Cuando a un
niño de mala conducta nadie lo reprende ni lo castiga, se convierte en lo que llaman “un niño malcriado” y su destino cuando sea mayor es de mal pronóstico.
Si, a su turno, un hombre
público incurre en conductas indebidas y no sufre ninguna consecuencia sino, al
contrario, es premiado por la sociedad, se
convierte en un “político malcriado”.
Sebastián
Piñera lo es y por eso designó, con toda naturalidad, a su hermano Pablo como
embajador en Argentina sin explicarse todavía la crítica que ello generó.
Los méritos personales
de Pablo Piñera están fuera de discusión y han sido destacados, salvo uno, que
aprovecho para poner de relieve: fue un eficiente funcionario del Gobierno
Militar designado como interventor del Banco Continental, en la crisis
financiera de los años 80.
Pero el tema
no es ése, sino el de que los gobernantes deben abstenerse de designar en
cargos de gobierno a sus familiares más próximos, de acuerdo con lo que dictan
el sentido común, que rechaza el nepotismo, y las leyes que rigen la administración
del Estado.
Pero Sebastián
Piñera se ha acostumbrado a que las normas que deben observar los demás no se
le apliquen a él. Desde la conjura que montó en 1991 contra su candidata
competidora Evelyn Matthei, en que ella terminó castigada por la opinión
pública y él resultó “víctima”, hasta el aterrizaje forzoso, en vuelo no
autorizado de helicóptero, en 2011, tras el que declaró a la televisión “me
vine piloteando por la costa”, pero la autoridad aeronáutica sólo sancionó a su
acompañante, Andrés Navarro.
Tras ser
sorprendido comprando acciones con información privilegiada, lo que a otros les
vale una querella y el destierro de la vida pública, él fue premiado con la Presidencia
en 2010. La Superintendencia se conformó con cobrarle una multa. Y el Consejo
para la Transparencia entró en crisis debido a que un funcionario suyo transmitió
la infracción a Transparencia Internacional.
Esa costumbre
de la impunidad se prolongó al episodio de las boletas y facturas para
financiar irregularmente las elecciones, donde fue el más favorecido con aportes
de SQM y otras empresas, parte de los cuales Piñera ni siquiera destinó a la
campaña para la cual fueron donados, sino a pagar a sus ejecutivos de Chilevisión.
La prensa crucifica a otros políticos que hicieron lo mismo, como ME-O, Pizarro
o Rossi, y a él ni siquiera lo menciona. Quien aparece judicialmente formalizado
por los aportes a Piñera es el encargado electoral de su campaña y gerente de
una de sus sociedades que emitía las facturas. Y ahora todo se aproxima a un “perdonazo”
general que sólo estimulará el “derecho” a la impunidad de este político
malcriado.
Ante los
militares (r) se comprometió en 2009 a velar por el estado de derecho y la prescripción
en los juicios ilegales contra ellos, pero una vez elegido se convirtió en su
más sañudo perseguidor y en coautor y cómplice de la prevaricación de los jueces
de izquierda. Para satisfacer a ésta y remontar en las encuestas trasladó a los
principales oficiales ilegalmente presos a un penal peor, provocando el suicidio
del general (r) Odlanier, el más enfermo e inocente de todos. Pero los militares
(r) también lo malcriaron y volvieron a votar por él en 2017.
Con un llamado telefónico detuvo
en 2010 la construcción de una central eléctrica que había pasado todas las
aprobaciones técnicas y ambientales. Es que había una grabación en que él se
comprometía ante un grupo de electores a impedir su construcción. Su imagen
prevaleció sobre el interés general.
Antes había periodistas que lo
criticaban, pero su misterioso poder de persuasión los ha convertido en
panegiristas suyos o, en el mejor de los casos, en expertos en mirar para otro
lado ante sus andanzas.
Entonces, tal como el niño
malcriado, se cree con derecho a saltarse los límites que imponen las leyes. Y por
eso nombró embajador a su hermano sin todavía poder entender que alguien lo haya
criticado por ello.