CAPÍTULO
XII
1984:
Más “juego de piernas” de Pinochet
Problema
con el Vaticano
Lo que menos
necesitaba el Gobierno era tener un impasse
con el Vaticano, pues el Papa Juan Pablo II no sólo era el mediador en
nuestro diferendo con Argentina, sino que tenía una visión política favorable
del Gobierno, inspirada por su amigo y compatriota residente en Chile, el padre
Bruno Richlovsky, ferviente partidario del régimen.
Pero
en enero se asilaron en la Nunciatura Apostólica de Santiago los cuatro
miristas inculpados del asesinato a sangre fría del Intendente de Santiago,
general Carol Urzúa, y dos escoltas suyos, uno de los cuales, habiendo quedado
malherido, había sido rematado en el suelo por una mujer mirista. Detallamos el
atentado en el capítulo anterior.
La
Santa Sede otorgó asilo a los cuatro terroristas e hizo la correspondiente
petición de salvoconductos al Gobierno, que después de tres meses finalmente
los concedió con renuencia. Pudieron así marcharse, sin problemas, a la
impunidad, esa generosa patria de la izquierda violenta mundial.
Tratativas
políticas
Las
violentas “protestas pacíficas” de que procuraban sacar provecho los políticos
opositores todavía no habían quedado atrás. Pero en el extranjero se daban
cuenta mejor que en Chile de la inutilidad de tratar de doblegar por la fuerza
al gobierno de Pinochet.
En
1983 había habido siete protestas: 23 de marzo, 11 de mayo, 14 de junio, 12 de
julio, 11 de agosto, 8 de septiembre y 27 de octubre, la primera organizada por
los comunistas y no contabilizada como protesta
por los restantes organizadores; las siguientes tres lideradas por el
sindicalista democratacristiano del cobre, Rodolfo Seguel; y las últimas tres
ya en definitivas manos del Partido Comunista.
Pero
a la autoridad no se le debilitaba la mano, pues en la segunda protesta, cuando
paralizaron ilegalmente 800 trabajadores de la cuprífera El Salvador, “fueron
despedidos sin pensarlo dos veces” (1).
El Acuerdo Nacional para la Transición a la
Democracia, impulsado bajo el patrocinio de monseñor Fresno, demoraría
todavía un año más, hasta 1985, en ver la luz pública. Pero ya en 1984 seguía
siendo exageradamente magnificado por la prensa nacional e internacional en
relación a su eficacia real para lograr el objetivo que se proponía: reducir el
plazo del Gobierno Militar y marginar del poder al general Augusto Pinochet.
Relata
el empresario José Zabala de la Fuente, Presidente de la Unión Social de
Empresarios Cristianos (USEC), haber traducido para el Arzobispo de Santiago, Monseñor
Juan Francisco Fresno, un artículo de la revista inglesa The Economist, donde se planteaba la idea de que los demócratas
chilenos estaban equivocando el camino para enfrentar al Gobierno con la
violencia de las protestas y que no estaban dando pruebas de producir una
alternativa que pudiese persuadir a Pinochet de abandonar el poder (2).
Estas
iniciativas sin sustancia efectiva (Jaime Guzmán en su momento calificó al Acuerdo Nacional de “gelatina”) son
eficaces para conseguir los fines buscados sólo en la medida en que convenzan
al adversario, al cual buscan destituir, de que se rinda y se marche.
Al
general Ibáñez, gobernante autoritario, en 1931, tras dos muertes en múltiples
desórdenes públicos provocados por sus opositores y en medio de una crisis
internacional que castigó a Chile como a ningún otro país, se le logró
convencer de renunciar y se autoexilió en Buenos Aires.
Pero
si no hubieran convencido a Ibáñez de marcharse, nadie lo habría podido obligar
a hacerlo, teniendo, como tenía, el apoyo de las Fuerzas Armadas.
Al
Shah de Irán, Mohammed Reza Pahlevi, los norteamericanos (el gobierno de Jimmy
Carter) lo convencieron, en 1979, de que a raíz de las protestas organizadas
por sus adversarios, debía tener mano blanda y ceder. Lo hizo así y terminó
teniendo que dejar el poder. Con eso los norteamericanos le infligieron un daño
a Irán y a su propia influencia internacional, hasta hoy. Pues si no hubieran
convencido al Shah, que era pro-norteamericano, nadie lo habría podido
derrocar.
En
los años ’60, con el respaldo de la CIA, fue asesinado y depuesto el Presidente
pro-norteamericano Ngo Din Diem, de Vietnam del Sur, acosado por una invasión comunista
desde el norte y los monjes budistas de izquierda del país.
Católico,
como Kennedy, sin embargo éste cedió a la conjura budista de izquierda,
creyendo que con eso iba a aplacar a los invasores comunistas de Vietnam del
Norte, que habían originado el conflicto bélico en el país del sur.
Kennedy
creyó así complacer a la opinión pública mundial, pero resultó al contrario y
el derrocamiento de Diem fue el primer paso hacia la derrota final
norteamericana en esa guerra, en los años ’70.
Si
a un gobierno asentado en la fuerza no lo convencen de marcharse, no lo hará ni
nadie lo sacará del poder. Ejemplos sobran: Cuba, Venezuela, Corea del Norte.
Es que el quid de la cuestión es
otro: radica en la ya citada respuesta de José Stalin cuando le dijeron que el
Vaticano le había hecho una fuerte crítica a su régimen y pedía su término:
“¿Cuántas divisiones tiene el Vaticano?”
Hay
un pragmatismo básico que ciertos políticos o líderes de opinión ocasionales de
occidente suelen olvidar.
En
el caso del Gobierno Militar chileno se pensaba que, dado el número de muertes
que generaban las protestas opositoras, derivadas de la violencia extremista y
la consiguiente represión; y dado el clima de repudio internacional que la
versión propagandística del Departamento
de Desinformatsiya del KGB creaba en contra del Presidente Pinochet, éste
podía verse obligado a dejar el poder.
Pero,
como no lo hizo, lo que terminó no fue su gobierno, sino las protestas
opositoras. Y a la larga sucumbió su peor enemiga, la Unión Soviética y fueron
lanzados al basurero de la historia su Departamento
de Desinformatsiya y el KGB mismo, según palabras de Paul Johnson
reiteradamente citadas.
Cuando
al ex Presidente Alessandri se le recordaba en los años ’80 y en plenas
“protestas” el precedente de la renuncia de Ibáñez, en 1931, sólo comentaba:
“Son muy distintos los hombres y las circunstancias”.
Además,
en el plano interno el Gobierno tenía un buen apoyo en la prensa más
importante. Yo tuve personalmente un papel en eso, porque en 1984, siendo
Director de El Mercurio Agustín
Edwards Eastman, me puso a cargo de redactar el comentario político dominical
del diario, La Semana Política. Yo
era partidario del régimen y escribía como tal. Por añadidura, Jaime Guzmán,
que siempre fue un asesor de la confianza de Pinochet, se encargaba de llamarme
muchos días viernes, en que sabía que yo estaba dedicado a La Semana Política, para fortalecer mis convicciones… que
coincidían con las suyas y, por lo demás, nunca han necesitado demasiado de ser
fortalecidas. Nunca he sufrido de ese “complejo de ser de derecha” que afecta a
muchos derechistas y cuyo primer síntoma es el de empezar a encontrarles la
razón a los adversarios cuando objetivamente no la tienen.
Por
añadidura, en esos años el apoyo crediticio del Banco del Estado, controlado
por el Gobierno, era fundamental para El
Mercurio, que venía saliendo de una estrechez económica muy grande, así es
que habría sido difícil que los distintos agentes del “vientre blando” del
régimen que trabajaban en el diario (derechistas que habían “comprado” las
tesis opositoras y el Acuerdo Nacional),
hubieran impuesto su línea en él. Algo parecido podía decirse del otro matutino
importante, La Tercera.
Reconozco
que, tal vez, si no hubiera existido la urgencia crediticia, probablemente
Agustín les habría prestado oídos. Años después, ya superada la emergencia, lo
hizo.
A
todo esto, un “duro”, el ex diputado y ex decano de Derecho de la Universidad de
Chile, muy partidario del Gobierno, Hugo Rosende, había jurado en diciembre de
1983 en el ministerio de Justicia. Era partidario del “inmovilismo”, es decir,
de lo que menos necesitaban los impulsores del Acuerdo Nacional. Sostenía que el articulado transitorio de la
Constitución –es decir, un estatuto de excepcionalidad con los atributos de un
gobierno muy autoritario-- debía mantenerse vigente con la misma fuerza que el
permanente.
Le
advertía constantemente a Pinochet, ya lo hemos dicho, que si se ablandaba lo
“iban a pasear en una jaula por la Alameda”.
Una
derecha partidaria firme
Jaime
Guzmán Errázuriz representaba, a su turno, a la derecha más partidaria y más
firme del Gobierno Militar. Él no se engañaba con las pretensiones de los
opositores ni creía en el talante democrático de los marxistas. Y por eso
impulsó la aplicación efectiva del artículo 8° de la Constitución, que decía:
“Todo
acto de persona o grupo destinado a propagar doctrinas que atenten contra la
familia, propugnen la violencia o una concepción de la sociedad, del estado o
del orden jurídico, de carácter totalitario o fundada en la lucha de clases, es
ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República”.
A
continuación la norma añadía que “las organizaciones y los movimientos o
partidos políticos que por sus fines o por la actividad de sus adherentes
tiendan a esos objetivos, son inconstitucionales”. Y encomendaba al Tribunal
Constitucional la misión de conocer de las infracciones a ese artículo.
La
primera presentación fundada en el mismo, como más arriba adelantamos, la
hicieron en 1984 el mismo Guzmán y, entre otros, los caracterizados partidarios
y colaboradores civiles del régimen Eduardo Boetsch, Enrique Campos Menéndez,
Carlos Alberto Cruz, Andrés Chadwick, Sergio Fernández, Pablo Longueira y Simón
Yévenes, este último un valiente poblador y pequeño empresario que en 1986
sería asesinado en su negocio y frente a su familia por un sicario del FPMR
comunista, hoy libre, pensionado e indemnizado por el Estado.
Jaime
Guzmán alegó la causa ante el Tribunal Constitucional y a comienzos de 1985
éste acogió el requerimiento y declaró inconstitucional al Movimiento Democrático Popular, MDP, y los grupos que lo
integraban, como el movimiento terrorista MIR, el PS-Almeyda y el Partido
Comunista.
Posteriormente
se seguiría la causa contra Clodomiro Almeyda y en octubre de 1987 éste
terminaría judicialmente inhabilitado para ocupar cargos públicos por
infracción al mismo artículo 8° de la Constitución (3).
Y
el “vientre blando” de la Junta…
Pero
también, como antes se ha repetido, la Junta tenía su propio vientre blando. Eran los integrantes de
ella que creían preciso ceder.
El
Acuerdo Nacional tenía como máxima
figura a monseñor Fresno, un hombre, como se ha dicho antes, de ideas políticas
de derecha, pero de no mucho carácter y que había sido “cooptado” y
“programado” por los adalides del vientre
blando del gobiernismo.
Monseñor
se permitió hasta algunos gestos de audacia frente al régimen, como el de
sentar, para el Te Deum ceremonial
del 18 de septiembre de 1984, a los firmantes del Acuerdo Nacional justo al frente del Presidente de la República y
la Primera Dama, elevándolos en la ocasión a un rango institucional del que
carecían.
Dentro
de la Junta, el general Fernando Matthei dijo, por su parte, respecto de dicho Acuerdo, que “no lo desestimaría”.
Merino, en cambio, lo ridiculizó y comparó al Cardenal con el “Chapulín
Colorado”, personaje cómico de la televisión mexicana, muy popular en Chile,
que siempre se metía a solucionar problemas ajenos, aunque no se lo hubieran
solicitado. El general Rodolfo Stange, de Carabineros, prudente, guardó silencio
y no dijo nada. Y el general Benavides, vicecomandante en jefe del Ejército y
el otro miembro de la Junta, guardó silencio también, cosa que no podía
permitirse. Pues él, por representar a quien representaba (el principal blanco
contra el cual estaba dirigido el Acuerdo
Nacional) no podía simplemente aparecer menos duro que Merino. Y
seguramente eso le costó el cargo, pues pronto renunció discretamente, se
acogió a retiro y fue reemplazado por el general Julio Canessa.
Hubo
pronunciamientos públicos y favorables al Acuerdo
de colegios profesionales y figuras prestigiadas, como algunos ganadores de
Premios Nacionales. Pero “¿cuántas divisiones tenían?”.
Pinochet
no decía nada. ¿Cómo se iba a rendir incondicionalmente e irse, que era lo que
pedía el Acuerdo? Al final, en 1985,
eso bastó para que la defunción oficial del mismo tuviera lugar.
No
obstante, el Presidente ya había hecho importantes concesiones. Desde luego,
había designado como ministro del Interior a Sergio Onofre Jarpa en agosto de
1983 y éste había emprendido una serie de reuniones con políticos opositores
para llegar a acuerdos, derogando de
facto el receso político.
Y
el mismo Jarpa había aconsejado introducir modificaciones a la política
económica, en la convicción de que eran las exigencias impuestas por el ajuste
recesivo lo que provocaba mayor descontento en la población.
Jarpa,
entonces, representaba a un tercer grupo de partidarios del Gobierno, además de
la Unión Demócrata Independiente y de
los nacionalistas que habían fundado Avanzada
Nacional: el de los antiguos dirigentes del Partido Nacional, en particular Francisco Bulnes Sanfuentes, ex
senador, ex embajador del Gobierno Militar en Perú cuya misión tuvo un abrupto
y desafortunado término cuando el gobierno de ese país lo declaró persona non grata, tras denunciarse una
operación de espionaje chilena a la cual era completamente ajeno.
Si
bien a su obligado regreso fue designado miembro del Consejo de Estado y
también se desempeñó como asesor de la Cancillería hasta 1982, finalmente se
convirtió en “partidario crítico” y definía su posición diciendo: “Cada vez son
menos los que se sienten identificados con este gobierno, por la simple razón
de que (…) se ha encerrado en sí mismo y el gigantesco movimiento de opinión
que antes acompañaba al régimen se va dividiendo y anarquizando” (4).
En
ese temperamento, Bulnes se suma al Movimiento
de Unidad Nacional (MUN) que encabezan
Jarpa, el ex senador del Partido Nacional Pedro Ibáñez y el dirigente
juvenil Andrés Allamand, y que había sido creado en abril de 1983, como vimos
en el capítulo anterior.
De
allí surge, en noviembre de 1983, Unión
Nacional, postulado como un “nuevo y gran movimiento político unitario,
democrático, amplio y renovador” (5).
Todos
ellos terminarán en el partido Renovación Nacional, que se formará en 1987 y al
cual inicialmente también se incorporará la UDI, bajo el concepto de que los
partidarios del Gobierno debían unirse, lo cual a la postre se demostraría
imposible.
Pero,
pese a que Jarpa es ministro del Interior desde 1983, la nueva Unión Nacional se va alejando del
Gobierno en la medida en que cree, según Allamand, que “el verdadero enemigo
del Plan Jarpa (es) el propio general Pinochet” (6).
A
su turno, los informes entregados al Presidente no hablan bien de Allamand, al
que identifican como eventual creador de un nuevo partido opositor (7).
Desde
luego, Unión Nacional se pliega al Acuerdo
Nacional, que propende al término anticipado del Gobierno Militar.
La
Alianza Democrática opositora ya
había advertido, al comenzar el año, que durante él el país estaría expuesto al
“estallido de una revolución popular, porque cuando los medios pacíficos ya no
sirven, entran a usarse los medios violentos” (8).
Durante
el año se vería qué entendían los opositores por “medios pacíficos”.
Presiones
norteamericanas (III)
En marzo el
embajador norteamericano, James Theberge, comunica a las autoridades chilenas
que la Casa Blanca estima que el proceso de apertura política “se ha estancado
un poco” y espera que éste se reanude para contar con una “transición auténtica
hacia una democracia estable” (9).
Si
no se supiera que Theberge era un embajador “amigo” del Gobierno, sería una
insolencia y una intromisión indebida e infundada, porque el régimen tiene en
la Constitución trazada una “transición auténtica a una democracia estable”.
Las
violentas protestas del 29 y 30 de octubre de 1984 dan lugar a que el
Departamento de Estado exprese que “el diálogo entre el gobierno y la oposición
democrática es un paso esencial para
revertir la tendencia hacia la polarización y para desarrollar el consenso
interno esencial para la transición hacia la democracia” (10).
Pero el régimen chileno debe velar,
ante todo, por su propia estabilidad y el 6 de noviembre decreta el Estado de
Sitio. El Secretario de Estado Schultz entonces declara, durante una Asamblea
de la OEA en Brasilia, que la administración Reagan está “muy decepcionada” por
las acciones del gobierno chileno.
Poco después un grupo de congresistas
de origen hispano de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos visitan
Chile e intentan persuadir al Presidente Pinochet de que formule “un pronto
llamado a elecciones”. Pinochet les dice, “esa materia, señores, es asunto
nuestro, no de ustedes” (11).
Y debería haberles agregado que el
tema ya estaba resuelto desde 1980 en la Constitución.
Es abismante la ignorancia
norteamericana sobre hechos fundamentales de la situación en los países con los
cuales mantienen relaciones y en los que los Estados Unidos intentan conducir o
cooptar la situación interna, con lamentable frecuencia en forma perjudicial a
los propios intereses de la libertad y la democracia, que supuestamente son los
mismos de los norteamericanos.
Un
gran esfuerzo social
La crisis de la
deuda generada por la reducción de las tres cuartas partes del flujo de moneda
extranjera al país entre 1981 y 1982, y la nueva reducción en 1983, ha golpeado
con más fuerza a los deudores en dólares, pero también a los pobres, porque el
desempleo ha llegado en 1982 y 1983 a niveles sin precedentes. Por eso en mayo
de 1984 Pinochet ha informado sobre el trabajo realizado para paliar la
cesantía y señala que entre el trimestre mayo-junio de 1983 y el trimestre
diciembre-febrero de 1984 se han creado 190 mil empleos productivos, sin considerar
los programas de empleo mínimo (PEM) y para jefes de hogar (POJH), que han
beneficiado a más de 65 mil personas en el mismo período (12).
Señala
que hay 600 mil desempleados que no pueden esperar y anuncia una campaña de
solidaridad para el trabajo, junto con llamar a los trabajadores a no presionar
por incrementos en las remuneraciones que sólo agravan la cesantía (13).
Los
comunistas en la lucha armada
En su Congreso
Nacional clandestino de noviembre de 1984 el Partido Comunista ratifica la decisión
de avanzar en la lucha armada. Esta acción había sido declarada en 1983 y el
Comité Central contemplaba su ejecución para 1985, cuando ya estimaban que
tendría lugar una “insurrección generalizada” o rebelión popular a la cual se
incorporarían los que llamaban “partidos burgueses”.
Estas
decisiones comunistas tuvieron consecuencias institucionales importantes,
porque los sectores de opinión que habían apoyado al Gobierno Militar iban
siendo víctimas del temor suscitado por la violencia extremista y proyectaban
lo que podría suceder si ésta triunfara: las víctimas propiciatorias serían los
civiles que hubieran apoyado al régimen militar. Y éstos lo temían así.
Recuerdo
en esos años las reuniones del grupo fundador de las revistas Portada y Qué Pasa, las cuales habíamos seguido manteniendo desde 1970,
donde uno de los circunstantes cuya opinión era más respetada juzgó del caso
advertirnos que, si tenía lugar un cambio de régimen, “nos iban a colgar a
todos de los faroles”, por haber adherido al Gobierno Militar.
En
el fondo, el temor –un sentimiento muy arraigado en la derecha política de
todas las latitudes— era el que conducía a buscar acuerdos de “aterrizaje
suave”, para emplear los términos de un ex senador del Partido Nacional,
utilizados en un almuerzo al que asistí el año anterior en el diario El Mercurio y referido en el capítulo
precedente.
El
Acuerdo Nacional, surgido a raíz de
las conmociones internas provocadas por el terrorismo de extrema izquierda que
se amparaba bajo el paraguas de las protestas
pacíficas, no fue otra cosa que la exteriorización de los temores de los
sectores civiles moderados de terminar siendo ellos las víctimas en caso de un
abandono del poder por parte de los militares. Si ellos se hacían parte de la
tarea de convencerlos de abandonar el poder, quienes lo tomaran a continuación
“les perdonarían” el haber llamado a los militares en 1973 y haber sido
partidarios de su gobierno.
El
terrorismo comunista, planificado años antes en Moscú por Volodia Teitelboim,
Gladys Marín y Orlando Millas, como varias veces hemos documentado antes, se
traducía en realidades penosas acá. Esos jóvenes fueron entrenados para matar
chilenos y lo consiguieron. Pero no pocos de ellos perdieron la vida en el
intento.
Resultados
de la agresión comunista
He
aquí en Wikipedia, la Enciclopedia de Internet, bajo el título de “El Gobierno
Militar de Chile 1973-1990”, lo que lo comunistas lograron en 1984:
“El
31 de marzo un bus policial en Santiago fue destruido por una bomba, matando a
un carabinero e hiriendo a once.
“El
29 de abril la guerrilla del MIR hizo explotar once bombas, descarrilando el
Metro e hiriendo a veintidós pasajeros, incluidos siete niños.
“El
5 de septiembre la guerrilla disparó y mató al teniente Julio Gómez Rayo en
Copiapó.
“El
2 de noviembre un bus de carabineros fue atacado con granadas durante la Vuelta
Ciclística de Chile y cuatro carabineros murieron.
“El
4 de noviembre cinco guerrilleros en una van lanzaron bombas y disparos de
armas automáticas a una comisaría suburbana, matando a dos carabineros e
hiriendo a tres. Un mes más tarde otro carabinero fue muerto en un ataque
similar” (14).
Desde
comienzos del año los comunistas anunciaban: “‘El año 1984 se perfila como el
año de grandes movilizaciones de todo el pueblo (…) El paro nacional de
actividades surge de todas partes como una exigencia impostergable (…) No debe
quedar ningún rincón del país sin que la población se organice en cabildos (…)
que cohesionen al pueblo y lo proyecten como una fuerza incontenible.’ No demoraron
los democratacristianos en seguir los pasos de los comunistas y la Alianza
Democrática acordó desde mediados de enero la realización de ‘cabildos
abiertos’” (15).
Después
de provocar desórdenes durante una visita del Presidente Pinochet a Punta Arenas,
se desató una escalada de atentados explosivos en Santiago, Valparaíso, Viña
del Mar, Quilpué, Concepción y Talcahuano, simultáneamente.
Se
estaba preparando una protesta pacífica
para el 27 de marzo, previa a lo que debería ser un paro nacional revolucionario. Ya el 8 de marzo Radio Moscú
anunciaba que se había creado un “Comité Conjunto” de la Alianza Democrática con el
marxista Movimiento Democrático
Popular (MDP) de comunistas, socialistas y miristas.
El
ex canciller DC Gabriel Valdés decía: “En los actos de movilización social no
vemos inconvenientes en buscar acuerdos”. Confesión paladina de que sin
violencia no conseguiría nada. Al final resultó que con violencia tampoco.
El
Partido Comunista hizo circular un Manifiesto
a las Fuerzas Armadas, llamándolas a la “patriótica tarea de poner fin a la
dictadura”.
Ya
una horda de 200 corresponsales extranjeros se había dejado caer sobre Santiago
a la expectativa de la sangrienta revuelta que iba a desatar el Partido
Comunista en la protesta pacífica del
27 de marzo.
Finalmente,
fue menos violenta que las anteriores. Resultaron 24 carabineros heridos, hubo
apagones y saqueos, cinco muertos en diversos episodios (otras fuentes hablaron
de diez) y Volodia Teitelboim se
vanaglorió de que se hubieran empleado “las más diversas formas de lucha” (16).
El
29 de marzo se perpetró un ataque armado contra una subcomisaría de
Carabineros, con un subversivo muerto y tres policías heridos. El 30 una bomba
asesina a un carabinero y deja heridos a otros once y a tres civiles. El 12 de
abril es asesinado un sargento de Ejército y hubo atentados con explosivos casi
todos los días hasta el fin del mes (17).
Desde
Moscú los dirigentes comunistas chilenos se vanagloriaban de que en cinco meses
de 1984 habían consumado 238 atentados, contra 200 en todo el año anterior.
¡Qué notable avance! Debe ser lo que llaman “progresismo” (18).
Y
así llegó la protesta del 11 de mayo, pero la huelga nacional no se produjo.
Con un solo muerto, la protesta fue considerada “un fracaso”. El presidente
subrogante de la CUT, el DC Ruiz di Giorgio, manifestó: “Con esta jornada se
cierra un ciclo exitoso de las protestas convocadas por el Comando. Ahora debe
ser el conjunto de la oposición política el que diseñe nuevas acciones de
movilización social”.
En medio de los atentados,
explosiones, saqueos, apagones y ataques subversivos, un genial Andrés Zaldívar
declaraba: “El problema central de Chile no es el comunismo”, justo cuando la
realidad de los hechos señalaba que era el peor (19).
La
“Jornada por la Vida” del Cardenal
El
9 de agosto de 1984 el Cardenal convocó a una jornada etiquetada “Chile
Defiende la Vida”. En la conferencia de prensa habló el Vicario de la
Solidaridad, Ignacio Gutiérrez, que posteriormente colgaría los hábitos y se
incorporaría el marxismo español (20).
La
jornada debía realizarse el 9 de agosto y, como ya era habitual, en los días
previos fueron perpetrados varios atentados terroristas y Radio Moscú
“informaba con satisfacción que tan solo en dos días, el 6 y el 7 de agosto,
habían estallado más de treinta bombas en ocho ciudades del país”.
El
día fijado se realizó la manifestación con una escenografía encomendada por la
Iglesia al integrante de la brigada comunista Ramona Parra, Patricio Madera.
Resultado:
en Santiago y varias ciudades se produjeron incidentes de diversa gravedad,
estallaron bombas, se levantaron barricadas y hubo ataques masivos a
Carabineros en Valparaíso. Esta jornada religiosa “por la vida” terminó con un
muerto, diez heridos y varios carabineros lesionados (21).
Cuatro
protestas “pacíficas” y 24 muertes
En esta estrategia
comunista de rebelión popular se insertaron, a lo largo de 1984, otras cuatro
protestas. Pues la verdad era que las concesiones otorgadas por Jarpa lo único
que habían conseguido había sido radicalizar a los opositores.
Pero
había una paradoja: en el plano interno, las protestas no perjudicaban al
Gobierno, porque éste representaba la autoridad y quienes protestaban
personificaban los desórdenes, barricadas incendiarias, cortes de luz, amenazas
para trasladarse e inseguridad en muchos barrios y poblaciones, todo lo cual
perturbaba a la mayoría ciudadana.
Pero
en el plano internacional la inevitable represión, exagerada
propagandísticamente por una prensa dominada por la izquierda, acrecentaba el
repudio al Gobierno Militar y el temor de los gobiernos occidentales,
comenzando por la propia administración Reagan, de aparecer en alguna forma
apoyando a la Junta. Recordemos que desde el primer día de constituirse ésta,
el KGB se había preocupado de hacer campaña mundial contra ella. Y recordemos
que siempre entre los primeros en caer en las redes propagandísticas del KGB
estuvieron los norteamericanos.
La
ironía histórica consistió en que el régimen del cual formaba parte el KGB
llegó a su término un año antes que el Gobierno Militar chileno, y que éste lo
hizo a su debido tiempo institucional previamente planificado, mientras aquél
fue expulsado del poder por un golpe de estado como el que, precisamente, el
comunismo internacional había estado propiciando en Chile por dieciséis años.
Pero
la tesis comunista de la rebelión popular hallaba aliados impensados: hasta el
propio líder opositor moderado, Andrés Zaldívar (DC), que había logrado
retornar al país de su exilio gracias a las concesiones impulsadas por Jarpa,
hablaba, como una aspiración, la de generar “ingobernabilidad”. ¡Qué hermoso y
constructivo papel para un político!
En
las protestas de 1984 murió también un teniente de Ejército, lo que confirmaba
que no se estaba enfrentando a meros civiles desarmados.
Pero
todas las víctimas derivadas de los desórdenes opositores eran cargadas a la
cuenta del Gobierno Militar. Hasta el padre André Jarlan, un sacerdote francés
que hacía su labor apostólica en la población La Victoria, y que había resuelto
marginarse de la protesta de septiembre de 1984, encerrándose a hacer su
lectura bíblica en el segundo piso de la casa parroquial, murió por una bala
perdida, un disparo al aire de un carabinero que se sintió amenazado por los extremistas,
con tan mala suerte que el proyectil dio en la rama de un árbol, luego en una
pared y finalmente entró por la ventana de la pieza en que estaba sentado el
sacerdote, dándole en la cabeza y causándole la muerte mientras leía “El Libro
de los Salmos” (22).
Quedó
clasificado como “crimen de la dictadura”.
Elecciones
sindicales en el cobre
La Confederación
de Trabajadores del Cobre realiza elecciones sindicales y triunfan dirigentes
pertenecientes a partidos declarados en “receso político”, la DC, el PC y el
PS. En la principal empresa estatal, Codelco, manejada por el Gobierno, se
encuentra, sin embargo, el principal foco de oposición política al mismo
Gobierno y el máximo dirigente sindical, Rodolfo Seguel, ha ganado renombre
nacional e internacional precisamente por eso.
Y
así, pese a la ninguna vinculación de Punta Arenas, en el extremo austral, con
la minería del cobre, es Seguel, dirigente de los trabajadores de ésta, quien
encabeza allá una manifestación pública de protesta contra el Gobierno, un
evento todavía sin precedentes en la zona tras la Revolución Militar. Anuncia
Seguel que el Comando presidido por él
“va a impulsar una campaña muy grande a través de todo Chile, para que esto que
se hizo en Punta Arenas se repita en todo el país” (23).
Así,
a partir de fines de marzo se reanudaron las fogatas callejeras, las barricadas
y los atentados explosivos. La que tiene lugar ese mes provoca seis muertos y
más de 30 heridos. Hay 200 detenidos (24).
En
el hecho, lo que cada vez se plantea como una “movilización” deriva en
paralización de actividades, porque el comercio, las oficinas y las industrias
temen por la integridad de su personal y de sus establecimientos y cierran para
evitarse problemas, sobre todo porque la locomoción colectiva, cuyos
empresarios también temen los daños de la violencia, se retira temprano de las
calles.
Síntesis
de la violencia extremista
Como en la
“historia oficial” que se ha impuesto en Chile sobre el período 1973-1990 se ha
hecho desaparecer el desafío armado extremista, voy a dejar con la palabra para
describir la violencia opositora a un crítico del régimen militar en materia de
derechos humanos, su ex ministro de Educación, Gonzalo Vial, convertido en
verdadero fiscal condenatorio del gobierno del cual formó parte, en su calidad
de integrante de la sesgada Comisión
Rettig, en 1990-91.
Pues
el Presidente Aylwin había buscado “equilibrar” la Comisión Rettig con algún prohombre de derecha que hubiera sido
partidario del Gobierno Militar. Le ofreció el cargo al ex senador del Partido
Nacional, Francisco Bulnes Sanfuentes, quien sabiendo el real propósito de
Aylwin, lo rechazó. En seguida, se lo ofreció al distinguido abogado Ricardo
Rivadeneira, ex presidente de Renovación Nacional, un partido afín al Gobierno
Militar. Éste también sabía lo mismo y lo rechazó. La tercera opción fue
Gonzalo Vial Correa, ex ministro de Educación de Pinochet, despedido por éste
en 1979 sin expresión de causa. Éste aceptó. Otro integrante de la Comisión Rettig me ha comentado, en conversación
privada, y por eso no doy su nombre, que Vial, dentro de aquella, era el más
duro con el régimen del cual había formado parte. Pues bien, este severo
crítico describe así la acción extremista en el período que estamos viendo:
“Todo
el año 83 y el 84 se suceden, mientras tanto, estallidos de poderosas bombas en
las calles, edificios públicos y privados, restoranes, municipios y sedes
vecinales, torres y postes eléctricos, oleoductos, casetas telefónicas, garitas
de microbuses y taxis, etc. Casi siempre estas explosiones causan víctimas, a
veces numerosas, v. gr. en la Bolsa de Comercio de Santiago (veintiún heridos,
seis de ellos graves) e Intendencia de Rancagua (doce heridos graves). Son
asaltados o atacados con bombas molotov o armas de fuego, vehículos de la
locomoción colectiva y hasta un tren, el expreso Santiago-Linares: el FPMR
asesina a su maquinista y desvalija a los pasajeros. Ocho son los muertos por
el terrorismo durante el presente período” (25).
Recuérdese,
para juzgar la gravedad del desafío terrorista, que en todo 1978 hubo nueve
muertos en el país y en 1982 sólo ocho derivados de la confrontación
subversivos-policía (26). Ahora, en 1984, son ocho en pocos meses y todos
víctimas del terrorismo comunista.
Y,
finalmente, todos los terroristas autores de esos hechos de sangre fueron
indultados por el gobierno de Patricio Aylwin, en 1991, por contraste con los
agentes del orden encargados de enfrentarlos, muchos de los cuales cumplen
presidio o son procesados ilegalmente hasta hoy, 2018.
Legislación
antiterrorista
Al comenzar 1984
el Presidente había enviado a la Junta un proyecto de Ley Antiterrorista,
elaborado por los ministerios del Interior y Justicia, destacando en el mensaje
“la importancia que tiene la existencia de una ley en la que, en forma
orgánica, se trata el terrorismo; la aparición en nuestro país de actividades
terroristas de graves consecuencias para la población, y que han costado además
la vida de servidores públicos.”
El
Presidente advierte que la sola dictación de leyes no sirve para derrotar al
terrorismo, pero que es “indispensable
un conjunto de herramientas legales que permitan ágiles y adecuadas
sanciones, organismos altamente especializados y eficientes, todo ello dentro
de un marco de justicia y conforme a las normas propias de un Estado de
Derecho”. Resalta que el proyecto se inspira en recientes instrumentos legales
de España, Italia, Alemania y Perú.
El
proyecto califica como conductas terroristas, en general, las que tienen “por
objeto crear pánico o temor en la población con la finalidad ulterior de
procurar la obtención de fines subversivos o revolucionarios”.
Las
penas que contempla van de presidio mayor en su grado mínimo a muerte y radica
en los Tribunales Militares las causas por delitos terroristas.
La
prensa reconoce que se ha acelerado la tramitación de la iniciativa a raíz de
los múltiples atentados que han costado la vida “a varios carabineros y
provocado ingentes daños materiales” (27).
Finalmente,
el 16 de mayo de 1984 se promulga dicha Ley Antiterrorista. Hay concomitancia
entre la decisión comunista nacional e internacional (URSS y Cuba) de promover
la revolución armada en Chile y el fortalecimiento de la legalidad para
enfrentarla.
Las
penúltimas protestas
Pero fue sólo en
1984 que los opositores se convencieron de que las protestas pacíficas, que no eran pacíficas, no servían para
terminar con el régimen. Los opositores querían “sacar las castañas con la mano
del gato”, que era el FPMR, pues pensaban que un estado insurreccional generalizado
iba a redundar en la renuncia del Presidente y la Junta y en elecciones
anticipadas que iban a ganar ellos.
Pero
los comunistas pensaban que el estado insurreccional les iba a dar a ellos el
poder para instalar su “dictadura del proletariado.”
Las
cuatro protestas de 1984, de un total de once: el 26 y 27 de marzo, seis
muertos; el 4 y 5 de septiembre, nueve muertos, entre ellos un teniente de
Ejército; el 27 de octubre, sólo heridos; y el 30 de octubre, nueve muertos,
fueron las penúltimas y no terminaron con el régimen, sino con la disposición
de éste a hacer concesiones, pues el ministro del Interior, Sergio Onofre
Jarpa, renunció dando como pretexto la visita ad limina de los obispos chilenos a Roma para entrevistarse con el
Papa, ocasión en la cual se reunieron con el exiliado de la línea dura
socialista, el ex canciller de Allende, Clodomiro Almeyda, y el ex
parlamentario comunista y promotor del FPMR con jóvenes chilenos entrenados en
Cuba, Volodia Teitelboim.
A
Jarpa, por añadidura, y siguiendo la “ley del péndulo”, lo iba a suceder el
“inmovilista” Hugo Rosende en Interior, pero éste a última hora desistió.
También
renunció Hugo Gálvez al ministerio del Trabajo, un hombre de la línea de Jarpa
y que se proponía una “apertura social” paralela a la “apertura política” en
Interior. Fue reemplazado por Alfonso Márquez de la Plata, que abandonaba la
Secretaría General de Gobierno para entregarla a un “duro” de la nueva
generación: el joven abogado Francisco Javier Cuadra, que se ganaría un sorprendente
grado de confianza con Pinochet y consideraba la apertura de Jarpa como “un
desastre total”. Era partidario de la prolongación del régimen más allá de
1989. Y tenía la habilidad de convencer a Pinochet de que eso se podía conseguir.
Paradójicamente,
la renuncia de Jarpa no pudo hacerse efectiva debido al arrepentimiento de
Rosende, tras haber éste inicialmente aceptado el ministerio del Interior. Así
es que vinieron unos meses de convivencia difícil de aquél con Francisco Javier
Cuadra, que había jurado como ministro Secretario General de Gobierno el 6 de
noviembre, recomendado al Presidente por Sergio Rillon. Jarpa y Cuadra
postulaban estrategias políticas incompatibles entre sí (28).
De
hecho, Cuadra pasó por sobre Jarpa, con el beneplácito de Pinochet, y al día
siguiente de jurar él se decretó el Estado de Sitio y el toque de queda en
Santiago, fueron suspendidas todas las revistas opositoras (que eran mayoría
frente a las gobiernistas), salvo la DC Hoy,
que quedó con censura previa; y fue cancelada la visa del jesuita español
Ignacio Gutiérrez, Vicario de la Solidaridad, quien se hallaba fuera del país y por eso no pudo regresar.
Gutiérrez se aprestaba a recibir en Viena una condecoración de manos del premier
socialista austríaco Bruno Kreisky, que ya había probado su animadversión
contra la Junta en los primeros años de ésta (ver capítulo I).
Monseñor
Fresno emitió una declaración de protesta por la prohibición de reingreso y el
Gobierno impidió que ella se publicara. Es que eran nuevos tiempos. Lo peor era
que todo esto sucedía cuando recién Jarpa se había vuelto a abuenar con los
obispos después del viaje ad límina de éstos a Roma en que se reunieron con los jefes comunistas. Como era de
esperar, hubo un violento choque verbal Jarpa-Cuadra, pero al final prevaleció
este último (29).
¡Qué
lejanos parecían los tiempos de 1975, cuando un Comité Permanente del
Episcopado había declarado!:
“Nosotros
reconocemos el servicio prestado al país por las Fuerzas Armadas, al liberarlo
de un dictadura marxista que parecía inevitable y que había de ser
irreversible. Dictadura que sería impuesta en contra de la mayoría del país y
que luego aplastaría a esa mayoría. Por desgracia muchos otros hechos que los
propios partidarios del pasado gobierno hoy critican y lamentan, crearon en el
país un clima de sectarismo, de odio, de violencia, de inoperancia y de
injusticia, que llevaba a Chile a una guerra civil o a una solución de fuerza.
Lo ocurrido en tantos otros países del mundo en que minorías marxistas han impuesto
o han tratado de imponer su dictadura contra la inmensa mayoría de sus
habitantes, y no pocas veces con ayuda extranjera, era una clara advertencia de
lo que podía suceder en Chile. Que estos temores no eran cosa del pasado lo
demuestran, entre otros, la actual situación en Portugal o lo que se puede
sospechar ocurre en Vietnam del Sur o en Cambodia. Es evidente que la inmensa
mayoría del pueblo chileno no deseaba ni desea seguir el destino de aquellos
países que están sometidos a gobiernos marxistas totalitarios. En ese sentido,
creemos justo reconocer que las fuerzas armadas interpretaron el 11 de
septiembre de 1973 un anhelo mayoritario, y al hacerlo apartaron un obstáculo
inmenso para la paz” (30).
En
diez años el martilleo de la propaganda izquierdista también había surtido su
efecto en la Iglesia chilena… como en un número significativo de otros
habitantes del país y en la opinión pública internacional.
Agotamiento
de la vía violenta
Un seminario
opositor realizado en julio de 1984 en el Hotel
Tupahue de Santiago, dio la señal inicial de que la vía armada comunista se
había agotado. Organizado por el Centro
de Estudios Humanísticos, entidad dirigida por Francisco Cumplido, jurista
democratacristiano, y cuyo coordinador académico era Gutenberg Martínez,
propuso debatir “un sistema jurídico-político institucional para Chile”, tema
aparentemente redundante, porque la Constitución de 1980 ya establecía tal
sistema y estaba en vigor.
Justamente
el país se hallaba en transición a la democracia integral, única “transición”
que ha habido después de 1973, sin perjuicio de que muchos sigan llamando tal
al período posterior a 1990, en que Chile no transitó hacia nada distinto, como
no fuera a sucesivas reformas constitucionales perfectamente normales y ajustadas
a la Constitución vigente.
En
ese seminario expusieron Alejandro Silva Bascuñán, jurista DC destacado por
haber acreditado la legitimidad del Gobierno Militar desde sus inicios, pero
que, como buen DC, en 1980 ya había evolucionado hacia un sol que calentara
más; Carlos Briones, moderado ex ministro de Allende; Manuel Sanhueza, jurista
radical de Concepción; Francisco Bulnes, ex senador nacional y ex embajador de
la Junta en Perú; Enrique Silva Cimma, radical de izquierda y ex Contralor;
Sergio Diez, ex senador Nacional; y Patricio Aylwin, ex senador y ex presidente
de la DC.
Comentaron
José Piñera, Edgardo Boeninger, Jorge Precht, Ignacio Balbontín y Hernán
Vodanovic. Julio Canessa y Francisco Balart en su libro describieron la
situación así:
“La
exposición final estaba a cargo de Patricio Aylwin, quien ocupaba la
vicepresidencia de su partido como representante de la tendencia de los
‘guatones’, en una mesa presidida por Gabriel Valdés, líder del ala más
rebelde, la de los ‘chascones’ (…) Ni sus ideas ni su persona tenían en aquel
momento mucha audiencia en el partido. Cumplido y Martínez organizaron este
seminario, entre otras cosas, para darle una plataforma en que expresar sus
ideas respecto a la transición. En la tarde del día 28, Aylwin interpeló
dramáticamente a los dirigentes de un país ‘con el alma trizada’. ‘Vamos camino
--decía— de convertirnos en una Torre de Babel en la que cada cual habla su
lenguaje, sin importarle ni entender lo que otros dicen’. En esas
circunstancias, sólo había dos salidas, según el ex senador DC: o la guerra
civil o la solución pacífica, por la vía jurídico-política. ‘Salida
jurídico-política será en esta situación –afirmaba don Patricio-- la que logre superar las divisiones sobre la
base de descubrir y reforzar lo que nos une y sacrificar lo que nos separa. Se
trata de ser capaces, con realismo, audacia, imaginación y coraje, mediante
entendimientos políticos y fórmulas jurídicas, de provocar lo que Ortega y
Gasset llama la unidad de los contrarios.’ A esta altura de su exposición
Aylwin introducía su idea más polémica. Explicaba: ‘Puestos a la tarea de
buscar una solución, lo primero es dejar de lado la famosa disputa sobre la
legitimidad del régimen y su Constitución. Personalmente –decía— yo soy de los
que consideran ilegítima la Constitución de 1980. Pero así como exijo que se
respete mi opinión, respeto a los que opinan de otro modo. Ni yo puedo
pretender que el general Pinochet reconozca que su Constitución es ilegítima,
ni él puede exigirme que yo la reconozca como legítima. La única ventaja que él
tiene sobre mí a este respecto, es que su Constitución –me guste o no— está
rigiendo. Este es un hecho que forma parte de la realidad y que yo acato. ¿Cómo
superar este impasse sin que nadie sufra humillación? Sólo hay una manera: el
eludir deliberadamente el tema de la legitimidad.’
“El
silencio compacto de la asamblea se podía cortar con un cuchillo. No era para
menos. La tesis propuesta aquel día por Patricio Aylwin introducía un quiebre
conceptual que modificaba toda la perspectiva y el modus operandi de la
transición chilena. La redefinía. Pretendía el cambio de régimen, pero
aceptando una cierta continuidad de la realidad política oficial” (31).
La
gente pide “mano dura”
Pinochet se
desplaza por el país constantemente y la gente, que sufre los efectos del
terrorismo extremista, le pide “mano dura”.
Hay
un rebrote subversivo, explicado por la llegada de los guerrilleros comunistas
entrenados en Cuba. En marzo el Director de Investigaciones, general (r) Fernando
Paredes, expresa: “Es muy claro y está representado por la forma en que están
sucediendo los hechos; un día es un corte de luz, atentados en las torres de
alta tensión, el día siguiente es una agresión a personas, después un asalto,
más tarde una acción contra una unidad de Carabineros, este conjunto de hechos
constituye el Plan Comunista” (32).
En
resumen, en el “año de la apertura” se ha pasado de 173 a casi 1.700 atentados
con bombas. Cuando son asesinados seis carabineros, Pinochet anuncia la aplicación
del Estado de Sitio y da por terminado el diálogo. Jarpa presenta su renuncia,
aunque no es indeclinable. Fue lo que logró el plan comunista (33).
El Estado de Sitio
se implantó por seis meses el 6 de noviembre de 1984 y el Partido Comunista le
aportó al Ejecutivo muy buenos argumentos para hacerlo. Su brazo armado publicó
su “proyecto político”:
“El
FPMR ha concluido que a este régimen sólo se le enfrenta eficientemente y se le
derrota haciendo uso de todas las formas
de lucha, incluida la armada; para ello, precisamente, se ha constituido
nuestro Frente: para conducir militarmente al pueblo en su lucha hasta la
victoria final” (34).
Al
final, no hubo paro nacional, pues en la fecha anunciada lo único que se
advirtió fue una intensificación de los atentados terroristas, pero aparte de
eso el país funcionó normalmente y lo que la gente le pedía a Pinochet en sus
desplazamientos por el país no era que se fuera, sino que pusiera “mano dura”.
“El
rotundo fracaso del paro nacional del 30 de octubre de 1984, realizado con
‘todos los medios de lucha’ y que se proyectaba como altamente decisivo, llevó
a los comunistas a intensificar agudamente sus actividades terroristas.
Frustrados y furiosos, los comandos armados del PC atacaban ya el 2 de
noviembre un bus policial en Valparaíso, asesinando a cuatro carabineros y
dejando a doce heridos. Al día subsiguiente asesinaron a otros dos policías en
un asalto a un recinto de Carabineros en La Cisterna” (35).
En
síntesis, en la protesta del 11 de octubre las masas no aparecieron por ninguna
parte. El paro nacional indefinido del 31 de octubre no fue nacional ni
indefinido, sino que se tradujo en una serie de atentados. Y la última protesta
nacional del año, fijada para el 12 de diciembre, sólo hizo noticia porque el
FPMR hizo estallar una bomba en la “rueda” de la Bolsa de Comercio de Santiago
al mediodía, provocando más de 20 heridos, seis de ellos graves, bomba a la
cual había precedido, el 6 de diciembre, una declaración del Obispo José Manuel
Santos, de Concepción, donde revelaba que el país estaba “al borde de un
estallido social” (36).
Notable
poder predictivo del prelado, porque hubo “estallido”, evidentemente, y fue
“social”, porque en la Bolsa, a mediodía, había conspicuos representantes de la
sociedad santiaguina que resultaron gravemente heridos.
Y
así se llegó al final del Año de la
Huelga Nacional sin ninguna huelga nacional.
Golpe
de timón económico
El
ministro de Hacienda, Carlos Cáceres, propiciaba un Programa Económico de
Emergencia con duras medidas para terminar de superar la crisis y permitir una
buena negociación de la deuda externa, tanto pública como privada, de la cual
había decidido –o, mejor dicho, había debido-- hacerse cargo el Gobierno, como
precio para conseguir mayor auxilio crediticio.
Pero
el exigente programa de Cáceres recibió un golpe mortal del propio Pinochet,
cuando el 2 de abril de 1984 fue reemplazado en el gabinete por Luis Escobar
Cerda, un economista próximo al Partido Radical y crítico de las políticas ortodoxas.
Pero representaba lo que el ministro del Interior, Jarpa, intuía como la receta
“realista y pragmática” para dejar atrás la crisis.
Era
pues, indudablemente, un nombramiento que venía patrocinado por Jarpa, antes de
perder su influencia en el Gobierno y cuando todavía imponía no sólo nuevos
términos políticos, sino que también nuevas ideas económico-sociales. Nuevas
recetas para salir de la crisis. Desde el punto de vista económico, era como
volver atrás cuarenta años. En la columna que yo mantenía en El Mercurio manifesté “no entender nada
de nada”, tras la renuncia solicitada a Carlos Cáceres. Fui incluido en
declaraciones públicas entre “las viudas de Carlos Cáceres” por un dirigente
gremial simpatizante del Partido Radical, Domingo Durán, que apoyaba a Escobar
Cerda.
En
resumidas cuentas, la remoción de Cáceres fue considerada por muchos como un
renunciamiento del Gobierno a continuar aplicando el modelo económico-social
que había hecho posible el internacionalmente comentado, si bien ahora en
crisis, milagro chileno.
Junto
con la renuncia de Cáceres se produce la llegada al ministerio de Economía del
ingeniero Modesto Collados Núñez, de pasado próximo a la Democracia Cristiana,
pero independiente. Collados chocará meses después con Escobar porque intentará
revindicar las atribuciones de su ministerio cuando el titular de Hacienda
devalúe unilateralmente y se genere una alta inflación en septiembre de 1984.
Todo eso debilitará al titular de Hacienda y llevará a que sus días queden
contados.
En
Vivienda es designado el abogado Miguel Ángel Poduje, que con el tiempo se
convertirá en el más popular de los miembros del Gabinete, administrando con
habilidad y eficiencia la política de subsidios habitacionales, que hará muchos
nuevos propietarios.
El
“ablandamiento” del régimen en lo económico había tenido su correlato político
y ya, un mes antes de pedir la renuncia a Cáceres, el propio Pinochet,
sorprendentemente, pero sólo de palabra, había abierto la puerta a una
derogación parcial del itinerario contemplado en el articulado transitorio de
la Constitución, al admitir la posibilidad de que hubiera un Parlamento elegido
en 1987, dos años antes de las fechas contempladas en la Carta (37).
Pero
a la Junta no le gustó la idea de su defunción anticipada, ante lo cual se
produjo la queja de Pinochet: “Yo siempre tengo que asumir las
responsabilidades de todo lo que ocurre y enfrentar las críticas negativas
dentro y fuera de Chile. Ustedes, en cambio, no ponen la cara, y cuando
propongo algún avance institucional, no cooperan” (38).
Claro,
cuando los adversarios proponían reemplazarlo a él, la Junta se mostraba tibia.
Cuando él proponía reemplazar a la Junta, ésta perdía inmediatamente su tibieza
y entraba en calor.
Pero
Merino se mostró categórico: “O nos vamos todos o no se va nadie”.
En
realidad, tanta transigencia no se justificaba. El propio Patricio Aylwin había
dicho en el mismo 1984: “Estoy dispuesto a aceptar la institucionalidad vigente
para cambiarla”. ¿Para qué iba a cambiarla el Gobierno, si sus adversarios la
aceptaban? Con eso era Aylwin quien le ponía la lápida al Acuerdo Nacional.
Jarpa
y Escobar
La
dupla formada por Jarpa y el nuevo ministro de Hacienda que sucedió a Carlos
Cáceres, Luis Escobar Cerda, venía de vertientes políticas muy distintas: Jarpa
del nacionalismo y Escobar del radicalismo, corrientes de opinión que en un
momento dado (Presidencia de Ibáñez 1952-1958) fueron adversarias
irreconciliables. Pero en 1984 confluyeron.
Jarpa
(como recordé antes, se lo oí decir en un almuerzo en El Mercurio apenas asumió) se había tornado muy crítico del modelo
económico y partidario de otro “como el de los gobiernos radicales de los años
‘40”. Lo dijo así y con esas palabras. Al parecer, convenció a Pinochet de eso…
hasta el grado en que Pinochet podía ser convencido de algo. Bueno, pero en
este caso, de hecho, nombró al radical en Hacienda.
Luis
Escobar era, sí, radical, pero de derecha. Había sido ministro de Economía de
Jorge Alessandri en 1963-64, cuando éste ya había abandonado la esperanza de
hacer un buen gobierno de derecha y había renunciado a su propio modelo de
libre mercado y tipo de cambio fijo, resignado a hacer sólo “un gobierno
posible”, porque en la elección parlamentaria de 1961 los partidos que lo
apoyaban, en Liberal y el Conservador, habían perdido fuerza en el Congreso y
ni siquiera le garantizaban ya el tercio de los votos parlamentarios requeridos
para impedir que la demagogia se impusiera y arrasara con toda perspectiva de
prudencia económico-social. Entonces, para mantener ese tercio en el Congreso
necesitó del apoyo de los radicales y los llevó al Gobierno. Y ahí entró al
gabinete de Alessandri Luis Escobar Cerda.
Éste,
en 1984, hizo concesiones económicas típicamente radicales. Dictó el decreto
618 que estableció sobretasas arancelarias para 234 productos, es decir, los
puso a cubierto de la competencia externa. No derogó el arancel bajo y parejo,
pero lo alzó y diferenció de hecho. De paso, ambos, Jarpa y Escobar, se
dedicaron a sacar a gremialistas de Guzmán y a Chicago Boys de numerosos cargos de Gobierno. Escribió Sergio
Fernández en sus memorias: “Es un economista de otra época, de otra escuela,
pero que con sus giros respecto de la ortodoxia demuestra que no hay soluciones
fáciles e indoloras” (39).
Yo
escribí en mi columna de El Mercurio
del 25 de julio de 1984 lo siguiente, respecto al alivio que recibían, a raíz
del abandono de la ortodoxia, tantos sectores internos en dificultades: “Bien.
Parece que no queda entonces sino felicitarse de que tantos y tan buenos
camaradas textiles, del calzado, metalúrgicos, electrónicos, papeleros,
galleteros, chocolateros, viñateros, pisqueros, licoristas y otros más cuyos
nombres no quiero olvidar y pueden ser encontrados en el decreto 618, hayan
pasado a mejor vida, junto con el arancel bajo y parejo. En este momento de
justificada euforia por su triunfo, quiero manifestarles que si no contribuí
antes a él en forma alguna, pueden contar con que lo haré en el futuro de todas
maneras, a través, por supuesto, de comprar sus productos a un precio por lo
menos quince por ciento mayor que antes”.
Se
volvía a una política económica “como la de los gobiernos radicales”.
Balance
de las concesiones de Jarpa
Como
ministro del Interior tomó múltiples medidas de distensión política, comenzando
por decretar el final del exilio para 1.600 personas que no podían regresar al
país. En realidad, en su casi totalidad no habían sido exiliadas, sino que
habían conseguido asilo en otros países para evitar procesamientos ante la
Justicia Militar en Chile. Pero, una vez fuera, se había decretado a su
respecto prohibición de volver.
Quedaron
comprendidos en la readmisión figuras de importancia, como Andrés Zaldívar, a
quien se le había prohibido reingresar en 1980, y Jaime Castillo, que sí había
sido, excepcionalmente, expulsado por segunda vez. Incluso aprovechó de
retornar el alto jefe comunista y ex parlamentario César Godoy Urrutia.
También
Jarpa fue decisivo para permitir que circulara prensa opositora. Tanto que en
un momento dado hubo más revistas políticas antigobierno que partidarias de él.
En 1984 el dueño de El Mercurio y por
entonces director del diario, Agustín Edwards Eastman, me pidió asistir con él
y el abogado y periodista Tomás P. Mc Hale a una reunión en San Antonio, Texas,
de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP),
donde se preparaba el voto de rutina declaratorio de que en Chile no había
libertad de expresión.
Pero
yo pedí la palabra y le solicité a la asamblea –probablemente con la
incomodidad del Agustín Edwards, la cual, en todo caso, después no me
manifestó-- explicar cómo era que, no habiendo libertad de prensa en Chile, se
diera la circunstancia de que las publicaciones opositoras al Gobierno Militar
fueran más numerosas que las partidarias de él y cité, al efecto (y mostré
ejemplares de las mismas que llevaba conmigo y con titulares sangrientamente
críticos del régimen) Apsi, Cauce,
Análisis, Pluma y Pincel, La Bicicleta, Fortín Mapocho (diario) y Hoy.
Se
produjo un silencio ominoso en la sala y el Presidente me explicó que, para la Sociedad Interamericana de Prensa, en
los países había o no había libertad de prensa y no se admitían opciones
intermedias. Luego, en Chile, aunque las revistas políticas opositoras fueran
mayoría, no había libertad de prensa.
Protagonicé
una escena similar en otra reunión de la SIP en 1988, que tuvo lugar en
Santiago, en el Hotel Crown Plaza, en
que también se iba a condenar al Gobierno Militar por no admitir la libertad de
prensa y también ejemplifiqué con los medios opositores al régimen que se publicaban
entonces, entre ellos el diario La Época
dirigido por Emilio Filippi, quien acababa de pronunciar un largo discurso
condenatorio del Gobierno Militar ante la asamblea. Tras mi intervención se
registró, literalmente, un aplauso, pero uno solo, de una conocida periodista
(a la que no nombro, por haber cambiado ella de posición política
posteriormente), que por prudencia no se atrevió a seguir aplaudiendo sola. Y
nadie más hizo ni dijo nada. Nadie siquiera me replicó. La Asamblea procedió,
entonces, a condenar en su propia sede oficial al Gobierno Militar por no
permitir la libertad de prensa.
También
Jarpa terminó, de hecho, con el receso político. Las actividades de esta índole
comenzaron a desarrollarse espontáneamente y la televisión empezó a presentar
programas de opinión con asistencia de opositores y partidarios del Gobierno,
en varios de los cuales me cupo intervenir. En particular recuerdo uno en que
el dirigente socialista “renovado” y después senador y presidente de su
partido, Ricardo Núñez, afirmó que durante el Gobierno Militar había muerto más
gente que en la Guerra del Pacífico, afirmación suya que resultó desmentida en
1991 por el Informe Rettig y el
posterior de la Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación, que dieron cuenta de 3.197 muertes en casi 17
años, entre ellos 423 víctimas de la “violencia política”, eufemismo con que
dichos informes disfrazaron el número de caídos bajo el fuego extremista.
En
fin, como consecuencia del término, resuelto por Jarpa, del receso político, se
fundaron la Unión Demócrata Independiente,
Unión Nacional y Avanzada Nacional, todos movimientos partidarios del régimen,
aunque en diferente grado.
Elecciones
en la FECH
Como parte de la
apertura política el Gobierno no puso obstáculo a que se celebraran elecciones
en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, las últimas de las
cuales habían tenido lugar en 1973.
Se
enfrentaban dos listas, representativas de movimientos políticos, pues el
partidismo nunca ha podido ser erradicado de esa universidad: la opositora,
producto de la unidad de la Democracia Cristiana con el Partido Socialista y el
Partido Comunista (desmintiendo la leyenda originada en el KGB y Radio Moscú,
según la cual estos dos últimos estaban “suprimidos por la dictadura”), y cuyo
representante era Yerko Ljubetic. Y la otra lista era de partidarios del
Gobierno, formando el llamado Frente
Universitario, e integrada por estudiantes gremialistas, nacionalistas y
humanistas.
El
triunfo fue para la oposición, que obtuvo 9.022 votos contra 2.127 del Frente
Universitario, distribuidos éstos en 892 del gremialismo, 661 de los
nacionalistas y 574 de los humanistas.
Las
medidas de alivio de Escobar
Para aliviar la
situación de los deudores, Escobar comenzó por impulsar una renegociación
general de las deudas, financiada por el erario. Abarcó prácticamente todos los
créditos y alivió la “mochila” con que cargaban los deudores.
Carlos
Cáceres ya había propiciado una renegociación en 1983, pero limitada al 30 % de
las deudas. Ahora era del ciento por ciento y fueron beneficiadas 800 mil
personas. El costo fiscal de la medida era enorme: el economista opositor
Patricio Meller lo estimó en un 30 % del PIB entre 1983 y 1985.
Considerando
la gran inyección de recursos estatales a las empresas y bancos, decían los
opositores, está resultando que el Estado se ha hecho dueño de todas las
unidades de producción y entes financieros. “¿Cuál es la diferencia con el
socialismo de Estado?”, se preguntaban.
La
diferencia era que todas esas empresas y bancos iban a volver al sector
privado, pero a dueños distintos de los anteriores.
Sea
como fuere, un gran número de los que iban a quebrar no quebraron. Un primo
hermano mío, empresario de la construcción, me dijo entonces: “Siempre estoy de
acuerdo con lo que escribes, pero te voy a decir una cosa: si no hubiera sido
por los alivios crediticios de Escobar yo, que tenía el agua al cuello, habría
sucumbido. Ahora, gracias a ellos, me salvé”. Siempre “otra cosa es con
guitarra”.
De
paso, el Gobierno había debido dictar la ley N° 18.235, que significaba ceder
finalmente a las presiones de la banca extranjera y respaldar por parte del
Estado toda la deuda externa privada impaga, condición sine qua non para obtener nuevos créditos y ampliación de plazos de
los existentes.
Escobar
contaba, para financiar el gasto que había hecho crecer, con tres fuentes:
créditos externos adicionales de US$280 millones de dólares, un déficit del
sector público ascendente al 4,5 % del PIB y un aumento de los aranceles aduaneros
a 35 %, es decir, un paso atrás en el proceso de apertura de la economía
chilena, pero que generaba ingresos fiscales.
Los
críticos del ministro, entre los cuales me contaba, sosteníamos que el
crecimiento de 1984, que había sido alto, 5,6 %, se había conseguido a costa de
una expansión excesiva del gasto, la que presionaría sobre el dólar y éste
incidiría en aumentar la inflación, todo lo cual terminaría en la necesidad de
un nuevo ajuste recesivo.
De
hecho, Escobar se vio precisado a devaluar fuertemente, en 24 %, en septiembre
de 1984. La inflación comenzó a acelerarse al terminar el año (fue de 8,2 % en
el solo octubre) y el déficit de la cuenta corriente de la Balanza de Pagos
cerró en más de US$ 2 mil millones, cuando se había previsto uno de US$ 1.300
millones.
La
devaluación fue sin consulta al ministro de Economía, Modesto Collados, que
tenía su personalidad, estaba consciente de sus atribuciones y se hallaba fuera
del país. Collados resintió haber sido omitido y decidió iniciar una ofensiva
para tomar él el control de la política económica, lo que debilitó
adicionalmente a Escobar. La verdad era que si Rosende hubiera aceptado el
ministerio del Interior, en reemplazo de Jarpa, estaba ya dispuesto con él que
Escobar sería reemplazado por Hernán Büchi, Superintendente de Bancos e
Instituciones Financieras. Pero la retractación de Rosende, en noviembre, dio
una sobrevida a la dupla Jarpa-Escobar hasta comienzos del año siguiente.
Pinochet
alentaba la crítica económica
En ese tiempo yo
hacía comentarios económicos en Televisión
Nacional, por petición del Gobierno a través de su ministro Secretario
General, Alfonso Márquez de la Plata. Siempre habían sido favorables a las
políticas de los Chicago Boys, pero
cuando éstas fueron contradichas con la llegada de Escobar Cerda,
paradójicamente yo continuaba defendiendo las políticas de aquéllos, es decir,
criticaba la nueva política económica del Gobierno desde su propio canal.
Alfonso
Márquez de la Plata me contó que Jarpa le había pedido sugerir a Pinochet que
ordenara el término de mis comentarios adversos en TVN. Pero cuando Alfonso le
consultaba acerca de si transmitía esa orden al canal o no, Pinochet le decía:
“Déjelo ahí no más”. Y yo seguía criticando la política económica desde el
canal del Gobierno con el respaldo de Pinochet.
Asimismo,
en una oportunidad ese mismo año se me pidió que diera una conferencia sobre la
situación económica en el Edificio Diego Portales, a las mujeres de CEMA Chile,
que era una institución encabezada por la Primera Dama, señora Lucía Hiriart de
Pinochet. Me llamó la atención, porque yo era crítico de las nuevas medidas del
ministro de Hacienda. Pero fui y di mi conferencia expresando esos puntos de
vista. Y no sucedió nada. Era obvio que la señora Lucía estaba de acuerdo con
mis puntos de vista, si me convidaba a exponerlos ante un impresionante número
de mujeres en el edificio sede de la Junta.
En
ese mismo tiempo Agustín Edwards, el dueño de El Mercurio, donde yo escribía una columna firmada, aparte de ser
redactor de planta, también me dijo que el ministro del Interior, Sergio Onofre
Jarpa, le había pedido dejar de publicar mi columna en el diario, los días
miércoles, la que mantenía desde 1982 y que, naturalmente, era también crítica
de los cambios de políticas económicas propiciados por Escobar Cerda. Agustín
me contó que le había replicado a Jarpa que por qué no suprimía primero mis
comentarios en TVN, y Jarpa le había replicado que esos comentarios sólo tenían
peso gracias a mi columna del diario y si se suprimía ésta nadie les prestaría
mayor atención. Pero el entonces director-propietario del periódico hizo caso
omiso del pedido de Jarpa, posiblemente intuyendo que “el dueño del cuento” me
respaldaba.
Concesiones
en el frente sindical
Con la ley N°
18.372 de 12 de diciembre de 1984 el Gobierno y la Junta acogen numerosas
inquietudes sindicales, no todas compatibles con un mercado del trabajo
flexible, pero sí representativas de inquietudes de la dirigencia sindical,
habitualmente inclinada a la izquierda política.
Dicha
ley considera contraria a los principios de las leyes laborales la
discriminación, declara irrenunciables los derechos de los trabajadores,
determina que el contrato es consensual, pero no se puede modificar por
negociación individual lo pactado en un contrato colectivo; establece las
condiciones de término del contrato; fija el monto de las gratificaciones y de
los pagos compensatorios por días feriados o vacaciones y determina que la
remuneración mínima fijada no es aplicable a los mayores de 65 años (para
evitar su mayor desempleo) (40).
Las
contradicciones de agosto
En marzo se había
hecho público, sin desmentido del Gobierno, que éste aceptaba el adelantamiento
de la elección de un Congreso para el año 1987, idea que Jarpa prohijaba. Pero,
escribe un historiador, “llegó agosto y con él la desinteligencia más flagrante
entre el Jefe del Estado y su ministro del Interior. Pinochet dijo a The New York Times que no habría
adelantamiento del Congreso ni elección de ninguna especie y calificó de error
haber iniciado tan temprano el diálogo político. Más por el mismo tiempo Jarpa
–que se hallaba fuera de Chile— hacía el elogio de la apertura y reiteraba la
anticipación del Congreso( …) Fue tarea de joyeros conciliar (malamente)
declaraciones tan contradictorias” (41).
En
ese tiempo, dentro del Gobierno, convivían difícilmente tres corrientes: el
gremialismo de Jaime Guzmán, bastante perseguido por Jarpa; el grueso de la
civilidad partidaria de la Junta, con y sin cargos en la Administración, y que
era inclinada a ceñirse al texto constitucional en cuanto a la transición (es
decir, ésta debía terminar en 1989 o 1990, dependiendo del resultado del
plebiscito de 1988, que fue lo que en definitiva sucedió); y el sector “duro”,
encabezado por el ministro de Justicia, Hugo Rosende, que había asumido en
diciembre de 1983, y al que adscribían altos funcionarios como el nuevo
ministro Secretario General de Gobierno, Francisco Javier Cuadra (que “hacía
buenas migas” con el Presidente) y el subsecretario de Obras Públicas, Luis
Simón Figueroa, todos los cuales respaldaban una estrategia cuya meta era que
Pinochet permaneciera en el Gobierno por tiempo indefinido, nunca precisado,
como tampoco eran precisados los medios para conseguirlo, aunque alguna vez el
mismo Pinochet había dicho que Rosende, a la menor dificultad, le hablaba de “sacar
los tanques a la calle”, procedimiento no demasiado democrático.
Pero
las concesiones a los adversarios políticos y económicos no suavizaban las
presiones externas: el Presidente Reagan, cooperando increíblemente con el
bloqueo contra Chile encabezado por la URSS (lo que revela que delegaba
demasiado en subalternos con menos convicciones que él), estudia la recomendación de la International Trade Comission de imponer
restricciones al cobre chileno para ingresar al mercado norteamericano. A la
vez, la banca internacional anuncia un alza de sus tasas de interés, lo que
encarecerá el costo de la deuda externa de los países latinoamericanos (42).
Aprovechando
el decimoprimer aniversario del 11, el ministro Collados entrega al Presidente
el texto de un Programa Trienal de
Desarrollo que prevé inversiones públicas para contratar más mano de obra,
una política gradual de fomento al ahorro de personas y empresas y un sistema
de ahorro para la vivienda con subsidios del Estado; aflojamiento de la
política monetaria que ha mantenido controlada la inflación, y la
reprogramación de deudas para los sectores productivos y los consumidores, para
generar mayor liquidez en favor de los agentes económicos con altos pasivos.
Pero
a los pocos días el ministro de Hacienda, Escobar, anuncia la devaluación
adicional del peso en 24 %, otro incremento de los aranceles, del 20 % al 35 %;
la suspensión de la rebaja tributaria y la reducción del gasto presupuestario y
de los reajustes a los salarios más bajos de la administración. Todo esto lleva
a que el índice de precios “se dispare” y provoca tensión entre Collados
(Economía) y Escobar (Hacienda).
Estas
disensiones llevan a que los días de Escobar queden contados. Además, fue
determinante otra situación, relatada por el propio Jarpa, según la cual hubo
un problema concreto que gatilló su salida y la de Escobar. En palabras del
propio Jarpa: “Le contaron al Presidente Pinochet que Escobar había tenido un
conflicto con el representante del FMI y que Chile había quedado muy mal frente
al mundo monetario; Pinochet me dijo ‘se va Escobar… ¿entonces usted también?’;
‘sí yo me voy también’; y así fue, pero todo amistoso” (43).
Obispos
combativos
El
16 de julio de 1984 el Comité Permanente del Episcopado da a conocer su
documento Evangelio, Ética y Política, en
el cual defiende la participación eclesiástica en este campo. El 9 de agosto el
sacerdote español Ignacio Gutiérrez, a cargo de la Vicaría de la Solidaridad, y
que meses después vería vedado su reingreso al país, celebra la Jornada por la Vida, la que,
paradójicamente, amenaza vidas y termina con un muerto, diez heridos y varios
carabineros lesionados.
Avanzando
un paso más, en octubre la autoridad eclesiástica emite otro documento, ¡Vencer el Mal con el Bien!, que insiste
en que el hambre y la violencia son problemas urgentes, mientras a mediano
plazo lo es el retorno a la democracia.
Y
todavía otro paso más allá, en noviembre en Roma se organiza un Encuentro del Exilio con los Obispos
Chilenos, durante el cual monseñor Manuel Camilo Vial, encargado de la Pastoral del Exilio, declara que el
Gobierno Militar “ha sido una enorme prueba que hemos tenido desde 1973”.
Precisamente a causa de esta reunión el Vicario de la Solidaridad, Ignacio
Gutiérrez, es impedido de volver a Chile por el régimen (44).
Durante
las celebraciones de Fiestas Patrias algunos obispos políticamente muy
alineados, como los monseñores Santos (Concepción) y Ariztía (Copiapó), se
niegan a celebrar los Te Deum tradicionales
y que se llevan a cabo en el resto del país. En su lugar ambos convocan a misas de oración por Chile. Las
respectivas autoridades de Concepción y Copiapó celebran entonces los Te Deum con los respectivos capellanes
militares, sin que las tradiciones patrióticas ancestrales resulten mayormente
menoscabadas (45).
Los
terrenos de El Melocotón
En agosto de 1984
opositores y ex gobiernistas (como el ex ministro Raúl Sáez, lo que llama la
atención) denuncian con caracteres de escándalo la adquisición por Pinochet de
sitios por un total de dos hectáreas en torno a su propiedad de 11 hectáreas en
la zona precordillerana de El Melocotón.
El Jefe del Estado aclara que los adquirió tras vender su propiedad de Laura de
Noves, en Las Condes y obtener un crédito de la Caja de Previsión de la Defensa
Nacional.
Las
denuncias se basaron en que se trataba de predios fiscales que habían quedado
tras la construcción de un camino público, los cuales inicialmente compró a su
nombre el teniente coronel Ramón Castro Ivanovic, secretario privado del
Presidente, quien a su turno los vendió a éste. La denuncia adquirió visos de
notoriedad nacional e internacional, de modo que Pinochet resolvió finalmente
donar los retazos al Ejército y con eso se disolvió el caso que, tal vez, nunca
debió haber alcanzado ese grado de publicidad.
Comisión
Interamericana de DD.HH.
La politización
del debate sobre derechos humanos en la Organización de Estados Americanos y,
en particular, en su Comisión de Derechos Humanos, lleva al Gobierno Militar a
anunciar en noviembre que no volverá a admitir la visita de ningún observador
de ese organismo.
La
delegación chilena ante las Naciones Unidas, consciente de que el país ha sido
injustamente acusado año tras año por consideraciones políticas ajenas a la
real situación de los derechos humanos en su territorio, hace una propuesta de
vigilancia generalizada e igualitaria mundial del respeto a los derechos
humanos. Ya Pinochet la había planteado en años anteriores, basado en que tales derechos son principalmente
amenazados, no por el régimen, sino por una guerrilla terrorista de extrema
izquierda que desde mediados de los ’60 ha buscado entronizar un sistema
totalitario que, de prosperar, conculcaría generalizadamente los referidos
derechos.
Esto
último ha sucedido en todas las naciones que el comunismo ha subyugado, por lo
que Chile propone al organismo mundial la creación de un Alto Comisionado para
los Derechos Humanos que dé garantías de objetividad y “que pueda desarrollar
una función universal y apolítica, libre de pasiones y en un marco de total
independencia” (46).
El
Tratado con Argentina
El
premio a la paciencia del Gobierno en sus relaciones con el país vecino y a su
resignación a soportar situaciones como la de conceder salvoconductos a cuatro
terroristas autores de los asesinatos del general Carol Urzúa y dos escoltas
suyos asilados en la Nunciatura, para no deteriorar sus relaciones con el
Vaticano, llegó cuando en noviembre culminaron seis años de negociaciones y se
firmó el Tratado de Paz y Amistad
entre Chile y Argentina.
Ambos
países se comprometieron a no presentar nuevas reivindicaciones o
interpretaciones, acordaron crear una Comisión Binacional de integración
económica y la delimitación de la boca oriental del Estrecho de Magallanes.
La
aprobación final del Tratado sólo
tendrá lugar en marzo de 1985 por el Senado argentino y al mes siguiente por la
Junta de Gobierno chilena. El 12 de abril de 1985 Pinochet lo rubricará con su
firma y el 2 de mayo siguiente los cancilleres de ambos países procederán a
intercambiar solemnemente los documentos ratificados por los Presidentes de
ambos países.
Se
hace un emocionado recuerdo del cardenal Antonio Samoré, que desplegó ímprobos
esfuerzos para conseguir el éxito de la mediación y falleció durante el curso
de ella. Se da su nombre a la calle en Santiago, comuna de Providencia, donde
está la Nunciatura Apostólica, en homenaje a su memoria.
Los
rotarios chilenos y argentinos condecoran a Pinochet con el Cóndor de los Andes por sus esfuerzos
para preservar la paz. Los primeros, sin duda, son más agradecidos que el resto
de sus compatriotas (47).
El
perenne problema con Bolivia
Los cancilleres de
Chile y Bolivia han sostenido reuniones en Cartagena, Colombia, y Montevideo,
Uruguay, sentando las bases para futuras conversaciones que permitan un
acercamiento tras la última ruptura de sus relaciones, pero cuando está por
fructificar un comunicado conjunto de los cancilleres Jaime del Valle, de
Chile, y Gustavo Fernández, de Bolivia, éste interviene en la Asamblea General
de la ONU en Nueva York y plantea allí la vieja cuestión de la mediterraneidad,
lo que se contrapone con el espíritu de las conversaciones entre ambos países,
sobre todo a raíz del uso por la parte boliviana de términos duros e
incompatibles con el tenor del mensaje conjunto.
Del
Valle se niega a suscribirlo y el presidente Pinochet le da su respaldo y
ordena suspender las conversaciones con Bolivia, pero ello no obsta a que se
mantengan encuentros menos formales y se acuerde para el año siguiente una
reunión en Colombia, patrocinada por este país y dirigida a buscar nuevas bases
para un entendimiento.
Balance
económico anual
En
1984 el modelo económico tuvo un respiro y en algunos aspectos dejó de regir,
como vimos, a raíz de que asumió su conducción un economista que no era Chicago Boy ni creía en el mismo grado
en las políticas de libre mercado, Luis Escobar Cerda. Pero empresarios que
tenían “el agua al cuello” consideraron que sus políticas heterodoxas habían
sido un salvavidas para ellos y que, tras sobrevivir, podía volver a seguir
operando de nuevo la ortodoxia. Fue lo que sucedió. En todo caso, las cifras de
1984 fueron positivas, después de dos años de guarismos negativos.
El
PIB creció 5,9 %. El desempleo nacional bajó un poco más, a 10,8 %. La
inflación se redujo una décima, según el IPC: 23,0 %. La Tasa de Inversión en
Capital Fijo aumentó a 13,3 %.
Pero
el déficit fiscal creció a 4,0 % del PIB.
La
Balanza Comercial disminuyó fuertemente su superávit, que fue de 363,0 millones
de dólares, poco más de un tercio del año anterior. La Cuenta Corriente casi
dobló su déficit: -2.110,5 millones de dólares. Pero la Cuenta de Capitales
casi dobló su superávit: 1.922,8 millones de dólares. Y la Deuda Externa siguió
subiendo y llegó a 18.877 millones de dólares.
El
saldo de la Balanza de Pagos volvió a ser positivo, después de dos años, y
llegó a 17 millones de dólares (48).
Las
Reservas Internacionales Brutas del Banco Central aumentaron a 3.081 millones
700 mil dólares, 263 millones 500 mil dólares más que el año anterior (49).
REFERENCIAS
DEL CAPÍTULO XII:
(1) Vial, Gonzalo: “Pinochet”, op. cit.,
t. II, p. 486.
(2) “El Mercurio”, Santiago, 29 de enero
de 2017, p. D 4.
(3) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. 580.
(4) Fernández, Sergio: “Mi Lucha por la
Democracia”, op. cit., p. 187.
(5) Allamand, Andrés: “La Travesía del
Desierto”, Aguilar, Santiago, 1999, p. 60.
(6) Ibíd., p. 47.
(7) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. 621.
(8) “La Segunda”, 10 de enero de 1984.
(9) Rojas, Gonzalo:, “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. 750.
(10) Ídem.
(11) Pinochet, Augusto: “Camino…”, t.
III, 1, p. 175.
(12) “El Mercurio”, Santiago, 02 de mayo
de 1984, p. A 12.
(13) “El Mercurio”, Santiago, 05 de junio
de 1984, p. A 10.
(14) Wikipedia: “El Gobierno Militar de
Chile 1973-1990”.
(15) Domic, Juraj: “Política…”, op. cit.,
p. 133.
(16) Ibíd., p. 139.
(17) Ibíd., p. 140.
(18) Ibíd., p. 142.
(19) Radio Cooperativa, 20 de julio de
1984.
(20) Domic, Juraj: “Política…”, op. cit.,
p. 149.
(21) Ibíd., p. 149.
(22) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t. II, p. 485.
(23) “El Mercurio”, Santiago, 28 de
febrero de 1984.
(24) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. Rojas, 654.
(25) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t. II, p. 484.
(26) Informe Rettig, op. cit., p. 196.
(27) “El Mercurio”, Santiago, 03 de enero
de 1984.
(28) Osorio, Víctor y Cabezas, Iván: “Los
Hijos de Pinochet”, op. cit., p. 214.
(29) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t. II, p. 495.
(30) Sergio García Valdés: carta a “El
Mercurio” publicada el 12 de diciembre de 2004; James Whelan: “Desde las
Cenizas”, Zig-Zag, Santiago, 1993, p. 679; Enrique Correa y José Antonio
Viera-Gallo: “Iglesia y Dictadura”, Centro de Estudios Sociales, Santiago,
1986, ps. 94 y 95.
(31) Canessa, Julio y Balart, Francisco:
“Pinochet…”, op. cit., p. 340.
(32) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. 553.
(33) Ibíd., p. 556.
(34) Arriagada, Genaro: “Por la Razón…”,
op. cit. p. 179.
(35) Domic, Juraj: “Política…”, op. cit.,
p. 163.
(36) Ibíd., p. 170.
(37) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t. II, p. 491.
(38) Ídem.
(39) Fernández, Sergio: “Mi Lucha…”, op.
cit., p. 199.
(40) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t II, ps. 704-705.
(41) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t. II, p. 492.
(42) “El Mercurio”, Santiago, 22 de junio
de 1984.
(43) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”,
op.cit., t. II, p. 684.
(44) Ibíd., p. 636.
(45) Valdivieso, Rafael “Crónica de un Rescate”,
op. cit., p. 267.
(46) Muñoz, Haroldo: “Las Relaciones…”,
op. cit., p. 197.
(47) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., p. 739.
(48) Banco Central de Chile, Dirección de
Estudios: “Indicadores Económicos y Sociales 1960-1985”, Santiago, 1986;
“Indicadores Económicos y Sociales 1960-2000”, Santiago, 2001.
(49) Díaz, José; Lüders, Rolf y Wagner,
Gert: “La República…”, op. cit., p. 516.
(CONTINUARÁ MAÑANA)
He estado copiando pacientemente todos los capítulos y, de paso, echando un vistazo a su contenido. La lectura completa, pausada y reflexionada la haré frente al libro completo. Desde ya, sin embargo, veo esta obra como el registro más importante que todo chileno debe revisar para despejar tanta basura sembrada por la propaganda de izquierda por tantos años a tan alto costo.
ResponderEliminarNunca fui pinochetista y esta obra no cambia en lo fundamental mi concepto del general Augusto Pinochet. Pero los logros de Chile bajo el gobierno militar son de un calibre tal que nos obliga a todos a entender cómo se gestaron, para poder detectar a tiempo los ataques regresivos y anularnos rápida y eficazmente.
Esta obra hará historia. Dios bendiga a la Internet y al autor.
Muy bien aunque falta un editor (en politica nacional). Horroroso en analisis geopolitico por su debilidad irracional por el gobierno federal de EEUU. Explicárselo no me da el tiempo ni el espacio del blog. Solo una muestra: Eisenhower (republicano) bloqueó toda ayuda a Batista y posiblemente apoyó a Castro. Reagan (republicano) proveyó fusiles M16 y cohetes Law al FPMR (el logo de esta organizacion terrorista es muy simpático y parece un M16). Siendo que los fusiles Kalashnikov y cohetes RPG soviéticos eran más fáciles de conseguir, más baratos y más confiables mecánicamente. Toda una señal.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSeguro que fue Reagan creo haber leído que los M16 llegaron vía Vietnamita Cuba y de ahí a Chile.
ResponderEliminarSabrás tambien que cuando Vietnam del Norte ocupo Vietnam del Sur había armamento para dar y regalar entre ese armamento el rifle M16.
Sabrás que los norteamericanos pelearon muchos años en Vietnam y dejaron mucho armamento etc etc.
Eso dijo Merino para quedar bien. Haber combatido contra los japos en la 2GM lo dejo con sindrome de estocolmo. A los milicos no les descuadran la cabeza ni a palos. Los M16 de los 70 valian callampa, sin mantenimiento constante habrian estado oxidados. Me resulta dificil creer que duraron 10 años en vietnam en condiciones optimas... que privilegio el del FPMR, los vietnamitas no le vendieron los M16 a ningun otro grupo de izquierda. Asombroso.
EliminarLend and lease, version recargada.
EliminarEs junto al ak 47 el reflejo más usado desde los años 60 en combate algo me dice que es un excelente reflejo y si lees lo último post de don Hermógenes ahí lo corrobora.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna reflexión simplificada (al extremo): el bolsillo manda. Cuando se produjo el primer boom económico hacia fines de los 80 el país estuvo tranquilito. Vino la crisis del 82 y se desataron las protestas y las maniobras políticas para acabar con el régimen. Tomó Büchi las riendas, provocó otro boom económico y el Gobierno Militar pudo completar su misión sin mayores problemas.
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