sábado, 1 de mayo de 2010

El Día del Ocio

En un mundo tan "políticamente correcto" como éste, en que tanto cuesta sorprender a alguien diciendo la verdad, es natural que el día en que obligatoriamente debemos estar ociosos sea llamado "Día del Trabajo".
Aparte de no ser cierto, ¿con qué derecho se obliga a todas las actividades a suspenderse y nos quedamos sin abastecimientos, esparcimientos, diarios (¿por qué sólo los diarios y no las radios ni los canales de TV?) ni la posibilidad de producir casi nada. Es un resabio socialista intolerable
Es la celebración de un episodio político-policial ocurrido en Chicago hace muchos años. Se supone que es el "día de los trabajadores". Pero ¿no somos todos trabajadores? ¿Y por qué si es nuestro día se nos impide a tantos de nosotros hacer lo que queremos? ¿Por qué la festividad no es simplemente voluntaria? Los que quieran celebrar el aniversario del episodio de Chicago, que lo hagan, pero no nos dejen a todos privados de la posibilidad de hacer la mayoría de las cosas, entre ellas trabajar como lo hacemos de ordinario, lo que sería muy bueno, pues Samuel Johnson escribió que "el ser humano se halla rara vez tan inocentemente ocupado como cuando trabaja". Es de lo más sano para el cuerpo y para el espíritu. Por lo menos yo puedo dar fe de que, cuando estoy un poco deprimido, pongo manos a la obra en algún trabajo que no me atraiga demasiado, pero que debo hacer, y el asomo de depresión se me quita instantáneamente.
Además, este Día del Ocio da lugar en todo el mundo a manifestaciones generalmente violentas y, algunas, hasta un poco abyectas. En la isla- prisión de Cuba los obligan a todos a ir a la Plaza de la Revolución (¡pobre del que no vaya!) y tragarse discursos de varias horas en que el dictador o su hermano marioneta repiten los lugares comunes acostumbrados, sin que ninguna de sus argumentaciones logre verosímilmente explicar por qué casi todos en la isla quieren marcharse de ella. Desde luego, el centenar de miles o más de oyentes cautivos de la Plaza de la Revolución se irían, la gran mayoría, felices a vivir a otro país si pudieran hacerlo. Un día en que Castro, hace muchos años, abrió el puerto de Mariel por un día a quienes quisieran marcharse, se fueron trescientos mil. Claro que él aprovechó para mandar a los peores delincuentes de sus cárceles a los Estados Unidos.
En una sociedad libre, pero verdaderamente libre, no podría subsistir un 1° de mayo como el que hay acá, en que policialmente nos privan de numerosos derechos, partiendo por el de trabajar en nuestras actividades habituales.
Chile no es una sociedad libre todavía, pero ha avanzado bastante en esa dirección, desde que bajo el mando de Augusto Pinochet se consagraran numerosas posibilidades de opción nuevas para los chilenos. Pero ni siquiera él se atrevió a insinuar que fuéramos también libres el 1° de mayo.
Alguna vez lo conseguiremos. Me atrevo a vaticinar que ésa será, alguna vez en el futuro, la "piedra de toque" (piedra que utilizan los joyeros para determinar la legitimidad de las piezas de oro) para saber si uno vive o no en una sociedad integralmente libre.

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