En su primera campaña un asesor de Bill Clinton trataba de convencer al candidato y a su entorno de que el tema que les iba a permitir el triunfo era la situación económica, y por eso repetía a diestra y siniestra, “¡it’s the economy, stupid!”, sin que le hicieran mucho caso al principio, hasta que al final se lo hicieron y Clinton triunfó.
Hoy en Chile la izquierda violenta ha
impuesto por el miedo la idea de una nueva constitución, tema que hace dos años
no preocupaba a nadie, salvo a esa misma extrema izquierda, que siempre ha
necesitado, entonces necesitaba y hoy necesita suprimir la libertad para
aplicar su plan político. Su único obstáculo era y sigue siendo la Constitución
de la Libertad vigente desde 1980. Bajo ella, por primera vez en su historia, el
país se puso a la cabeza de América Latina, vivió los mejores treinta años
desde su Independencia y dio a todos sus habitantes un nivel de libertad,
igualdad y bienestar que jamás habían conocido.
Ese modelo hizo, en efecto, milagros y hoy tenemos una
pujante empresa privada de un millón de pymes que dan empleo al 70 % de los
chilenos, aparte del que dan las grandes empresas nacionales que se han
internacionalizado y son importantes en Argentina, Brasil, Perú y Colombia. Y contra
lo que proclaman la izquierda y sus antenas repetidoras, la Constitución de la Libertad
nos ha hecho cada vez más iguales: el profesor Sapelli de la UC ha probado que
las nuevas generaciones tienen un ingreso más igualitario que las anteriores y
si el índice Gini general ha bajado de 0,55 en 1990 a 0,45 en 2019, en el decil
más joven está del orden de 0,30, revelando mucho mayor igualdad, como lo ha
recordado en una excelente charla en la Universidad del Desarrollo el profesor
Rolf Lüders, cuya grabación ha circulado en las redes sociales.
Novedad ninguna, pues el modelo económico legado por
Pinochet era de suyo igualitario y por eso hasta los comunistas, que en los ’80
mantenían una poderosa guerrilla para combatir por las armas al régimen
militar, fundaban al mismo tiempo una universidad (Arcis) y un colegio de
enseñanza básica y media (Colegio Latinoamericano de Integración). Porque la
libertad económica está en la base de todas y en particular posibilita la
libertad política.
Bajo esa Constitución todo chileno que cumpliera el
requisito básico de ser honesto y trabajador tenía y tiene su sustento
asegurado. Nunca vi a alguien con esas condiciones quedarse largo tiempo sin
trabajo. Y en los años ‘70 y ‘80 vi el tránsito de personas meritorias desde la
pobreza extrema al más alto nivel socioeconómico. Un modesto inquilino de los
años ‘60 pasó a ser un rico agricultor en los ‘80, que me convidaba a tomar el
té en la terraza de las casas del fundo que había comprado a una familia tradicional
y ahora era suyo. Junto con mucha gente como él Chile se levantó desde el
último lugar de América Latina en crecimiento en 1973 al primero en 1989. La
libertad opera milagros.
El gran problema de Chile es el Estado hipertrofiado,
convertido en hijuela pagadora de políticos y su clientela. Si él no se quedara
con gran parte del gasto social no habría pobreza alguna.
¿Qué culpa tiene hoy la Constitución de la Libertad de que
un mix de mal gobierno, clase dirigente sin personalidad y parlamentarios
pusilánimes se haya hecho permeable a las consignas de la izquierda? ¿Qué culpa
tiene de que los dirigentes partidistas estén entregados al populismo barato y hayan
elegido a un “encuestócrata” sin talla de estadista para presidir el país? ¿Qué
culpa tiene de que todos hayan comprado vulgares consignas sin sustento, al
extremo de llevar hasta al presidente de la propia Sofofa a votar “Apruebo” y junto
con él a la mayoría del gabinete y a no pocos parlamentarios de derecha,
echando por la borda así el exitoso modelo chileno, que se cita como ejemplo en
el resto del mundo?
Pero no es sólo un modelo económico lo que está en juego: es
la libertad de cada chileno. Ella se funda en la propiedad y lo primero que han
dicho los triunfadores de la reciente elección circense es que van a comenzar
por robar la propiedad: primero el agua a sus dueños legales, porque está de
moda, y después todo lo demás.
No puede ser que una votación 78% vs. 22% nos pueda privar
de nuestra libertad, cuando sabemos por experiencia que en dos años esa
diferencia electoral se puede revertir, tal como lo hizo el 51 % a favor de Allende de mediados de 1971, que
dos años después se convirtió en 63 % de los representantes del pueblo en contra
suyo y pidiendo a los militares poner término a su gobierno.
Una veleidad colectiva transitoria como la de hoy no puede
ser causa de que los chilenos perdamos nuestra libertad. Ésta es un atributo
personal inalienable, que nos garantiza la Constitución actual. Simplemente no
puede ser. No debe ser.
Cada compatriota debe advertir a su vecino: “¡es tu
libertad, estúpido!, lo que está en juego hoy”. Y debe exigir que se forme ya una
mayoría para defender, en las últimas instancias que nos van quedando, nuestra
Constitución de la Libertad.