Nunca había visto una faena de escarnio público contra una persona en Chile, salvo el caso de Augusto Pinochet, como la desatada contra Marcela Cubillos en estos días.
Lo comentaristas, opinólogos, francotiradores y francotiradoras anónimos se arrebatan la palabra y la sección Cartas al Diario para rasgar vestiduras en público ante la "atrocidad" cometida por ella de aceptar una función universitaria con un sueldo de $17 millones.
De nada sirvió la lista publicada de otras personas que tienen igual o mayor sueldo. La opinión pública "mira para otro lado" y ni siquiera dice algo del señor de Codelco que gana $49 millones. Lo que la gente quiere es la sangre de Marcela Cubillos.
No me siento políticamente afectado por el "escandalo" artificial, porque perjudica a la centroderecha de Piñera y yo soy de la derecha a secas, la dura, la extrema, la "pinochetista". Hace mucho tiempo perdoné a Marcela, que fue la presidenta de la juventud que apoyó mi candidatura senatorial versus la de Sebastián Piñera en 1989. "Sería muy peligroso para Chile que saliera Piñera", me había dicho Jaime Guzmán entonces, para hacerme ver la importancia de mi misión, que no cumplí, de derrotarlo. Y lo fue.
Los comunistas mataron a Guzmán, la UDI se fue con Piñera para siempre y Marcela hasta llegó a ser ministra de Educación suya. Pero sé que "el fútbol es así" y "la política es todavía más así". Después de ver a Longueira votando "Apruebo" comprendí que cualquier cosa podía pasar.
Pero lo de Marcela ahora ha sido francamente inhumano. "¡Queremos sangre!" parecen decir todos los que se apoderan de cámaras y micrófonos para despedazarla, como jamás se les ocurrió hacerlo con los que quemaban templos y carabineras con bombas molotov y en nombre de la "dignidad". No, por supuesto. En esos tiempos todo estaba permitido, porque había sido autorizado por "la marcha más grande de la historia de Chile".
Lo que más parece irritar a los que lanzan la enésima piedra contra Marcela Cubillos es que ella haya dicho que la contrató una universidad privada en uso de su libertad y que ella aceptó el cargo ejercitando la suya, todo lo cual es estrictamente cierto. Este país, en el fondo, odia la libertad. No en vano ha elegido dos veces presidentes marxistas-leninistas. No en vano considera "enemigo público número uno" al que más libertades le garantizó. Junto con destruir a Marcela Cubillos, lo que la opinión pública está haciendo es atentar contra la libertad y a ella no le perdona que se lo enrostre públicamente a todos.
Un país que permite el escarnio de que ha sido víctima Marcela Cubillos, por todos los medios, ciertamente no respeta tampoco los derechos humanos ni mucho menos siente la menor consideración por el papel digno y abnegado que siempre la sociedad había asignado a la mujer, por el solo hecho de ser la madre que a todos nos dio a luz.