Leyendo
las declaraciones de los dirigentes de la UDI y las versiones periodísticas de
lo tratado en su último consejo directivo ampliado, como asimismo el extenso
“manifiesto político” de catorce páginas de Andrés Allamand, publicado en “El
Mercurio”, seguido, a mayor abundamiento, de una entrevista al mismo senador
electo, todo ello explicando la derrota en las pasadas elecciones (derrota
graficada en un cuadro estadístico según el cual ese sector casi volvió al
caudal más bajo de votos que ha registrado desde 1990 en una primera vuelta
presidencial, 24,4 % en 1993 y 25% en 2013), es posible encontrar toda suerte
de razones atendibles para explicar el desastre, con una sola excepción, la de
la principal, pues nadie menciona siquiera a “la madre del cordero”.
En
efecto, en esos ríos de tinta y mares de oratoria no hay una sola mención a la
causa fundamental de lo que le ha sucedido a la derecha, que es su
identificación con el Gobierno Militar y la figura de Augusto Pinochet y la
calculada campaña de desprestigio y “asesinato moral” de su principal
exponente. Pues bajo el mandato de éste las huestes de la derecha desplegaron sus
capacidades y esfuerzos para gobernar, ya fuere desde cargos en el Ejecutivo, en
las Comisiones Legislativas, Intendencias, Gobernaciones y Alcaldías, y así
reconstruir el país devastado por el socialismo marxista.
Fueron titulares de esa tarea
prácticamente todos los dirigentes y parlamentarios de RN y la UDI que a la
época tenían edad de trabajar. Y hay que añadir que, a ese efecto, realizaron
una labor brillante y habrían sido merecedores, ellos también, y no sólo los
altos oficiales uniformados, de haber recibido al cabo del mandato gubernativo
la medalla al mérito “Misión Cumplida”, resumen y testimonio de la
transformación del Chile al que le quedaba “harina y leche para pocos días más”
(Salvador Allende, 1973) en “la joya más preciada de la corona latinoamericana”
(Bill Clinton, 1997).
Ya ni
siquiera la derecha reconoce que el Gobierno Militar fue, merced a su
injerencia en él, un gobierno de derecha (rasgo que, por lo demás, lo salvó del
fracaso de sus similares de otras latitudes). Pues en los documentos y
discursos de la actual catarsis derechista se afirma que antes del gobierno de
Piñera (como si éste hubiera sido de derecha, lo cual ciertamente no ha sido), es
preciso remontarse al de Jorge Alessandri como el inmediatamente anterior de
tal condición, saltándose olímpicamente los 17 años en que estuvieron en el
poder con la misma frescura excluyente con que lo hace la exhibición de los
Presidentes de Chile ostentada en un panel del izquierdista y venido a menos
café “Torres” de la capital.
Pues,
en efecto, vivimos en un país de derecha que es un lujo latinoamericano, legado
por el Gobierno Militar tutelado por la derecha del país, y a mucha honra para
ella. Justamente por ser un lujo de país los DC y socialistas llegados al poder
a lo largo de veinte años no se atrevieron a desmantelarlo y se limitaron sólo
a “rayarle la pintura”, llegando hasta a vanagloriarse de algunos de sus logros
fundamentales, como la salud privada (Frei Ruiz-Tagle ante el Congreso
norteamericano) o la Constitución de 1980, que les gustó tanto que se la
apropiaron, como lo hizo Ricardo Lagos con bastante frescura, al poner su firma
al pie de ella en lugar de la de su legítimo inspirador, Augusto Pinochet. No
resisto volver a reproducir el discurso de Lagos cuando consumó esa confiscación
impaga, en 2005 (aunque a Lagos no le gusta que se le recuerde, como la mayoría
de las cosas que ha escrito, dicho y hecho). Así discurseó entonces:
"Felicitémonos por este paso
trascendente, hoy es un gran día para
Chile. El Congreso Pleno ha ratificado un conjunto de cambios a la
Constitución, que Chile venía reclamando desde hace muchos años.
“La sociedad chilena, que nunca
ha perdido su espíritu democrático, venía construyendo desde hace años una
práctica democrática que no se reflejaba en la Constitución.
“Hoy, el nuevo texto
constitucional se pone a la altura del espíritu democrático de todos los
chilenos.
“Todos sabemos que la
Constitución nacida como expresión de un régimen autoritario no expresaba a la
mayoría de los chilenos y mucho menos era expresión de unidad nacional".
"Hoy tenemos, entonces, en
Chile un día de alegría, de unidad, de reencuentro con nuestra historia. Como
Presidente de todos los chilenos agradezco a todos los ciudadanos que lucharon
por contar con una Constitución a la altura de nuestro espíritu libertario,
agradezco a todos los partidos que pusieron su empeño en esta tarea, agradezco
al Congreso Nacional, a todos sus miembros que han hecho posible que desde
ahora Chile pueda mostrar al mundo un texto constitucional que lo hace
participar plenamente de las naciones democráticas".
Hoy él, como tantos (casi todos)
ha quemado lo que ayer adoró y se juega por la vacua e impredecible AC.
Pero volvamos a lo nuestro: la
derecha debería estar orgullosa de los pilares básicos de su legado: el ideario
valórico y socioeconómico que inspiró al Gobierno Militar, vaciados en la Carta
y otros derivados de las garantías de su texto: primero, la familia como pilar
fundamental de la sociedad, obviamente fundada en la institución que la
Humanidad eligió desde sus albores como la más apropiada para construir una vida en comunidad
fructífera y progresista, el matrimonio de un hombre con una mujer, garante de
la integridad de los hijos y la prosperidad de las sucesivas generaciones.
¿Por qué los revolucionarios hoy
dispuestos a arrasar con todos los valores permanentes de nuestra sociedad han
puesto el grito en el cielo ante la verdad expuesta por Miguel Otero en un
encuentro estudiantil, en el sentido de que el hogar fundado en el matrimonio
es el que engendra los mejores hijos? Porque Otero ha puesto el dedo en la llaga,
ha dado en el blanco de la principal arma marxista contra la integridad y
solidez de la sociedad: el arma que busca destruir la familia normal como su
núcleo fundamental.
Segundo: la derecha debería estar
orgullosa de haber rescatado de las garras totalitarias el derecho de
propiedad, base de todo progreso real contemporáneo.
Y también debería estar orgullosa
de haber sido parte de un régimen que derrotó a la delincuencia y al
terrorismo. ¿Alguien se imagina que el caos en la Araucanía, la ilegal anarquía portuaria
actual, la proliferación impune de los incendios intencionales, las “tomas”
generalizadas, los saqueos de los “encapuchados”, el reinado sin contrapeso de
la delincuencia y la impunidad del terrorismo podrían haber existido bajo el
Gobierno Militar? ¿Alguien concibe que bajo ese régimen un matrimonio pudiera
ser asaltado y quemado dentro de su hogar con casi total impunidad? ¿Alguien creería
que entonces pudieran haber salido libres los que colocaron un centenar de
bombas terroristas o el asesino comprobado de un carabinero en la Araucanía?
Ése era otro país, pacífico y
progresista, donde los únicos que tenían razón para temer eran los delincuentes
y los terroristas, que es como debe ser. Era un país donde se creaban fuentes
de energía eléctrica suficientes para abastecer el crecimiento, no como hoy,
bajo un gobierno que de hecho es de centroizquierda, además de personalista y
débil, el cual, para no caer en las encuestas, suspende centrales generadoras y
ni siquiera va a poder decir en dos meses más, cuando se vaya, “el último
apaga la luz”, porque casi no va a quedar luz.
La derecha debería estar haciendo
en estos días un recuento orgulloso de los cinco pilares que posibilitaron el
crecimiento de dos dígitos anuales a fines del Gobierno Militar, obra de sus
ideas y sus funcionarios, pilares que cinco gobiernos de signo opuesto no han
podido derribar:
I.
La previsión privada, que puso a disposición del
crecimiento los fondos de jubilación que antes derrochaban los políticos en
lujos propios e indebidos;
II.
La salud privada, que liberó enormes recursos
del Estado, permitiendo que creciera la inversión en clínicas y mejorara la
atención para millones de chilenos;
III.
Las universidades privadas, que crearon un polo
de atracción para enormes inversiones educacionales nacionales y extranjeras,
las cuales dieron cabida a un millón de estudiantes que antes no tenían acceso
a la universidad, si bien la absurda persecución al lucro desatada bajo este “V
Gobierno de la Concertación” ha implicado una enorme destrucción de valor y
paralización de inversiones en ese campo, hoy en lamentable declinación;
IV.
El FUT o incentivo tributario al ahorro privado,
que permitió un salto gigantesco en la inversión, el empleo y el crecimiento,
progresos que la Concertación en sus cinco gobiernos no quiso o no pudo anular,
pero que se apresta a derogar en el próximo, con el entusiasta apoyo de los
destructores de progreso por antonomasia, los comunistas;
V.
Y “last but not least”, porque económicamente
puede haber sido lo más importante, el respeto a la propiedad privada de las
concesiones mineras, que ha permitido un auge sin precedentes en esa actividad
y que ha sido la base de los aumentos de crecimiento y empleo bajo el actual
gobierno, el cual, como dijera el profesor Ernesto Fontaine, realmente no ha
hecho nada por el crecimiento y el empleo, sino al contrario (alza de
impuestos), pero se ha beneficiado sobremanera del auge de los commodities,
gracias a la institucionalidad que dio seguridad a los inversionistas bajo Pinochet.
Pero la derecha ha olvidado todo
eso. Bajo la marea de la mentira institucionalizada de los cinco gobiernos de
centroizquierda ha permitido que se le lave el cerebro al país y que se lo
laven a ella, llegándose al extremo de que muchos derechistas piden perdón y
“se arrepienten”, tal como el cardenal Midszenty de Hungría, tras el lavado de
cerebro que le prodigaron los soviéticos, les pedía perdón públicamente por haber
cometido los falsos delitos que sus captores rojos le imputaban.
El peor pecado de esta derecha ha
sido haber permitido, cuando no actuando lisa y llanamente en calidad de portavoz
y cómplice, la falsificación histórica más escandalosa que ha presenciado el
país, con motivo de los 40 años de la Segunda Independencia Nacional. Fue un
suicidio político, una autodestrucción encabezada por Sebastián Piñera, que
puso en marcha la ejecución de la estrategia de Goebbels: “una mentira mil
veces repetida, pasa a ser verdad”. La reiteración hasta el cansancio de la
mentira histórica ha sido la causa básica de la demolición electoral de la
derecha, y fue realizada con su propio concurso y encabezada por el propio individuo
que ella eligió para conducir los destinos del país.
Los representantes de la derecha,
desorientados por la propaganda, ideológicamente debilitados, absurdamente “arrepentidos”,
lo único que hacen en estos días es prometer que se alejarán de sus propios
valores, doctrina, logros e historia. Se atropellan para irse “hacia el
centro”, donde creen que está la salvación (y los votos que se les fueron). Se
superan unos a otros con tal de parecerse más a sus adversarios, creyendo que
ahí está la elusiva “popularidad”.
La derecha les está dando al
país, al mundo y a los que conocemos la verdad histórica objetiva un
espectáculo lamentable, como si en los recintos en que debate su desesperada
condición de sector huidizo, carente de memoria y personalidad propias, no estuviera apareciendo a la vista de todo
el mundo, omnipresente y a cada paso, un fantasma, el de una figura a la cual
la única que no ve es ella, y de la cual nunca, por más que lo procure e
intente, se va a poder desligar. El fantasma de quien ella inspiró, apoyó y
ayudó a fundar el exitoso Chile actual; Chile actual que, también con la complicidad de
ella, de sus indefiniciones, desmayos y cobardías, está destinado a ser lanzado
por la borda a partir de menos de dos meses más, en cumplimiento del sino
histórico nacional de darnos cada cuarenta años un balazo en el pie.