurar el orden
institucional y la vida económica del país, tan gravemente alterados, pedimos a
los chilenos que, dadas las actuales circunstancias, cooperen a llevar a cabo
esta tarea, y sobre todo, con humildad y con fervor, pedimos a Dios que los
ayude. La cordura y el patriotismo de los chilenos, unidos a la tradición de
democracia y de humanismo de nuestras FF. AA. permitirán que Chile pueda volver
muy luego a la normalidad institucional como lo han prometido los mismos
integrantes de la Junta de Gobierno y reiniciar el camino del progreso en la
paz” (98).
El
propio Cardenal Silva Henríquez consideró que la Junta había calificado ese
documento como un texto hostil, pero visiblemente no lo era.
Otro
desencuentro se produjo cuando la Junta, a través del Vicario castrense,
monseñor Gillmore, le pidió al Cardenal que el 18 de septiembre celebrara un Te Deum de acción de gracias en la
Escuela Militar. El Cardenal respondió que haría una ceremonia en la Catedral,
pero no para dar gracias, sino para “orar por la Patria”. Finalmente la Junta,
por motivos de seguridad, resuelve que la ceremonia del 18 de septiembre se
celebre en el templo de la Gratitud Nacional, donde efectivamente se llevó a
cabo.
Entre
los ex Presidentes de la República hubo discusiones acerca de si asistir o no.
El más resuelto a ir fue González Videla. Su cónyuge, doña Mitty Markmann, “ha
recordado que ese día, temprano en la mañana, Jorge Alessandri llamó a González
Videla y le dijo: ‘Oiga Gabriel, Eduardo Frei dice que no debemos ir al Te Deum’. Gabriel González, abiertamente
partidario de la intervención militar, le replicó: ‘Jorge, nosotros tenemos que
defender esto porque qué habría sido del país si no hubiera ocurrido’. Entonces
don Jorge le manifestó: ‘Eduardo me ha convencido que no debemos ir’.
Finalmente González Videla los convenció y fueron los tres” (99).
También
monseñor Emilio Tagle, arzobispo de Valparaíso, acudió en apoyo de la Junta y
declaró públicamente: “La reconciliación es, para nosotros, una tarea
indispensable, pues el marxismo produjo en Chile la quiebra y la división más
honda de su historia. Sentó como principio la lucha de clases, sembró el odio y
la violencia no sólo a través de implacable adoctrinamiento, armó a unos chilenos
para aplastar a otros chilenos. Violados los derechos y el imperio de la ley,
el país caminaba a la dominación ideológica y a la dictadura. Contra ellos se
levantaron las voces de los más altos organismos representativos de la Nación.
Se levantó el clamor nacional, que se expresó también por medio de María en
fervientes plegarias al Señor”.
Pero, como
advierte a continuación, la caída de los responsables de ese crimen de lesa
patria “no significó que llegara plenamente la paz: se mantuvieron focos de agresión
que configuraban un real peligro para la seguridad nacional con el apoyo de la
conjura exterior que se desató contra nosotros. El Gobierno debió establecer
entonces severas restricciones. Esta actitud de agresión ha constituido el
mayor obstáculo para la reconciliación, causa un enorme daño al país y posterga
la vuelta a la plena normalidad de la vida nacional” (100).
Posteriormente
hubo una declaración del Papa Paulo VI que el Presidente y la Junta consideraron
muy desfavorable. Pinochet está dolido y el mismo Cardenal señala que la imagen
que el Santo Padre se había formado “no era la que nosotros queríamos que
tuviera de Chile” (101).
Por
una parte había que considerar el costo para el Pontífice de no ser crítico de
la Junta, cosa que, dado el clima internacional adverso a ésta, digitado desde
el KGB, era comprensible. El mejor ejemplo de ese miedo a la devastadora
crítica izquierdista había sido el viraje de The Economist después de publicar un primer artículo benévolo para
el Gobierno Militar.
Tomic ofrece integrarse al Gobierno
El ala izquierda
de la DC había tomado distancia de sus principales figuras, Frei y Aylwin, que
defendían la acción de los militares. Pero no toda el ala izquierda pensaba lo
mismo. Como Leighton criticara a Frei por sus opiniones, en un intercambio de
cartas entre ambos este último retrucó con una revelación sorprendente: el 23
de diciembre de 1973 Radomiro Tomic, la principal figura del ala izquierda DC y
ex candidato presidencial del partido en los comicios de 1970, había dirigido
una carta al general Gustavo Leigh ofreciéndole integrarse al Gobierno Militar
si éste se decidía a emprender “un programa revolucionario”.
El
tema de los derechos humanos parecía no importarle en absoluto. A esas alturas
ya había muerto más de la mitad de todos los caídos a manos de los militares
entre 1973 y 1990, es decir, sobre 1.800. Y Tomic expresaba lo siguiente a
Leigh, refiriéndose a la situación del país: “la define usted –y es imposible
no compartir ese planteamiento-- como expresión
malsana y ya intolerable del deterioro moral, institucional, gestado a lo largo
de muchos años y gobiernos, del cual la UP no fue el origen sino la expresión
final. Todo ello como consecuencia de los vicios que su discurso menciona (nota del autor: un discurso recién
pronunciado por Leigh) : el efecto corrosivo del apetito del poder, a
cualquier precio, de grupos e individuos; del partidismo sectario y voraz; del
excesivo ideologismo; del desprecio por las virtudes sólidas, como la confianza
en el propio esfuerzo, en el trabajo y la disciplina; de la imitación
alienadora de modelos extranjeros”.
Y
a continuación le expresaba a Leigh: que la DC “comprometida desde su fundación
a la sustitución del capitalismo; adherente sin ilusiones a la sustitución del
viejo orden; participante a desgano del juego partidista tradicional, sigue
estando dispuesta para un programa revolucionario auténtico” al cual “podría
integrarse”. (Carta de Frei a Leighton quejándose de que se le criticara por
defender a los militares mientras se silenciaba la oferta de colaboración de
Tomic a los mismos) (102).
Por otra
parte, los democratacristianos asumieron funciones en el Gobierno autorizados
por la directiva de su partido. Aylwin lo dice en sus memorias:
“Consecuente
con esos criterios (‘la DC debe prestar colaboración para que las políticas (…)
que se adopten sean racionales, justas’) la directiva estimó que los camaradas
que fueran llamados a desempeñar funciones públicas por las nuevas autoridades
no debían negar su colaboración. Dejamos entregada esa decisión a la conciencia
de cada cual, en el claro entendido de que su participación sería a título
personal y no comprometería al partido. Pero estimamos que, tratándose de cargo
de carácter político, como ministros y subsecretarios, ningún militante podría
aceptarlos sin permiso de la Directiva.
“El
primero fue el abogado Gonzalo Prieto, que dos o tres días después del golpe me
llamó por teléfono pidiéndome autorización para aceptar el Ministerio de
Justicia; yo se la di, pensando que su actuación sería beneficiosa para
procurar la vigencia del derecho y no comprometería al partido por ser un
funcionario de la justicia naval. Así como él, recuerdo que después autoricé a
varios otros camaradas que pidieron permiso para ocupar algunos cargos
públicos; pero otros lo hicieron sin consultarnos” (103).
Comisión para una nueva Constitución
En noviembre de
1973 se constituyó una Comisión de Estudio para elaborar una nueva
Constitución, presidida por el ex ministro del gobierno de Jorge Alessandri
(1958-64) y autor del primer proyecto de
Acuerdo de la Cámara de Diputados que cristalizó el 22 de agosto de 1973 (y
de la idea de hacerlo efectivo) Enrique Ortúzar Escobar.
Éste
presidió la Comisión, que fue integrada, además, por los abogados Sergio Diez,
Gustavo Lorca, Alejandro Silva Bascuñán, Enrique Evans de la Cuadra y Jorge
Ovalle Quiroz. Sus integrantes venían de diferentes vertientes políticas:
Partido Nacional, Democracia Cristiana y Democracia Radical. También le cupo
una participación inicial al ex ministro de Justicia del ex Presidente Frei
Montalva, Pedro Jesús Rodríguez, el que fallecería luego prematuramente.
La
Comisión emitió un primer memorándum en el mismo mes de noviembre, adelantando
que se proponía postular un régimen democrático-liberal, con proscripción de
los sectores de izquierda marxista y reforzamiento del régimen presidencial; un
Congreso bicameral generado por sufragio universal; dotar al Presidente de la
República de la facultad de disolver la Cámara de Diputados y convocar a nueva
elección de la misma; y fortalecer las garantías a los derechos fundamentales
de la persona.
La integración
de la Comisión sufriría cambios tras el alejamiento de Evans, Silva Bascuñán y
Ovalle, el que acarreó la incorporación de los catedráticos Luz Bulnes y Raúl
Bertelsen, del ex senador DC Juan de Dios Carmona y de la abogada Alicia Romo
Román (104).
Balance económico anual
Las cifras al
final del año no podían resultar alentadoras: Chile estaba sufriendo las
consecuencias de una triple catástrofe económica: el desastre provocado por las
políticas de la Unidad Popular, una caída del precio del cobre y el alza del
petróleo derivada del acuerdo de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP), que provocó un remezón mundial.
El cobre era
la principal exportación del país y el petróleo su principal importación. El
Producto Interno Bruto cayó en -5,6 % en el ejercicio; el Índice de Precios al
Consumidor había subido en 508,1%, que no era una cifra real, pues la política
de la Unidad Popular había consistido en considerar que los productos que habían
dejado de venderse en el mercado formal por escasez, permanecían por muchos
meses con el mismo precio en la muestra del IPC, pero en la práctica sólo se
podían comprar en el mercado negro a un precio diez o más veces mayor. La
realidad vino a manifestarse a mediados de 1974, cuando los precios al
consumidor subieron, a mediados de año y en doce meses, más de mil por ciento.
La
Tasa de Inversión (Formación Bruta de Capital Fijo) fue de 14,7 % en el
ejercicio.
El
déficit del presupuesto fiscal fue el equivalente al 24,7 % del PIB. El déficit
de las empresas estatales, confiscadas y usurpadas era todavía mayor.
En
fin, el saldo negativo de la Balanza Comercial (exportaciones menos
importaciones de bienes) fue de -138,3 millones de dólares; el déficit de la
Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos (que incluye la Balanza Comercial más
servicios, intereses y entradas y salidas de créditos) fue de ---294,6 millones
de dólares. La Cuenta de Capitales de la Balanza de Pagos tuvo un superávit de
354 millones de dólares.
El
saldo de la Balanza de Pagos fue negativo en -21 millones de dólares.
Las
Reservas Internacionales Brutas del Banco Central, en dólares de ese año, eran
de 167 millones 400 mil dólares al final del ejercicio, habiendo aumentado
desde los 75 millones 800 mil dólares a que habían ascendido en 1972 (105).
Ya el país
había caído en mora en el pago de su Deuda Externa de 3.261 millones de
dólares. Pero la tasa de desempleo en el Gran Santiago era de sólo 4,6 % (106).
REFERENCIAS DEL FIN DEL CAPÍTULO I:
(79) Vial, Gonzalo, op. cit., t. II, p. 712.
REFERENCIAS DEL FIN DEL CAPÍTULO I:
(79) Vial, Gonzalo, op. cit., t. II, p. 712.
(80) Arancibia, Patricia, op. cit., p. 140.
(81) Fontaine Aldunate, Arturo: “Los
Economistas y el Presidente Pinochet”, Zig-Zag, Santiago, 1988, p. 42).
(82) Fontaine Aldunate, Arturo,
op. cit., p. 40.
(83) Fontaine Aldunate, Arturo, op.cit., p. 66 -68.
(84) Fontaine Aldunate, Arturo, op. cit., p. 46.
(85) Simonsen, Mario Henrique y Campos, Roberto de Oliveira:
“A Nova Economía Brasilera”, Livraria José Olympo Editora, Río de Janeiro,
1974, p. 1.
(86) López Bain, Jorge: “Testigo Presencial”, Maye,
Santiago, 2012, p. 123.
(87) Arancibia, Patricia, op. cit., p. 178 y 179).
(88) Osorio, Víctor y Cabezas,
Iván: op. cit. p. 45.
(89) Fontaine Aldunate, Arturo,
op. cit., p. 55 y 56.
(90) Vial Correa, Gonzalo, op. cit., t. II, p. 72.
(91) Rojas Sánchez, op. cit., t.
I, p. 35.
(92) Fontaine Aldunate, Arturo:
op. cit., p. 70.
(93) Informe Rettig, Ediciones
Ornitorrinco, Santiago, 1991, tomo I, p. 121.
(94)Verdugo, Patricia: “Los
Zarpazos del Puma”, Ediciones Chile-América CESOC, Santiago, 1989.
(95) Verdugo, Patricia, op. cit.,
p. 150.
(96) Huneeus, Carlos: “El Régimen de Pinochet”, Taurus,
Santiago, 2016, p. 124.
(97) Rojas, Gonzalo, op. cit, t. I p. 125.
(98) Rojas, Gonzalo, op. cit., t. I, p. 125.
(99) Rojas, Gonzalo, op. cit. t. I, p. 113.
(100) Canessa, Julio y Balart, Francisco, op. cit., p. 222.
(101) Rojas, Gonzalo, op. cit.,
t. I, p. 114.
(102) González Camus, Ignacio:
“Renán Fuentealba en la Génesis de la Concertación”, Catalonia, Santiago, 2007,
p. 196-197.
(103) Aylwin, Patricio: “El
Reencuentro de los Demócratas”, Grupo Zeta, Santiago, 1998, p. 54.
(104) Cuevas, Gustavo: op. cit.
p. 65.
(105) Díaz, José, Lüders, Rolf y
Wagner, Gert: “La República en Cifras”, Ediciones UC, 2016, p. 514.
(106) Banco Central de Chile: “Indicadores
Económicos y Sociales 1960-1985”, Dirección
de Estudios, Santiago, 1986; “Indicadores Económicos y Sociales de Chile
1960-2000”, Santiago, 2001.
(FIN DEL CAPÍTULO I. CONTINÚA MAÑANA CON EL CAPÍTULO II)
Excelente! Gracias por la leccion de historia!
ResponderEliminarDificil creer la version de inocencia de lo que sucedio con la llamada caravana de la muerte y que a los malos aquellos que fusilaban a espaldas de Pinochet y Arellano no fuesen castigados.Entonces menuda mafia existia en las FFAA.
ResponderEliminarNo hace falta un documento firmado para abrir la veda con respecto a la muerte.Es lo que tiene la verticalidad del mando.
Se ordena de una instancia superior y se cumple hacia abajo y no creo que haga falta un documento firmado.
Forma de lavar la imagen.
Escuela militar oficial X comenta durante los primeros dias del 11 de Septiembre todo aquel que se les cogia sin documentacion y con mala pinta se fusilaba.
Se entero el general Pinochet de la patada que le dio el coronel Floody a un detenido argentino en la Direccion de la Escuela Militar o de los 45 minutos de paliza a un agente checoslovaco a manos de un teniente y de un soldado venidos de otras unidades etc etc.
Aqui se podria aplicar aquello de el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento y hablamos de oficiales y verticalidad del mando y no de unas FFAA Bananeras.
Viejo lo que importa es que lo que haya que juzgarse se haga conforme a derecho y se deje de mentir. Ambas cosas no están sucediendo.
EliminarHugo, eres muy requete weon. Con razon estas solo...
ResponderEliminarQue infantil Cristian!
ResponderEliminarInfantil es pasar opinando dia y noche en un espacio de ideas que no compartes, inventando supuestos argumentos que no.convencen a nadie
ResponderEliminarUn razonamiento propio de un ignorante!
ResponderEliminarDon Hermógenes, muchas gracias por compartir esta tremenda lección de historia y verdad
ResponderEliminar¡NUNCA HUBO VALIENTE TAN LEAL A CHILE COMO MANUEL CONTRERAS,…
ResponderEliminarLEAL PORQUE HIZO LO QUE JURO HACER COMO FIEL SOLDADO AL SERVICIO DE SU PAÍS!.
SI, LE TOCO ESTABLECER UN SERVICIO DE INTELIGENCIA, ¡UNA CÍA EN CHILE!,.. PERO,…QUE HA RECIBIDO HASTA EL ARTERO ATAQUE INCLUSO DE AQUELLOS COMPAÑEROS DE ARMAS, DE AQUELLOS QUE SE ACOBARDARON Y DEJARON TRAS LAS LINEAS ENEMIGAS A SUS COMPAÑEROS, SOLO LES CABE EL APELATIVO DE “COBARDES”.
En documento oficial del Colegio de Abogados de octubre de 1973, y publicado en la Revista de Derecho y Jurisprudencia, correspondiente al mismo mes y año, señaló:
"Han concurrido, pues, a juicio del Colegio de Abogados, en el caso de Chile, todas las condiciones doctrinarias para estimar como legítima la rebelión armada que depuso al Gobierno anterior". Y es obvio que, como dice un autor, "si es legítimo deponer a una autoridad ilegítima, quien la reemplace a través del ejercicio legítimo del derecho de rebelión, necesariamente tendrá que tener un título de origen legítimo (que es posterior a la rebelión). Sería absurdo que existiera un derecho legítimo de rebelión y no se pudiera reemplazar la autoridad ilegítima, ya que no se puede dejar vacante el ejercicio del poder".
"Por todos los antecedentes y consideraciones que se acaban de exponer, el Colegio de Abogados de Chile ha prestado su patriótica adhesión al nuevo Gobierno y le ha ofrecido toda la colaboración técnica que le pueda ser requerida".
“TODO AQUÉL QUE SE OPUSO AL GOBIERNO MILITAR, DESPUES DE SU ASUNCIÓN LEGÍTIMA…SE AUTO MARGINÓ Y ESTABA EN CONDICIÓN DE DELINCUENTE”,…Y PUNTO.
EL GENERAL CONTRERAS, HIZO LO QUE LE TOCÓ HACER, CUMPLIR CON SU DEBER DE SOLDADO, COMO OFICIAL FIEL A SU JURAMENTO Y A SU ESPECIALIDAD EN INTELIGENCIA, ADQUIRIDA MUCHO ANTES DEL PRONUNCIAMENTO MILITAR LEGÍTIMO.
UN GRAN OFICIAL DEL EJERCITO DE CHILE.
https://youtu.be/Rwyp_y4eEzA
ResponderEliminarPublicado el 16 ago. 2013
En el siguiente video programa hablamos sobre como la principal reserva de oro del mundo ha sido robada literalmente y quedan unas migajas de oro de las casi 8000 Toneladas que debería albergar sus bodegas, de como Alemania ha solicitado la entrega del 45% de la reserva de Oro Alemán que está en Nueva York y la reserva federal ha rechazado tal solicitud.
Asimismo, hablamos de como todo el oro ha sido vendido a China, India y Rusia, fundido y destruido su origen, asimismo contamos la historia de cómo la Reserva Federal ha sustraído gran parte del oro de muchos países de Asia y de Sudamérica.
Entre ellos ¡Chile!, cuyas fundiciones de Enami, Chuquicamata y otras entregan el oro extraído de las fundiciones, al banco Central. ¿Dónde esta todo el oro depositado supuestamente en sus bobedas?.
Os animamos a visionar el siguiente documento que a buen seguro cambiara vuestra percepción sobre aquellos que mundialmente nos gobiernan económicamente que no son más que ladrones. Especialmente en Chile en los últimos 28 años.