Desde el
primer momento he dicho que éste es el gobierno de Sebastián Piñera y sólo para
Sebastián Piñera. A él, como al resto de los seres humanos, lo que más le
importa en la vida es su persona, pero, a diferencia del resto de los seres
humanos, que a veces piensan en los demás (mucho: altruistas; poco: egoístas),
él sólo piensa en sí mismo. Y por eso lo primero que hizo cuando asumió la Presidencia
fue pensar en lo bien que lo iba a pasar en el lugar en que los presidentes lo
pasan mejor, que es en el Palacio de Cerro Castillo, lujo completamente innecesario
para el bienestar general y absolutamente indispensable para el goce personal
del (la) Primer(a) Mandatario(a).
Y entonces planificó
su gobierno a dos o tres meses, avizorando el hito más importante a partir de
junio: el Mundial de Rusia. Y se vio rodeado de la gente que a él más le agrada,
que es la que lo encuentra buenmozo, alto, inteligente y simpático y se ríe de
todos sus chistes, por repetidos que sean, toda ella mirándolo principalmente a
él y secundariamente a los principales partidos del Mundial. Y vio en la escena
algo que desentonaba: un televisor común y corriente, insuficiente para
permitir que todos los que él quiere que estén vieran bien y a gusto y no
estuvieran apretujados. Y entonces se dijo inmediatamente: “Tiene que ser de 84
pulgadas”. Y ordenó la compra, con dinero fiscal, naturalmente, y para el recinto
dispensador de los mayores agrados presidenciales: el Palacio de Cerro
Castillo. No le correspondía pagarlo a él, tratándose de un recinto fiscal. Obvio.
Por ser la primera
prioridad del gobernante, la orden de compra publicada y televisada tiene fecha
12 de marzo, es decir, es representativa de la primerísima acción del presidente
asumido el día 11 en su primer día de trabajo y nos costó a los contribuyentes
ocho palos. Más de tres veces que el “sillón de tres palos” (que al parecer son
sólo poco más de dos) encargado por el Ministerio del Interior y que se ha
hecho popular en las redes como símbolo de austeridad fiscal en un período en
que se ha llamado al sector público a apretarse el cinturón para hacer cuadrar
las cifras.
¿Importante?
No, no es importante. Pero sí demostrativo de algo que siempre he afirmado: el
propósito primordial de Sebastián Piñera como presidente es maximizar el
bienestar de Sebastián Piñera y evitarle toda contrariedad, aunque para esto último
deba hacer canalladas como la de destituir al director del Museo Histórico
Nacional por una actuación ajustada a sus deberes y a la verdad histórica, pero
que estaba suscitando la crítica de Lorena Pizarro y del Frente Amplio. Decisión
que quedará incorporada a los anales de las bajezas presidenciales nacionales y
que nos ha hecho recordar “1984” de Orwell, donde no se podía decir nada bueno
de Emmanuel Goldstein y el gobernante convocaba a periódicos “minutos de odio”
general contra él..
Por
supuesto, no es el “Chile que queremos”. Sólo el “Chile que tenemos”.
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