CAPÍTULO
X
1982:
Otra gran crisis económica
El
fallecimiento de Eduardo Frei Montalva
El
22 de enero falleció el ex Presidente Eduardo Frei Montalva. Sometido a una
intervención quirúrgica de bajo riesgo, su estado se fue agravando tras una
operación posterior mal hecha que le generó una peritonitis y una septicemia generalizada.
El
Presidente Pinochet dispuso honores para el ex mandatario, pero la familia de
éste expresó su molestia ante la idea y los rechazó, considerándolos una
provocación y un intento de aprovechamiento político (1).
En
ese momento nadie habló seriamente de que la muerte hubiera sido provocada por
algún atentado, especie que apareció quince años después e incluso dio lugar a
un bullado proceso judicial que ha ido de tumbo en tumbo, basado en un supuesto
envenenamiento del ex Presidente.
Un
sector de su familia nunca ha querido ser parte de esas acusaciones tardías,
pero éstas han ocupado las primeras planas de los diarios en diferentes
oportunidades, como cuando se dio a conocer un supuesto informe de la
Universidad de Gante, en Bélgica, confirmando el envenenamiento, y hasta en La
Moneda, ocupada entonces por primera vez por Michelle Bachelet, se hizo
comentarios en el sentido de que “el horror no termina” y la Presidenta
encabezó actos de contrición colectivos, hasta que el vespertino La Segunda llamó a la Universidad de
Gante y desde allá recibió seguridades de que jamás había emitido dicha casa de
estudios informe alguno sobre la materia (2).
El
“horror” carecía de toda base. Pero ninguno de los “horrorizados” y
“horrorizadas” que aparecieron en las pantallas y primeras páginas rectificó
nada ni explicó nada ante el desmentido.
Últimamente
un perito norteamericano ha manifestado no hallar huella alguna de
envenenamiento en los restos del ex mandatario que le fueron sometidos.
Pero
el tema ha sido objeto de aprovechamiento político cada cierto tiempo y llevó
al extremo de que Sebastián Piñera, al asumir en 2010 la Presidencia, ofreciera
obsequiosamente su influencia para hacer esfuerzos en los Estados Unidos y
corroborar las pruebas del envenenamiento que parte de la familia Frei sigue
buscando para sustentar la tesis del “magnicidio” del ex Presidente.
Un
crimen inexplicable
El
año 1982 fue el más difícil para el Gobierno Militar porque enfrentó una crisis
económica internacional que sólo cedía en gravedad a la de 1929-31, y que –tal
como ésta-- castigaría a la economía chilena más que a cualquier otra.
Pero
el año se inició con un crimen que causó, tal vez como ningún otro, un daño
irreparable a la imagen del Gobierno Militar. El 27 de febrero fue asesinado el
dirigente sindical Tucapel Jiménez Alfaro, de 61 años y de filiación política radical, es decir, de la izquierda
moderada.
Ese
día manejaba el taxi que le servía para suplementar su ingreso, después de
haber sido despedido de la Dirección de Industria y Comercio (DIRINCO), donde
trabajaba hasta aproximadamente 1980. Un trío de sujetos le solicitó
trasladarlos hasta el sector de Noviciado, al norponiente de Santiago, donde,
en un camino rural, procedieron a dispararle cinco tiros en la cabeza y a
degollarlo, dejando allí abandonado el cadáver.
El
Gobierno manifestó su alarma por el crimen y solicitó la designación de un
Ministro en Visita a la Corte de Apelaciones para investigarlo. Éste procuró
durante diez años aclarar los hechos, que se presentaron muy complicados,
porque apareció un sujeto alcohólico y desempleado, de ocupación carpintero y
de apellidos Alegría Mundaca, suicidado tras inferirse cortes en ambas muñecas,
habiendo dejado redactada una carta confesando el robo con homicidio de Jiménez
y manifestando haber desconocido de quién se trataba y estar tan arrepentido de
ello que había resuelto quitarse la vida.
El
ministro del Interior, Sergio Fernández, decía que era “evidente el gran daño
político que se le estaba produciendo al Gobierno” (3).
El
hecho parecía, en efecto, concebido para dañar al régimen, pero en definitiva
se probó que no fue una maniobra opositora, sino que habían sido agentes suyos
los perpetradores.
En
los años ’90 tomó a su cargo la investigación el ministro de la Corte de
Apelaciones de Santiago, Sergio Muñoz, que finalmente obtuvo el esclarecimiento
del caso, lo cual no pudo resultar peor para la imagen del Gobierno Militar: el
crimen lo habían cometido elementos mandados por la DINE, Dirección de
Inteligencia del Ejército.
Ante
la alarma pública suscitada, había intervenido la CNI que, en lugar de
solucionar las cosas, las agravó, al cometer sus agentes otro crimen, el del
carpintero alcohólico, tras obligarle a escribir una confesión del asesinato de
Jiménez.
Las
sospechas alcanzaron hasta las más altas esferas del Gobierno, incluyendo al ex
Vicecomandante en Jefe del Ejército y miembro de la Junta, general Humberto
Gordon, que reconoció su participación, si bien no como autor ni gestor: en un
documento asumió la responsabilidad por el encubrimiento de los hechos.
Falleció poco después de dar este paso.
El
asesinato de Tucapel Jiménez es uno de los perjuicios autoinferidos más
inexplicables acontecidos en los más de 16 años de Gobierno Militar. Se trataba
de un sindicalista opositor, sin duda, pero era el que se mostraba más
dispuesto a facilitar entendimientos con el Gobierno, lo cual expresó precisamente
en una entrevista a La Segunda poco
antes de ser asesinado.
La
única explicación que podría encontrarse sería que la DINE, inteligencia
militar, haya comprobado alguna gestión de Jiménez ante sindicalistas
extranjeros para boicotear el comercio exterior chileno, y considerado esto una
“traición a la patria”, pero no se ha encontrado prueba de que Jiménez haya
estado envuelto en ella.
Hasta
hoy, entre las cosas más difíciles de explicar por qué sucedieron bajo el
Gobierno Militar, el crimen de Tucapel Jiménez sigue siendo la más difícil de
todas. Y sin duda por eso los acusadores de Pinochet en el juicio en Londres,
en 1998, destacaron tanto ese caso para inculpar al ex Presidente. Pero éste
nunca tuvo conocimiento de la participación de su gente en el doble asesinato
--de Jiménez y Alegría-- y siempre confió en la versión que a él le dieron, la
de que el segundo había perpetrado el asesinato del primero.
Visita
de presidente de Uruguay
En
agosto de 1981 había sido elegido presidente del Uruguay Gregorio Álvarez, que
visitó nuestro país en abril de 1982, fue condecorado por el gobierno y
suscribió una declaración conjunta en la que se reafirmó el respeto por la
juridicidad internacional y la condena a la utilización de la violencia, el
terrorismo y la subversión.
De
hecho, ambos gobernantes pusieron expreso énfasis en la condena a la
utilización del terrorismo por parte de algunos estados para intervenir en el
curso de la vida interna de otros, es decir, una implícita condena a Cuba, la
República Democrática Alemana y la URSS.
En
ese mismo tiempo el Gobierno Militar se esforzó, con éxito, por fortalecer las
relaciones con otros países amigos, además de Uruguay, como Paraguay y Ecuador.
A la Fuerza Aérea del primero de dichos países la respectiva rama armada
nacional le donó el año anterior cinco aviones de entrenamiento T-33 de su
dotación (4).
La
crisis que vino de fuera
Chile
estaba económicamente muy bien todavía en 1982, cuando vinieron desde el
exterior circunstancias que lo golpearían duramente:
Primero,
los países productores de petróleo subieron el precio del combustible, como lo
habían hecho en 1973, generando otra crisis como la que entonces nos golpeó
terriblemente, ya afectados por el desastroso cometido económico del gobierno
de Allende.
Segundo,
ante la inflación en los Estados Unidos, que llegó a dos dígitos y le había
costado la reelección a Jimmy Carter, la Reserva Federal, presidida por Paul
Volcker, resolvió subir la tasa de interés. La República Federal de Alemania
hizo otro tanto. El freno consiguiente de la actividad en esas dos grandes
potencias irradió al resto del mundo.
Como
consecuencia, cayó la demanda por materias primas o commodities, entre ellos la del cobre, y la consiguiente caída de
su precio en 30 % disminuyó el ingreso de divisas y el financiamiento fiscal a
Chile.
Tercero,
una desafortunada especulación con el precio futuro del azúcar fue una de las
razones que provocó la quiebra de una “empresa insignia” nacional, la Compañía Refinería de Azúcar de Viña del Mar
(CRAV), lo que resintió la confianza en el empresariado nacional y proyectó una
imagen negativa hacia el exterior, haciendo más riesgosos y dificultando los
créditos en moneda extranjera.
Cuarto,
entre noviembre de 1981 y marzo de 1982 el Gobierno resolvió intervenir dos
bancos medianos, cuatro pequeños y dos sociedades financieras que enfrentaban
situaciones de inminente insolvencia. Nuevo golpe a la confianza interna y
externa.
Y
quinto, tal vez consecuencia de todo lo anterior, un golpe de knock-out a la
economía chilena fue el virtual corte del ingreso de moneda extranjera al país
que comenzó a registrarse desde fines de 1981. Sólo con esto habría habido
crisis económica, porque en 1981 habían ingresado 4.698 millones de dólares, un
40 % más que en 1980, en el cual habían aumentado a su vez un 40 % con respecto
a 1979. Pues bien, en 1982 ese flujo bajó a 831 millones de dólares, tras la
pérdida de la confianza y el parcial impacto negativo de la devaluación (que
tuvo lugar en abril); y en 1983, ya con todo el impacto negativo de la
devaluación, todavía el flujo bajó de nuevo a 376 millones de dólares.
El
éxito de las buenas políticas económicas había llamado capitales al país. Pero
cuando se perdió la confianza, dejaron de acudir.
Y
aquí cabe una observación fundamental: lo mejor para haber minimizado la
disminución del flujo de capitales habría sido mantener el tipo de cambio en
$39 por dólar, es decir, el dólar fijo instituido en 1979. Pues ese cambio fijo
era un incentivo para endeudarse en dólares (no había riesgo cambiario), cuya
entrada era lo que el país necesitaba. Y no generaba una crisis para los
deudores en esa moneda, la que se agravó debido a la devaluación. Eso lo
escribo hoy, como “general después de la batalla”, porque entonces yo era
partidario de devaluar. Siempre he respaldado la flexibilidad cambiaria, porque
es más fácil adecuar el tipo de cambio a la situación de la economía que
adecuar a la economía a un determinado tipo de cambio.
En
ese tiempo el economista Emilio Sanfuentes decía: “Adecuar todo al tipo de
cambio es como ir de Santiago a Buenos Aires vía Australia, Sudáfrica y las
Malvinas; pero cuando ya estás en las Malvinas, debes seguir a Buenos Aires en
vez de volverte a Santiago para hacer el viaje más corto y atravesar la
cordillera”. Por eso él, si bien era partidario de la flexibilidad cambiaria,
era contrario a devaluar cuando se devaluó.
El
raciocinio de de Castro
El
ministro de Hacienda sostenía, en sus propias palabras, lo siguiente:
“Yo
me negaba a devaluar, pero no porque considerara el valor al que estaba fijado
el dólar un dogma ni algo parecido, sino porque en esas circunstancias era la
peor de las decisiones. Yo insistía en que lo que teníamos que hacer era
rebajar las remuneraciones, disminuyendo las del sector público mediante
decreto, lo que arrastraría a que bajaran también las del sector privado. Si
lográbamos reducir las remuneraciones en un 12 o 13 %, subía el tipo de cambio
real sin devaluación, con lo que podíamos capear el temporal. De hecho, bajaron
un 12 % en tres años, después de la devaluación, y al costo de un desasosiego
social enorme y a la quiebra de muchos deudores en dólares que sucumbieron a la
desorbitada alza del dólar ante la incertidumbre desatada por la devaluación.
“Esto
no sólo comprometió a los bancos acreedores, sino que además sirvió de caldo de
cultivo para el renacimiento de la oposición, que había quedado reducida a la
insignificancia después del resultado del plebiscito de 1980” (5).
Sergio
de Castro preparó un paquete de medidas con que se proponía enfrentar la
crisis, pero se encontró con un Pinochet no dispuesto, el 16 de abril de 1982:
“Apenas nos sentamos me dijo que quería libertad de acción para remodelar el
gabinete. Me di cuenta que iba a comenzar a darme una explicación, que no tenía
por qué darla porque yo sabía que me estimaba y había sido siempre muy gentil
conmigo y me adelanté diciéndole: ‘No se preocupe, Presidente. Le traeré de
inmediato mi renuncia’. Todo esto pasaba en un ambiente no sólo de cordialidad
sino de aprecio y de respeto mutuo. Entonces me contó que iba a nombrar al
general Luis Danús en Hacienda. No me pareció una buena idea y se lo hice ver:
‘Los tiempos que vienen van a ser sumamente tumultuosos, le advertí, y no me
parece razonable que un general en servicio activo reciba este embate.
Necesariamente se va a desprestigiar y eso puede afectar a las Fuerzas Armadas.
Además, Lucho Danús, con quien me entendía cada vez mejor, pero pastelero a tus
pasteles, no es economista y no va a saber cómo enfrentar el ajuste’. ‘Bien, me
replicó, ¿y a quién pondría usted?’ ‘A Sergio de la Cuadra, el presidente del
Banco Central’. ‘De acuerdo, ofrézcale el puesto’” (6).
El
reemplazo se produjo en dos etapas, ante una indecisión de Pinochet, como
veremos más adelante.
En
todo caso, el Presidente designó al brigadier general Luis Danús en Economía, y
éste fue quien anunció la devaluación, a la cual Sergio de la Cuadra, el nuevo
ministro de Hacienda, también se oponía.
“Los
malos días…”
Mucho
se especuló con que La Semana Política
de El Mercurio del 2 de abril de 1982
había sido decisiva para determinar la devaluación y, también, que a raíz de
ese artículo se le había pedido la renuncia al director del diario, Arturo
Fontaine Aldunate.
La
Semana Política expresaba: “…las
cosas se están haciendo mal. Se están manejando con una rudeza de inexpertos,
lo que provoca desánimo en los partidarios del Gobierno y pone a éste en
peligro de quedar sin más defensores que sus aguerridos soldados”.
En
cuestión de días se le pidió la renuncia a la dirección del diario a Arturo
Fontaine. Éste aportó un antecedente anterior al artículo en cuestión:
“Fontaine
recuerda que a fines de marzo asistió a un almuerzo del Rotary en el Club de la
Unión y se encontró allí con el general Pinochet. ‘Al salir se acercó a mi mesa
y me lanzó una frase que se haría célebre: ‘En Chile no se mueve ni una hoja
sin que yo lo sepa’; y añadió: ‘tenga cuidado’. Entonces yo me fui al diario y
después a una clínica porque tenía una operación programada. En lugar de
delegar mi cargo, como debí hacerlo, seguí trabajando en mi casa y escribí el
editorial famoso en que hablé de los aguerridos soldados” (7).
Sergio
de Castro descarta que ese artículo haya tenido que ver con su salida del ministerio.
De hecho, el “tenga cuidado” de Pinochet a Fontaine fue anterior a que éste lo
escribiera, lo que prueba que la posibilidad de petición de renuncia a Fontaine
venía gestándose desde antes. Dice de Castro:
“Yo
diría que Agustín quería operarse de Fontaine hacía rato, porque no le gusta
que uno de sus hombres agarre vuelo propio. Si mi suposición es correcta, la
polvareda que levantó ese editorial le proporcionó el pretexto que andaba
buscando. El Presidente estimaba mucho a Arturo y poco después de este
incidente lo nombró embajador en Argentina” (8).
Arturo
Fontaine también reconoció rigidez de su parte: “…con motivo del editorial
famoso en que hablé de los aguerridos soldados (…) el Presidente llamó a
Agustín Edwards, quien me fue a ver a mi casa para decirme que había que
cambiar esto. Le dije que yo asumía toda la responsabilidad. Bueno, me dijo, ¿y
qué hago yo? Le contesté que en mi opinión sólo podía aceptar lo publicado o
echarme. Se lo dije tontamente, creyendo que no me podía echar. Si eso es lo
gracioso, mi vanidad de ese momento” (9).
Conocí
personalmente la versión de Agustín Edwards y según ella la situación era que
el director del diario prescindía de la opinión del dueño, a raíz de lo cual
éste le pidió renunciar, pero también le pidió aplazar su salida varios meses y
presentarla como un alejamiento amistoso. Sin embargo, Arturo Fontaine le
habría señalado que se iba ese mismo día y lo hizo así, lo que provocó sorpresa
general y enorme molestia contra Agustín Edwards por “haberlo ‘echado’ de esa
manera”.
La
ley del piso salarial
Al
dictarse la ley N° 18.134, que rebaja el “piso salarial” de la negociación
colectiva de los trabajadores, propósito buscado por el equipo económico para
evitar que hubiera mayor desempleo en el período de recesión (si el “piso” del
reajuste es más bajo el salario aumenta menos y hay menos despidos y menor
cesantía) los dirigentes de los trabajadores protestan, porque obtendrían menor
reajuste. Incluso el dirigente sindical más partidario del Gobierno, Guillermo
Medina, de El Teniente, sostiene que
los buenos resultados que se busca con la negociación colectiva peligran con la
citada ley.
Pinochet
recibe a los dirigentes laborales opositores, como Emilio Torres, de la Confederación de Trabajadores del Cobre,
Manuel Bustos, de la Confederación
Nacional Sindical, Federico Mujica, de la Confederación de Empleados Particulares, y Juan Millán, del Frente Unido de Trabajadores, y la
consecuencia es que en enero de 1983 se dicta la ley N° 18.198, que sube el
“piso”, quedando éste en la última remuneración mensual del trabajador. Es
decir, no podrá ganar menos que antes. El objetivo de la ley derogada era que
pudiera haber una baja de remuneraciones, para evitar el aumento del desempleo.
Fue una derrota de los Chicago Boys.
Pinochet
cedió: “Los sindicatos que quieran dialogar conmigo, individualmente, pueden
hacerlo a través de sus dirigentes, como siempre ha ocurrido: está vigente la
vía del entendimiento” (10).
¿”Sentido
común político”? ¿”Populismo”? ¿”Juego de piernas”? ¿Todas las anteriores?
La
verdad es que Pinochet nunca abandona la estrategia negociadora y en agosto
inaugura la Jornadas de Análisis de la
Legislación Laboral ante 1.200 dirigentes sindicales y les señala la
necesidad de ordenar la legislación laboral dispersa e incoherente que en el
pasado significó la politización de las cúpulas sindicales (11).
Y
luego, a mediados de septiembre, anuncia la creación del Consejo Económico Social (CES) que integrará a representantes del
Gobierno, empresarios y trabajadores; y después anuncia la participación de los
dirigentes sindicales en la elaboración de las leyes orgánicas constitucionales
complementarias de la Carta, porque “la democracia no debe ser creada sólo por
algunos, sino por todos” (12).
Al
año siguiente vendrá la ley N° 18.372 acogiendo numerosas peticiones de las
dirigencias sindicales.
Cambios
de ministros
El
tema del tipo de cambio era una cosa, la crisis financiera era otra, pero la
simultaneidad de ambas agravaba la situación, pues se sumaban como un solo gran
problema. La quiebra de CRAV sucedió junto con la de un banco menor e hicieron
perder la confianza en el país de los prestamistas externos. Los créditos se
restringieron. No llegaba más que un cuarto de los del año anterior, como antes
vimos.
Empresarios
amigos de de Castro le piden audiencia y lo tratan de convencer de la necesidad
de devaluar. A estas alturas confunden la política de tipo de cambio fijo con
lo que es una crisis externa y otra de confianza en el país, que lo privan de
préstamos externos. Las deudas de todos crecen con los mayores intereses, pero
las ventas disminuyen. De Castro busca una solución y, como ya vimos, propone
bajar los sueldos y derogar el reajuste automático al salario mínimo para los
más jóvenes y los de la tercera edad. Esto provoca una fractura en el gabinete,
porque el ministro de Minería, José Piñera, no concuerda con la derogación del
salario mínimo.
Pero
de Castro piensa que si las ventas andan mal a este nivel de precios, al
reducirse los salarios bajarán los costos y también disminuirán los precios y
la gente podrá comprar más. Aumentarán las exportaciones, disminuirán las
importaciones y así llegarán más dólares.
Con
todo, la idea de rebajar sueldos no es una política popular ni fácil de
entender. La Junta, desde luego, no está de acuerdo, por razones de imagen. De
Castro interpreta la situación como una en que su persona se ha convertido en
obstáculo para adoptar las medidas de ajuste. Cuando le presenta su renuncia al
Presidente, ya hemos descrito lo que sucede.
De
hecho, cuando se reúnen Pinochet, de Castro y de la Cuadra, este último habla
con de Castro como si no estuviera Pinochet presente: “¿Qué sentido tiene
cambiar de ministro si yo voy a aplicar las mismas medidas que tú?” Entonces
Pinochet concuerda… y confirma a de Castro. Pero pasa un par de días y vuelve
sobre sus pasos. Acepta la renuncia de éste y nombra a de la Cuadra.
Pero
a raíz del alejamiento de de Castro renuncia el ministro del Interior, Sergio
Fernández, quien ha formado equipo con aquél: le habían propuesto a Pinochet un
plan rectificatorio no sólo económico, sino político, que permitiera aclarar
casos de derechos humanos como el del Comando
de Vengadores de Mártires (COVEMA), que ha terminado con la muerte por
torturas de un estudiante; y el del asesinato de Tucapel Jiménez. Las policías,
dice el plan, deben pasar a depender de Interior, no de Defensa. Y demanda un
completo ajuste del ministerio.
Pinochet
no consideró factible la propuesta en un momento como el que se vivía. Entonces
Fernández renunció y se produjo un completo cambio ministerial el 22 de abril.
Juran diez militares y seis civiles. No están Fernández (reemplazado por su Subsecretario,
abogado y general de Aviación (J) Enrique Montero Marx); ni de Castro,
reemplazado por Sergio de la Cuadra; ni Kast, que asume, en lugar de de la
Cuadra, como Presidente del Banco Central.
El
episodio está plagado de incoherencias: Sergio de Castro considera que ha
perdido la confianza de Pinochet y le presenta su renuncia. El Presidente se la
acepta, pero le pide a él mismo que le proponga el nombre de su sucesor, Sergio
de la Cuadra, que es también partidario de mantener el tipo de cambio, la causa
de la renuncia.
Se
va también del gabinete el ministro del Interior, Sergio Fernández, que siempre
ha hecho equipo con de Castro, pero asume en su lugar su subsecretario, el
general de Aviación y abogado Enrique Montero Marx, que también ha hecho equipo
con Fernández y de Castro.
Sea
como fuere, con de la Cuadra en Hacienda juran en Obras Públicas el brigadier
general Hugo Siebert Heldt y en Agricultura el civil y agricultor Jorge
Prado Aránguiz, ambos afines a la línea de los Chicago Boys.
Pinochet
también llama a sus colaboradores militares y, como vimos, nombra ministro de
Economía al brigadier general Luis Danús; y ministro Director de Odeplan, al
brigadier general Gastón Frez, este último un discrepante de las recetas de los
Chicago Boys.
En
Defensa asume el vicealmirante Patricio Carvajal, en Minería el abogado
especialista Samuel Lira Ovalle y en la Secretaría General de Gobierno el
abogado Hernán Felipe Errázuriz, que antes se desempeñaba en Minería.
Nótese
que Pinochet incorpora al ministerio a “sus hombres” en Economía y en Odeplan
otro del mismo rango, Gastón Frez, un defensor de la propiedad minera del
Estado y, en general, del rol estatal.
Concesiones
y devaluación
Bruno
Siebert sembrará una semilla que años después dará muchos frutos: será quien
redacte el primer decreto que autoriza las concesiones de obras públicas a
privados, las cuales transformarán la infraestructura del país veinte años más
tarde, gracias a una “alineación de los astros”: Siebert entregará la cartera
en 1990 a un ministro de Aylwin que es el más pro-mercado de todos en 1990,
Carlos Hurtado, un “liberal en castellano”, no liberal, de los pocos centroderechistas que eran opositores al
Gobierno Militar, pero con las ideas económicas de éste.
Será
de las primeras señales para profundizar el “principio de subsidiariedad”
establecido en la Constitución. Ya antes el ministro de Minería, José Piñera,
había impulsado el derecho real de concesión minera para atraer privados a la
actividad extractiva mayor, monopolizada por el Estado. Vendrá la participación
privada en las telecomunicaciones, en la generación y distribución eléctricas,
en la atención de la salud, en la previsión, en el acero y en la telefonía.
Adicionalmente,
con el capitalismo popular (compra de
acciones de empresas intervenidas o estatizadas con los fondos previsionales de
cada trabajador, en condiciones ventajosas) en pocos años se busca que “todo el
mundo tenga recursos y participación en las actividades económicas del país”,
dirá Pinochet. Es un paso decisivo de la Revolución Militar hacia la
instauración más plena de la propiedad privada y del libre mercado en el país
(13).
Después
de 1990, Carlos Hurtado será ministro de Aylwin y seguirá trabajando en el
ministerio la idea de Siebert, dejándola a punto para ser implementada, como
antes se dijo. Llega después a la cartera, bajo la administración Frei
(1994-2000), un socialista, Ricardo Lagos, pero parece que se ha “renovado”:
impulsa el proceso de las concesiones y, tanto mejor para él mismo, resulta
elegido Presidente de la República entre 2000-2006, período durante el cual
hace realidad la idea sembrada bajo el Gobierno Militar y cubre al país y a la
capital de autopistas concesionadas: “Este niñito compró un huevito, este otro
lo puso a asar, este otro le echó la sal y este grandote se lo comió”. Ricardo
Lagos Weber lo graficó: “el mejor monumento a la memoria de la obra de mi padre
será la Costanera Norte”, declararía años después.
Pero
en 1982 todavía no se avizoran esas buenas consecuencias de acoger la
iniciativa privada y connotados gerentes y empresarios van a prisión o se
hallan prófugos en virtud de las querellas interpuestas por la autoridad
financiera al comprobarse conductas constitutivas de fraudes bancarios,
auto-otorgamiento de préstamos y creación de sociedades con el exclusivo fin de
eludir las prohibiciones y controles estipulados por la legislación bancaria.
Las pérdidas patrimoniales son cuantiosas.
Esa
negativa experiencia conducirá a una nueva y excelente legislación bancaria que
pondrá al país a cubierto de los excesos que ahondaron la crisis de 1982.
Pero
los cambios en el equipo no iban a ser suficientes para superar la crisis de la deuda, que tuvo carácter
internacional y siguió su curso.
Así,
Pinochet toma la decisión de devaluar, de la Cuadra acata a contrapelo y el
nuevo ministro de Economía, Luis Danús, es quien anuncia que la paridad oficial
subirá de $ 39 a $ 46 por dólar, precio éste que se ajustará en adelante según
una escala progresiva.
Se
vive un clima de crisis y la Junta de Gobierno se reúne de manera
extraordinaria. Se acuerda la reducción en 10 % de las remuneraciones del
sector público superiores a cien mil pesos y de 20 % a las que superaran los
ciento cincuenta mil, lo cual alcanza a las del Presidente de la República, de
la Junta de Gobierno y de ministros, subsecretarios, magistrados y principales
autoridades del Poder Judicial, Tribunal Constitucional, Consejo de Estado,
Cuerpo de Generales y Almirantes y oficiales superiores de los institutos
uniformados.
La
cúpula del poder debe dar el ejemplo y se elabora un Plan de difusión de fundamentos y consecuencias de las medidas
económicas adoptadas por el Gobierno.
Miradas
las cosas en retrospectiva, hoy parece claro que la devaluación no curó la
enfermedad, sino que la agravó. De Castro tenía razón en 1982 y los partidarios
de devaluar estábamos equivocados. Crisis iba a haber de todas maneras en ambos
casos, pero con tipo de cambio fijo el costo de ella habría sido menor que el
que provocó la devaluación.
Libertad
cambiaria no puede sostenerse
La
desesperación de los gremios de la producción cundía y Pinochet los recibía a
todos, que le planteaban sus problemas de endeudamiento, de contracción de los
mercados, de comercialización de sus productos e incluso de la permanencia o
sobrevivencia de la actividad en la cual trabajaban. Pero él no tenía los
medios para darles soluciones a sus problemas. El país experimentaba una
tremenda contracción, originada en que la entrada de recursos externos se había
minimizado. Es un shock, un apretón
que ninguna economía puede resistir sin una fuerte caída del nivel de vida de
sus habitantes.
Como
las medidas del Gobierno no restablecen la confianza necesaria para iniciar una
recuperación económica, el 5 de agosto se toma una decisión “heroica”: decretar
la libertad cambiaria, es decir, dejar que el precio del dólar flote libremente
de acuerdo a la ley de la oferta y la demanda. El Presidente se reúne con
representantes de la banca nacional y extranjera –38 bancos y 10 financieras— y
recibe de todos un claro respaldo.
Pero
a fines de agosto el dólar llega a $ 67 y el Gobierno carece del coraje
necesario para persistir en la libertad cambiaria –un coraje todavía mayor que
el requerido para haber sostenido el dólar fijo— y cede: resuelve fijar una
banda de variación, restringiendo el acceso al mercado cambiario (14).
Devaluaciones
diarias
Tras
la devaluación se cumplieron los peores augurios de de Castro. Resumiendo lo
anterior, primero se fijó el dólar en $46, un 18 % más alto. Era más o menos lo
esperado. Pero nada se solucionó y en agosto se resolvió, como antes se vio,
confiar en el mercado: tipo de cambio libre. El dólar llegó a los $67. Tres
días después de alcanzar este valor al Gobierno “le tiemblan las piernas” y
suspende la flotación libre para pasar a la “flotación sucia”: el Banco Central
interviene cuando el dólar sube demasiado. Pero hay todavía un dólar fijo a
$50, un “salvavidas”, para los deudores en moneda extranjera.
En octubre se aplica la llamada crawling peg, la tablita: fijación diaria del tipo de cambio según el
comportamiento de la inflación interna en relación con la internacional del mes
anterior. Con ella, en octubre el dólar llega a $66. Cerraría el año en $74.
De
la Cuadra les da oxígeno a los bancos mediante el expediente de comprarles la
cartera vencida, es decir, morosa e impaga. Obviamente, ello equivalía a
cambiar créditos malos (la deuda insoluta) por un crédito bueno, un pagaré del
Banco Central. Coordinó este programa el ex Director de Presupuestos y
economista de Chicago, Juan Carlos Méndez.
Los
requisitos que debían cumplir los bancos para vender cartera vencida consistían
en desconcentrar los créditos cuantiosos dados a pocos clientes (a veces
empresas de los mismos dueños del banco), provisionar dicha cartera y no dar
dividendos hasta haber recomprado la cartera vencida.
El
clima de opinión pública había empeorado y ya se hablaba de que el modelo
económico liberalizador había conducido a que el Estado se hubiera hecho dueño
virtual de los bancos. ¿Un nuevo socialismo? Y como las empresas grandes habían
debido dar acciones en prenda a los bancos, se afirmaba que la estatización de
hecho era mayor que durante la Unidad Popular. ¡El libre mercado conducía al
socialismo de Estado!
Pero,
en el hecho, con sus crisis y sus idas y venidas, el modelo chileno reprivatizó
al final todo y permitió, al cabo de la década
perdida de América Latina, la de los años ’80, que Chile fuera el primer
país en superarla, quedando como la economía con el más alto ingreso por
habitante de la región.
Lüders
bi-ministro
Pinochet
busca reeditar sus medidas de 1975, contenidas en el heroico Plan de Recuperación Económica
encabezado por Jorge Cauas, poniendo a la cabeza esta vez a otro economista de
nota, con plenos poderes y en calidad de bi-ministro de Hacienda y Economía,
Rolf Lüders. Deja Hacienda de la Cuadra y deja Economía el brigadier general
Danús.
El
nuevo bi-ministro había sido socio de uno de los mayores grupos económicos en
dificultades, el de Javier Vial y el BHC. Pinochet designó como subsecretario
de la segunda cartera al economista de Chicago y académico de la Universidad de
Chile, Álvaro Bardón.
Hay
otros cambios en el gabinete: Álvaro Arriagada reemplaza en Educación al
contralmirante Rigoberto Cruz; y en Trabajo y Previsión Social, Patricio Mardones
reemplaza a Máximo Silva.
En
diciembre el dólar llegó, según antes se dijo, a $74, y el Banco Central había
perdido 2.200 millones de dólares de sus reservas. A la vez, había inyectado
liquidez a la economía, generando mayor inflación. Desde el exterior no
llegaban buenas noticias, pues México había entrado en default, es decir, en cesación de pagos de su deuda externa.
Los
grupos económicos estaban bajo la acusación de que sus bancos habían prestado
en exceso a sus empresas, sin las debidas garantías. De ahí se iba a originar
lo que más arriba se mencionó: una nueva legislación bancaria que, estudiada y
despachada por la Junta de Gobierno, conduciría a que el sistema bancario
chileno terminara siendo, después de la crisis, uno de los más sólidos del
mundo.
El
país aprendió de la crisis y salió fortalecido de ella a la postre, pero… debía
pagar su deuda. Le quedaban tres años difíciles más, antes de volver a
despegar.
En
el Banco Central se aceptó la renuncia de Miguel Kast a la presidencia y pasó a
ser encabezado por Carlos Cáceres, decano de la Escuela de Negocios de
Valparaíso y hombre de confianza del ex senador y gran empresario Pedro Ibáñez
Ojeda. A Cáceres le correspondió suspender la libertad cambiaria y fijar el
precio del dólar, el cual variaría según una tabla (la tablita) determinada por la inflación interna menos la externa.
Viaje
urgente a Washington
En
compañía del nuevo bi-ministro Lüders, Carlos Cáceres viaja a Washington a
negociar los pagos de la deuda externa, pero en el tiempo intermedio la acción
judicial de la Superintendencia de Bancos que ha afectado a distintos grupos
económicos dueños de estas entidades ha comenzado a amenazar al primero, en su
calidad de ex socio de Javier Vial y del grupo BHC. Existe el peligro de que se
dicte orden de detención en su contra, como en los casos de otros banqueros. A
su regreso de los Estados Unidos deberá renunciar.
En
muchos sentidos 1982 fue el año más crítico del Gobierno Militar. La caída
económica tenía consecuencias sociales devastadoras: “Los uniformados (…) eran
sensibles a la desocupación y descontento ciudadano. La fuerte caída de la
economía provocó un brusco aumento de la cesantía e impulsó la protesta
ciudadana, confirmando los temores castrenses. En 1982 el PGB cayó -14,5 por
ciento, con tasas negativas aún peores en la industria y en la construcción
(-21,1 y -23,4 por ciento). El desempleo reconocido en 1982 fue de 19,6 por
ciento, siendo muy superior si se consideran los programas de empleo de
emergencia, el Programa de Empleo Mínimo
(PEM) y el Programa Ocupacional para
Jefes de Hogar (POJH), llegando al 26,1 por ciento; y en 1983 subió al 26,4
por ciento (31,3 por ciento si se incluyen el PEM y el POJH)” (15).
Importante
designación eclesiástica
En
septiembre de 1982 el cardenal Silva Henríquez presenta su renuncia ante la
Santa Sede por haber cumplido la edad límite de 75. Sólo al año siguiente se
nombrará como su sucesor a monseñor Juan Francisco Fresno, hasta entonces
Obispo de La Serena. “En un homenaje ofrecido por sindicalistas al cardenal
arzobispo saliente, éste reafirma sus conceptos sobre la necesidad de la
intervención eclesiástica en lo social, político y económico. La reconciliación
tiene, a su modo de ver, su base en la justicia, porque ‘las desigualdades
masivas de poder y riquezas en el mundo, y a menudo dentro de las naciones, son
un grave obstáculo para la reconciliación’” (16).
Se
atribuye a la Primera Dama, Lucía Hiriart de Pinochet, haber comentado, al
enterarse de la renuncia de Silva Henríquez y la posterior designación de
Fresno: “El Señor ha escuchado nuestras plegarias”.
Pero
Fresno no demorará en verse envuelto en la vorágine política, cuando la
impaciencia de los opositores dé origen al Acuerdo
Nacional para la Transición a la Democracia. Y entonces desilusionará a la
señora Lucía.
Retorno
de exiliados
Se
hace evidente que el Gobierno, sumido en la crisis de la deuda, está procurando
dar señales de concordia interna que a la vez sirvan para proyectar una nueva
imagen internacional. Busca alivio político. Se forma una comisión para el
estudio de la admisión de personas de regreso al país. A fines de diciembre de
1982 se permite la entrada de 125 personas (17).
Pero
luego la recién formada comisión se disuelve y el estudio de la situación de
reingreso queda en manos de los ministerios del Interior y Justicia.
El
Gobierno aprovecha para instruir a su embajador ante las Naciones Unidas, el
antiguo diplomático de carrera Manuel Trucco, en el sentido de que informe al
Secretario General del organismo sobre la decisión de readmitir personas
exiliadas.
Más
adelante habrá nuevas listas de autorizados para volver.
Acuerdos
en México
En
los más difíciles momentos para el Gobierno a raíz de la crisis, la oposición
de izquierda perfecciona el apoyo soviético-cubano para activar en Chile la
lucha armada subversiva.
En
febrero de 1982, en La Habana, el presidente del Comité Exterior de la CUT,
Mario Navarro, anunciaba que su central sindical “apoya la acertada decisión de
los ocho partidos y movimientos de la izquierda chilena (de septiembre de 1981)
de utilizar todas las formas y medios de lucha, incluyendo la armada” (18).
“En
una nueva reunión de la izquierda, realizada también en México, a fines de mayo
de 1982, se advirtió algunas aparentes divergencias. De los siete partidos
asistentes, los dos MAPU y la Izquierda Cristiana (embriones de la llamada Convergencia Socialista) se mostraron
como renuentes a plegarse a la política militar del PC, aunque tanto Orlando
Millas (PC) como Clodomiro Almeyda (PS), en repetidas declaraciones en Moscú y
Berlín comunista, negaron terminantemente que hubiera alguna especie de
división en el bloque. En todo caso, quedaba claro que se trataba más bien de
una especie de división del trabajo: por una parte el PC y sus aliados más
cercanos se encargaban del trabajo sucio de la lucha armada; por la otra, los
fingidos ‘socialistas democráticos’ de la Convergencia cumplirían el papel de
infiltradores en los partidos y alianzas de la oposición centrista, posando de
moderados y partidarios de la ‘vía pacífica’, lo cual no les impediría, por
supuesto, participar a título individual en las organizaciones terroristas
promovidas y financiadas por el PC.
“Como
fuere, y con el fin de dejar algunas cuestiones en claro, la reunión de mayo en
México emitió el ‘llamamiento a la unidad y el combate’, firmado por el PC, el
PS-Almeyda, el MIR y el P. Radical, liderado este último en México por los
prosoviéticos Hugo Miranda, Hugo Vigorena y Anselmo Sule. El documento
convocaba al ‘enfrentamiento’, llamando a ‘profundizar y desarrollar’ las ‘muy
diferentes formas de acción’ y reconociendo que en Chile se ‘ha sabido emplear
todos los métodos posibles, sin renunciar a ninguna forma de lucha’; advertía
que era importante ‘articular la organización legal y semilegal con la
organización clandestina’ y simultáneamente ‘estimular la creación de focos
guerrilleros que se extiendan por toda la nación’” (19).
El
MAPU y la IC debieron explicar a sus patrones cubanos su estrategia. “Para este
efecto, a pocos días de las reuniones de México, a mediados de junio, Manuel
Piñeiro Losada –Director del Departamento América del CC del PC de Cuba y jefe
de la subversión castrocomunista en el continente-- convocó a sus oficinas en La Habana a los
seudodisidentes de la política militar del PC. Por el MAPU asistió Óscar
Garretón, por el MAPU-OC el ahora retornado Ismael Llona, y por la Izquierda Cristiana,
Mario Fernández. Al parecer, Piñeiro quedó conforme con la cuenta rendida”
(20).
Las
Malvinas y Chile
Cuando
en abril Argentina invade las islas Malvinas o Falkland pertenecientes al Reino
Unido, en medio de la gigantesca celebración que tiene lugar en Buenos Aires el
Presidente Galtieri dice que ése ha sido “el primer paso” de la recuperación
del “territorio insular argentino”. Para ningún chileno deja de ser obvio que
el segundo paso puede ser una acción similar en detrimento del territorio
insular chileno largamente ambicionado por los argentinos.
La
invasión exitosa de las Malvinas iba a tener, entonces, como necesaria secuela,
similar invasión a expensas de Chile. Galtieri lo estaba anunciando
públicamente.
Pero
de manera oficial Pinochet reiteró su adhesión a “la tradicional vocación
jurídica y americanista de Argentina y Chile” (21).
De
paso, una de las primeras víctimas de esa guerra fue el crucero General Belgrano, que un año antes se
había paseado durante siete horas, insolentemente y sin permiso alguno, por
aguas chilenas australes. Un submarino británico lo echó a pique en abril de
1982.
En
los hechos y secretamente nuestro país colaboró con Gran Bretaña con
información estratégica, apoyo logístico y amparo a aviadores británicos de un
helicóptero caído en territorio chileno, cerca de Punta Arenas. Esos aviadores
fueron prontamente embarcados hacia Gran Bretaña.
Reconocimientos
en el sentido de la existencia de ese apoyo hicieron con posterioridad el
canciller británico, lord Carrington, la primera ministra Margaret Thatcher y
el miembro de la Junta de Gobierno chilena, general Fernando Matthei.
Margaret
Thatcher reveló en 1999, durante la Convención de su Partido Conservador y estando
preso Pinochet en Londres (lo que a ella la indignaba) lo siguiente:
“El
Presidente Pinochet fue un leal y verdadero amigo nuestro en aquel momento de
necesidad cuando Argentina invadió nuestras islas Falkland. Lo sé. Yo era
entonces Primera Ministra. Bajo las expresas instrucciones del Presidente
Pinochet, y asumiendo un alto riesgo, Chile nos proveyó de una invaluable
ayuda. No puedo revelar todos los detalles. Pero mencionaré sólo un incidente.
“Durante
la guerra de las Falkland la Fuerza Aérea de Chile nos avisaba con anticipación
los ataques aéreos argentinos, lo que permitió a nuestras fuerzas navales y
aéreas preparar la defensa oportunamente. El enorme valor de esa información de
inteligencia se confirmó cuando un día, casi al final de la guerra, el radar
chileno de larga distancia tuvo que ser apagado para una mantención indispensable.
El mismo día, martes 8 de junio, fecha clavada en mi corazón, aviones
argentinos atacaron y destruyeron los cruceros Sir Gallahad y Sir Tristram con
enormes pérdidas humanas. En total 250 miembros de nuestras fuerzas armadas
perdieron la vida en la guerra de las Falkland. Sin la intervención del
Presidente Pinochet, con certeza, habrían sido muchos más. Todos los británicos
tenemos con él –y con Chile-- una enorme
deuda.
“¿Y
cómo las autoridades británicas bajo este Gobierno Laborista pretenden saldar
esa deuda? Se los diré. Por la vía de colaborar con el secuestro judicial del
Senador Pinochet” (22).
Alivio
con Perú y tensión con Bolivia
Obviamente
a Chile no le convenía un deterioro de sus relaciones con Perú cuando se había
hecho tan ostensible la amenaza insular argentina, si bien postergada a raíz
del fracaso de ese país en las Malvinas. El Presidente Galtieri lo había
denominado, como más arriba se dijo, “el primer paso en la recuperación del
territorio insular austral argentino”. El “segundo paso”, de tener éxito el
primero, y tal vez aun no habiéndolo tenido, podría ser la invasión de alguna o
algunas islas australes chilenas. En esas circunstancias la situación en el
norte habría sido clave.
Pero
en 1982 el Perú tuvo un grave conflicto fronterizo con Ecuador, lo que lo llevó
a buscar un acercamiento con Chile y a llegar hasta a declarar, en la Asamblea
de la OEA realizada en la isla Margarita, de Venezuela, que dicho organismo no
tenía competencia para tratar la aspiración marítima boliviana.
Con
motivo del trigésimo aniversario de la Declaración
de Santiago, que estableció las 200 millas de zona marítima exclusiva, se
abrió una nueva oportunidad para impulsar la Comisión Mixta Chileno-Peruana.
Pinochet pudo así declarar en su mensaje a la nación en 1983 que “la
vinculación con la República del Perú se enriquece constantemente y las
coincidencias son cada vez mayores” (23).
Bolivia
intenta llevar lo que llama su “problema de mediterraneidad” a los foros
internacionales y anuncia que es un tema de “sobrevivencia nacional”. Su
Presidente, Hernán Siles Suazo, declara que no habrá reanudación de relaciones
con Chile hasta que no obtenga de éste su salida al mar. Si bien Bolivia tiene,
de hecho, salida al mar, de acuerdo con las facilidades de que goza en el
puerto de Arica, de acuerdo al Tratado de 1904, la quiere con soberanía propia.
En
la Asamblea General de la OEA de noviembre de 1982 circula un proyecto de
resolución, elaborado por el gobierno boliviano, que es inaceptable para Chile.
Luego de un áspero intercambio entre los cancilleres de ambos países, la
votación favorece a Bolivia y Chile se retira de la asamblea, para no
convalidar un dictamen que está fuera de la competencia de la OEA (24).
Gasto
social para extrema pobreza
Es
llamativo que en ese año de profunda crisis y recesión el Gobierno haya sido
capaz de entregar 50 mil viviendas nuevas a los pobres y 10 mil subsidios
habitacionales, destinando en la sola Región Metropolitana más de 300 millones
de pesos para calles, alcantarillado y agua potable (25).
En
particular, se resuelve erradicar, entre marzo y julio de 1983, todos los
campamentos (viviendas precarias construidas en terrenos irregulares tomados de
facto por los pobladores), con un costo de 750 millones de pesos (26).
En
el mismo crítico año 1982 ha sido posible trasladar tres mil familias desde
once campamentos (27).
Descentralización
educacional
En
1982 continúa el proceso iniciado en 1980 de traspaso de establecimientos de
enseñanza pública a los municipios. La Revolución Militar había dado el paso de
abrir la enseñanza superior a la libre iniciativa de los particulares, pero le
parecía mucho más complejo darlo respecto de la enseñanza básica y media.
Probablemente concibió la municipalización como un avance descentralizador
parcial.
El
ministro de Educación, Alfredo Prieto, que había sucedido a Gonzalo Vial,
informa continuamente al Presidente de los avances en la descentralización.
Desde fines de 1980 y hasta septiembre de 1982 el traspaso de establecimientos
educacionales a la administración comunal ha alcanzado a un 80,4 %.
La
educación más libre es la que radica las decisiones en cada familia, dándoles a
todas las que carezcan de medios lo suficiente para que tengan libertad de
elegir la enseñanza para sus hijos. La menos libre es la monopolizada por el
Estado. En tal sentido, la municipalización fue un paso en la dirección
correcta.
La
visita de sor Teresa
Durante
septiembre de 1982 visitó el país sor Teresa de Calcuta, la protectora de los
más pobres y que se apiada especialmente de los que están por morir abandonados
de todos los suyos. Los opositores al Gobierno esperaban algún pronunciamiento
crítico de ella sobre la situación de la pobreza en Chile, pero se negó a
emitirlo. Siendo albanesa, es decir, de un país que ha soportado el comunismo,
tendía a mirar con simpatía al régimen que había evitado la caída de Chile bajo
semejante régimen.
Durante
su estadía se negó a formular comentarios de contenido político, pero prestó
tácito soporte a la labor de la Primera Dama, Lucía Hiriart de Pinochet, en
beneficio de los pobres, apareciendo ante la prensa nacional e internacional
tomada de la mano con ella.
Los
esfuerzos de Ronald Reagan
No
cabe duda de que el nuevo Presidente norteamericano no quiere ser un factor de
inestabilidad política del Gobierno Militar chileno, como lo fue el de su
antecesor, Jimmy Carter. La Casa Blanca desea otorgar la Certificación sobre Derechos Humanos a Chile. Y en julio envía a
una delegación, presidida por el Vicesecretario de Estado Adjunto para Asuntos
Interamericanos, Everett Briggs, a Santiago, a un seminario patrocinado por la
Academia Superior de Seguridad Nacional y la embajada de los Estados Unidos.
Esa
sola asociación ya indica la buena voluntad norteamericana. Los funcionarios
visitantes revelan el deseo de su gobierno de otorgar la Certificación, pero demandan “mejoramiento de la situación de
derechos humanos”.
A
la vez, los opositores internos chilenos hacen esfuerzos por crear situaciones
que den una imagen contraria. Las protestas,
facilitadas por la inevitable crisis recesiva que vive el país --recuérdese que ha recibido en 1982 menos de
la cuarta parte de los recursos en moneda extranjera llegados en 1981— facilita
la organización de desórdenes populares.
El
“caso Letelier” sigue penándole al gobierno chileno, no obstante la nula
responsabilidad en él del Presidente y de la Junta.
La
prensa norteamericana, muy sesgada en favor de la centroizquierda chilena,
magnifica los acontecimientos negativos. Acá el Gobierno debe elegir entre
dejar que la anarquía se enseñoree de las calles o reprimirla. Si hace esto
último, es acusado de “atropellar los derechos humanos”. Si no lo hace, el
clima de violencia lo exhibe como incapaz de garantizar la gobernabilidad.
Será
el problema permanente de los tiempos que vengan, como lo fue en los pasados.
Balance
económico anual
Las
cifras de fines del año 1982 fueron inmisericordes: el PIB cayó -13,6 % (cifras
del Banco Central, pues hemos visto en este capítulo que un autor da una
mayor). La tasa de desempleo en el país llegó a 15,4 % y en el Gran Santiago
aumentó al doble que el año anterior: 22,1% (también se ha citado más arriba al
mismo autor que da guarismos más altos). Y la inflación también aumentó a más
del doble, medida por el IPC anual: 20,7 %.
La
Tasa de Inversión (Formación Bruta de Capital Fijo) cayó a 13,7 % del PIB.
Después
de tres años de superávit fiscal, se volvió al déficit, que fue de 2,3 % del
PIB.
Es
decir, la crisis y la devaluación desataron en el país una estanflación: estancamiento junto con mayor inflación. Lo peor de
ambos mundos. El premio de consuelo fue que la devaluación mejoró la Balanza
Comercial, que arrojó un saldo positivo de 62,4 millones de dólares. Este saldo
positivo ya no se interrumpiría más en el resto del Gobierno Militar.
La
Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos redujo su déficit a menos de la mitad
del ejercicio anterior: -2.304,3 millones de dólares. La Cuenta de Capitales de
la Balanza disminuyó su superávit a 2.379,8 millones de dólares. La Deuda
Externa siguió aumentando y alcanzó a 17.153 millones de dólares.
El
saldo de la Balanza de Pagos fue negativo por primera vez en siete años y fue
de -1.165 millones de dólares (28).
Las
Reservas Internacionales Brutas del Banco Central cayeron a 2.735 millones 400
mil dólares, una disminución de 1.039 millones 900 mil dólares respecto al año
anterior (29).
REFERENCIAS
DEL CAPÍTULO X:
(1) Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y
Sepúlveda, Óscar: “La Historia Oculta del Régimen Militar”, Antártica,
Santiago, 1989, p. 315.
(2) “La Segunda”, 24 de enero de 2007.
(3) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit.,
p. 463.
(4) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p.760.
(5) Arancibia, Patricia: “Sergio de
Castro…”, op. cit., p. 380.
(6) Ibíd., p. 381.
(7) Ibíd., p. 378.
(8) Ibíd., p. 379.
(9) Ídem.
(10) “La Tercera”, 06 de febrero de 1983.
(11) “La Segunda”, La Segunda, 29 de agosto
de 1983.
(12) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., t. II, p. 704.
(13) “El Mercurio”, 07 de marzo de 1987,
C 5.
(14) Valdivieso, Rafael: “Crónica de un
Rescate”, Andrés Bello, Santiago, 1988, p. 246.
(15) Huneeus, Carlos: “El Régimen…”, op.
cit., p. 472.
(16) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, t.
II, p. 633.
(17) Ibíd., t. II, p. 577.
(18) Domic, Juraj: “Política Militar…”,
op. cit., p. 87.
(19) Ibíd., p. 88.
(20) Ídem.
(21) “El Mercurio”, 17 de abril de 1982.
(22) Discurso ante la Convención del Partido
Conservador en Blackpool el 6 de octubre de 1999, citado por la revista
“Economía y Sociedad” de abril-junio de 2018, ps. 26 y 27.
(23) “La Tercera”, 12 de septiembre de
1983, p. 4.
(24) Pinochet, Augusto: “Camino…”, op.
cit., t. III, p. 114.
(25) “La Nación”, 12 de septiembre de 1982,
p. 6.
(26) El Mercurio, 22 de diciembre de 1982,
p. C5.
(27) “La Tercera”, 02 de enero de 1983,
p. 13.
(28) Banco Central de Chile, División de
Estudios: “Indicadores Económicos y Sociales 1960-1985”, Santiago, 1986; “Indicadores
Económicos y Sociales 1960-2000”, Santiago, 2001.
(29) Díaz, José; Lüders, Rolf y Wagner,
Gert: “La República en Cifras”, op. cit., p. 516.
(CONTINUARÁ MAÑANA)
Don Hermógenes, esto no se debe dejar pasar. La crisis del 82, ademas de causas externas, tuvo dos colaboraciones internas, fijar el precio de dólar (dígame usted donde ha funcionado esta magia), y permitir los créditos relacionados. Fue un acto temerario que se pagó con la derrota en el plebiscito del 88.
ResponderEliminarDon Hermogenes da la impresion que ud intenta construir un culto a la figura de Pinochet y buscando por la red resulta que todos los cultos a personalidades es que fueron combatintes es decir se foguearon en el combate y el general Pinochet no y ademas el viso de la traicion le rondara siempre por mucho que haya llevado por el rumbo economico exitoso durante un tiempo pero no se puede comparar para ninguno de los que habitan el cono sur y resto de sudamerica Stalin Mussolini Hitler Franco Mao Fidel y el Che todos tuvieron su bautizo en combate y esto es una ayuda muy importante en la formacion del mito o la rendicion de culto asi que Pinochet tiene muy pocas posibilidades y mas cuando se le intenta presentar como un militar respetuoso de los DDHH y la culpa la tenian los subordinados unos militares asilvestrados de unas FFAA consideradas como el ultimo reducto del prusianismo aunque sea solo en las formas militares.
ResponderEliminarCreo que dice un disparate sobre los avisos de radar chileno a la flota británica. La flota británica no dependió del radar chileno nunca; tenía submarinos nucleares apostados frente a cada base aérea argentina, con las antenas emergidas, y ése era su aviso de radar temprano.
ResponderEliminarDe hecho fue el HMS Valiant que detectó el raid argentino ese día y sólo retrasó el contragolpe acciones de guerra electrónica desde el ARA Santísima Trinidad. Eso dicho en la versión británica de la guerra:
https://en.wikipedia.org/wiki/Bluff_Cove_Air_Attacks
Tatcher era una política en decadencia tratando de defenestrar al gobernante de entonces, Blair, por haber metido preso a su sirviente latinoamericano durante la guerra, y se inventó una importancia para la ayuda chilena que jamás pasó.