CAPÍTULO
XVI
1988:
“Sí” o “No”
El
año del plebiscito presidencial
El plebiscito del
5 de octubre de 1988 fue el acontecimiento del año y absorbió la preocupación
de la opinión pública, cosa que el país podía permitirse, porque en lo material
marchaba muy bien, como podrá apreciarse en el balance económico que se hace al
final de este capítulo.
La
economía prosperaba como casi nunca antes. El orden público era mantenido
eficazmente por el Gobierno. Conflictos graves surgidos en décadas posteriores,
como el de la violencia y anarquía en La Araucanía, simplemente no existían
entonces. En particular era inexistente ése, de supuesto carácter étnico, pues
en 1988 la Junta de Caciques de esa región extendió a Pinochet un público
reconocimiento, que constaba en un pergamino, como Gran Jefe Conductor y Guía (“Ullmen F’ta Lonko”) y le agradecía el
otorgamiento masivo de títulos de sus tierras a los mapuches (1).
Desde
1985 había entregado a más de mil familias de la etnia sus títulos de
propiedad, llegando así a los 50 mil títulos saneados entre las regiones VIII,
IX y X, correspondientes a 290 mil hectáreas (2).
No
en vano La Araucanía le daría su único triunfo regional en el plebiscito al
“Sí” a Pinochet el 5 de octubre.
Haciendo
un recuento de estos logros, el Presidente había expuesto de manera bastante
precisa los principios de una sociedad libre, tal vez sin proponérselo, al
decir que había que seguir manteniendo “un respeto irrestricto del derecho de
propiedad, la igualdad de oportunidades y la libertad cierta de las personas,
la familia, la sociedad y la nación” (3).
Pero
la gran discusión nacional giraba en torno a si debía o no tener lugar el
plebiscito, que estaba contemplado en el articulado transitorio de la
Constitución.
El
régimen había avanzado metódicamente en la implementación de la institucionalidad
legal que regiría bajo la plena democracia, representada por las leyes
orgánicas constitucionales de Bases de la
Administración Pública, del Congreso
Nacional, de Votaciones y Escrutinios
y de Partidos Políticos, todas
estudiadas o en estudio en las Comisiones Legislativas que asesoraban a cada
uno de los miembros de la Junta de Gobierno, que fue el Poder Legislativo del
país desde 1973 y también durante la transición.
Pero
el gobiernismo se dividió y la UDI
formó tienda aparte, escindiéndose de Renovación
Nacional. Ambas colectividades trabajarían después a la par por el
plebiscito, pero desde entonces seguirán caminos y estrategias separados,
incluso después de 1990, en que, tras un predominio inicial de RN, la UDI pasaría a contar con más adherentes y parlamentarios, excepto
en la elección de 2017, en que RN la volvió
a superar, tal vez porque la primera renunció a tener un candidato presidencial
propio y apoyó al de RN.
Contra
la que parecía opinión predominante en los años ’90 (la de que distanciarse del
Gobierno Militar rendía dividendos electorales) fue el partido que menos se
alejó de él –la UDI-- el que hizo la
mejor cosecha electoral hasta 2017.
El
cardenal habla en España
El cardenal Silva
Henríquez, tenido por adverso al régimen militar, declaró a El País de España algunas cosas que
seguramente molestaron a la izquierda chilena. Dijo, desde luego, “hay que
perdonar a los militares”. “Si la reparación del mal causado va a despertar
nuevas inquietudes en el Ejército, no se está obligado a ello, porque sería
contraproducente y podría hacer volver el riesgo de un nuevo golpe”.
En
la misma entrevista el cardenal hizo un importante reconocimiento: “Los
militares chilenos no querían entrar en el gobierno, pero los chilenos en su
mayoría les exigimos y les impulsamos a esta tarea. Contribuyó también la
torpeza de comunistas y socialistas (…) que intentaban instaurar la dictadura
del proletariado”.
Durante
los años ’90 no hubo intentos de venganza contra los militares, pero a partir
de la prisión de Pinochet en Londres, en 1998, la justicia de izquierda, que
había pasado a ser mayoritaria en el Poder Judicial, desató una razzia contra ellos que no se detuvo
después y, como no hubiera mandos uniformados enérgicos para oponerse a ella,
basados en que –como lo confesó paladinamente la Corte Suprema en 2010— se estaba
atropellando la legalidad vigente para juzgarlos, la venganza no sólo prosperó
sino que se generalizó y magnificó hasta los mayores excesos, sin la menor
reacción castrense ni, hay que decirlo, del resto de la sociedad, que toleró la
prvaricación de los jueces.
De
las declaraciones del prelado a El País
sólo queda hoy, entonces, la apreciación demasiado optimista del Cardenal
acerca de la capacidad de reacción castrense y su reconocimiento de que los
uniformados fueron llamados al poder por una mayoría ciudadana de la cual él
confiesa, literalmente, haber formado parte (4).
Evolución
de la salud general en el país
Se achacaba
comúnmente al Gobierno Militar haber sacrificado metas sociales para alcanzar
mayor crecimiento económico, pero en marzo de 1988 la Oficina de Planificación Nacional (Odeplan) publicó cifras sobre
“Evolución de la Salud en Chile” que probaron una notable mejoría en este
aspecto del progreso social.
Ello
se debió a que, junto con un mejor control del gasto, se consiguió mayor
disciplina entre el personal público de la salud: mejor gestión, supresión de
las huelgas ilegales y mayor exigencia de rendimiento (5).
En
la misma publicación de Odeplan se consignaba otros avances:
Por
una parte se registró un aumento de la participación privada desde 1981,
gracias a la creación de las Instituciones
de Salud Previsional (Isapres): en 1981 atendían a 26 mil 500 personas; en
1987 a 490 mil (pág.5.)
El
Gasto Público en Salud, en pesos de 1986, subió de $39.931 millones en 1973 a
$85.809 millones en 1985 (pág. 7).
La
distribución gratuita de leche y mezclas proteicas subió de 19.218 toneladas en
1972 a 42.078 toneladas en 1986 (pág. 8).
El
número de consultorios era de 134 en 1970 y subió a 319 en 1987; y el de postas
rurales de 771 en 1970 a 992 en 1987 (pág. 9).
Las
estaciones médico-rurales subieron de 13 en 1970 a 1.180 en 1980, si bien la
inversión en infraestructura y equipos bajó de $ 3.935 millones en 1975 a
$2.992 millones en 1986 (pesos de 1987) (pág. 10).
Las
atenciones de salud dental a escolares aumentaron de 3.945.878 en 1973 a
4.486.791 en 1985 (pág. 12).
El
número de profesionales por cada diez mil habitantes aumentó de la siguiente
manera entre 1973 y 1985: médicos, de 4,36 a 4,60; dentistas, de 1,42 a 1,47;
enfermeras, de 1,84 a 2,32 y matronas de 1,24 a 1,67. (Pág. 14).
El
número de controles y consultas médicas, que en 1970 fue 10.043.800, en 1986
subió a 30.718.700, es decir, por habitante subieron de 1,4 a 2,5 (pág. 15).
La
tasa de desnutrición infantil bajó de 15,9 % en 1976 a 8,7 % en 1985 (p. 16).
La
tasa de mortalidad infantil, que era de 82,2 por mil nacidos vivos en 1976,
bajó a 19,1 por mil en 1986 (pág. 17). Fue la menor de Sudamérica ese año, seguido
Chile de Argentina con 34 por mil y Uruguay con 38 por mil (pág. 18).
Como
consecuencia de estos mejoramientos y otros, la esperanza de vida de los
hombres chilenos aumentó de 58,5 años en 1969-70 a 64,7 años en 1980-85 y entre
las mujeres de 63,8 a 70,4 años.
Los
partos sin atención profesional bajaron de 18,9 % en 1970 a 2,3 % en 1986 y la
mortalidad materna cayó de 1,68 por mil nacidos vivos a 0,47 por mil (pág. 19).
La
mortalidad infantil por diarrea bajó de 14,6 por mil a 0,7 por mil y por bronconeumonía
bajó de 23,6 a 2,7 por mil entre 1970 y 1985 (pág. 20).
Entre
1970 y 1986 la cobertura de agua potable urbana subió de 66,5 % a 97 % y la de
alcantarillado de 31,1 % a 77,4 %. El agua potable rural subió su cobertura de
34,8 % en 1973 a 70,3 % en 1986. (Págs. 23 y 24).
Este
conjunto de avances permitió que el Subdirector de la Secretaría de Desarrollo
y Asistencia Social del Gobierno, Marcelo Astoreca, informara que “Chile exhibe
el nivel de pobreza más bajo de América Latina”, tras concurrir a un encuentro
en Montevideo auspiciado por el gobierno de Uruguay y el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) (6).
Indudablemente, los
derechos humanos de los chilenos a estar más sanoss y más tiempo vivos y más mejoraron
grandemente durante el Gobierno Militar.
Calidad
de vida
El economista
Álvaro Vial, director del Instituto Nacional de Estadísticas, hacía ver los
cambios registrados en la calidad de vida de los chilenos bajo el régimen
militar:
“…en
términos de vivienda, se ve que la calidad de ella ha aumentado de manera
considerable. La vivienda cuenta ahora con paredes de mejor material y un mucho
más alto porcentaje de ellas cuenta con agua potable y alcantarillado. El
porcentaje de propietarios de la vivienda en que habitan también sube de manera
importante.
“Por
otra parte, ha habido un fuerte incremento en los bienes que se tienen al
interior de la vivienda. En efecto, ahora hay más de dos millones de
televisores más que en 1970, 800 mil refrigeradores adicionales, 900 mil
lavadoras que no existían. Por otra parte, aumenta sustancialmente el parque
automotor y el número de computadores personales. En fin, avances notables no
sólo en la cantidad de bienes que se tiene al interior de la vivienda, sino
también en la calidad de ellos” (7).
El
país más vigilado por derechos humanos
Seguramente no
hubo otro país en el mundo que estuviera sometido a una mayor vigilancia en
materia de derechos humanos que Chile durante las décadas de los años ’70 y
’80. Desde 1973 la comisión respectiva de las Naciones Unidas lograba reunir
mayorías políticas para condenar al país en este aspecto, aunque en todo un año
el número de caídos en la lucha contra la subversión hubiera sido
insignificante. Por ejemplo, como tantas veces hemos reiterado, apenas 9 en
1978.
En
1988 se repitió la estrecha vigilancia. El historiador James Whelan anotó:
“De
todas las organizaciones internacionales que se ocupaban de los derechos
humanos en Chile, ninguna se ocupó más íntima y constantemente que la Cruz Roja
Internacional. En marzo de 1988 un equipo de estudiosos de la Heritage Foundation de Washington, hizo
una visita de una semana de duración a Chile, en busca de información sobre los
hechos. Un memorándum interno, preparado después de su regreso, informaba sobre
conversaciones con el doctor Jean Francois Bonard, quien realizaba su segunda
gira de trabajo para la Cruz Roja en Chile.
“Según
el informe, Bonard dijo que el primitivo acuerdo se había ampliado, de modo que
‘él podía entrar a cualquier prisión en Chile, en cualquier momento, para ver a
cualquier prisionero. Él no tenía que concertar una cita ni avisar que iría’.
También dijo que los médicos de la Cruz Roja tenían autorizado el acceso
inmediato y sin condiciones a cualquier prisionero, excepto los que estaban
incomunicados” (8).
La
Revolución Militar Chilena se abrió como ningún otro país a que la examinaran
en materia de derechos humanos todo lo que quisieran, tanto sus detractores
como los compañeros de ruta de éstos
o los que tuvieran sincera inquietud por el tema. Seguramente no había otra
nación en la Tierra dispuesta a ceder soberanía con tal de que “inspectores”
foráneos revisaran hasta sus últimos rincones en prevención a cualquier
posibilidad de atropello a los derechos de sus habitantes.
Avance
en el sector minero
Los principales
rubros de la producción minera aumentaron dos o más veces la producción entre
1973 y 1988. He aquí un cuadro comparativo entre 1973 y 1988, resumido por el
autor, del presentado por el ministro de Minería, Samuel Lira Ovalle,
“Realizaciones Sector Minería 1973-1988” en Política,
revista del Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Chile, Editorial
Universitaria, 1989, p. 169:
Cobre,
de 735.400 a 1.450.000 tons. métricas.
Cobre
refinado, de 414.800 a 1.013.000 tons. métricas.
Molibdeno,
de 4.891 a 15.527 tons. métricas.
Plata,
de 156.732 a 506.501 kg. de fino.
Oro,
de 3.226 a 20.614 kg. de fino.
Carbón,
de 1.293.000 a 2.470.000 tons. métricas.
Yodo,
de 2.211 a 3.600 tons. métricas.
Litio
(carbonato) de 2.110 a 7.332 tons. métricas.
Mejoría
en la agricultura
El ministro de
Agricultura, Jorge Prado Aránguiz, dio a conocer los grandes avances logrados
en ese campo de la producción:
La balanza
comercial silvoagropecuaria tuvo un saldo negativo de 565 millones de dólares
en 1973, y pasó a tener uno positivo de 1.369 millones 900 mil dólares en 1988.
Las
exportaciones de fruta subieron de US$ 15.400.000 a US$ 668.826.000. La
superficie frutícola subió de 65.730 hectáreas en 1973 a 161.950 hectáreas en
1988.
La
superficie forestal artificial aumentó de 290.000 hectáreas en 1973 a 1.350.000
hectáreas en 1988, y las respectivas exportaciones subieron de US$ 36,4
millones en 1973 a US$ 730,1 millones en 1988.
El
empleo en la agricultura más que se dobló entre ambas fechas, mientras la
desocupación cayó del cuatro al dos por ciento en el sector.
La
producción de carne más que se dobló entre ambas fechas, mientras la de leche
subió de 855 millones de litros a 1.120 millones (9).
Progresos
en vivienda
A través de los
sistemas de subsidio para viviendas populares fueron construidas 470 mil casas
entre 1973 y 1988, en lo cual tuvo un papel preponderante la actividad
incansable del ministro de la Vivienda, Miguel Ángel Poduje. Él escribía:
“El
año 1973 Chile se veía enfrentado a uno de los peores males sociales: los
campamentos (nota del autor: terrenos
usurpados con viviendas improvisadas de material ligero y sin urbanización
alguna). Sólo en la Región Metropolitana, en 1973 sobre 75.000 familias
vivían con este drama. Al año 1988, sea a través de los planes de erradicación
o saneamiento, se ha solucionado alrededor de 68 mil situaciones, quedando
alrededor de 3.000 por solucionar. De esta forma, estamos en los albores de dar
por solucionado este tipo de marginalidad habitacional, siendo ahora lo
prioritario el caso de los ‘allegados’” (nota
del autor: personas viviendo en un hogar ajeno) (10).
Rupturistas
y conciliadores
Si el Gobierno se
hubiera guiado por la opinión predominante entre los dirigentes políticos,
habría propuesto modificar la Constitución y, en lugar del plebiscito
presidencial contemplado en el articulado transitorio, habría instado por una
elección abierta del siguiente Presidente de la República. Pero la línea del
ministro del Interior, Sergio Fernández, era la de ceñirse al texto
constitucional que establecía el plebiscito presidencial como culminación de la
transición.
La
extrema izquierda comunista y socialista, que había sido derrotada en el “campo
de batalla” creado por el brazo armado del PC, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), cuya acción armada
supuestamente iba a culminar, según sus optimistas pronósticos, en el “año
decisivo”, 1986, el de la internación de armas y el atentado a Pinochet, pese a
haber fracasado, no había abandonado su línea dura y proclamaba que el país
debía empezar de cero una vez que terminara –de la manera que fuese— el régimen
militar.
Pero
había otra línea más realista y, por tanto, conciliadora, que personificaba el
líder de la Democracia Cristiana,
Patricio Aylwin. Éste, tras el fracaso del Acuerdo
Nacional de 1985, había vuelto a reiterar una frase suya de 1984, que había
irritado sobremanera a la izquierda marxista: “Estoy dispuesto a aceptar la
institucionalidad vigente para cambiarla”.
Ello implicaba un reconocimiento al carácter democrático de dicha
institucionalidad, pues si sus oponentes consideraban que podía ser cambiada
“desde dentro” quería decir que la consideraban apropiada para una alternancia
en el poder, es decir, una salida democrática.
Dentro
de esa estrategia estaba la idea de pedir, entonces, “elecciones libres”, por
contraposición al plebiscito presidencial. Pero el Gobierno Militar se mantuvo
firme en el itinerario de la transición establecido en la Constitución. En
vista de eso, ya a fines de 1987 la
Democracia Cristiana aceptó la idea de participar en el plebiscito,
naturalmente que tras la bandera del “No”.
En
enero de 1988 la izquierda rupturista, que formaban la llamada Izquierda Unida, integrada por el PS-Almeyda, procomunista; el PC, ambos MAPU, el MIR y la Izquierda Cristiana, terminó también por
aceptar el plebiscito, aunque “salvó la cara” con una rimbombante invectiva de
Almeyda que aseguraba haber adoptado “la decisión clara y tajante de levantar
un gigantesco y combativo NO a Pinochet y su régimen” (11).
Por
supuesto, ese lenguaje resulta hoy incompatible con la versión de que imperaba
una “dictadura”, que el metódico lavado de cerebros practicado por sucesivos
gobiernos de centroizquierda ha instalado en el Chile actual después de 1990.
En
vista de todo, el 2 de febrero se concreta el acuerdo opositor para votar por
el “No” y se forma la Concertación de
Partidos por la Democracia. Firman la carta de constitución la DC, el PS-Almeyda (no renovado), el Mapu
Obrero-Campesino (ex DC emigrados a la extrema izquierda), el Mapu (ex DC
emigrados a la izquierda menos extrema), el PR-Luengo-Silva
Cimma (radicales unipopulistas), la IC
(ex DC revolucionarios de izquierda), la Social
Democracia (radicales de izquierda moderada), el PS-Núñez (renovados), el Padena
(antiguo “partido bisagra” de centroizquierda), el PH (formación humanista nueva), la Unión Socialista Popular (socialistas moderados, herederos de Raúl
Ampuero) y la Unión Liberal Republicana
(derecha opositora). Es decir, la DC
más la UP más los derechistas pasados
a la oposición.
El
vicepresidente de la DC, Andrés
Zaldívar, en el talante inmoderado que había provocado años antes su prohibición
de reingresar al país y que no lo había abandonado del todo, declaraba que se
lucharía para ganar el plebiscito o “descalificarlo” (12). Es decir, “si
ganamos nosotros, vale; si no, no vale”.
El
presidente del partido, Aylwin, era más moderado y declaraba que si ganara el
“Sí” en un proceso correcto, también sería respetado. Y los comunistas,
típicamente, manifestaban que votarían “No” y desconocerían el triunfo del “Sí”
(13).
El
papel de la DC
En las
proximidades del plebiscito fue decisivo el papel de la DC. Pocos han descifrado tan bien el jeroglífico de las
indecisiones, idas, vueltas y vacilaciones de este partido reconocidamente
ambivalente de la política chilena, durante el Gobierno Militar, como el
historiador norteamericano James Whelan:
“La
Democracia Cristiana (PDC) y muchos que la seguían de cerca, más que marchar
trastabillaron a través de cuatro fases identificables. La primera, desde 1973
hasta 1975, fue principalmente de apoyo a la revolución, si bien con creciente
malhumor. La segunda, un período en que estuvieron a la deriva, reventó en la
tercera: activismo político y renovadas alianzas con la extrema izquierda. Esto
se concentró en la lucha anterior y posterior a 1980. La crisis económica que
se inició a mediados de 1981 se convirtió en el deus ex machina que rescató al partido de su languidez y confusión.
Aprovechando para nutrir el descontento popular y la ansiedad causadas por la
crisis, una vez más el partido hizo causa común con la extrema izquierda
(aunque no formalmente con los comunistas) en lo que, confiadamente, se creía
que sería un movimiento que forzaría la salida de Pinochet. Costó que muriera
la idea de que Pinochet podría ser expulsado mediante la presión popular y, al
final, fue sobrepasada por los acontecimientos. Al comienzo de 1987, la
transición a la democracia –por imperfecta que fuera-- era ya algo que estaba sucediendo de hecho.
Para el PDC la última fase comenzó a principios de 1987; se concentró en una
movilización política interna y externa, diseñada para colocar al partido como
el catalizador de una coalición capaz de capturar el poder. Basado en el axioma
de que, si usted no puede vencerlos es mejor unirse a ellos, los
democratacristianos y una miscelánea de partidos contrarrevolucionarios menores
se unieron al proceso. Dado que tanto en el PDC y entre los sin rumbo aliados
con ellos despreciaban tanto a los inventores del proceso como a la maquinaria
que ellos habían diseñado, la ‘incorporación’ fue malhumorada y consumada con
inseguridad. Como lo ha hecho notar el erudito Michael Fleet, la suerte del PDC
ha tenido altos y bajos claramente en la medida en que los ha tenido la
economía: ellos prosperan más en los momentos de penalidades.
“Pero
a fines de 1987 y comienzos de 1988 era cuestión de hacer política o perecer y
por eso los democratacristianos se veían, sonaban y actuaban crecientemente con
la fanfarronería y prepotencia que, muchos años antes, había hecho que aun su
admirador ‘New York Times’ se refiriera a ‘una inflexibilidad que muchos
consideraban arrogancia” (14).
El
logro de la Carretera Austral
El camino que
parte en el hito cero al sur de Puerto Montt hasta el kilómetro mil en Chile
Chico, en la ribera del lago General Carrera, XI Región, es completado en abril
de 1988. Su construcción comenzó en 1976 con el empuje del Cuerpo Militar del
Trabajo y fue incesantemente avanzando durante doce años de labor
ininterrumpida. Fue el principal legado material de la Revolución Militar.
Paralelamente
se consagra beneficios a la inversión y reinversión en los territorios de
Aysén, Chiloé y las comunas de Chaitén, Futaleufú y Palena, en la provincia de
este último nombre. Al efecto se había dictado la ley N° 18.270 de 21 de
diciembre de 1983, que otorgó títulos gratuitos de dominio a personas naturales
chilenas que estuvieren ocupando y trabajando tierras desde cinco años antes en
la XI Región.
La
Carretera Longitudinal Austral está destinada a ser la espina dorsal de un
proceso de colonización y civilización de ese territorio chileno escasamente
habitado y que, en las proyecciones concebidas por Pinochet desde que era
profesor en 1954 en la Academia de Guerra, él preveía capaz de albergar a diez
millones de habitantes.
El
impacto de esa monumental obra ni siquiera ha sido desconocido por los
detractores del Gobierno Militar. El entonces ministro de Obras Públicas y
después Presidente de la República, Ricardo Lagos, declaró en 1994: “Cuando se
escriba la historia de Chile en el siglo XX, uno de los elementos más
destacables va a ser la construcción de esta ruta” (15). Un inequívoco elogio a
Pinochet sin nombrarlo, porque dicha ruta se comenzó y terminó siendo éste
Presidente de la República.
Nace
la Concertación
Habiendo en la
oposición concordancia en adoptar una línea conciliatoria, ello debía derivar,
entonces, en que se formara una coalición política que reemplazara tanto a la
fenecida Alianza Democrática de los
años previos como al Movimiento
Democrático del Pueblo (MDP) rupturista y liderado por los comunistas,
contra el cual el fundador de la UDI, Jaime Guzmán Errázuriz, había promovido
acciones judiciales dirigidas para declararlo inconstitucional, cosa que había
conseguido.
La
nueva coalición opositora fue bautizada en febrero de 1988, como más arriba se
dijo, como Concertación de Partidos por
el No, un pacto que firmaron diecisiete colectividades que iban desde la
izquierda a la derecha. Pero el MIR y el Partido Comunista persistían en su
antigua postura insurreccional, no sin cierto agrado de los concertados, porque
sus acciones terroristas y violentas no tenían buena acogida ciudadana y no
derivaba en futuros votos para los perpetradores de las mismas.
La
Concertación tuvo un éxito inicial
que terminaría por transformarse en final y por tiempo indefinido: instaló la
idea falsa, mediante una propaganda masiva y generosamente financiada –era
notoria la ayuda externa que recibía, del Endowment
for Democracy norteamericano y en particular del aporte todavía mayor de
Europa— de que se estaba eligiendo entre la continuación de un gobierno militar
y un régimen democrático.
La
verdad era, sin embargo, otra: las mismas normas constitucionales plenamente
democráticas, con elección popular de parlamentarios, libre creación de
partidos políticos y amplia vigencia de las libertades individuales, iban a
regir si el Presidente era Augusto Pinochet u otra persona.
Si
triunfaba el “Sí” en el plebiscito presidencial, la plena democracia
establecida en el articulado permanente de la Constitución iba a entrar a regir
el 11 de marzo de 1989, con elecciones parlamentarias libres y previas. Es
decir, con un Presidente Pinochet ya elegido por ocho años hasta 1997 y un
Congreso legislativo democráticamente electo, con la salvedad de algunos
senadores constitucionalmente designados en razón de sus desempeños
republicanos previos (ex Presidentes de la República, un ex ministro de Estado,
dos ex ministros de la Corte Suprema, un ex Contralor General de la República,
un ex Comandante en Jefe o General Director por cada rama de las Fuerzas
Armadas y Carabineros y un ex rector universitario).
Si
hubiera ganado Pinochet, habrían tenido lugar las elecciones parlamentarias
también en 1989 y habrían entrado a regir un año antes las normas permanentes
de la Constitución, que garantizaban el pluralismo y la plena democracia. Así
es que, en ese sentido, el triunfo del “Sí” habría implicado la plena democracia
un año antes. Pero esto no logró transmitirse al electorado, a gran parte del
cual se le llevó a creer –y posiblemente sigue creyendo, como lo probaron
declaraciones del presidente Piñera en 2013— que si triunfaba el “Sí” iba a
continuar el régimen militar de excepción que ya duraba casi 17 años, lo cual
era falso.
Inscripción
en los registros electorales
Comenzó entonces
una carrera por inscribirse en los Registros Electorales establecidos en la
recientemente dictada Ley de Votaciones
Populares y Escrutinios, promulgada en mayo de 1988. La premura popular por
inscribirse llevó a los comunistas y al MIR, finalmente, a someterse a la nueva
institucionalidad y a decidir participar en el plebiscito, en junio de 1988.
Ese
mismo mes ya habían iniciado trámite de formación, de acuerdo con la ley
orgánica constitucional respectiva, dieciséis partidos políticos, de los cuales
uno solo era pro-gobierno: Renovación
Nacional, que logró reunir el número de firmas (aproximadamente 35 mil,
como se exige hasta hoy, 2018) y constituirse. En su interior se habían fundido
dos corrientes partidarias del régimen que mantenían soterradas pugnas: Unión Nacional y Unión Demócrata Independiente (UDI).
El
proceso fue impulsado con mano firme por el ministro del Interior que sucedió
en 1985 a Sergio Onofre Jarpa, el independiente Ricardo García Rodríguez, un
abogado intachable. En la oposición despertó confianza, tanto que hasta se
registra una declaración del líder DC, Patricio Aylwin, afirmando estar
dispuesto a reconocer el triunfo del “Sí”, si tiene lugar tras un “plebiscito
limpio” (16).
El
minuto de Lagos
En
el programa televisivo De Cara al País,
de Canal 13 de la Universidad Católica, cuyos panelistas eran la periodista de
izquierda, Raquel Correa, la doctorada en Filosofía y Letras de Oxford, Lucía
Santa Cruz, de centroderecha, y el abogado y periodista Roberto Pulido,
director del semanario Qué Pasa,
compareció en abril el dirigente socialista Ricardo Lagos, considerado en ese
tiempo como un talento de la izquierda, abogado y con un máster en Economía en
la Universidad de Duke, EE. UU., quien espetó durante su intervención la
siguiente invectiva:
“Y
ahora (Pinochet) le promete al país otros ocho años con torturas, con
asesinatos, con violación de los derechos humanos. Me parece inadmisible que un
chileno tenga tanta ambición de poder. Pretender estar veinticinco años en el
poder” (17).
Por
supuesto, a Lagos nada le sucedió, pese a que la leyenda negra sostenía que en
Chile no se podía criticar a Gobierno ni menos insultarlo.
En
otra edición de De Cara al País a la
que fui invitado como partidario civil de la Revolución Militar, el periodista
Roberto Pulido, director de Qué Pasa (semanario
que yo había contribuido a fundar como parte de un grupo numeroso, el Grupo Portada), me aseguró antes del
programa que el plebiscito, cuya fecha exacta no se había dado a conocer, iba a
tener lugar el 5 de octubre y que lo sabía de muy buena fuente. Añadió que se
proponía preguntarme durante el programa si yo conocía la fecha. Efectivamente
lo hizo y yo, que tenía plena confianza en Pulido, respondí:
--No
tengo información oficial, pero una fuente confiable me aseguró que iba a ser
el 5 de octubre.
Esto
provocó bastantes comentarios y, de hecho, la fecha del plebiscito fue el 5 de
octubre. Mi fuente fue Roberto Pulido, que no quiso revelarme la suya.
Incertidumbre
sobre el resultado
En
agosto el Episcopado, curiosamente, pedía un candidato de consenso entre el
Gobierno y la oposición para el plebiscito. Pero el almirante Merino desechó de
plano la propuesta. Con todo, la actitud de los prelados ponía de manifiesto la
inquietud que despertaba el posible resultado.
La
encuesta Gallup dada a conocer más arriba daba como ganador al “Sí”, pero con
una mayoría de indecisos. Las encuestas posteriores, de otras firmas, eran
mayoritariamente favorables al “No” y, comparadas a posteriori con el resultado final, sistemáticamente subponderaron
la votación del “Sí”, lo que hablaba de un “voto oculto” en favor de éste que
muchos encuestados no se atrevían a revelar. Pero todas coincidían en que había
un alto número de indecisos.
De
hecho, el mismo día del plebiscito El
Mercurio publicó en primera plana una encuesta que daba como triunfador al
“Sí”. Una periodista norteamericana de alguna gran cadena de allá me entrevistó
en la fila que yo hacía para votar, con un ejemplar del diario en la mano. Yo
le aseguré creer que el resultado iba a ser el previsto por la encuesta, pero
entonces ella sumó las cifras que indicaba el diario y me señaló que daban más
del 100 %, lo que me produjo una enorme desazón que no debe haber pasado
inadvertida para los telespectadores norteamericanos que después vieron la
escena en los noticiarios.
El
“No” tuvo una ventaja propagandística y de financiamiento (norteamericano y
europeo) importante y logró instalar cifras convincentes, como la entregada por
el dirigente socialista Ricardo Lagos, que afirmó que en 1988 Chile era un doce
por ciento más pobre que en 1970, en circunstancias que en el primero de esos
años se había puesto a la cabeza de América Latina, mientras en el segundo
ocupaba un lugar muy inferior en el ranking del PIB continental. Las
estadísticas “dan para todo”.
El
vicepresidente de la DC, Andrés Zaldívar, por su parte, afirmaba que “el Jefe
de Estado intenta ignorar que en Chile hay 5 millones de pobres, que el país
dispone de menos bienes y servicios que en 1970” y que los chilenos vivían una
situación dramática, con una distribución del ingreso deteriorada gravemente”
(18).
De
acuerdo con lo expresado por estos líderes opositores, nadie habría podido
creer que vivía en un país sin escasez, que crecía al 8 por ciento anual, con
el desempleo en fuerte disminución y el ingreso por habitante más alto de
América Latina.
A
su turno, Pinochet replicaba: “Nadie puede desmentirnos de cómo hemos sido
capaces de disminuir la extrema pobreza casi a la mitad de la existente en
1973” y afirmaba que “los índices sociales demuestran que Chile puede
compararse a países desarrollados” (19).
Pero
el apoyo internacional para el “No” es incontrarrestable. Washington
materializa su apoyo económico, como antes se señaló, vía el National Endowment for Democracy (NED),
que financia a numerosas entidades opositoras de carácter sindical, académico y
periodístico. Pinochet lo sabe y lo describe como “un acto de intervención que
no puede ser visto con agrado por la mayoría de los chilenos, incluso por
amplios sectores de la oposición” (20).
El
embajador norteamericano, Harry Barnes, que sistemáticamente contradice los
buenos augurios que el Presidente Reagan ha expresado al Gobierno Militar,
señala que las ayudas a la oposición no implican una intervención en los
asuntos internos de Chile, sino que se trata de “promover la participación y la
educación cívica, procesos que corresponden a toda democracia real” (21).
Normalidad
constitucional
El 23 de agosto se
puso término a todos los estados de excepción vigentes. El 30 del mismo mes la
Junta anunció que propondría al país como candidato presidencial a ser
plebiscitado a Augusto Pinochet Ugarte. El general Matthei aseguró que uno de
los compromisos tomados por el Presidente consistía en que, de triunfar,
asumiría el mando ya retirado del Ejército y como civil.
Durante
meses se había especulado con otros nombres, distintos del de Pinochet, como
candidato propuesto por la Junta para el plebiscito, pero desde el año anterior
ésta había anticipado que si el Presidente pedía ser él el designado, lo
respaldaría.
Pinochet
aceptó la candidatura en un discurso transmitido por cadena nacional. Se dijo
que eligió entre dos textos, uno presentado por el ministro del Interior,
Sergio Fernández, enfocado en el futuro y dejando atrás el pasado; y otro,
preparado por Francisco Javier Cuadra, ex ministro Secretario General de
Gobierno y a la sazón embajador ante el Vaticano, a quien se habría hecho venir
especialmente para prepararlo. Estaba basado en describir los logros del
Gobierno y exponer el peligro del regreso del marxismo. Pinochet eligió este
último.
Mi
recuerdo personal fue que, al oírlo “de cuerpo presente”, pensé que Pinochet estaba
perdiendo una oportunidad de captar electores indecisos. Gonzalo Vial atribuye
a Fernández la reflexión de que ese discurso redactado por Cuadra fue una
contribución decisiva a la posterior derrota.
A
mediados de 1988 había dieciséis partidos políticos haciendo trámites para
reunir las firmas necesarias y legalizarse. Sólo uno, Renovación Nacional, las había completado, pero la DC estaba cerca
y los socialistas (de Núñez y de Almeyda) se habían unificado, mientras aparecía
un “partido instrumental” formado por Lagos, el Partido por la Democracia, que, dicen, una vez vencedor el “No”, se
disolverá… lo que no ha sucedido hasta 2018, aunque ahora parezca a punto de...
El
1° de septiembre terminó oficialmente el exilio, es decir, la prohibición de
reingresar al país, que era el único “exilio” que había, excepto para quienes
cumplían condenas judiciales de extrañamiento, que eran 177.
Regresaron,
antes del plebiscito, personalidades destacadas, como la viuda de Salvador
Allende, Hortensia Bussi, que se instaló en un confortable departamento de la
Av. El Bosque, en Providencia, en cuyo edificio también vivía mi colega
abogado, periodista y compañero de la Redacción de El Mercurio, Tomás P. Mac Hale. Ese departamento había ido alhajado
para ella por la embajada norteamericana (¡), según documenté más arriba.
Reducción
de la deuda externa
Económicamente el
país marcha cada vez mejor y en julio se puede anunciar una nueva reducción de
la deuda externa en 1.208 millones de dólares, situando a Chile como la nación
que más pronto ha podido recuperarse de la “década perdida de América Latina”.
La
aplicación de las normas del capítulo XIX del Compendio de Normas de Cambios
Internacionales facilita la adquisición de activos chilenos y pago de deuda
interna mediante compra de papeles de deuda nacional en el extranjero a una
fracción de su valor nominal. Los que saben hacer el negocio lo hacen y durante
una visita al país del presidente del BID, Enrique Iglesias, éste afirma que “están
ocurriendo cosas muy interesantes que obviamente facilitan la acción del Banco;
en la medida que la situación macroeconómica mejore y se controle, descienda la
inflación, se exporte más, todo se hace mucho más fácil para los organismos
multilaterales” (22).
El
4 de agosto de 1988 el ministro de Hacienda, Hernán Büchi, suscribe un acuerdo
de repactación de la deuda externa con los representantes de 400 bancos
acreedores.
Estas
buenas noticias lo son para todos y por eso Pinochet puede afirmar que en abril
se comprobó una baja del índice de extrema pobreza del 21 % al 14 % (23). Pero
la oposición insistía en que había cinco millones de pobres, es decir, el 45 %
de la población.
La
campaña plebiscitaria
El
Gobierno parecía tener medios limitados para hacer campaña, por comparación con
los generosos aportes norteamericanos y europeos que recibía la oposición. Se
me pidió que participara en la franja televisiva del “Sí” y recuerdo que acudí
a grabar mi espacio junto a un campesino al cual conocía bien, Manuel Lorca
Severino, que había prosperado desde la pobreza a una situación holgada durante
el Gobierno Militar, gracias a su espíritu emprendedor y las libertades
económicas que el régimen restableció. Me llamó la atención lo rudimentario del
local de grabación, que hasta tenía piso de tierra, en un recinto antiguo y con
paredes de adobe. El entorno acusaba pobreza electoral.
En
consecuencia, participé en el primer episodio de la “franja electoral”
televisiva, que era de quince minutos para cada opción y se transmitía por
cadena a las once de la noche. La presentación de Manuel Lorca, que iba conmigo,
fue suprimida, pero la mía se exhibió y puede verse todavía en YouTube. Al día
siguiente hubo consenso en la superioridad técnica y argumental de la franja del
“No”, apoyada por tecnología aportada desde el extranjero y mucho talento
local. Sigo pensando que el testimonio de Manuel Lorca sobre los beneficios
para los pobres de la libertad económica habría aportado mucho más que el mío
al triunfo del “Sí”.
Debo
confesar que cuando se consultó desde el Gobierno a diferentes personas afines
sobre la existencia de una franja electoral televisada yo fui de la opinión,
como miembro de una de las Comisiones Legislativas, de que no debía haberla en
favor de ninguna de las opciones, lo cual no creaba discriminación entre ambas
y permitía mantener el predominio que tenía el Gobierno en materia de
comunicaciones, sobre todo en la televisión. Pero el Tribunal Calificador de
Elecciones impuso la visión contraria y ordenó que cada parte tuviera su
“franja” de quince minutos diarios gratuitos en la televisión.
De
este modo, si bien ella constituyó un éxito de audiencia, el abuso por parte
del espacio opositor de imágenes de “atropellos” supuestos a las personas por
parte del Gobierno fue infinito (recuerdo, en particular, un episodio en que
aparecía una señora de edad, que yo conocía, y partidaria del “Sí”, asfixiada
por los gases lacrimógenos lanzados por Carabineros durante una violenta
protesta callejera realizada en el centro por gente del “No”, mientras el
locutor, mi ex compañero de colegio, Patricio Bañados, repetía, “No más, esto
no puede seguir sucediendo”, sin añadir que los desórdenes los habían provocado
extremistas del “No”, que el uso de gas lacrimógeno había resultado inevitable
y había afectado por igual a partidarios y adversarios del régimen que hubieran
estado circulando por las calles del centro durante los desmanes opositores, y
que la señora semiasfixiada era partidaria del Gobierno).
El
Presidente y las autoridades se desplegaron por el país, como también lo
hicieron los dirigentes políticos de la oposición. Eficacia propagandística
tuvo también el subsidio habitacional, idea del economista Miguel Kast, que
perfeccionó el ministro de la Vivienda entre 1984 y 1988, Miguel Ángel Poduje,
un personaje que ganó una enorme popularidad nacional y si hubiera tenido
vocación política habría obtenido impensados éxitos, pero no quiso postular al
Senado en 1989, como se le ofreció.
El
subsidio se otorgaba según puntajes asignados siguiendo criterios objetivos, a
habitantes de escasos recursos y facilitó el acceso popular a soluciones
habitacionales definitivas (24).
Pero
el “Sí” sufría importantes deserciones, como la del propio general Gustavo
Leigh, uno de los cuatro originarios del 11, que declaraba a la revista Cauce de 17.09.88, una publicación de izquierda,
su decisión de votar “No”.
La
superioridad económica del “No” contrapesaba la ventaja que el respaldo oficial
confería al “Sí”. A la ayuda que el National
Endowment for Democracy, representativa de decenas de millones de dólares,
reforzada por el denominado Plan Agosto de
financiamiento norteamericano, se añade la entrega de dineros a la oposición
por parte de Alemania Federal, Andorra, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia,
Francia, Holanda, Italia, Noruega, Suiza y Suecia, además de la Comunidad
Europea como tal. Todavía otros fondos llegan de los Estados Unidos, Canadá,
Argentina y Costa Rica (25).
El
Gobierno Militar, solo contra el mundo, ha visto cumplirse el sueño de Brezhnev
y su KGB: ha sido universalmente denostado. Sólo que ambos desaparecieron antes
de que Pinochet y la Junta dejaran sus cargos y, probablemente y en alguna
medida, debido a Pinochet y la Junta, que fueron el origen de las exigencias en
materia de respeto a los derechos humanos que hicieron inviables los
socialismos reales y fueron los primeros en demostrar en la práctica que la
libertad económica en un país, Chile, podía resultar exitosa para superar las
peores crisis imaginables.
Señales
de normalidad democrática
En
la realidad, ya habían quedado atrás en el país las estrategias rupturistas que
partían por pedir el abandono del poder por parte del Presidente y la Junta. La
tarea iniciada hacía más de 16 años en el Departamento
de Desinformatsiya en el sentido de demonizar mundialmente a los militares
chilenos había tenido éxito propagandístico, pero cero resultado práctico.
Chile
podía ser vilipendiado en la prensa internacional, pero los fríos números
decían que era el país más exitoso de América Latina y el primero en salir de
la crisis de la deuda y de la “década perdida de América Latina”, la de los
’80.
Además,
acá imperaba el orden. Los terroristas y delincuentes sabían a lo que se
exponían. El actual “conflicto de la Araucanía” simplemente no existía. Los
habitantes de la etnia mapuche no sólo no albergaban a los revolucionarios,
sino que eran partidarios del Gobierno militar y lo demostrarían votando
mayoritariamente por el “Sí” a Pinochet en el plebiscito de octubre.
Aunque
en mayo el Gobierno prorroga el Estado de Emergencia, que había sustituido al
Estado de Sitio reimplantado en el “año decisivo” de la ofensiva armada
comunista, 1986, suspendido para el plebiscito, se permitió relajar el clima
autoritario y permitir el regreso al país de otras 25 personas que tenían
prohibición de hacerlo, entre ellos destacados revolucionarios de izquierda,
como Américo Zorrilla, comunista; Jacques Chonchol, impulsor de la Reforma
Agraria confiscatoria de izquierda bajo Frei Montalva; y el abogado de
izquierda Sergio Insunza.
Gran
participación electoral
La
mayor ayuda que recibió el “Sí” al final de la campaña fue de parte del FPMR
comunista, cuyos atentados dejaron sin luz a la capital en una de las noches
anteriores al plebiscito, generando la molestia de la ciudadanía. Pero eso no
alcanzó: finalmente el “No” ganó con el 54,7 % de los votos, es decir,
3.959.495; el “Sí” obtuvo el 43 %, 3.111.875.
Votaron
7.236.241 personas, el 97,3 % de los 7.435.913 inscritos. Nunca después se ha
vuelto a registrar un interés tan grande por sufragar.
La
sorpresa en el extranjero fue grande, porque la propaganda izquierdista se
había ocupado durante 16 años de
divulgar por todas partes que el Gobierno Militar era una dictadura
implacable y no tenía partidarios. Pero resultó que los tenía, si bien en un
número inferior al esperado por el Gobierno, aunque también mucho mayor que lo
esperado en el extranjero, sometido al bombardeo informativo tendencioso. Y
también mucho mayor que el anticipado por las encuestas, que salvo una, Gallup,
no le asignaban al “Sí” más del 30 %.
Demora
de los resultados
Fue
muy criticado el hecho de que el Gobierno Militar demorara hasta las dos de la
madrugada la entrega de los cómputos finales del plebiscito del 5 de octubre.
Entretanto, el comando del “No” los entregó más temprano, pero visiblemente
exagerados, atribuyéndose un 62,65 % de los votos.
Pero
había razones, según explica el ex ministro Alfonso Márquez de la Plata:
“Cuando alrededor de las 10 de la noche se tenía un alto porcentaje de la
votación masculina, el voto femenino no representaba más del 10 %. Se originó
entonces una situación conflictiva. La tendencia del sufragio en los hombres se
había revertido a esa hora y su votación era favorable a la opción ‘No’. (…) No
debemos olvidar que Jorge Alessandri perdió la elección en las mesas de hombres
en 1958 y ganó en las de mujeres por un importante margen, que le permitió
suplir esa diferencia y derrotar así a Salvador Allende. En los hombres,
Alessandri obtuvo 241.900 sufragios, superándolo Allende con 259.049. Pero éste
logró sólo 97.084 en las preferencias de las mujeres. Éstas le entregaron
148.009 votos a Alessandri y por esa diferencia favorable éste llegó a la
Presidencia de la República. Me pregunto ¿qué habría ocurrido en las grandes
ciudades del país si se anunciaba a las 10 de la noche el eventual triunfo del
‘No’, y a las dos de la mañana la información señalaba como ganador al ‘Sí’,
porque se había dado la tendencia de otras elecciones y las mujeres variaban el
cuadro electoral?” (26).
Se
había especulado con un dispositivo militar que tendría por objeto declarar una
situación de emergencia y suspender el plebiscito. Incluso días antes de la
fecha del mismo, en una recepción en la embajada norteamericana, se me acercó
Harry Barnes, el embajador, y me dijo, llevando en la mano un ejemplar de mi
libro “Sí o No”, que yo le había dedicado un año antes como “amigo” (pues lo
éramos) y me dijo:
--Como
tu amigo, te digo que Mónica Jiménez me ha dicho que el general Sinclair le
manifestó que el Ejército suspendería el plebiscito.
Yo
le respondí que eso era imposible.
Años
después conversé el tema con Mónica Jiménez y el general Sinclair y lo único
que saqué en limpio fue que el primero le había dicho a ella que habría un gran
dispositivo de seguridad para evitar atentados, el cual resultó justificado
desde que la propia noche antes del plebiscito Santiago sufrió apagones debidos
al derribamiento de torres de alta tensión por atentados del FPMR. Entonces
ella le refirió eso a Harry Barnes, que entonces habría, para emplear un
término norteamericano, jumped into
conclusions (“saltado a conclusiones”).
El general
Matthei, miembro de la Junta, al acudir a una reunión de ésta en la noche del 5
a La Moneda, anticipó que había ganado el “No”, sin esperar los resultados
oficiales y basándose sólo en los divulgados por la “Concertación de Partidos
por el No”. Su actitud se prestó para comentarios en el sentido de que Pinochet
no estaba decidido a reconocer el resultado del plebiscito. Pero Matthei, en
carta a El Mercurio de muchos años
después, del 10 de enero de 2012, aclaró que nunca Pinochet manifestó algo así,
cosa que el ex ministro del Interior, Sergio Fernández, siempre ha sostenido
(27).
Algún
historiador ha comentado la supuesta disposición díscola de Matthei, que se
habría manifestado cuando el ministro Fernández expresó que los comicios habían
sido una victoria para la institucionalidad, que el “Sí” había obtenido una
alta votación y que se había obtenido una victoria en defender el camino de la
transición, ante lo cual el general habría preguntado:
“¿Por
qué, en tal caso, no hace traer champaña para celebrar el triunfo?” En sus
memorias, Fernández confirma que el aviador le hizo esa pregunta (28).
La
verdad precisada por Mattehi
Pero
en su carta aclaratoria final a El
Mercurio sobre estos hechos el general Matthei ni siquiera menciona ese
episodio. Dice:
“Hace
unos días fui aludido en una carta a su diario respecto del plebiscito
presidencial de 1988”, añadiendo:
“Considero
mi deber precisar, por primera vez en un texto escrito, mi postura sobre este
tema, que ha dado origen a ciertas versiones que no se ajustan a la verdad
histórica.
“Reiteraré
aquí y ahora los cinco puntos clave que definen mi posición y que expresé con
estos mismos términos el 4 de marzo de 1991 en la declaración oficial de la
Fuerza Aérea de Chile sobre el Informe de la Comisión de Verdad y
Reconciliación.
“Primero,
compartí y sigo compartiendo plenamente, los ideales que inspiraron el pronunciamiento
militar del 11 de septiembre de 1973, consecuencia inevitable de un conflicto
civil agudizado hasta el extremo, en cuya gestación y desarrollo las Fuerzas
Armadas y de Orden no tuvieron participación ni responsabilidad alguna.
“Segundo,
lamento profundamente, como lo he lamentado siempre, toda pérdida de vida
humana. Las víctimas civiles y militares de esta desafortunada etapa
representan un testimonio de extremo sentimiento para nuestra conciencia, con
las consecuencias de dolor que acarrea para una nación el abandono de una
convivencia regida por la razón, que obliga al empleo de la fuerza.
“Tercero,
me siento honrado de haber participado en el gobierno militar, como ministro y
como miembro de la Junta de Gobierno. La labor cumplida por las Fuerzas Armadas
la juzgará la historia y estoy convencido de que será positivamente.
“Cuarto,
creo firmemente que modernizamos de raíz nuestro país y le dimos un orgullo y
una grandeza que le abrieron brillantes perspectivas.
“Quinto,
cumplimos escrupulosamente nuestro compromiso de volver a la democracia plena y
de restaurar la libertad política, económica y social.
“Este
último compromiso fue sellado el 5 de agosto de 1980 cuando firmamos –el
Presidente de la República, los miembros de la Junta de Gobierno y los
ministros de Estado— el proyecto de una nueva Constitución. Esta Carta
Fundamental contenía, en sus artículos transitorios, un mandato para la construcción,
a través de un conjunto de leyes orgánicas constitucionales, de las
instituciones que asegurarían una democracia al servicio de la libertad.
“Asimismo,
establecía un itinerario, preciso e inmodificable por nuestra voluntad, para
una transición gradual, legal y pacífica hacia la democracia plena. Este
itinerario contemplaba un plebiscito para definir quién ocuparía el cargo de
Presidente de la República en un período posterior.
“Ese
plebiscito se realizó de manera justa, transparente e impecable. Y su
resultado, como no podía ser de otra manera, fue respetado estrictamente por el
Presidente Pinochet y la Junta de Gobierno.
“He
señalado que esa noche del plebiscito tuvimos entre nosotros distintas
apreciaciones sobre la mejor manera de asegurar el orden público, siempre
dentro de la Constitución y la ley, como es natural que existan en un momento
tan crucial y entre personas que habían vivido y actuado en las circunstancias
excepcionales que marcaron esos tiempos. Así fue, y creo que primó esa noche la
moderación y sensatez del pueblo chileno.
“Les
aseguro a mis compatriotas que jamás existió la más mínima vacilación del
Presidente Pinochet o de algún miembro de la Junta de Gobierno en orden a
respetar los resultados de ese plebiscito y así cumplir estrictamente lo que
mandaba la propia Constitución que nosotros habíamos propuesto al país.
“Respeto,
considero y valoro toda opinión distinta sobre estos años tan complejos,
difíciles y preñados de destino para nuestra patria.
“Pero
los hechos son los hechos y no puedo sino ser leal a mi conciencia y decir mi
verdad. Se la debo al país que adoro y que tanto le ha dado a mi familia. Lo
hago para ser fiel a la verdad histórica, base fundamental de la reconciliación
y la unidad nacional que necesitamos para hacer de Chile una gran nación”.
Fernando
Matthei Aubel
General
del Aire (r)
Ex
miembro de la Junta de Gobierno de Chile” (29).
Cómputo
final oficial acatado
En
el hecho, el tercer cómputo oficializando la victoria del “No” fue leído por el
subsecretario del Interior, Alberto Cardemil, a las 2 de la madrugada del día 6
y luego fue ratificado por el ministro del Interior a las 2.38 horas.
Yo
había escrito en 1987 el libro Sí o No,
justamente analizando ambas alternativas, y cuya conclusión era coincidente con
el discurso de Sergio Fernández “digno de champaña”, según atribuyen a Matthei,
en la noche de la derrota del “Sí”: si se respetaba la Constitución, nada
traumático debía suceder, fuere que triunfase una u otra alternativa. Y así
aconteció. Lo reconoció el propio jefe opositor Patricio Aylwin en los días
siguientes al plebiscito:
“Francamente,
creí que habría más dificultades en el día inicial. Yo temí que hubiera algún
intento de desconocer el resultado” (30).
Nuevo
ministro del Interior y otros cambios
El
21 de octubre tuvo lugar un cambio importante: el Presidente aceptó la renuncia
de su ministro del Interior, Sergio Fernández, y designó en su reemplazo al
economista, ex ministro de Hacienda (1983-1984) y ex presidente del Banco
Central (1982-1983) Carlos Cáceres, tan afín a la UDI como el anterior, pero
inclinado, a diferencia de Fernández, a negociar reformas constitucionales con
la oposición.
El
adalid del sector “duro” del Gobierno, el ex ministro de Justicia, Hugo
Rosende, se oponía a cualquier negociación. Su nombre había sonado como posible
nuevo ministro del Interior, junto con el de Cáceres. También discrepaba de las
reformas otro ministro, Sergio Melnick, de Odeplan. Escribe un cronista:
“Después
de que los ha oído a todos, el general persiste en sus dudas. Acude a un método
militar: reúne en su despacho a Cáceres y Rosende, frente a frente.
“El
ministro del Interior sufre con la elocuencia de su adversario, que acude al
terror:
“—Con
esta gente no se puede negociar, Presidente. ¡No van a dejar nada!-- exclama--.
Y a usted lo van a pasear en una jaula por la Alameda. ¡En una jaula, acuérdese
de mí!” (31).
La
historiadora Patricia Arancibia, en su libro sobre Carlos Cáceres, ha descrito
el juramento del nuevo gabinete:
“Un
poco más tarde de lo previsto, a las 18.35 horas, Pinochet tomó juramento al
nuevo gabinete. Junto con Cáceres, asumieron Hernán Felipe Errázuriz, en
Relaciones Exteriores; Jaime de la Sotta, en Agricultura; Pablo Baraona, en
Minería; Armando Álvarez, en Bienes Nacionales; Guillermo Arthur, en Trabajo y
Previsión Social; Carlos Silva, en Transportes y Telecomunicaciones; Gustavo
Montero, en Vivienda y Urbanismo; y Miguel Ángel Poduje en la Secretaría
General de Gobierno. Se mantenían en sus cargos el almirante Patricio Carvajal,
en Defensa; Hernán Büchi, en Hacienda; el general Manuel Concha, en Economía;
Juan Antonio Guzmán, en Educación; Hugo Rosende, en Justicia; el general Bruno
Siebert, en Obras Públicas; Juan Giaconi, en Salud y Sergio Melnick, en Odeplan.
Por su parte, el general Valenzuela (nota
del autor: Secretario General de la Presidencia) sería posteriormente reemplazado
por el general Jorge Ballerino. Varios de ellos se mantendrían hasta la entrega
del mando en marzo de 1990” (32).
Un
reconocimiento judicial
Pese a la crítica
frecuente de que los Tribunales de Justicia no operaban con independencia bajo
el Gobierno Militar, la opinión de los propios jueces era diferente.
En
mayo de 1988, al asumir la presidencia de la Corte Suprema tras una larga
trayectoria judicial en todos los grados del escalafón, el magistrado Luis
Maldonado Boggiano emitía un juicio general: “La aplicación de la justicia está
bien en Chile”, fue su veredicto.
Advirtió,
tratándose de un país sometido a la permanente agresión del terrorismo marxista
patrocinado desde Cuba y la URSS, que “las atribuciones de la justicia militar
se dan en las leyes, y en eso nosotros no podemos hacer nada; la justicia
militar existe en todos los países del mundo y también en Chile” (33).
Cuando
la sesgada Comisión Rettig, de 1991,
emitió juicios que iban en el sentido contrario al expuesto en 1988 por el presidente
de la Corte Suprema, fue el pleno de ésta el que la desmintió, en un categórico
Acuerdo, con expresiones no sólo condenatorias del Informe sino de la legalidad y constitucionalidad de su quehacer:
“La
Comisión (Rettig) –dijo la Corte Suprema--
no trepida en violentar el ámbito de sus atribuciones (…) rebasó
abusivamente las atribuciones que se le habían conferido (…) recurrió a una
cita (…) maliciosa (en perjuicio de los tribunales) y, extralimitándose en sus
facultades, formuló un juicio apasionado, temerario y tendencioso, producto de
una investigación irregular y de probables prejuicios políticos” (34).
Avances
en materia de Salud
Pese a las
reducciones de personal a que obligó el Programa de Recuperación Económica del
Ministro Jorge Cauas, en 1975, la mejoría de gestión que impuso el Gobierno
Militar en todos los sectores, y en particular en uno muy anarquizado y
colonizado por los partidos de extrema izquierda, el de la Salud, permitió
avances de gran beneficio social.
La
atención profesional del parto, que había mejorado de 72,1 % a 85,1 % entre
1962 y 1973, llegó a ser del 98,5 % en 1988.
La
mortalidad materna, que había descendido de 2,65 por mil en 1967 a 1,53 por mil
en 1972, se redujo a 0,41 por mil en 1988.
La
mortalidad infantil bajó de 65,2 por mil en 1974 a 18,8 por mil en 1988.
Los
fallecimientos por diarrea de menores de un año, que eran 2.368 en 1974,
bajaron a 134 en 1988.
Las
personas fallecidas por tuberculosis bajaron de 1.952 en 1974 a 608 en 1988.
Los
casos de desnutrición avanzada de lactantes bajaron de 1.596 en 1976 a 110 en
1988.
La
cobertura de agua potable urbana, que era del 68,6 % de los hogares en 1973,
aumentó a 98 % en 1988.
La
recolección de residuos sólidos cubría el 60 % de los hogares en 1971 y el 98,9 % en 1988 (35).
La
razón no puede haber sido económica
Las
encuestas señalaron después del plebiscito que la razón para votar “No” de una
mayoría había sido la mala situación económica. Como se verá en las cifras
citadas más adelante, la economía no podía estar mejor. Pero probablemente la
publicidad del “No” y el énfasis que los opositores ponían en la pobreza del 45
% de los habitantes podían surtir su efecto.
Pero
todas las señales económicas eran positivas para el bolsillo de los chilenos,
tanto que el Gobierno pudo rebajarles el Impuesto al Valor Agregado de 20 % a
16 % (36).
Eso
era una inyección directa al bolsillo de todos, pero especialmente de los más
pobres, que proporcionalmente pagan más IVA que los ricos, pues consumen una
proporción mayor, si es que no la totalidad de su ingreso, mientras los más
adinerados no pagan IVA por el ingreso que no gastan sino ahorran o invierten.
Pinochet
da a conocer que durante el primer semestre de 1988 se han autorizado
inversiones externas por 1.609 millones de dólares, lo que representa un
incremento de 35 % con respecto al primer semestre del año anterior, y puede
hablar de “mayores perspectivas de desarrollo y progreso, gracias a la libertad
para emprender” (37).
El
hecho era que yo podía escribir, sin ser contradicho, en mi columna de El Mercurio del 25 de enero de 1989, lo siguiente:
“La
economía chilena creció 6,8 % en 1988
(setenta por ciento más que el promedio histórico); la inflación fue
12,7 % (una fracción de la habitual); los sueldos reales mejoraron en más de
siete por ciento, el desempleo descendió a menos de ocho por ciento, la deuda
externa volvió a disminuir y acumulamos reservas por más de 700 millones de
dólares. ¿Qué otro país logró todo eso en 1988?”. Nadie nombró ninguno.
Estas
cifras señalan que la razón de la derrota en el plebiscito no fue la que expresó
la mayoría de los encuestados en los sondeos, “la mala situación económica”.
Tal vez los opositores lograron convencer a una mayoría de que era mala, pero
no lo era. En todos los sondeos recientes que formulan la misma pregunta, el
porcentaje de gente que dice, ella misma, estar en mala situación es muy
inferior al de la gente que dice creer que reina en general una mala situación.
Esta atmósfera es creada por los medios de comunicación, en los cuales
prevalece la izquierda, que medra electoralmente del descontento.
Acceso
difícil a un ministerio difícil
El 21 de octubre de
1988 Carlos Cáceres se hallaba en su oficina de decano de la Escuela de
Negocios de la Universidad Adolfo Ibáñez cuando fue convocado a La Moneda por
el general Sergio Valenzuela, Secretario General de la Presidencia.
Éste
le señaló que sería designado ministro del Interior. Pero luego le avisó que no
habría cambio en Interior, porque el Presidente no quería dar la impresión de
que Fernández “se iba castigado” como responsable político de la pérdida del
plebiscito y esperaría, porque el ministro le había comentado que iba a
renunciar.
Pero
si bien Cáceres acató, lo hizo lanzando a su vez una estocada: “Sin duda el
Presidente le está, con razón, muy agradecido y no quiere herirlo, pero el
problema no es de sentimientos personales, sino de claridad política. La gente
no va a entender que salga 15 días después. Se generará incertidumbre y más
confusión, cuando lo que se necesita es renovar confianzas”.
Pero
el destino actuó por su cuenta. En realidad, el ministro del Interior saliente,
Sergio Fernández, le había sugerido al Presidente otro nombre como su
reemplazante: el del ex senador, ex embajador ante Naciones Unidas y ex miembro
de la Comisión Ortúzar, Sergio Diez. Éste se hallaba en el sur y su vuelo de
regreso a Santiago se retrasó, lo que obligó a postergar el juramento del nuevo
gabinete. Pero cuando por fin Diez llegó, deparó una sorpresa a Pinochet y Fernández,
pues se manifestó contrario a realizar un cambio de la jefatura del gabinete.
Tampoco la renuncia de Fernández era indeclinable. Pero entonces finalmente el
Presidente se inclinó por aceptarla y designar a Carlos Cáceres.
Resultado:
al poco rato llamó de nuevo a éste el general Valenzuela y le dijo: “Volvemos a
fojas cero. El Presidente te espera para el juramento”.
Hemos
visto más arriba los demás cambios registrados en el ministerio en la misma
oportunidad.
Cáceres
designó como jefe de gabinete a un estudioso y dinámico joven abogado, Arturo
Marín Vicuña y como subsecretario al también abogado Gonzalo García Balmaceda,
que había sido Secretario General de la Sociedad Nacional de Agricultura (38).
Asalto
comunista a Los Queñes
El nuevo ministro
del Interior debió enfrentar apenas asumió un desafío guerrillero mayor cuando
el brazo armado comunista asaltó el poblado de Los Queñes, en la VII Región del
Maule, matando al carabinero Juvenal Vargas, del retén policial local y robando
de éste armamento y equipos.
Encabezó
la operación el máximo jefe del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Raúl
Pellegrin Friedman, acompañado de la “comandante Tamara”, Cecilia Magni Camino,
que había participado activamente en el atentado contra el Presidente Pinochet
de 1986.
Tras
el asalto el Cuerpo de Carabineros persiguió al grupo de quince guerrilleros y
los dos anteriores fueron encontrados sin vida, flotando en las aguas del río
Tinguiririca. Veinte años después, la justicia de izquierda imperante en Chile
persiguió a los carabineros que participaron en la persecución de los
guerrilleros, librándose por un solo voto –de un ministro políticamente
independiente— de haber sido condenados por las muertes de Pellegrin y Magni.
La
misión más importante
El
nuevo ministro del Interior se fijó como misión completar las leyes orgánicas
constitucionales faltantes, como la que entregaba autonomía al Banco Central,
la del Congreso, la del Sistema Electoral, la del Consejo Nacional de
Televisión, la de Educación y la del Estado-Empresario.
Pero
ha declarado después: “El segundo punto, difícil y complejo, justamente dado el
ambiente que se estaba viviendo, era el de buscar todos los caminos posibles
para lograr puntos de contacto y canales de comunicación con los partidos políticos,
tanto de la oposición como afines al gobierno”.
Concluyó que era imprescindible realizar ciertos perfeccionamientos a la
Constitución.
Desde
luego, la Carta tenía dos errores que podían traer graves consecuencias
políticas a futuro:
El
primero derivaba de su artículo 68, cuyo tenor literal hacía viable promulgar
una ley que contara sólo con la aprobación de una cámara, haciendo posible
saltarse al Senado, donde los senadores institucionales iban a ser un factor
moderador de los entusiasmos de mayorías transitorias.
Este
error, dice Cáceres, fue detectado, paradójicamente, no por un abogado, sino
por un ingeniero, Hernán Büchi, el ministro de Hacienda. Y derivó de que el
proyecto de la Comisión Ortúzar concebía siempre como cámara de origen a la de
diputados y revisora al Senado, pero el Consejo de Estado volvió a la tradición
de que cualquier cámara pudiera ser la de origen, sin adecuar el artículo 68,
dando lugar al inconveniente (y al peligro) señalado.
El
segundo error consistió en que los capítulos más importantes de la Constitución
exigían un quórum de 2/3 para ser
modificados, pero el capítulo XIV, que formulaba esa exigencia, no fue incluido
entre los que demandaban 2/3 y, en consecuencia, podía ser modificado con el
quórum de 3/5. O sea, toda la Constitución podía, en definitiva ser modificada
con 3/5 de los votos si primero se cambiaba el capítulo XIV en ese sentido y
con ese quórum.
Tan
compenetrado estaba Büchi del tema constitucional que en esos días, cuando
Carlos Cáceres me pidió colaborar en el estudio de reformas a la Carta y yo le
hice ver la debilidad del quórum del capítulo XIV sobre Reforma Constitucional,
Hernán me pidió que fuera al ministerio de Hacienda a explicarle el tema.
Concurrí
y comprobé que él no había advertido el problema. A mi turno, yo no había
advertido el que él había detectado en el artículo 68, de by-pass del Senado.
La
existencia de la omisión de quórum de 2/3 para el capítulo XIV resultó
decisiva, a la postre, para convencer a Pinochet de llegar a un acuerdo con la
oposición en el sentido de modificar la Constitución. Él mismo me dijo,
posteriormente, que ese hallazgo había sido determinante para convencerlo y
que, por tanto, yo era responsable de cualquier consecuencia negativa de las
reformas.
Pero
la tarea de negociarlas resultó una verdadera carrera de obstáculos para Carlos
Cáceres, que más de una vez estuvo a punto de tropezar y caer con algunos de
ellos.
Avances
y retrocesos
Pues
Pinochet no deseaba cambiar la Constitución. En la primera reunión en que su
nuevo ministro le planteó la idea, comenzó rechazándola, pero al final
concedió:
“--
¿Qué le parece ministro– mientras separaba unos milímetros los dedos índice y
pulgar—que probemos hacer una reforma así, chiquitita?”
Días
antes el vocero de la Concertación, Patricio Aylwin, había emplazado
públicamente al nuevo ministro:
“Señor
ministro, póngase a la altura del momento histórico; dé pasos concretos; busque
caminos de solución; busque caminos de entendimiento; termine con la lógica de
la guerra (…) dijimos claramente que el significado del triunfo del No es que
haya elecciones libres de Presidente y Congreso, íntegramente elegido por el
pueblo y eso requiere de cambios a la Constitución”.
Pero
el Presidente convidó a Cáceres a un desayuno con el ministro de Justicia, Hugo
Rosende, gran orador político, que se explayó argumentando contra la reforma.
Cáceres quedó con la impresión de que no había más que hacer, sobre todo si al
salir del desayuno en el segundo piso de La Moneda, Rosende le dijo:
“—Carlos,
acérquese a esta ventana y mire ese poste que se ve ahí. Bueno, de ese poste lo
van a colgar a usted y, en ese del frente a mí, y no faltarán otros para que los
cuelguen a todos.”
Al
leer eso en el libro sobre Cáceres de Patricia Arancibia no pude sino recordar
a la única persona a la que le había oído similar profecía en los años ’80: al
historiador Gonzalo Vial que, en un almuerzo habitual del grupo de las revistas
Portada y Qué Pasa en el restaurant Carrousel,
nos había dicho a la docena de periodistas, economistas y abogados allí
reunidos:
“Cuando
se termine este gobierno nos van a colgar a todos de los postes de la Plaza de
la Constitución”.
El
símil seguramente lo inspiraba el hecho de que, cuando todos los ahí reunidos
éramos adolescentes, en los años 40, un presidente boliviano, Gualberto
Villarroel, y todos sus colaboradores más próximos, habían sido colgados de los
faroles tras una revolución en La Paz. Para
nuestra generación fue una imagen muy vívida, que permaneció.
En
el entorno de Pinochet estaban en contra de la idea de la reforma el ministro
Rosende, su par Sergio Melnick, de Odeplan; Enrique Ortúzar, Jaime Guzmán,
Sergio Fernández, Pablo Rodríguez, algunos militares, como el Intendente de
Santiago, general Sergio Badiola, y los partidarios del régimen que estaban
formando el partido Avanzada Nacional.
Pero
Cáceres contó con el apoyo de Sergio Onofre Jarpa, presidente de Renovación
Nacional, en tanto que de parte de Jaime Guzmán y la UDI recibió sólo una
seguridad: no le pondrían obstáculos.
Pero
en la oposición aspiraban a la elección íntegra del Congreso bajo el sistema
proporcional; la rebaja de las exigencias para reformar la Constitución; la
derogación de su artículo 8°, que proscribía a los partidos totalitarios; la
modificación de la composición y funciones del Consejo de Seguridad Nacional y
la derogación de la inamovilidad de los Comandantes en Jefe de las FF. AA. y
del General Director de Carabineros.
El
nuevo ministro se dirigió al país por cadena nacional el 11 de noviembre y allí
mencionó que la Constitución podría ser perfeccionada a través de los
mecanismos que ella misma contemplaba. Pero días después, en Punta Arenas,
Pinochet leyó un texto en que rechazó “todo intento por desnaturalizar,
debilitar o desconocer la Constitución…” Sus palabras fueron tomadas como una
desautorización a Cáceres.
Pero
éste, en la cena anual de la Sociedad de Fomento Fabril, ante más de mil
empresarios e invitados, entre ellos el propio Presidente de la República y
miembros de la Junta, reiteró su voluntad de “concordar caminos políticos con
el espectro partidista”. Como no hubo reacciones, se consideró que había
recibido un espaldarazo y Aylwin, a nombre de la Concertación, expresó que
estaban dispuestos a iniciar un diálogo.
La
propuesta opositora
La síntesis de lo
que la oposición planteaba al Gobierno como reforma era:
1. Modificación del mecanismo de
reforma constitucional, facilitándola.
2. Nueva composición y generación de
la Cámara y del Senado, con 150 diputados y 65 senadores y sistema proporcional.
3. Derogación del artículo 8° que
proscribía los movimientos o partidos totalitarios, pero exigiéndoles a todos
respeto a la renovación periódica de los poderes, a la alternancia en el
gobierno, a los derechos humanos y el rechazo a la violencia.
4. Un Consejo de Seguridad Nacional
asesor y no resolutivo; y de otra composición.
5. Término a la inamovilidad de los
Comandantes en Jefe y del General Director y su designación por el Presidente
de la República; y
6. La derogación de la
incompatibilidad entre ser dirigente gremial y militante de un partido.
Los
políticos impiden avanzar
El
1° de diciembre el secretario general de RN, Andrés Allamand, le llevó a
Cáceres una propuesta de reforma constitucional de su partido, redactada por
Carlos Raymond, Francisco Bulnes y Miguel Luis Amunátegui. El ministro de
inmediato advirtió que varios contenidos de ella iban a resultar inaceptables
para el Gobierno.
A
su turno, Arturo Marín, su jefe de gabinete y en su representación, consiguió
tomar contacto con el constitucionalista DC Francisco Cumplido, cercano a
Aylwin y con buena disposición a discutir las reformas.
Pero
en esos mismos momentos Andrés Allamand, por RN y Gutenberg Martínez, por la
DC, anunciaron que habían acordado formar una comisión, que incluiría a otros
partidos de la Concertación, para hacer cambios constitucionales tanto bajo el
gobierno de Pinochet como después. Se anunció una reunión de Aylwin y Jarpa
para sellar el acuerdo. Pero cuando Allamand llamó a Cáceres, un día antes,
para darle a conocer todo lo anterior, éste le replicó:
“--
Mira Andrés, si ese documento se firma, en ese mismo momento subo a hablar con
el Presidente Pinochet y se acaba el capítulo de la reforma constitucional y no
hacemos absolutamente nada.”
Por
tanto, no hubo acuerdo RN-DC y Aylwin dijo a la prensa que había pedido
audiencia al ministro para presentarle la propuesta de reforma de la oposición.
Pero añadió que acudirían a La Moneda él, Enrique Silva Cimma, Ricardo Lagos y
Luis Maira, dirigente de un conglomerado en formación, llamado Partido Amplio
de Izquierda Socialista, PAIS, del cual formaban parte los comunistas y otros
grupos que desconocían la institucionalidad y habían optado por la violencia
armada.
El
Gobierno, obviamente, vetó a Maira. Esto impidió la reunión, y así se fue el
año sin otros avances en materia de reforma constitucional (39).
“Centro
Democrático Libre”
Poco tiempo
después del plebiscito y en el mismo sector de los partidarios del Gobierno
Militar se forma el Centro Democrático
Libre con la idea de crear una nueva fuerza política instrumental y
convergente entre los distintos grupos de derecha. Se definía así:
“El
Centro Democrático Libre busca representar el pensamiento de los que creen en
la Sociedad Libre. Aspiramos a unir a las fuerzas políticas y sociales que,
compartiendo este proyecto, se ven todavía influidas por divisiones o
clasificaciones que corresponden a temas del pasado, ya superados por la nueva
realidad.
“El
Consejo Directivo de este nuevo referente estaba integrado por Ignacio Pérez
Walker, Álvaro Bardón, el general (r) Luis Danús, León Vilarín y Álvaro Vial,
entre otros. (…)
“El
futuro político de algunos de sus dirigentes sería disímil: Pérez Walker
ingresaría a Renovación Nacional y después sería elegido senador; en tanto, el general
Danús lo haría a la UDI y se perdería en su intento de llegar al Senado como
parlamentario por Magallanes” (40).
Balance
económico anual
La situación
económica del país estaba cada vez mejor. El PIB creció 7,3 % en 1988 y el
desempleo a nivel nacional siguió disminuyendo, ahora a 8,0 %.
Lo
mismo hizo la inflación, lo que es muy infrecuente que ocurra simultáneamente.
Medida por el IPC, bajó a 12,7 % desde el 21,5 % del año precedente.
La
Tasa de Inversión en Capital Fijo llegó a 20,8%, guarismo sin precedentes.
El
déficit del presupuesto fiscal fue de -1,5 % del PIB, cifra también muy
adecuada, para los cánones nacionales.
El
comercio exterior fue también favorable y la Balanza Comercial presentó un
superávit de 2.209,8 millones de dólares. En tanto, la Cuenta Corriente de la
Balanza de Pagos redujo su déficit a un tercio del año anterior, -231,2
millones de dólares. Pero, al mismo tiempo, el superávit de la Cuenta de
Capitales se redujo, de 890,2 a 353,7 millones de dólares.
En
fin, también se redujo la Deuda Externa, a 17.638 millones de dólares (41).
Las
Reservas Internacionales Brutas del Banco Central subieron a 4.261 millones 200
mil dólares, es decir, 648 millones 100 mil dólares más que el año anterior (42).
El
fin del ejercicio de 1988 mostró, entonces, un cuadro envidiable en el contexto
internacional. Se habría dicho que un gobierno con esas cifras no podía perder
un plebiscito sobre su continuidad… pero ese mismo año lo perdió.
REFERENCIAS
DEL CAPÍTULO XVI:
(1) “El Mercurio”, Santiago, 14 de
noviembre de 1998, p. A-3.
(2) “El
Mercurio”, Santiago, 4 de diciembre de 1985, p. A 1.
(3) “La Tercera”, 20 de julio de 1988, p.
7.
(4) Entrevista publicada por el diario
“La Época” de Santiago el 23 de enero de 1988, p. 1.
(5) ODEPLAN: “Evolución de la Salud en
Chile”, publicación propia, Santiago, marzo de 1988.
(6) “El Mercurio”, Santiago, 23 de julio
de 1988.
(7) Vial,
Alvaro: “10 años de Cambios Económicos: La Construcción de un Nuevo Chile”, en
“Política”, Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Chile,
Universitaria, 1989, p. 115.
(8) Whelan,
James: “Desde las Cenizas”, op, cit., p. 668.
(9)
“Política”, Instituto de Ciencia Política, op. cit., p. 175: “Agricultura
Chilena: Una Historia de Profundas y Sucesivas Transformaciones”, por Jorge
Prado Aránguiz.
(10) Ibíd.,
p. 343, “La Vivienda”, por Miguel Ángel Poduje.
(11) Vial,
Gonzalo: “Pinochet, la Biografía”, op. cit., tomo II, p. 563.
(12)
Fernández, Sergio: “Mi lucha por…”, op. cit., p. 250.
(13) Ibíd.,
ps. 259, 264 y 340.
(14) Whelan:
“Desde las…”, op. cit., p. 748.
(15) “El Mercurio”, Santiago, 2 de
diciembre de 1994. Citado por Jorge López Bain en “Testigo Presencial”, Maye,
Santiago, 2012, p. 325.
(16) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op.
cit., t.II, p. 565.
(17) Ibíd., p.566.
(18) “La Segunda”, 3 de mayo de 1988.
(19) “El Mercurio”, Santiago, 12 de
septiembre de 1987, ps. C6 y C7.
(20) “El Mercurio”, Santiago, 29 de marzo
de 1988.
(21) “La Tercera”, 7 de junio de 1988.
(22) “La Tercera”, 29 de julio de 1988,
p. 7.
(23) Pinochet, Augusto: “Camino…” op.
cit., t.II, p. 168.
(24) “La Tercera”, 2 de mayo de 1988, p.
5.
(25) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op.
cit., p. 668.
(26) Alfonso Márquez de la Plata: “El
Salto al Futuro”, Zig-Zag, Santiago, 1992, p. 158.
(27) Fernández, Sergio: “Mi Lucha por la
Democracia”, p. 283.
(28) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op,
cit., t. II, p. 576 y Fernández, Sergio: “Mi Lucha…”, op. cit., p. 283.
(29) “El Mercurio”, Santiago, 10 de enero
de 2012, p. A2.
(30) “El Mercurio”, Santiago, 9 de
octubre de 1988.
(31) Cavallo, Ascanio: “Los Hombres de la
Transición”, Andrés Bello, Santiago, 1992, p. 63.
(32) Arancibia, Patricia: “Carlos
Cáceres…”, op. cit., p.65.
(33) “La Tercera”, 20 de mayo de 1988.
(34) Reproducido en “La Segunda” el 7 de
julio de 1995.
(35) Cifras del doctor Augusto Schuster
Cortés, subsecretario de Salud del Gobierno Militar, en “Nivel de Vida Después
del Gobierno Militar”, Santiago,
autoedición, 1989.
(36) “El Mercurio”, Santiago, 18 de junio
de 1988.
(37) “La Tercera”, 10 de agosto de 1988,
p. 7.
(38) Arancibia, Patricia: “Carlos
Cáceres…”, op. cit., p. 68.
(39) Ibíd., ps. 80 a 100.
(40) Cuevas, Gustavo: “Pinochet…”, op.
cit., p. 199.
(41) Banco Central de Chile, Dirección de
Estudios: “Indicadores Económicos y Sociales 1960-1985”, Santiago, 1986; “Indicadores
Económicos y Sociales 1960-2000”, Santiago, 2001.
(42) Díaz, José; Lüders, Rolf y Wagner,
Gert: “La República…”, op. cit., p. 516.
(CONTINUARÁ MAÑANA)
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