sábado, 29 de febrero de 2020

¿Cómo Podemos Caer Tan Bajo?

Me ha llegado varias veces la grabación de una cantante mexicana sexagenaria, que es muy del gusto de nuestro pueblo: Ana Gabriel. Ella se plantó frente al monstruo de la Quinta Vergara desplegando una bandera chilena y expresando su angustia porque la violencia esté encaminando a Chile, un país que ella admiraba tal como era hasta el 18-O, a un destino tan aciago como el de Venezuela y Nicaragua, dijo. Parecía una actitud suicida. Todos antes, en particular Kramer y Che Copete, se habían dado vuelta la chaqueta sin remilgos, para no irritar al monstruo, y se habían sumado al desfile hacia Venezuela y Nicaragua. Pero ante Ana Gabriel la multitud, mayoritariamente partidaria de transformar a Chile en un país como ésos, sólo rugió, pero no la silbó. Probablemente porque canta al gusto suyo, aunque piense distinto.

En general, noto un cierto pesimismo acerca de que Chile pueda salvarse. Leo hoy a Ricardo Escobar, ex Director de Impuestos Internos de Bachelet, en "La Tercera". Un hombre de izquierda moderado que, sin embargo, está por el Rechazo. Pero cree, dice, que va a ganar el Apruebo, o sea, el camino a Venezuela o Nicaragua.

¿Cómo puede una mayoría mandar al diablo a su país? Parece increíble, sobre todo si dos años antes justamente un sector de la izquierda se cambió a la derecha, en la elección presidencial, ante el temor de una "Chilezuela". ¿Qué explica el actual cambio suicida?

Primero, el miedo. La violencia impune infundió pánico al resto de la población. Luego, un gobierno, que no se atreve a usar la fuerza que la ley ha puesto a su disposición, por temor a ser acusado de "violar los derechos humanos" y no es capaz de mantener el orden público. Así se gana "el peor de los mundos": no mantiene el orden público y sí es acusado de violar los derechos humanos. Consecuencia: Chile es hoy un organismo sin defensas, atacado por los violentos. La izquierda menos violenta aprovecha, se pliega a éstos y pide todo: cambio de gobierno, cambio de modelo, cambio de sociedad y cambio de Constitución.


Segundo, la ignorancia. La izquierda dice que las "injusticias y las desigualdades" exigen el cambio. Y repite esa consigna incesantemente. Pero no es verdad. El modelo ha entregado ingentes recursos para mejorar a los pobres. Ha multiplicado por doce el gasto público en salud y por diez en educación, en términos reales, en treinta años. Ha multiplicado por cinco el gasto estatal global en los últimos diez años y un experto calcula que, si lo disminuyera ahora en sólo 10 %, podría financiar pensiones mínimas de $400 mil mensuales. Es decir, el modelo no ha fallado socialmente, sino que ha sido exitoso, pero la burocracia de izquierda ha impuesto la consigna contraria, al tiempo que se queda con gran parte de la plata (el ministro de Hacienda dice que sus sueldos están en el 5 % de mayores ingresos). 

Y lo peor es que la gente de derecha compra la consigna. Incluso entre los partidarios del Rechazo muchos conceden en que "hay que rechazar para reformar" (y no en el sentido de quitarle plata al Estado para dársela a la gente, sino para darle más al Estado).

Tercero, siendo el "estallido" delictual (ante la impunidad se desataron los saqueos, incendios  y vandalismo), se concede y se repite que fue un "estallido social". Después del 18-O una vicepresidenta de una gran empresa y consejera de la Sofofa escribió: "Me quedé muda, estupefacta, en silencio. Así he estado en estas últimas semanas, con un profundo dolor por la ceguera de no haber visto y no haber empatizado con el malestar generalizado, a pesar de todas las señales de evidente descontento, y pido perdón por eso" ("El Mercurio", 01.11.19). Pero ese mismo día Rolf Lüders, en "La Tercera", probaba que si el gasto social del Estado se le diera al 20 % de familias más pobres, ellas tendrían un mayor ingreso de 2,5 millones de pesos mensuales. ¡La burocracia se queda con la "parte del león", y culpa al modelo! Y la derecha le cree.

¿Está ciega la mayoría? Aparentemente, sí. Y camina sin ver el abismo al cual se acerca.

martes, 25 de febrero de 2020

Gracias del País de Mon Laferte

Un video de un centro de estudios argentino reproduce otro de Mon Laferte diciendo que ella perfectamente podría ir a incendiar un supermercado, porque hace 23 años que éste le ha estado robando cuando va a comprar a él. El comentarista argentino concluye que, con eso, ella demuestra ser perfectamente imbécil y explica por qué. Lo cual no obsta a que la Quinta la haya aplaudido de pie. Ser políticamente imbécil nunca ha sido obstáculo para eso.

A comienzos del segundo gobierno de Michelle Bachelet y cuando ella ponía en franca decadencia a todos los indicadores del país, nos visitó el intelectual inglés Niall Ferguson, quien, informado de la situación, señaló que los chilenos estábamos "ejerciendo nuestro derecho a ser estúpidos".

Entre imbéciles y estúpidos está la cosa. Sólo siendo lo uno o lo otro (o ambas cosas) se puede explicar que aquí todavía se diga que vivimos en democracia, cuando estamos en pleno régimen de facto. Pues una dictadura de la violencia impone el terror. Y como no hay gobierno, porque éste renunció, también de facto, cuando el 12 de noviembre pasado la oposición proclamó, en una declaración de todos sus partidos, desde el Comunista a la DC, que se iba a instalar una Asamblea Constituyente (entidad no contemplada en la juridicidad vigente); que la "ciudadanía movilizada" (ente no contemplado en ningún organigrama del poder), había "corrido el cerco de lo posible"; que requeríamos una nueva Constitución emanada de esa "ciudadanía movilizada" para "establecer un nuevo modelo político, económico y social" y que "el proceso constituyente ya estaba establecido por la vía de los hechos", cesó el estado de derecho, lo que los anglosajones llaman "rule of law". Es decir, todos confesaban que el nuevo régimen era de facto, no de jure o generado por el derecho. 

Ante el golpe de estado los parlamentarios de gobierno, derrocado ya éste en los hechos, fueron a entregar el poder a los golpístas y a abrazarse con ellos. Piñera renunció públicamente por cadena nacional a todas sus prerrogativas, como ya lo había hecho de facto, y puso en marcha el proceso para instalar la Asamblea Constituyente. Llamaron a eso "Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución". Dos días después se registró la jornada más violenta de todas, probando que a Piñera no sólo lo habían derrocado sino también "pasado por el aro".

Tan caído estaba el régimen que sus parlamentarios, teniendo en el Congreso los votos para rechazar el mecanismo que establecía la Asamblea Constituyente ¡votaron a favor de ella! ante los gritos de consternación de los únicos dos, Ignacio Urrutia en la Cámara y Kenneth Pugh en el Senado, que defendieron la legalidad vigente y votaron en contra. Así pasaron a la historia.

La otra gran falacia actual es que Chile está poniendo término a un régimen de abuso contra los pobres, derivado del modelo económico-social. ¡Pero nunca un modelo les había dando tanto a los pobres! La clase media era un 23 % en 1990 y de 57,8 % en 2013. Para un chileno del 25 % más pobre es más fácil llegar al 25 % más rico que para un alemán. En moneda constante, el gasto social se ha multiplicado por cinco entre 1990 y 2019. El gasto público en salud se multiplicó por 12 y en educación por 10. ¡Pero se lo roban a los pobres! Pues si el gasto social realmente fuera al 20 % más vulnerable, cada familia de éste recibiría dos y medio  millones de pesos al mes y pasaría a formar parte del grupo de mayores ingresos. (Referencias en columnas de Axel Kaiser y Jorge Quiroz en "El Mercurio" de 11 y 23.02.20 y Rolf Lüders en "La Tercera" del 01.11.19).

Entonces ¿dónde se va la plata? Adivine: el gobierno central tenía 114 mil personas en 1990 y 367 mil en 2018. Es decir, el "modelo neoliberal" les ha dado más plata que ninguno antes en la historia de Chile a los pobres, pero la parte del león se la ha llevado la clientela de los partidos.

¿Qué hay que hacer? ¡Quitarles a los políticos la plata que han birlado por 30 años y dársela a los pobres! Lo hará el próximo Gobierno de Reconstrucción Nacional. Yo anunciaba esto mismo en 1973 ¡y se cumplió!

domingo, 23 de febrero de 2020

El Olvido de lo que Más Importa

En ningún análisis de la crisis los sesudos analistas incluyen su causa principal, que es la falta de autoridad. En su trabajosa búsqueda de la quinta pata del gato han olvidado la más importante de las cuatro que tiene: el orden público. Que el delito debe ser reprimido y castigado. Que si no se hace eso, reina el caos, como reina en el Chile de hoy.

En preparatorias (la básica actual) aprendí que en 1542 Inés de Suárez, habiéndose ausentado Valdivia, mandó cortar las cabezas a los caciques que tenía presos y sólo así logró ahuyentar a las hordas de Michimalonco, que la tenían cercada y a punto de ser capturada en el cerro Huelén. Me quedó claro. 

Siendo adolescente vi con mis propios ojos "la revolución de la chaucha", cuando el extremismo se tomó Santiago a pretexto de un alza de veinte centavos en la locomoción. A González Videla no le venían con esas cosas y puso a un conscripto con un fusil en cada micro. Yo los vi. Ahí el populacho extremista dejó de incendiarlas. Después adoptó la sabia  medida de poner al comunismo fuera de la ley y el país volvió a ser una taza de leche. Los comunistas, con Neruda a la cabeza, "asesinaron mundialmente su imagen", como veinte años después después volvieron a hacerlo, ya sin Neruda, con la de Pïnochet. Pero a mí en 1949 me quedó claro.

Posteriormente, en 1957, a Ibáñez, que se ablandó y se amistó con los comunistas, éstos le hicieron su "18 de octubre" y semidestruyeron el centro, botaron todos los postes, asaltaron "Los Gobelinos" y "A la Ville de Nice" y en Santiago reinó el caos. Pues bien, el general entonces sacó los tanques a las calles (yo vi uno en Moneda con Ahumada), con el resultado de un número de muertos nunca bien precisado. Pero lo que yo sí vi fue que la gente aplaudía al oficial a cargo del tanque. Y el general Gamboa, a cargo de las tropas, fue designado como "el mariscal de la Alameda", porque, al igual que Montgomery en El Alamein, ganó la batalla. Me volvió a quedar claro.

La prensa roja y la rosada --imagínense a los Matamala y la Rincón de entonces-- estaban furiosas, pero el país volvió a ser una taza de leche y ratificó lo obrado al elegir a Jorge Alessandri en 1958 (superó a Allende y a Frei Montalva), suponiendo que iba a ser el más duro para evitar otro caos como el del 2 y 3 de abril de 1957. 

Después hasta Frei Montalva supo mantener el orden público, pues en 1968 mandó a Europa a su blando ministro del Interior, el "hermano Bernardo", y puso en su lugar a un duro, Edmundo Pérez Zujovic, que hizo desocupar Pampa Irigoin tomada por los rojos. Claro, éstos se vengaron dos años después y lo asesinaron. Los rojos no perdonan. 

En fin, en 1973, ante el caos impuesto en Chile por el régimen marxista-leninista (así se lo definió el propio Allende a Regis Debray en 1970) los demócratas, cuya voz más tonante fue la de Aylwin, llamaron a los militares por 81 votos contra 47 en la Cámara y éstos obedecieron y restablecieron el orden, aparte de trasladar a Chile del último lugar al primero de América Latina. Y devolvieron a los civiles otra taza de leche en 1990.

Al final, en Chile siempre hubo orden... hasta que llegó Piñera. Desde el 18 de octubre pasado le dieron un golpe de estado: el 12 de noviembre los sediciosos, encabezados por el comunismo y siempre con el inefable concurso de los kerenskys (DC), dictaminaron que la "movilización social" (no una elección) había "corrido el cerco de lo posible" y que en Chile iba a haber (sin otra elección) "otro modelo político, económico y social". Todo ello de facto, por supuesto. 

Era el término de la vigencia de la Constitución y las leyes. ¿Y qué hizo Piñera? ¡El 15 de noviembre se rindió!, ¡lo ratificó todo! En lugar de meter presos inmediatamente a los facciosos, sacar los militares a la calle y terminar con el desorden que había semidevastado al país ¡les dijo que sí en todo a los revolucionarios! 

Y no sólo eso: en su discurso de la noche de la rendición incondicional ¡se puso del lado del "Apruebo", del lado de ellos!, en el plebiscito inconsulto, previamente inexistente e innecesario a que convocó como parte de su entrega del poder.

Lo peor fue que Chile Vamos se hizo cómplice de Piñera. Pues tenía los votos en el Congreso como para terminar la chacota y decir simplemente "NO",  un gran "NO", al golpe de estado, pero dijo "SI". ¡Qué vergüenza! Los únicos solitarios "NO" fueron del diputado Ignacio Urrutia en la Cámara y del senador Kenneth Pugh en el Senado. El resto desfiló ante el comunismo y hacia el campo de prisioneros con los brazos en alto.

Si usted les dice a los delincuentes que siempre quedarán impunes, tendrá al delito reinando. Si usted no lo reprime con el armamento legal, ellos lo van a dominar a usted con el armamento ilegal. Al final de cuentas, a raíz del caos generado por el golpe, ya hay medio centenar de muertos por los enfrentamientos derivados de la mano blanda, de la falta de autoridad y del caos general. Tuvo la deshonra de la rendición y no evitó la guerra.

Mientras no se diga en voz alta que en la base del problema chileno actual está la falta de autoridad, el país se va a seguir hundiendo e irá de mal en peor. Mientras alguien no mande en el gobierno, mandarán el lumpen, la delincuencia y el marxismo-leninismo, que en el fondo son la misma cosa.

Mientras no se diga en voz alta y por todos los medios que sin una autoridad firme nunca habrá solución para ninguno de los problemas actuales, éstos sólo se van a profundizar y la actual crisis chilena sólo puede empeorar. 

Y, por ahora, en eso estamos.

jueves, 20 de febrero de 2020

La Vida Después del Golpe

Es un hecho histórico que una gran mayoría de chilenos no se da cuenta de nada, para decir las cosas simplificadamente. Porque si bien, en rigor, la mayoría algo pispa, por supuesto, eso casi nunca es lo esencial. Por ejemplo, no se dio cuenta del golpe de estado exitoso que hubo el 12 de noviembre, según le reveló al incauto país Lucía Santa Cruz desde "El Mercurio" (14.02.20), cuando la oposición, desde comunistas a kerenskys, se declaró a favor de una Asamblea Constituyente afirmando que "la ciudadanía movilizada" ya había "corrido el cerco de lo posible" para "establecer un nuevo modelo político, económico y social" y añadiendo que "el proceso constituyente ya estaba establecido por la vía de los hechos". Todo eso era de facto, pero, además, falso, ilegal e inconstitucional, por supuesto. Pero por sobre todo era sedicioso.

Sin embargo, como tenemos un presidente entreguista o, más precisamente, entregado, en lugar de someter a proceso a los alzados en sedición confesa, levantó los brazos y se rindió ante ellos. Quedó como acta de su rendición incondicional un denominado "Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución" de tres días después. Éste, increíblemente (respecto de la UDI), menos increíblemente (respecto de RN) y muy creíblemente (respecto de Evópoli y el PRI), fue firmado por Chile Vamos y la oposición. A partir del 15 de noviembre vivimos bajo un régimen de facto y, lo peor, sin orden público.

Así se consumó el golpe de estado bajo el cual continuamos hasta hoy. Porque Chile Vamos tenía en el Congreso, según la Constitución y las leyes, los votos para no acoger nada de lo que le imponía la subversión callejera. Pero se rindió junto con Piñera y sobra decir que a causa de eso el país se ha descuajeringado por completo: han caído la producción, los precios de todos los activos y la confianza interna y externa en el futuro nacional.

Pero, como reza la primera Ley de Murphy, todavía todo puede ser peor. Pues si el 26 de abril ganara el Apruebo, entonces ahí sí que nadie va a saber adónde vamos a ir a parar. Yo pronostico que en ese evento el dólar se irá a mil pesos, la Bolsa caerá a menos de 4 mil puntos y la economía --que ya se embromó, como lo proclamé en términos menos académicos en mi blog del 3 de noviembre-- terminará de irse, con perdón de los oídos castos, a la misma cresta.

Dos de los teóricos del golpe marxista fueron sorprendidos diciendo por radio sus verdaderas intenciones. El columnista de "El Mercurio" Hernán Corral (18.02.20) los expuso: Fernando Atria: "El pueblo ejerce el poder constituyente cuando quiera, como quiera y del modo que quiera". Alfredo Joignant: "El poder constituyente podría hacer estallar las instituciones que lo abrigan". Y éste agrega: "...como es poder constituyente, esa asamblea ... podría sentirse no obligada a respetar los términos del Acuerdo que fue firmado". Que fue lo mismo que antes anunció Luis Messina ("No + AFP"): "cuando ... los constituyentes se constituyan en la primera reunión y se autodeclaren soberanos y se acaba todo: se cierra el Congreso inmediatamente".

Así es hoy la incierta vida chilena después del golpe de estado del 12 de noviembre. Algunos sostienen que, en medio de la violencia y la incertidumbre reinantes, ésta ya no es ni siquiera vida. Sobre todo si residen en alguna "zona cero" de las que gusta visitar el poder supremo, es decir, la "ciudadanía  movilizada". 

Pero así es el presente y será el futuro, según lo que la mayoría ha decidido y puede todavía decidir.

lunes, 17 de febrero de 2020

Chile Necesita una Mano Dura

La mano blanda tiene al país en una crisis parecida a la de 1973. Cuando los revolucionarios de siempre, con el apoyo de los kerenskys de siempre, le intimaron rendición a Piñera el 12 de noviembre del año pasado --como bien ha recordado Lucía Santa Cruz en "El Mercurio" del 14-- éste levantó los brazos, se rindió y entregó todo, hasta la Constitución. 

Fue el colmo del entreguismo. Pero por lo menos no renunció. Los insurrectos, desde comunistas a democratacristianos, decían que "el proceso constituyente ya estaba establecido por la vía de los hechos". Pues no tenían fuerza en el Congreso para imponerlo. Chile Vamos, en cambio, tenía los votos para impedir la asonada que buscaba establecer una Asamblea Constituyente. Pero se rindió junto con Piñera el 15 de noviembre. El entreguismo de la derecha llevado a su máxima expresión.

La consecuencia es que hoy el país está en vilo, pendiente de un plebiscito que no estaba contemplado en nuestra institucionalidad. Es decir, si Piñera les decía que no a los insurrectos, que no se rendía o no les decía ni daba nada ¿quién lo iba a echar? Nadie. Las Fuerzas Armadas y Carabineros tenían la obligación de defenderlo. La "primera línea" y la cohorte de vándalos, saqueadores y pirómanos no les aguantarían a las mismas "ni una crujida", como le recordaba Pinochet a Prats el '73. Y como se vio claramente entre el 11 de septiembre y el fin de ese año, en que se produjeron 1.800 de las tres mil bajas de la confrontación con los subversivos, pero el país quedó pacificado. Y así el país que menos crecía (o más decrecía) en América Latina el 73 fue devuelto a los civiles en 1990 como el de mayor crecimiento del hemisferio (sobre 10 % en 1989). Ni siquiera había en 1990 un conflicto en la Araucanía, cuyos caciques habían proclamado a Pinochet "Jefe, Conductor y Guía". ¡Cómo lo añoran hoy en esa región! Incluso más que en el resto del territorio.

Ahora dependemos de un plebiscito concedido por el entreguismo. Yo no me atrevo a hacer un pronóstico, porque la masa ha sido engañada por muchos años y cree que sus malestares y estrecheces provienen del modelo de sociedad, cuando, en realidad, éste le ha entregado al Estado recursos para los pobres más que suficientes para que el 20 % más pobre tuviera un ingreso que lo pondría entre el 5% más rico: 2,5 millones de pesos al mes, si el "gasto social" fuera a las personas en lugar de ir a la burocracia izquierdista (ver Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, 2015). La plata se la lleva una clase funcionaria izquierdista dorada, donde los inspectores de DD. HH., que vigilan a los carabineros, ganan $ 4,5 millones al mes y todos los burócratas más que en funciones equivalentes del sector privado. ¡El malestar social no se debe al modelo sino a la burocracia, que se queda con el grueso de la plata que él genera para los pobres! Esa es la gran reforma que se debe hacer en Chile: la del Estado burocrático y despilfarrador.

Luego, si la insurrección, es decir, el Apruebo, gana el plebiscito, será sobre la base de un diagnóstico económico-social equivocado, porque la plata para quienes más la necesitan está, pero se la llevan los violentos.

La gente sabe que se necesita mano dura, porque Pinochet la aplicó y el país se pacificó. Y el modelo de sociedad que instituyó le ha brindado los mejores treinta años de su historia: democracia estable, crecimiento económico, mejoramiento social y más igualdad (el coerficiente Gini bajó de 0,57 a 0,46). Pero hoy hay violencia y mano blanda ante ella, así es que el país está en retroceso en todo sentido y el miedo campea en la sociedad. Y con ella Piñera no ha sacado nada, porque los antisociales, cada vez que se reúnen gritan "Piñera asesino, igual que Pinochet". Pero bajo éste había paz y orden, mientras bajo el primero se vive un caos en medio del cual nadie sale tranquilo de su casa y menos si lo hace en un automóvil.

Yo no me atrevo predecir el resultado del plebiscito. En las encuestas de las redes sociales gana el Rechazo, salvo en una, atribuida al Ministerio de Educación, que terminó empatada. Las encuestas de firmas especializadas predicen que ganará el Apruebo, es decir, los que promueven "un nuevo modelo político, económico y social", supuestamente un socialismo del siglo XXI. Pero una firma encuestadora, Cadem, ha renunciado a medir este plebiscito, porque el triunfo del Rechazo en las redes le impide confiar en sondeos que indican lo contrario.

En el pasado siempre la mayoría ciudadana, ante la amenaza del caos, apoyó la mano dura. Por eso eligió sorpresivamente a Ibáñez, ex dictador, en 1952; a Alessandri, al cual se le atribuía también mano firme, en 1958; y apoyó a la Junta en 1973. 

Pero nunca antes, como ahora, había habido tres décadas previas de lavado cerebral masivo y eso cambia por completo el panorama electoral. Ni había habido tanto entreguista en la derecha ni los kerenskys se habían unido, pese al caos, a la insurrección. "Dios nos pille confesados". 

sábado, 15 de febrero de 2020

El Rescate de John Cobin


Conocí a John Cobin, doctor en Economía de la Universidad George Mason de los EE. UU., hace veinticinco años en la Universidad Finis Terrae, donde ambos hacíamos clases. No sé cómo lo lograba, porque apenas hablaba castellano. Por encargo de la Universidad traduje un libro suyo sobre nuevas tendencias en la Economía. El año pasado él tradujo mi “Historia de la Revolución Militar Chilena 1973-1990”.

Mantenemos amistad por un cuarto de siglo porque ambos somos partidarios de la sociedad y la economía libres. Después de un tiempo él viajó a su país de origen y a los pocos años volvió de allá hablando un castellano perfecto. Nunca me lo ha podido explicar.

Posteriormente se nacionalizó chileno, cosa también para mí inexplicable, porque un pasaporte nuestro ofrece múltiples desventajas en relación al norteamericano. Por ejemplo, la primera vez que fui a Londres e hice fila en el enorme hotel Regent´s Palace para tener una habitación, a todos los norteamericanos los inscribían y les entregaban la llave, pero a mí me dijeron, tras ver mi pasaporte, “Me temo que va a tener que pagar por adelantado”. Seguramente muchos compatriotas míos les habían hecho “perro muerto”.

John ahora vive en Reñaca, ciudad costera que los vándalos destruyeron en octubre, junto con apedrear los automóviles, entre ellos el de John, que se defendió disparando su pistola inscrita y que tiene autorización para portar hacia y desde el club de tiro al blanco. Disparó dos tiros al aire y dos hacia sus atacantes, hiriendo a uno en una pierna.

Fue detenido en su departamento por la PDI. Preso hace ya casi cuatro meses, está siendo procesado por cuatro homicidios frustrados. Pero él no pretendía matar a nadie, sino sólo defenderse de una turba que lo apedreaba. Pese a ello, el juez le ha negado reiteradamente la libertad bajo fianza, por constituir un peligro para la seguridad de la sociedad. 

La libertad provisional es un derecho universalmente reconocido, pero John está en el bando equivocado, el de los agredidos.

Como hay tantos maleantes habituales que la obtienen, le preguntó al juez por qué no se la otorgaba y éste le respondió que quería protegerlo de la venganza de los vándalos. 

Ahora me ha comunicado que necesita diez millones de pesos para que un psiquiatra de renombre (cobra ocho millones) lo examine y dictamine que está mentalmente sano y otros dos psicólogos (cobran dos millones) confirmen su veredicto. Así, dice, podrá obtener la libertad provisional. 

Pero todo el mundo sabe que es una persona normal y al obtener licencia de su arma ya dio un examen psicológico.

Sea como fuere, sus amigos nos encontramos, en el hecho, con que el rescate de John nos cuesta diez millones, pues él carece de recursos. Yo antes le había mandado gratis un certificado mío ante notario de que es una persona normal y de que lo conozco hace muchos años, pero añadí que él había disparado en defensa propia. John me dijo que no lo había podido usar porque esa opinión mía lo perjudicaba. No veo por qué, cuando es público y notorio, pues consta en los videos que estaba siendo apedreado por la turba y sólo se defendió.

Se podría hacer una colecta para pagar el rescate, pero ningún “dador de sangre” confía en la justicia chilena. ¿Qué garantía hay de que, si pagamos los diez millones, le den la libertad provisional? En muchos casos de secuestro, si no es “pasando y pasando”, los captores se quedan con la plata y no entregan a la víctima. 

En estas circunstancias, es de temer que el de John Cobin no será sino otro “secuestro permanente”, pero en este caso no ficticio, como en los demás, sino dramáticamente real.

jueves, 13 de febrero de 2020

El Mortal Virus del Entreguismo

Entreguismo (def.): Condición que afecta a un número incontable de chilenos que, por temor o estupidez o ambos, acceden a lo que demandan el comunismo o su entorno, apenas éstos les hacen ¡buuu! (¡Buuu!, es verdad, incluye el peligro de asesinato, como en los casos de Edmundo Pérez Zujovic, los cinco escoltas del Presidente Pinochet y Jaime Guzmán.)

El entreguismo nos tiene, como país, donde estamos: embromados. Pero nos puede llevar a una situación peor, en caso de que triunfe el "Apruebo" en abril. Ahí usted va a ver el dólar a luca, la Bolsa (IPSA) en menos de 4 mil y más gente yéndose o sacando su plata para que no se la roben los del ¡buuu! Y la masa mayoritaria cada vez más pobre.

No es que el triunfo del "Rechazo" nos vaya a dejar mejor, porque el país seguirá casi dos años más bajo el desgobierno de Piñera, es decir, sin autoridad ni orden público y haciendo lo que los rojos dicen. Pero siempre es preferible vivir mal con un horizonte de esperanza que vivir peor sin ninguno, como sería si los rojos, además, ganaran el plebiscito. La última esperanza está en que, pasando el tiempo, en 2022 pueda asumir otro gobierno, que restablezca el orden y deje de hacer todo lo que dicen los comunistas y similares, como éste.

El problema de fondo es que en Chile siempre ha habido demasiados entreguistas. Usted tiene ahora mismo a Lavín, el político más popular y de derecha, supuestamente, pero entregado al otro bando y jugado por el "Apruebo". Empezó con síntomas de esa enfermedad en 1999, cuando estaba a punto de ser Presidente, casi ganando a Lagos, al confesar sin previo aviso que se había cambiado del "Sí" al "No" y que "si hubiera sabido", habría votado "No" en 1988. (Lo que "no había sabido" eran meras consignas comunistas sobre el gobierno militar).

El mayor entreguista de todos, con la posible excepción de Patricio Aylwin y Juan Emilio Cheyre, ha sido Sebastián Piñera, quien en su discurso celebratorio del "Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución" del 15 de noviembre (documento epítome del entreguismo) también se pronunció implícitamente a favor del "Apruebo". 

El Intendente de Santiago, Felipe Guevara, asimismo, se entregó y publicó su voto a favor del "Apruebo". Pero el que más sorprende de todos los entreguistas recientes es el Alcalde de Santiago, Felipe Alessandri, quien, sorprendentemente, motejó a la Constitución actual de "espuria" ¡siendo que uno de sus artífices fue el insigne miembro de su familia, Jorge Alessandri!

Todo lo anterior aparte de que, si de verdad la Carta hubiera sido originalmente "espuria" (que no lo fue) ella se habría saneado con la ratificación del 90 % del pueblo en el inobjetable plebiscito de 1989, acordado por gobierno y oposición; y más aún después de 2005, cuando Lagos proclamó que ella era "una Constitución democrática, acorde con el espíritu de Chile, con el alma permanente de Chile. El nuevo texto constitucional --remachó-- se pone a la altura del espíritu de todos los chilenos y hoy el país se une tras este texto constitucional".

Bueno, no es raro que todo eso se le olvide a Felipe Alsessandri cuando también se le ha olvidado a Ricardo Lagos. Es que los entreguistas son así, tanto que a Aylwin en 1993 se le habían olvidado hasta sus declaraciones grabadas en video de 1973, como cualquiera puede comprobar en YouTube. Pues aseguraba que nunca había dicho lo que había quedado registrado veinte años antes.

Claro, el peor entreguismo de todos ha sido el de las actuales fuerzas armadas, que se han hecho cómplices pasivas, con su silencio, de la persecución vergonzosa, ilegal e inconstitucional de los jueces de izquierda contra sus camaradas del sector pasivo a quienes cupo derrotar por las armas a la "primera línea" terrorista entre 1973 y 1990. 
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La gente que algo entiende en Chile, una pequeña minoría, por cierto, esta pasándolo muy mal y teme pasarlo peor en los siguientes dos años. Pero supongo que una mayoría ciudadana va a reaccionar en 2021 y va a votar por volver a lo que ahora se ha perdido, es decir, la mejor época política, económica y social del país en su historia, que debemos a la Constitución y al modelo económico-social vigentes.

En todo caso, ¡ánimo! No hay mal que dure cien años ni menos un país tan tonto que los resista sin curarse del virus letal del entreguismo y librarse de todos los entreguistas.

lunes, 10 de febrero de 2020

Plebiscito a la Chilena

La gente está desorientada con este plebiscito "hecho a la chilena". De partida, la pregunta "¿Quiere usted una nueva Constitución?" tiene las respuestas alternativas, naturales y obvias "Sí" o "No", como sería en cualquier contexto civilizado y racional. Pero acá, donde ese contexto no se da, se ha discurrido una alternativa rebuscada, "Apruebo" o "Rechazo". Es que, sabedores de que el país estuvo dividido entre el "Sí" y el "No" de 1988, los políticos no quisieron reeditar esa disyuntiva al revés, por razones de imagen: los del "No" (mayoría) no querían aparecer ahora del "Sí", si bien los del "Sí" no tenían problemas, pues ya muchos se habían cambiado; pero aceptaron, porque, total, ya se habían rendido incondicionalmente muchas veces a lo largo de 30 años.

Así y todo, el gobierno elegido en 2017, pese a estar presidido por uno del "No", era, sin embargo, contrario a una nueva Constitución. Debido a eso ni siquiera incluyó el tema constitucional en su programa. Pero la violencia subversiva se enseñoreó del país y, como el gobernante no se atreve a usar la fuerza pública con todos sus medios (para no ser acusado de "violar los derechos humanos"), entonces prefirió rendirse y entregar al enemigo su "buque insignia", la Constitución. Pagó el precio a cambio de que se detuviera la violencia.

Pero se lo pagó a quienes no eran los dueños de la violencia, sino sólo sus beneficiarios. Éstos, como son muy frescos, recibieron el precio. Los verdaderos amos, el comunismo y el Frente Amplio, no firmaron el Acuerdo por la Paz. Ni tampoco se dieron por contentos con la rendición del Gobierno. Más aún, exigen que éste caiga.

Fue  como si usted le comprara una casa a alguien que no es su dueño y le pagara el precio. Terminaría sin la casa y sin la plata. Así ha terminado el Gobierno, sin autoridad y descapitalizado de todo poder político.

Es increíble, dado que los parlamentarios de gobierno siempre han tenido en el Congreso los votos para impedir cualquier reforma constitucional y, desde luego, que se derogue la Constitución y se dicte otra. Nunca se había visto en el país una derecha afectada por un grado de entreguismo mayor que el de la actual: se rindió y concedió todo lo que podía impedir con su fuerza parlamentaria.

En realidad, si los partidos opositores suscriptores del Acuerdo hubieran sido realmente los que manejaban la violencia, como el Gobierno y Chile Vamos dieron por sentado, el deber del primero habría sido mandar a sus directivos presos, de acuerdo a la Ley de Seguridad Interior, en lugar de negociar y concederles todo. Consecuencia de tanta torpeza y debilidad, y del miedo a la violencia que se ha enseñoreado del país por la falta de autoridad y de orden público, ha sido la caída de la imagen del gobernante a sus más bajos niveles de aprobación.

La votación en el plebiscito será tan "a la chilena" como el resto del proceso. Pues a usted le darán dos votos, uno para que elija entre "Apruebo" y "Rechazo" y otro para que elija quién va a redactar la Constitución surgida del triunfo del "Apruebo". ¿Cómo? ¡Pero si eso es una burla! Será como si usted fuera a un restaurante y el mozo le diera a elegir entre carne y pescado, usted eligiera pescado y entonces el mozo le preguntara "¿cómo quiere la carne, término medio o bien asada?" Usted mandaría llamar al dueño para reclamar porque se estarían burlando de usted. Aquí los políticos se estarán riendo así de nosotros en el plebiscito. Yo anularé el segundo voto, por supuesto, marcando ambas opciones del mismo, pues eso es lo que implica el "Rechazo" que marcaré en mi primer voto: ni convención ciudadana ni convención mixta Y tal vez añada algún recado para los políticos que se habrán intentado burlar de mí.

Además, conocida la frescura que reina en el país y la falta de respeto por las leyes de que han dado muestras los jueces encargados de aplicarlas, existe la posibilidad de que los partidarios del "Apruebo" consigan un pronunciamiento de la justicia en el sentido de que todos los sufragios eligiendo Convención Constituyente o Convención Mixta se sumen al "Apruebo", pues implicarían, argumentarán, una expresión de deseo de que haya una nueva Constitución. Esa trampa descarada y hasta inimaginable es perfectamente posible en un país en que Ministros de la Corte Suprema sostienen, sin que se les mueva un músculo de la cara, que octogenarios reos de Punta Peuco mantienen hasta hoy secuestrados junto a ellos a guerrilleros caídos en 1973.

Si los políticos han hecho su oficio el de reírse de nosotros, por lo menos hagámoselo mas difícil.

viernes, 7 de febrero de 2020

Y al Décimotercer Año Resucitó

Augusto Pinochet falleció en 2006, pero desde octubre de 2019, trece años después, es uno de los personajes más recordados en Chile. Y en las últimas semanas, en particular, se reproduce profusamente en las redes la grabación de un discurso suyo de fines de los 80, improvisado y premonitorio, donde anunciaba lo que nos sucedería a los chilenos si no éramos tan firmes ante el comunismo como él.  

En realidad, nadie ha hecho más por resucitar la imagen de Pinochet, por contraste, que el actual Presidente Sebastián Piñera, cuya "falta de pantalones" tiene al país devastado y en manos de una insurrección comunista rampante e impune.

El diagnóstico de la situación es, paradójicamente, que en el Chile actual, víctima de la violencia subversiva posibilitada por la pusilanimidad del gobernante, eso no ha sido óbice para que variadas multitudes canten a voz en cuello, donde quiera se juntan en los estadios, en las calles, en la Plaza Italia o hasta en las poblaciones, "Piñera, CTM asesino, igual que Pinochet". El coro extremista es inmisericorde y la masa boba le sigue el amén.

Pero sí hay en las poblaciones mucha gente buena que añora a Pinochet y me dice por qué: a ellas él mandaba al Ejército de madrugada, donde reunía a los hombres en la cancha de fútbol, les revisaba sus antecedentes y se llevaba a los "patos malos" al lugar en que debían estar: la cárcel. Hoy nadie puede andar de noche a salvo en una población y ni siquiera en otras partes de la ciudad sin que lo asalten o le hagan una encerrona al auto y se lo roben "patos malos" con decenas de órdenes de detención incumplidas. Entonces los mayores de todas las edades, lugares y condiciones, aunque no se atrevan a decirlo en público, añoran a Pinochet.

E incluso, como reconocía otro biógrafo de éste, Gonzalo Vial, que no simpatizaba con él, ya en los 2000, en cualquier parte del mundo donde aparecía alguna situación inmanejable o caótica, no faltaban las voces que exclamaban: "¡Necesitamos un Pinochet!".

Entonces, viendo eso por años e intensificado ahora, los comunistas se han preocupado. Y el mejor testimonio de lo preocupados que están es un libro, extraordinario por su documentación y tamaño (832 páginas), obra de un escritor e historiador rojo español, Mario Amorós, que se titula, obviamente, "Pinochet". Porque si alguna virtud tienen los comunistas es la de saber identificar a sus adversarios realmente importantes, vivos o muertos, sobre todo si después de estarlo siguen ganándoles batallas. 

Amorós es un rojo serio (escribió "Miguel Enríquez: Un Nombre en las Estrellas") y ha hecho la tarea completa. Su bibliografía debe tener más de quinientas referencias (no tuve la paciencia de contarlas) y, por lo tanto, se erige en un historiador que miente con perfecto conocimiento de causa. Yo escribí mi "Historia de la Revolución Militar Chilena 1970-1973" fundado en un centenar de libros y en un año y medio. Amorós debe haber empleado cuatro o cinco años en su empeño. 

En la contratapa. "Ediciones B" de Editorial Penguin Random House Mondadori muestra todas sus credenciales de objetividad, pues dice: "El general Pinochet integra el panteón de las personalidades más siniestras de la historia". Y al final explica y confiesa, algo cándidamente: "En la actualidad, cuando una ola reaccionaria recorre el planeta y diferentes voces en distintos países reivindican a Pinochet, esta biografía resulta más urgente que nunca".

¡Era urgente, por supuesto! Sobre todo en Chile, país que Pinochet entregó a los gobiernos civiles que lo sucedieron situado en el primer lugar de América Latina, socialmente pacificado y gozando de una Constitución democrática recientemente ratificada  (1989) por el 90 % de la ciudadanía y que brindó a ésta las más amplias libertades y le permitió gozar de los mejores treinta años de la historia del país en todos los aspectos: paz social, creciente igualdad, alto crecimiento económico, bienestar material progresivo. El "milagro chileno". Y, sobre todo, habiendo desarrollado una política que fue imitada por otros países en lo económico y que, en lo político, abrió una fisura (por el tema de los DD. HH.) en la Cortina de Hierro y en el Muro de Berlín, la cual derivó en el colapso final de ambos para bien de la Humanidad. Amorós tiene la hidalguía, no puedo dejar de reconocerlo, de reproducir textualmente el párrafo de mi libro en que afirmo y acredito precisamente lo anterior.

"¡Miradlo a Él!", exclamó el Papa en 1987, en un Estadio Nacional enfervorizado, señalando a Cristo. Hoy una población chilena creciente, desencantada, angustiada y temerosa del futuro se pregunta cómo el país se puede salvar. Y hay cada vez más voces que le responden, teniendo in mente la efigie de Pinochet (prohibida por Piñera hasta en el Museo Histórico Nacional): "¡Miradlo a él!". 

miércoles, 5 de febrero de 2020

Lo que Nadie Dice en Chile

Lo que usted va a leer a continuación no lo dice nadie, ya sea porque no se le ocurre o no se atreve o no le conviene. Pero es la verdad. Tome asiento, acomódese, concéntrese y lea:

Lo que el comunismo y la extrema izquierda, con la complicidad de la izquierda moderada, le están haciendo a Piñera, al llamarlo asesino y violador de derechos humanos, es una gran canallada, equivalente a la que Piñera y la derecha entreguista, con la complicidad de la centroderecha, le han hecho a Pinochet, al llamarlo asesino y violador de derechos humanos.

Con una diferencia, y esto es muy importante: que Pinochet "tenía pantalones", y Piñera no, de modo que el primero entregó un país pacificado y próspero en 1990, mientras un eventual sucesor de Piñera, a quien hipotéticamente éste le entregara el mando hoy, recibiría un país dominado por el miedo y la incertidumbre sobre el futuro, asolado por la violencia, donde los únicos que tienen garantías son los vándalos, los saqueadores y los incendiarios, mientras la fuerza pública está amenazada e inhibida por los guardianes de los DD. HH. y jueces de izquierda, prestos a condenarla por cualquier exceso.

Así como nadie dice lo anterior, tampoco nadie dice que el país no está viviendo un "estallido social", como casi todos lo llaman, sino las consecuencias de una impunidad delictual. La actual crisis comenzó con la evasión en el metro. Cuando nadie les hizo nada a los evasores, quemaron el metro. Cuando nadie les hizo nada a los pirómanos, las hordas entonces saquearon y quemaron tiendas, supermercados y templos religiosos; y como nadie les hizo nada, arrasaron con las ciudades. Hoy la horda entra a un restaurante en Viña, roba, destruye y se marcha tan tranquila. Hoy le piden un camión de trigo a un agricultor o si no le queman la cosecha. Y debe darlo. Ése es el estado del país.

Todo es la consecuencia de la "falta de pantalones" del gobernante. No hay ningún conflicto social que no haya existido siempre. El descontento social antes se solucionaba con las elecciones. El que había en 1989 se solucionó cuando el pueblo eligió a un opositor, Aylwin. Éste gobernó desde 1990. Después vino Frei y después un socialista, Lagos, que canalizó el descontento que había con el gobierno de centro. Como Lagos resultó moderado, después eligieron a Bachelet, que venía del PAIS, conglomerado liderado por los comunistas, desde el cual había emigrado oportunistamente al PS. Llegando, metió un poco de miedo marxista al decir: "Cuando la izquierda sale a la calle, la derecha se pone a temblar", lo cual es cierto. Pero al final tampoco la gente quedó contenta con ella, así es que la mayoría giró hacia el centro y eligió a Piñera en 2010. Y como después tampoco quedó contenta, volvió a elegir a Bachelet, ahora 2.0 y con recetas de más a la izquierda, en 2014. Pero tampoco resultó y ante el descontento y el temor de que Chile terminara como Cuba o Venezuela, parte del electorado de izquierda se viró al centro y volvió a elegir a Piñera. Hasta que el Frente Amplio y los comunistas se dieron cuenta de que éste "no tenía pantalones" y le hicieron la revolución, que es en lo que estamos hoy, sin saber qué será de nosotros.

Nadie más le dice a usted lo anterior: no es el modelo, no es una crisis social, "es la revolución marxista leninista, estúpido". La misma de Rusia en 1917, donde la mayoría moderada tenía el 40 % de los votos pero fueron los bolcheviques, con el 24 %, los que se tomaron el poder. La misma mayoría moderada de Venezuela, que controlaba el Congreso, pero Chávez discurrió una Asamblea Constituyente y se quedó en el poder, donde lo sucedió Maduro, mientras el representante de la mayoría, Guaidó, recorre el mundo llorando su desgracia.

Acá los violentos, una minoría, hicieron lo suyo ante la impunidad inicial, y Piñera y la derecha entreguista, en pánico, fueron y le dijeron a la izquierda: "Bueno, ya, les entregamos hasta la Constitución, pero no sigan con la violencia". Eso fue el Acuerdo del 15 de noviembre. No era preciso entregar nada, porque los insurrectos y sus cómplices de izquierda moderada no tenían mayoría en el Congreso para modificar ni derogar la Constitución. Pero, pese a ello, la recibieron en bandeja. Y ahí estamos, al borde del precipicio por "falta de pantalones".

Circula una grabación de Pinochet en el Club de la Unión, a fines de los 80, prediciendo lo que venía. Pronosticaba que la libertad que él había legado a los chilenos sería atacada por el comunismo. Y se refería textualmente a que él sí "había tenido pantalones" para enfrentarlo, junto con preguntarse si sus sucesores iban a tenerlos "cuando yo ya no esté en este mundo". La respuesta la sabemos.

Eso sería todo lo que nadie dice. Y ahí estamos.

domingo, 2 de febrero de 2020

Piñera y Pinochet

"Ellos" tienen una "primera línea" de violentistas, saqueadores e incendiarios que a todos nos inspira temor; y nosotros, lamentablemente, sólo tenemos una "primera línea" de cerebros lavados, entreguistas y tontos útiles que disparan contra nuestro propio sector. Ésa es la cuestión. 

Un columnista de centroderecha, en "El Mercurio" del sábado, exhibe la desorientación y el entreguismo que afectan a este sector político, del cual demuestra no saber cómo salir. Titula su columna "Asesino, igual que Pinochet..." y añade: "El cántico (contra Piñera) ha sido entonado por un grupo de delincuentes en las barras bravas... (y) ha sido entonado por la gran mayoría de los asistentes. Hombres y mujeres, viejos y niños".

Más adelante añade: "Un poeta italiano decía que las injurias tienen una gran ventaja sobre los razonamientos: la de ser admitidas sin pruebas por la multitud". Pero en seguida, en un esfuerzo por demostrar que la misma injuria es injusta con Piñera pero justa con Pinochet, él por su parte admite sin pruebas y se hace eco de la infamia generalizada contra el segundo al afirmar la siguiente falsedad: "En la época de Pinochet había violaciones sistemáticas e instituidas de derechos humanos. Formaba(n) parte central del régimen". 

Como varias veces he probado, esta última afirmación es no sólo una completa mentira sino una injuria gratuita, sin base, pero también "admitida sin pruebas por la multitud".

Pinochet recibió un país en ruinas, que en 1973 crecía menos que todos en el hemisferio, incluso que Haití; con la inflación más alta del mundo, una población angustiada por la escasez y amenazada por una guerra civil que iba a costar entre cien mil y un millón de muertos (según si la cifra era del general Prats o del Comandante Pepe, ambos afínes a Allende). Con la diferencia de que el segundo la establecía como requisito, "porque si no", decía, la revolución "no iba a resultar". Finalmente Pinochet entregó en 1990 de vuelta a los civiles un país que era el que más crecía en el hemisferio, pacificado y próspero y derrotó a los que iban a iniciar la guerra civil. Y lo hizo con un costo de sólo 3.197 vidas.

En cambio Piñera, en su primera vez, recibió un país ordenado, pero en declive, sin perjuicio de lo cual terminó su primer período entregando el gobierno a la extrema izquierda, que a su vez se lo devolvió mucho peor para su segundo período. Durante dos años de éste ha exhibido manifiesta incapacidad, no sólo para cumplir su programa, sino para mantener el orden público. Esto ha culminado con un completo desgobierno y su rendición incondicional al comunismo y sus ad láteres, a tal punto que ya nadie sabe cómo va a terminar sus cuatro años, con una institucionalidad a punto de ser demolida, viviendo entre barricadas, incendios, saqueos, evasiones, asaltos, destrucción inmotivada de activos valiosos y decaimiento económico y moral. 

Este último se manifiesta en que dos de los tres emblemas nacionales, la bandera y el himno patrios, son usados, respectivamente, para barrer el suelo ante las cámaras (sic) y para ser parodiado en la Plaza de Armas en un remedo marxista escarnecedor de la letra del autor Eusebio Lillo.

Pero lo peor de Piñera ha sido ponerse a la cabeza de la injuria gratuita contra Pinochet, traicionando de paso a los militares pasivos, cuyo voto pidió prometiéndoles acortar los procesos ilegales contra ellos y hacer valer la prescripción de posibles delitos. Conseguidos esos votos, hizo todo lo contrario de lo prometido y se convirtió en querellante y coautor de la prevaricación de la dictadura judicial de extrema izquierda imperante, triplicando los juicios y negándoles a los Presos Políticos Militares hasta los derechos carcelarios que se reconoce a todos los demás. Una verdadera vergüenza nacional.
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Por supuesto, no hay, en ningún aspecto, punto de comparación alguna entre Piñera y Pinochet. Desde luego, si algo caracterizó a éste fue su capacidad de "tener los pantalones" para hacer respetar el orden público. En cambio, si algo caracteriza al primero es su falta de ellos. Al contrario, se ha rendido incondicionalmente y regalado el país a sus adversarios, que no por eso dejan de injuriarlo como lo hicieron con Pinochet y como comenta el columnista de centroderecha. A estas alturas, sólo una mayoría popular en abril puede evitar la debacle que todo ese desgobierno está deparando al país. 

Entonces, cabe preguntarse ¿qué habría hecho Piñera en 1973 frente a más de veinte mil guerrilleros armados, respaldados por el bloque soviético con pertrechos y por la izquierda mundial en todos los foros? Sabemos lo que habría hecho: se habría rendido, tal como ahora.

Es una gran falsedad afirmar que el gobierno militar, que soportó el cerco internacional y fue el más vigilado del mundo en materia de derechos humanos, con "inspectores" de la ONU renovados periódicamente, haya tenido "como parte central del régimen" la violación sistemática de esos derechos. Ya en su Declaración de Principios se comprometió a respetarlos; y luego, en reiterados instructivos, ordenó lo mismo a sus dependencias. Disolvió la DINA al comprobarse que no los respetaba. Después, cuando la CNI fue acusada de lo mismo, prohibió a ésta detener personas. 

Pero había una cosa que Pinochet jamás iba a hacer a raíz de las acusaciones de sus adversarios: rendirse ante ellos. Al contrario, derrotó  la vía armada marxista y esa derrota tuvo repercusiones mundiales. Encabezó una revolución política y económica histórica, estudiada en el extranjero.

Mario Amorós, un historiador comunista español, ha escrito la más reciente biografía denigratoria de "Pinochet". Piñera jamás podría soñar con que un historiador extranjero fuera a escribir la suya. El hispano, al revés de la prensa chilena, ha tenido en cuenta mi obra "Historia de la Revolución Militar Chilena 1973-1990", de la cual cita textualmente el siguiente párrafo del prólogo, que viene a cuenta para subrayar la incomparabilidad entre Piñera y Pinochet. Escribe Amorós (p. 25):

"En este esfuerzo por rescatar la 'verdad histórica' no podía faltar el periodista y abogado Hermógenes Pérez de Arce, quien en 2018 presentó 'Historia de la Revolución Militar Chilena 1973-1990' (Editorial El Roble, 644 páginas), cuyo prólogo concluye así: 'La Revolución Militar Chilena objetivamente alcanzó, entonces, una trascendencia histórica tan importante como la Francesa en su tiempo y la Rusa en el suyo, y por eso el establecimiento de la verdad en torno a ella no sólo es un objetivo que debe interesar a los chilenos sino a todos los estudiosos de la realidad contemporánea".

Constituye toda una insolencia comparar al mayor y más exitoso estadista chileno del siglo XX, si es que no de toda nuestra historia, con el huidizo y fracasado personaje cuya falta de coraje tiene sumido al país en la crisis actual. 

Lo único en común entre ambos es ser blanco de la calumnia del comunismo nacional e internacional, con la diferencia de que Pinochet lo combatió y derrotó, mientras Piñera lo cortejó y lo complació, sólo para terminar derrotado, deshonrado y rindiéndose ante él.