Chile va a
celebrar el Año Nuevo como si fuera una sociedad sana. Una que se siente
aliviada de no estar en riesgo de convertirse en otra Venezuela… por el
momento.
Pero sólo parece sana, porque tiene
un tumor. Hace como que no lo tiene o no lo sabe, pese a que unas
pocas voces se lo hemos advertido por años y lo seguimos haciendo. Pero, ante el
alivio transitorio de no ir camino a ser otra Venezuela, prefiere ignorarlo.
Sin embargo, el mal está ahí.
Síntomas más
recientes: la Corte Suprema designa como su Presidente a un ministro, Haroldo
Brito, caracterizado como activista de las condenas a militares, pasando por
sobre la legalidad vigente.
Y en estos
mismos días –enésimo caso de prevaricación abierta-- la Corte Suprema condena a
muchos años de presidio a un respetable coronel en retiro, Sergio Gutiérrez
Rodríguez, por un triple homicidio, ocurrido el 13 de septiembre de 1973, que
él no cometió. En tres mil fojas del proceso CS 95095-2016 eso está acreditado.
Una prueba en su contra fue un testimonio de un militar, separado de las filas
en 1975 por haber pertenecido al MIR, quien posteriormente y por escritura
pública se desdijo de su acusación al coronel y manifestó haberla formulado por
odio al Ejército que lo marginó. Otro testimonio, de un sujeto ya fallecido,
fue invalidado por peritos por carecer éste de las condiciones psiquiátricas
mínimas para ser creído. Todos los demás oficiales involucrados en el caso han
fallecido, pero la jueza de fuero, Cristina Araya, dictaminó que el coronel Gutiérrez
había incurrido en “responsabilidad del mando”… no habiendo tenido mando.
Pues ha
probado que no ejercía el mando de la unidad hechora de las ejecuciones por
haberlo transferido a otros oficiales, todos los cuales, reitero, han
fallecido. ¿Cómo pudo tener tal “responsabilidad del mando” si no mandaba?
Entonces él
recurre al Tribunal Constitucional ante los atropellos al debido proceso que ha
sufrido a manos de la justicia. Ese Tribunal ordena suspender la causa en su
contra. Sin embargo, pasando por sobre esa decisión, el ministro de la Corte
Suprema, Milton Juica, otro activista como Brito, se apresura a confirmar la
condena final ese mismo día, sin leer –imposible en media hora que demoró en
resolver-- más de 500 documentos acompañados, probatorios de la inocencia de
Gutiérrez. Juica desobedece así la orden de suspensión del TC. Nunca había sucedido eso.
Eso se llama persecución
ilegal. Venganza. Es sólo odio.
Se trata de la
condena a un soldado chileno inocente, que sirvió a su Patria velando por la
frontera norte amenazada en 1974-75 y luego en la frontera sur, acampando por
meses con 20 grados bajo cero, en 1978, dispuesto a entregar su vida. Ahora la
venganza izquierdista quiere quitarle lo que resta de aquella, “en
agradecimiento”. Contra todas las leyes. Contra la verdad de los hechos. Contra
lo que ordena el Tribunal Constitucional. Y eso prevalece hoy en Chile, y
prevalece porque es una nación enferma: el tumor del odio y de la venganza es
maligno, pero nadie quiere removerlo. El resto de la gente mira para otro lado,
o se hace cómplice o coautor, como en el caso del recién electo Presidente. “¡Pero
es que éste era la única alternativa a convertirnos en otra Venezuela. No
importa que haya agrandado el tumor!”, nos dicen.
El brigadier
Krassnoff, de impecable hoja de vida militar, condecorado con la medalla “Al
Valor” por haber enfrentado al mayor jefe terrorista de su tiempo, Miguel
Enríquez, cabecilla del MIR, ha recibido condenas por 160 años, basadas, según
confesión del propio juez que le impuso la mayor parte de ellas, en “ficciones
jurídicas”. Prevaricación confesa. El brigadier lleva 18 años injustamente
privado de libertad. Chile le confiere la medalla al valor y lo condena a
presidio perpetuo. Y para el Año Nuevo se abraza.
También por
odio y por venganza, pronto van a cerrar Punta Peuco, para lanzar a un penal
común a los Presos Políticos que allí hay. Como son de excelente conducta,
porque no son delincuentes, y mantienen el recinto impecable, son privilegiados
y hay que arrojarlos al hacinamiento de los malhechores comunes. Por odio y por
venganza. Y estudian “degradar” a los Presos Políticos Militares, para
privarlos de beneficios previsionales. También por odio y por venganza les
niegan los derechos penitenciarios que son comunes a todos los presos, como
salidas dominicales o diarias. Asimismo, por odio y por venganza mantienen
preso al general (r) Orozco, un nonagenario que está fuera de sus cabales –y
por añadidura es inocente, pues su único “delito” fue asomarse hace cuarenta y
cuatro años a una calle a averiguar el motivo de unos disparos-- (“debió saberlo”, afirmó la jueza que lo
condenó a 18 años como coautor de ellos). Un informe sobre su salud mental, que
le permitiría cumplir condena domiciliaria, demora meses, para así aumentar el
tormento.
¡Y cuántas
veces he comentado las condenas a uniformados por un delito no tipificado en
las leyes, el de sólo “haber estado ahí”! Incluso el del comandante (r)
Cáceres, de la Armada, que probó ni siquiera “haber estado ahí”, pero le
desecharon las pruebas. Ahora, en el caso del coronel (r) Gutiérrez, tampoco
siquiera estuvo en el lugar de los hechos ni supo de ellos, pero es igualmente
condenado.
Ése es el
cáncer. Y nuestra sociedad lo sabe y pretende hacer como que no lo tiene. ¿Qué
dice el Colegio de Abogados, cuya misión es velar por la ética y la legalidad
en la profesión? Nada. Un colega me refería que, cuando le había hecho ver a la
entonces presidenta del Colegio este silencio cómplice, ella le había
contestado: “Es que si planteo ese tema, se quiebra el Colegio de Abogados”. ¡Si
se reinvindica la ética, se quiebra el Colegio! Para no “quebrarse” tiene que
contemporizar con la prevaricación confesa de los jueces.
Cuando yo envié a la revista
del Colegio de Abogados un artículo denunciando la prevaricación en un fallo
redactado por un abogado integrante de la Corte Suprema que suele enviar
artículos a la misma revista reivindicando la majestad de la ética y de la ley,
la publicación, tras meses de vacilaciones, se negó a publicarlo. Entonces lo
reproduje en este blog el 27 de marzo de 2015, bajo el título de “Artículo Impublicable
en la Revista del Abogado” y veo que hasta la fecha ha tenido 1.964 lecturas,
diecisiete más que la última vez que consulté, hace un par de meses. Es que
expone el tumor maligno que corroe a nuestra justicia, a la profesión del foro
y a nuestra sociedad.
Porque los jueces
prevaricadores están confesos: en el informe 8182-10 de la Corte Suprema
reconocieron que “no hay leyes que permitan” condenar a uniformados, no
obstante lo cual lo hacen, contrariando el “principio de legalidad” establecido
en la Constitución. Un ministro de la Corte Suprema, Patricio Valdés –cuyo voto
es siempre minoría— declaró en “El Mercurio” hace poco que los fallos en
materia de derechos humanos “se apartan de las normas constitucionales”.
Se levantan
voces, pero, aunque valiosas, son minoritarias: el abogado Adolfo Paúl Latorre
publica su libro “Prevaricato”, desoyendo voces de derecha que –siempre
pusilánimes— le sugerían un título “más suave”. Se vende en la Feria del Libro.
El almirante (r) Miguel Ángel Vergara envía sucesivas y lúcidas cartas a los
diarios denunciando el mal, y se las publican. Lo mismo hace su camarada y
también ex Comandante en Jefe de la Armada, Jorge Arancibia. El brillante
columnista de “La Tercera”, Axel Buchheister, no tiene pelos en la pluma para
hacer sus fundadas denuncias. Lo mismo el profesor y economista Alvaro Pezoa,
en el mismo diario. Patriotas independientes, como Yerko Torrejón Koscina,
logran a veces que sus defensas de los Presos Políticos Militares (“políticos”,
porque lo están contra la ley y por razones políticas) vean la luz pública.
Pero la
“corriente dominante” no quiere que haya cirugía del tumor. Al contrario, el
comunismo ha logrado amedrantar a todo el mundo que osa denunciarlo. Y así lo
ha hecho desde que su brazo armado asesinó al senador Jaime Guzmán por oponerse
al indulto masivo de terroristas que practicó Aylwin. El comunismo agrede a
quienes defienden el estado de derecho y el debido proceso, luego éstos
desisten de hacerlo.
Hay amedrentamiento. Recuerdo
haber dedicado un blog a una columna de un distinguido jurisconsulto cercano al
Opus Dei, donde criticaba el activismo judicial, es decir, las excursiones de
los jueces fuera de la legalidad en sus fallos ¡pero sin mencionar las más
ostensibles e impúdicas de todas, las que tienen como víctimas a los uniformados
(r)! Fue como estar comentando las cumbres cordilleranas sin mencionar al
Aconcagua, y estando justamente parado frente a él, le decía. No se dignó
responder. Es que a “la voz que clama en el desierto” no hay necesidad de
responderle.
“Eppur si
muove”, como decía Galileo. El mal existe, el tumor está ahí. Que todo Chile se
abrace esta noche de Año Nuevo y se repita recíprocamente lugares comunes sobre
fraternidad, chilenidad, amistad y bondad, como si el sarcoma del odio, el
abuso, la arbitrariedad, la ilegalidad, la mentira y la inmoralidad vengativa contra
los presos políticos de Punta Peuco y ahora Colina II no estuvieran ahí. Pero
están. Ningún Año Nuevo puede ser feliz en un país mientras un grupo de
ancianos que, cuando jóvenes, enfrentaron a las balas extremistas para salvarlo,
sigan siendo encarcelados, perseguidos y maltratados como lo están siendo, contra
toda ley y todo derecho, ante la indiferencia general.