miércoles, 9 de mayo de 2018

HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN MILITAR CHILENA 1973-1990 (X)

CAPÍTULO VI
1978: El año que vivimos en peligro

La DC y el PC conspiraban otra vez
              En La Tercera del 4 de julio de 1999, suplemento “Documentos Secretos”, p. 6, se informó que el 7 de septiembre de 1978 un cable de la CIA enviado de Santiago a Washington aseguraba que la DC y el PC “tienen un plan para atacar y estremecer al Gobierno que culminará dentro de los próximos meses cuando se consideren las extradiciones pedidas por Estados Unidos en el caso Letelier”.
              Ya había habido informaciones de acuerdos entre Eduardo Frei Montalva, jefe democratacristiano, y Luis Corvalán, secretario general comunista, para aunar estrategias contra el Gobierno Militar (ver comienzo del capítulo precedente).
              El historiador Gonzalo Vial ha denominado a 1978 como annus horribilis (1). En algunos aspectos lo fue, pero no deja de ser una paradoja que ese año Chile creciera económicamente como casi nunca lo había logrado en su historia, si bien un poco menos que en 1977, un 8,2 %; que la inflación estuviera en retroceso, alejándose ya de la hiperinflación de 1973; que la paz interna se hubiera, prácticamente, conseguido, como que, pese a haber un activo grupo guerrillero, el MIR, sólo 9 personas cayeran en todo el año víctimas del enfrentamiento subversión-gobierno.  Es decir, la guerrilla y la represión eran insignificantes. Cualquier país que se hubiera sustraído a la marea propagandística anti-Junta desatada desde Moscú nos habría envidiado la estabilidad, la paz interna y la prosperidad.
              Lo que sucedió fue que en el orden institucional e internacional acaecieron cosas muy trascendentes, por completo ajenas a las plácidas realidades descritas. La política nacional e internacional suele suscitar situaciones artificiales que operan al margen de las realidades.

La Consulta Nacional
              La Consulta anunciada el año anterior, tras haber estado “el Gobierno caído”, según la insólita revelación que me hiciera Jaime Guzmán a la entrada del Edificio Diego Portales, tuvo lugar el 4 de enero de 1978 y fue un éxito para el Gobierno, que pudo convocar a una manifestación gigantesca en el Parque Bustamante, a la cual acudió una masa desacostumbrada de adherentes (para la derecha política, habitualmente de pobre convocatoria callejera).
              El catalizador de la Consulta fue el acuerdo condenatorio contra el gobierno de Chile de las Naciones Unidas en 1977, aprobado por 96 votos a favor, 14 en contra y 25 abstenciones.
              El Gobierno había hecho esfuerzos durante todo el año para aplacar al “frente externo”. El embajador chileno en los Estados Unidos, Jorge Cauas, le había pedido entrevista al Secretario de Estado, Cyrus Vance, y le había explicado los pasos institucionalizadores hacia la democracia que se proponía el Gobierno.
El ministro de Relaciones Exteriores, almirante Patricio Carvajal, había llamado al encargado de negocios norteamericano, Thomas Boyatt, para informarle que la entidad de inteligencia sustituidora de la DINA, la CNI, iba a ser dirigida por un general de impecable hoja de servicios en materia de respeto a los derechos humanos, Odlanier Mena.
              La delegación de la CIA en Santiago informó a Washington: “Contreras se ha sentido totalmente conmocionado por su destitución, pese a la creencia generalizada de que su posición ya era vulnerable cuando la DINA fue sustituida por la CNI en agosto. La actitud de Contreras ha sido análoga al marido cornudo que es el último en enterarse de que su mujer le ha traicionado con otro” (2).
              La Consulta Popular era, sin duda, un paso decisivo del régimen para autoasegurarse. Pero dentro de él operaba un “adversario interno”: el general Leigh.
              En realidad, esa Consulta ni siquiera se habría llevado a efecto sin la entereza de Pinochet y el círculo más cercano de sus colaboradores, pues además de Leigh, el almirante Merino también se oponía a convocarla; y de este último no cabía sospechar siquiera un deseo de debilitar a Pinochet. Pero manifestó su “total desacuerdo” y la improcedencia “de fondo y forma” de dicha Consulta. No obstante, finalmente estuvo de acuerdo en firmar el decreto ley de la convocatoria.
Leigh afirmó que la Consulta aparecería como un rasgo propio de un régimen personalista, que no tendría ninguna credibilidad afuera y que hería normas constitucionales y legales. Solicitaba suspender el acto. Pero finalmente también firmó el decreto de la convocatoria.
              Los asesores civiles de mayor confianza de Pinochet, el ingeniero Eduardo Boetsch, Jaime Guzmán y los ministros Sergio Fernández y Alfonso Márquez de la Plata, autores de la idea inicial de llamar a esta especie de plebiscito en apoyo a la Junta, respaldaron con firmeza al Presidente. En realidad, Fernández en sus memorias políticas (Mi Lucha por la Democracia) sostiene que Pinochet recurrentemente aludía a la necesidad de hacer un plebiscito para recibir el respaldo popular frente a las objeciones que muchos levantaban contra su acción de gobernante.
              Internamente, además, para la opinión pública nacional, la condena de las Naciones Unidas aparecía como grotesca, pues el país estaba en plena etapa de recuperación económica y había tranquilidad, lo que casi trece años después corroboraría, como antes se documentó, el propio Informe Rettig.
              Pero el Contralor General de la República, Héctor Humeres Magnan, ofició al Presidente en el sentido de que no había norma constitucional ni legal que le permitiera llamar a una Consulta Popular. Una comunicación al Contralor en la que, a su vez, expresan su convicción de que debe mantener su impugnación del decreto que ha convocado a la Consulta Nacional, pues vulnera el sistema de gobierno establecido por la propia Junta, emitieron los abogados DC o afines, Pedro Jesús Rodríguez, Máximo Pacheco Gómez, Alejandro Silva Bascuñán (que tan lúcidamente había fundamentado la legitimidad del Gobierno Militar en 1973) y Víctor Santa Cruz, ex embajador de Jorge Alessandri en Londres. Pero el Contralor estaba a punto de jubilar… y jubiló dos días antes de la Consulta.
Designado en su lugar fue justamente uno de los promotores de la misma, el ministro Sergio Fernández, que renunció a su cartera, asumió como Contralor y tomó rápida razón del decreto que llamaba a efectuarla, acogiendo dos sugerencias del ex Contralor: que no fuera obligatoria y que no surtiera efectos jurídicos. Ninguna de las dos cosas importaba para los efectos buscados.

El manejo de la opinión pública
              El semanario Qué Pasa había reconocido una vez en 1975 que, “pese a factores negativos, el hecho evidente es que el Gobierno es popular” (3).
              El Gobierno digitaba bien sus centros de poder e influencia: el Frente Juvenil de Unidad Nacional organizó una marcha el 29 de diciembre, antes de la Consulta, bajo la consigna: “Sí, Presidente”. Y acude gente joven a la marcha. Mucha o poca, no importa, pues lo que importa es que después aparece una masa en los diarios y la televisión.
              La Facultad de Derecho de la Universidad de Chile entrega una declaración, que se publica en los medios, donde denuncia a la ONU como agresora de nuestro país y señala que “es deber fundamental de todo chileno contribuir a preservar la seguridad nacional hoy gravemente amenazada, estimando de la más alta conveniencia nacional el pronunciamiento inmediato de todos los chilenos en defensa de la Patria agredida”. Y también eso aparece en los diarios y la televisión (4).
              El decano de Derecho es Hugo Rosende, un partidario del Gobierno de la línea dura.
              Hoy (2018) parece inverosímil lo siguiente, dado el actual predominio de la izquierda en el magisterio: “Por su parte, el Consejo Nacional del Colegio de Profesores da a conocer una declaración en que expresa que (el Colegio) ‘debe estar resueltamente con Chile para demostrar que, ahora como en esa memorable fecha (nota del autor: el 11 de septiembre de 1973, por supuesto) estamos unidos mujeres, hombres y juventud, como un solo hombre, para derrotar una vez más ante el mundo a nuestros enemigos”.
A estas adhesiones se suman, por ejemplo, la directiva de la Federación de Sindicatos del Banco de Chile, la Federación Industrial Ferroviaria de Chile y la de los pilotos de LAN Chile, etc. (5).
              El abogado Pablo Rodríguez, destacada figura nacionalista, también de los sectores más duros del régimen, afirma que es “partidario de acontecimientos políticos que le den respaldo orgánico al Gobierno; es necesario movilizar a la opinión pública, no dejar que nos durmamos en los laureles del triunfo obtenido contra la Unidad Popular” (6).
              Esto también aparece en los medios. Así se maneja la opinión pública desde un gobierno que tiene el poder y la decisión de hacerlo.

El resultado de la Consulta
              El miércoles 4 de enero de 1978 acudieron voluntariamente –no había manera de obligarlos-- más de cinco millones de chilenos a votar, presentando su carnet de identidad, el cual era recortado en una esquina para evitar el doble sufragio.
Cuatro millones (77,47 %) votaron “Sí” y un millón cien mil (19,44 %) “No”, con 3,09 % de votos en blanco y nulos, a la siguiente pregunta contenida en la cédula de votación:
              “Frente a la agresión internacional desatada contra nuestra Patria, respaldo al Presidente Pinochet en su defensa de la dignidad de Chile y reafirmo la legitimidad del Gobierno de la República para encabezar soberanamente el proceso de institucionalización del país”.
              Al lado de la opción “Sí” había una bandera chilena; al lado de la opción “No”, una bandera gris.
              El efecto interno fue de solidificación del respaldo al Gobierno. El efecto externo fue de sorpresa contenida, como la manifestada por el diario alemán Die Welt (los altos círculos alemanes fueron siempre, con la sola excepción del dirigente democratacristiano bávaro Franz Josef Strauss, extremados denostadores del Gobierno Militar): “Son tan altos (los resultados favorables a Pinochet) que reforzarán su política dura, y demasiado inferiores a los obtenidos en los plebiscitos que preparan los estados totalitarios, como para poder negarles significación” (7).

Bolivia rompe relaciones
              El 17 de marzo la Cancillería boliviana comunicó a la chilena la decisión del gobierno de La Paz de romper relaciones diplomáticas con Chile, en razón del nulo avance de las conversaciones derivadas del Acuerdo de Charaña debido a la intransigencia de Chile.
              Las conversaciones se habían iniciado con la idea de un canje de territorios homogéneos en la frontera con Bolivia. Luego Bolivia cambió el concepto de territorio continuo por otro en tramos de igual superficie. Después el Presidente Banzer ofreció comprar el territorio chileno, lo que desde Chile no se aceptó. “El territorio chileno no se vende ni se regala”, espetó el almirante Merino.
              De ahí Bolivia pasó a hablar de una cesión de territorio chileno sin compensaciones, que fue rechazada por Chile.
              Entre ambas propuestas había mediado otra, del ministro boliviano de Integración, Willy Vargas, en el sentido de que se le entregara a su país en arriendo el ferrocarril de Arica a La Paz, la que no había sido aceptada ni rechazada por Chile.
              En todo caso, la ruptura unilateral volvía la situación “a fojas uno”, es decir, al estado de ruptura de relaciones imperante desde 1962.

Importantes ajustes ministeriales
              Por primera vez Pinochet cedió poder político en 1978: en abril designó a Sergio Fernández ministro del Interior, con la facultad de “formar gobierno”, es decir, de poder designar ministros. Es evidente el vínculo de esta decisión con la idea de ir preparando la nueva institucionalidad civil que sucederá al Gobierno Militar, dentro del marco democratizador anunciado el año anterior en Chacarillas.
              El historiador Carlos Huneeus, próximo a la DC, ha descrito así la situación: “Llegó al Ministerio del Interior con ayuda de Jaime Guzmán. Como se trataba de una persona sin mayor visibilidad, al líder del gremialismo le pareció necesario que la opinión pública lo conociera. Para este fin Fernández, que entonces era Contralor General de la República, fue invitado a dictar la clase magistral de inauguración del año académico de la Universidad Católica, con gran despliegue publicitario. Era inusual que el Contralor, un funcionario no político, eligiera como tema de su conferencia precisamente el desarrollo político del país. (…) Días después, Pinochet le ofreció ser Ministro del Interior, con amplias facultades para la construcción de la nueva institucionalidad” (8).
              Fernández en sus memorias políticas dice que “con los nombres que propuse al Presidente se quería subrayar ciertas líneas políticas de acción futura. (…) La participación civil en funciones protagónicas era un rasgo nuevo, que debía ratificar la consolidación del régimen, la paulatina normalización del país, el asentamiento de nuevas instituciones y su proyección futura”.
              Bajo el mismo predicamento juran en Relaciones Exteriores Hernán Cubillos, oficial retirado de la Armada –hijo de un ex Comandante en Jefe-- que por muchos años ha sido “mano derecha” de Agustín Edwards, el principal dueño de El Mercurio y cabeza de un importante grupo de empresas.
              También entra al ministerio Alfonso Márquez de la plata, ingeniero agrónomo y ex Presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura, a encabezar la cartera del ramo. De ahí en adelante Márquez de la Plata pasará a ser una persona muy próxima al Presidente Pinochet y, después de terminado el Gobierno Militar, uno de los más eficaces defensores de su legado y divulgadores de su obra, a través de libros publicados por una firma editora de su creación, Editorial Maye, varios de los cuales escribió él mismo.
              También ingresa el ingeniero José Luis Federici a ocupar la cartera de Transportes y Telecomunicaciones. En Defensa sigue el general César Raúl Benavides; en Hacienda, Sergio de Castro; en Economía, Pablo Baraona; en Educación, el contralmirante Luis Niemann; en Justicia, Mónica Madariaga; en Obras Públicas, el ingeniero Hugo León Puelma; en Bienes Nacionales, el general de Carabineros Lautaro Recabarren; en Trabajo, el abogado Vasco Costa; en Salud, el general del Aire, Fernando Matthei; en Minería, el ingeniero Enrique Valenzuela Blanquier; en Vivienda se mantiene Edmundo Ruiz Undurraga; Secretario General de Gobierno, el general René Vidal; Secretario General de la Presidencia, el general Sergio Covarrubias; y en Odeplan continúa un hombre clave desde antes del 11 de septiembre de 1973, el capitán de navío (r) Roberto Kelly (9).

Se levanta el Estado de Sitio
              En marzo el Presidente anuncia que se levanta el Estado de Sitio y la excepcionalidad baja de grado, a Estado de Emergencia. Se limita también el toque de queda y ya no rige para los peatones. El país está tranquilo. Anuncia Pinochet:
              “El levantamiento del Estado de Sitio restituye sustancialmente las protecciones legales a la libertad personal propias de un régimen de normalidad, a la vez que elimina completamente el funcionamiento de Tribunales Militares en Tiempo de Guerra, con lo cual la Corte Suprema ejerce su superintendencia sobre la justicia militar sin diferencias con respecto de los tribunales de la nación”. En un discurso posterior resalta el contraste entre la tranquilidad y el orden que imperan en Chile “que nos distingue de la inmensa mayoría de un mundo convulsionado por la violencia…” (10).
              Al mismo tiempo, se admite la visita al país de la Comisión Allana de Derechos Humanos de la ONU, cuya entrada no se había permitido con anterioridad, pero con una garantía para Chile al menos parcial: la misión la encabeza el jurista costarricense Fernando Volio, una persona independiente y a la cual se cree bien dispuesta hacia las ideas de fondo que profesa el régimen.
              De otro lado, con la llegada de Hernán Cubillos a Relaciones Exteriores se logra normalizar el vínculo con Gran Bretaña, artificialmente resentido por el caso de la doctora Cassidy, que había llevado al retiro del embajador británico. Se dice que Cubillos mostró al canciller británico, Lord Carrington, las cifras del comercio entre ambos países, que eran magras, mientras con Alemania y Francia, cuyos gobiernos criticaban aún más a Chile que el británico, pero no habían retirado sus embajadores y con los cuales las cifras comerciales eran crecientes. Trade follows flag (“el comercio sigue a la bandera”) argumentaba Cubillos a Carrington. Así es que pronto se normalizaron las relaciones con Gran Bretaña.

El gremialismo concentra el poder civil
              El gremialismo fue un movimiento que nació entre el estudiantado de la Universidad Católica como respuesta a la corriente izquierdista que consiguió el control de esa universidad en 1967, obtenido con el respaldo de la jerarquía eclesiástica de centroizquierda encabezada por el Cardenal Silva Henríquez.
En realidad, el gremialismo era un movimiento juvenil de derecha encabezado por Jaime Guzmán Errázuriz, ex alumno de Derecho y muy leal a la Revolución Militar, ambos apuntando a forjar una sociedad libre. No había demasiada formación económica en su liderazgo, pero éste estaba muy consciente de que la libertad de iniciativas, la subsidiariedad y el imperio de la ley y el orden debían ser la espina dorsal de la convivencia social.
              “El gremialismo concentró su participación en tres organismos. En primer lugar, en la Secretaría General de Gobierno, transformada por el régimen en un importante ministerio, ampliando sus competencias y recursos humanos, donde radicaba el control de los medios de comunicación y la movilización del apoyo ciudadano. Para esto último creó la Dirección de Organizaciones Civiles, con tres secretarías: Mujer, Gremios y Juventud. (…)
              “En segundo lugar, sus economistas e ingenieros, bajo el liderazgo de Miguel Kast, se incorporaron a la Oficina de Planificación Nacional (Odeplan) colaborando con los Chicago Boys en la preparación de las reformas económicas y evaluación de la gestión de los ministerios.
“A través de los secretarios regionales de planificación (Serplac), dependientes de Odeplan, el gremialismo apoyó la gestión de los gobiernos regionales (…)
              “En tercer término, se concentraron en la dirección de gobiernos locales, siendo nombrados alcaldes de numerosas municipalidades de las principales ciudades (Santiago, Valparaíso, Viña del Mar, Concepción) (11).

El decreto ley de Amnistía
              En 1978 el país estaba pacificado. Este hecho lo confirmó en 1991 la evolución de las cifras de caídos en la confrontación con el extremismo de que dio cuenta el Informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, mejor conocido como Informe Rettig, y que publicara el diario La Nación de Santiago el 5 de marzo de 1991, en cuya página 196 consta lo siguiente:
Víctimas anuales:
1973               1.261
1974                  309
1975                  119
1976                  139
1977                  25
1978                    9
              En otros términos, no era exagerado pensar que la violencia generada por la pretensión comunista-socialista de tomar el poder por las armas había quedado atrás. Parecía llegada la hora de cerrar las heridas y entrar a una nueva etapa de reconstrucción, sin vencedores ni vencidos.
              El gabinete predominantemente civil del Presidente Pinochet había sido otra señal en el mismo sentido. Los anuncios de Chacarillas representaban el decidido paso a un régimen democrático y de libertades.
              En ese contexto se concibió la idea de la amnistía general.
              Había un precedente histórico para un caso que había generado dos o tres veces más víctimas que el enfrentamiento registrado a partir de 1973 (2.279 según el Informe Rettig y 3.197 con su complemento de la posterior Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación): tras la Revolución de 1891, en que cayeron entre seis mil y diez mil compatriotas (en un país de dos millones de habitantes; los historiadores no han concordado una cifra) ya en septiembre de 1891 y recién caído Balmaceda se dictó una amplia ley de amnistía para los ocho meses de lucha, pero estableciendo excepciones. Sin embargo, poco después, en febrero y agosto de 1893, se amplió la amnistía a todos los hechos ocurridos, salvo la “matanza de Lo Cañas” y las actuaciones del último ministerio de Balmaceda. Finalmente, “en agosto de 1894 la amnistía para los hechos ocurridos durante la Revolución se hizo absoluta y sin excepciones” (12).
              Otro precedente lo constituyó la llamada “Matanza del Seguro Obrero” de 1938. La Ley de Amnistía de 17 de abril de 1941, que concedió ese beneficio a quienes tuvieron participación en la represión del movimiento revolucionario nacista del 5 de septiembre de 1938, que ocasionó más de medio centenar de muertes, añadía:
              “Concédese también amnistía a todos los ciudadanos procesados o condenados por delitos provenientes de hechos políticos, y al personal de Carabineros procesado o condenado por delitos ejecutados en actos de servicio” (13).
              El decreto ley de Amnistía de 1978 tuvo el número 2.191 y fue publicado en el Diario Oficial de 19 de abril de ese año. Lo había hecho preparar el nuevo ministro del Interior, Sergio Fernández, tan pronto juró su cargo. Trabajaron con gran reserva en el texto la ministra de Justicia, Mónica Madariaga, el ex ministro de Justicia, Miguel Schweitzer Speisky y el auditor general del Ejército, general (J) Fernando Lyon Salcedo.
              Quedaron amnistiados todos los delitos cometidos entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1978. Se exceptuaron el parricidio, el infanticidio, el robo con fuerza en las cosas o con violencia o intimidación en las personas, la elaboración o tráfico de estupefacientes, la sustracción o corrupción de menores, las malversaciones, fraudes, violaciones y abusos deshonestos, el contrabando y los delitos de carácter tributario. Expresamente se excluyó el caso Letelier.
              El mismo 20 de abril fueron liberados 97 presos políticos (14). La amnistía permitió que, en total, quedaran en libertad 1.475 extremistas que estaban condenados por tribunales militares, y  578 uniformados igualmente condenados, de acuerdo con antecedentes proporcionados por la Comisión Asesora de Derechos Humanos del Gobierno Militar, integrada por destacados abogados independientes, ente que desapareció de la memoria colectiva, como tantas cosas... (15).
              Nótese que la amnistía de 1941 benefició a personal uniformado que había cometido delitos sustancialmente iguales a los descritos como “atropellos a los derechos humanos” posteriores a 1973, consistentes en quitar la vida a elementos que se habían alzado en armas contra el régimen. Hoy los “juristas de izquierda” los habrían calificado como “delitos de lesa humanidad” o habrían recurrido a la ficción del “secuestro permanente” para burlar la respectiva ley de amnistía.
              Entre los extremistas amnistiados en 1978 se benefició el activista mexicano José Sosa Gil, uno de los doce mil o más extranjeros ingresados durante la UP que denunció después la OEA. El 19 de agosto de 1973 Sosa había asesinado a tiros, en un paradero de buses, al subteniente de Ejército Héctor Lacrampette, sin ninguna razón conocida. Obtuvo su libertad en 1978.
              En todo caso, en el momento la jerarquía eclesiástica manifestó: “La Iglesia de Santiago valoriza el espíritu de concordia y reconciliación nacional invocado en la adopción de esta medida y la celebra como signo alentador de un reencuentro fraterno. (…) La voluntad de paz evidenciada en la presente amnistía exige ser corroborada por todos con espíritu generoso. Sólo una nueva actitud de respeto, comprensión y perdón podrá acercar a los chilenos a una nueva sociedad surgida de un consenso y protegida por el derecho” (16).
                                                                              
 Surge el tema de los desaparecidos
              Bajo el ministerio de Sergio Fernández tuvo lugar una publicitada huelga de hambre de familiares de detenidos-desaparecidos. El nuevo titular de Interior tuvo que recurrir a las herramientas que tenía, porque hacer desaparecer personas no había sido nunca una política de gobierno, pero en los primeros tiempos después del 11 de septiembre de 1973 (entre esa fecha y el 31 de diciembre del mismo año cayeron el 57% del total de muertos entre 1973 y 1990, como después comprobaron las comisiones formadas bajo la administración Aylwin), el país vivió un período de lucha interna desordenada y poco controlada.
              Ante la huelga de hambre, Fernández declaró, en cadena nacional de radio y televisión:
              “Frente a la nómina de presuntos desaparecidos a la que actualmente se ha reducido el problema, declaro categóricamente que el gobierno no tiene antecedentes que comprueben la detención de ninguna de esas personas. Considerando que la mayoría de los presuntos desaparecidos corresponde a activistas, es muy posible no sólo que esas personas hayan pasado al clandestinaje sino que también hayan podido caer en enfrentamientos con fuerzas de seguridad, bajo identidades falsas que portaban, lo cual impidió la oportuna individualización de éstas” (17).
               Los huelguistas de hambre ocuparon dependencias de organismos internacionales, como Unicef, Cruz Roja, OIT y varias iglesias de barrio. El eco internacional que siempre logra la izquierda en sus maniobras propagandísticas se tradujo en que centenares de huelguistas se plegaron al ayuno en 21 países europeos y americanos. El infaltable senador Edward Kennedy visitó a los huelguistas de hambre en Ginebra.
              Pero hubo una reacción local a favor del Gobierno: al cuarto día de huelga, 66 individuos de un autodenominado Grupo de Unidad Católica se tomaron la Catedral Metropolitana y, sorpresivamente, leyeron una proclama de apoyo al Gobierno Militar. Ese movimiento no pasó más allá.
              Después de quince días, la Iglesia decide tomar contacto con el Gobierno y el ministro del Interior se compromete a efectuar una investigación. El Comité Permanente del Episcopado insta a poner fin a la huelga de hambre. Una semana después y pese a la llegada a Chile de una comisión de abogados católicos y de la Comisión Allana de la ONU, que apoyan las demandas de las víctimas, el ministro del Interior reitera: “No tenemos antecedentes que comprueben la detención de estas personas y por lo tanto rechazamos la sugerencia de que ellos puedan estar detenidos ocultamente por las autoridades”.
              Finalmente la huelga de hambre se diluye, experimenta deserciones  y deja de ser noticia.
              Clotario Blest, ante la fracasada “acción no violenta”, declara: “Cuando estábamos por doblar la mano al tirano, la jerarquía eclesiástica, que al comienzo apoyaba a las víctimas, termina por ser dominada por los sectores conservadores que vuelven a dejar desamparados a los necesitados, dándole la mano a la dictadura”.
              El nuncio apostólico, Ángelo Sodano, expresa: “No matar y no matarse también”, a lo cual el jesuita José Aldunate replica: “…la huelga de hambre, aun la indefinida, adquiere el carácter de un sacrificio meritorio y de un don en aras del amor” (18).

La oposición del general Leigh
              El Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea venía actuando, de hecho y desde hacía tiempo, como un “opositor interno” y, en particular, como un detractor personal del Presidente Pinochet. Desde el mismo 1974 venía discutiéndole los atributos de que progresivamente este último estaba dotándose en el ejercicio del Poder Ejecutivo. Esto hizo crisis en 1978.
              Ya en marzo, en el aniversario de la FACH, el general Leigh había hecho un discurso lleno de sugerencias institucionales distintas de las que promovía el Gobierno, las cuales derivaban de los anuncios de Chacarillas del año anterior y se materializaban en el proyecto de nueva Constitución.
              Como diferentes cifras lo corroborarán en este mismo capítulo, en 1978 el país prosperaba a un ritmo con pocos precedentes y estaba casi completamente pacificado, como que en todo ese ejercicio sólo 9 personas perdieron la vida con motivo de la violencia política y la represión consiguiente. La Consulta de comienzos del año había hecho patente el apoyo ciudadano, porque más de cinco millones de chilenos se habían expresado electoralmente, a lo cual nadie podía obligarlos.
              Pero las “élites habladoras” que menciona el historiador inglés Paul Johnson son capaces de crear un clima de opinión distinto por sí mismas. Dos testimonios del divorcio entre la realidad y esta superestructura política de wishful thinking de los adversarios del Gobierno Militar los encontramos en las siguientes opiniones del entonces recién designado embajador de los Estados Unidos, en Chile, George Landau y del general Leigh.
              El primero: “Es sólo cuestión de tiempo: hasta que el Ejército se dé cuenta de que el único camino para que Chile mejore sus relaciones con el mundo es la sustitución de Pinochet”, le dijo al funcionario del Consejo Nacional de Seguridad en Washington, Robert Pastor. Y añadió: “Los generales saben que si tenemos suficientes pruebas contra Contreras, no hay manera de que él hubiera podido hacerlo sin informar a Pinochet, con quien desayunaba cada día” (19).
              Pero después quedó probado que había manera y el propio Townley se lo enrostró a Contreras, como antes vimos.
              Al mismo tiempo, los adversarios internos de Pinochet querían aprovechar el caso Letelier para sacarlo del poder. Leigh, en particular, anunció en un Consejo Aéreo de junio: “He decidido intensificar el ataque…” (20).
Sus intenciones estaban a la vista. Creía que su hora había llegado. Y, en cierta manera, había llegado, pero no en el sentido que él esperaba.
              Así, aprovechó un aniversario de la FACH para plantear, ni más ni menos, un itinerario político diferente del anunciado por Pinochet. Éste, que estaba presente, después dijo que había estado a punto de retirarse. Pero no lo hizo y le pidió a Leigh que precisara sus proposiciones. Leigh las precisó el 16 de mayo, proponiendo excluir al Ejército de la Junta, incorporar a veinte asesores civiles a cada una de las Comisiones Legislativas, sin visto bueno del respectivo presidente de la Comisión y miembro de la Junta; un plazo de cinco años para modificar la Constitución y dictar leyes electorales y de partidos políticos.
              Tenía calendario institucional propio. ¿Qué diría el resto de la Junta?

Leigh no midió su propia fuerza
              Finalmente, el Comandante en Jefe de la Aviación fue un paso más allá y el 18 de julio concedió una entrevista al diario milanés Corriere della Sera, que fue conocida inmediatamente en Chile.
              Afirmaba allí que “nuestra imagen internacional” exigía “actuar desde el interior del propio Chile”. “Aquí falta un itinerario político. Si el Gobierno lo anunciaba”, añadía, y lo respetaba, “nos proporcionaría oxígeno”.
              Nótese la imagen que se había forjado de Chile este miembro de la Junta: un país al borde de la asfixia. ¿Qué quedaba para el hombre de la calle y la opinión pública exterior?
Pero la realidad era que el país crecía a más del 8 por ciento al año, la inflación caía visiblemente, estaba pacificado y tenía las cuentas internas y externas en orden… Pero Leigh creía otra cosa. Añadía: “Ya es tarde, pero es necesario… para el retorno a la normalidad”.
              ¿En qué país vivía? ¿Qué más “normalidad” quería? Él era la mejor prueba de que la propaganda izquierdista prevalecía sobre la realidad cuando se trataba de convencer a las personas (lo que sigue sucediendo hasta hoy). Leigh había “comprado” el relato sobre el país en crisis que pintaba Radio Moscú noche a noche y que reproducían sus “compañeros de ruta”, la prensa europea y la mayor parte de la norteamericana. Tenía un solo defecto: tal país no existía.
              Estas imágenes sin base, con todo, no dejan de tener importancia… si los afectados por ellas y que son el blanco de las críticas se las creen. A lo largo de la historia hay ejemplos: al Shah de Irán lo convencieron de que estaba caído… y se marchó. En el propio Chile, al general Ibáñez, en 1931, lo convencieron de que debía renunciar, y renunció. Si no lo hubiera hecho ¿quién lo iba a echar? No el Ejército, que estaba con él.
Los chilenos vimos, algo más de cuarenta años después, lo que se requirió para echar a un gobierno fracasado, devenido impopular, que había desatado la escasez y la hiperinflación y había sido sorprendido propiciando el armamentismo ilegal para dar un golpe de mano y quedarse con el poder total; y que, encima de todo eso, había atropellado sistemáticamente la Constitución y las leyes. Sólo pudieron sacarlo las Fuerzas Armadas y Carabineros actuando de consuno y tras un úkase civil enviado por una sustancial mayoría parlamentaria.
              ¿El embajador Landau y el general Leigh querían convencer a los chilenos de que al Presidente de un gobierno exitoso de un país próspero y pacificado debía renunciar “para mejorar la imagen internacional”?
              Todo lo que dicho general expresó al Corriere della Sera no fue sino una colección adicional de clavos en su ataúd: el “retorno a la normalidad” (es decir, que se fueran Pinochet y la Junta) “no admitía un plazo superior a cinco años”; debería elaborarse “un programa” en que intervinieran los civiles, porque, si no, se arriesgaba a que “precipitaran la situación”. ¿Quiénes? ¿Un “golpe civil” contra un “gobierno militar”? Parece que la historia enseña que los golpes que resultan son al revés. Y remachaba el último clavo: “Desgraciadamente, para todo esto no hay comprensión en la autoridad, que debería comprenderlo mejor que nadie”.
              Le preguntó entonces Corriere della Sera que haría él, Leigh, si fuera Presidente. Respuesta: “Exactamente todas las cosas que he dicho”. “¿La Consulta Nacional? No debió celebrarse”. “¿El caso Letelier? Un problema muy delicado. Condeno vigorosamente ese crimen.” Añadía que si hubiera “una implicación de Chile “, o “de organismos del país”, “yo consideraría muy seriamente mi posición en la Junta”.
              A esas alturas la Junta estaba informada de la participación de la DINA en el caso Letelier, así es que el general estaba planteando renunciar ya, es decir, generar una crisis nada menos que en la Junta de Gobierno.
El mismo día en que se conoció la entrevista, Merino le pidió a Leigh que la desautorizara, pero éste no sólo no lo hizo, sino que en un reportaje radial reafirmó sus dichos. Al día siguiente la Junta almorzó en su sede, el Edificio Diego Portales y sus miembros se levantaron de la mesa en medio de gritos y recriminaciones.
              Pinochet no se resolvía a actuar, pero un comité de sus ministros, sin saberlo él (y más resuelto que él), sí. A la cabeza estaba el menos pensado, el de Hacienda, Sergio de Castro, quien se había convencido de que el propósito de Leigh era crearle un gravísimo problema a Pinochet y estaba actuando de consuno con algún partido político: “Le habrán dicho que es alto (era bajo), peludo (era bastante calvo)  y buenmozo (discutible), y se lo habrá creído”, declaró de Castro años después (21).

Un “comité de ministros” resuelto
              El comité de ministros actuó por su cuenta. Lo integraban Sergio Fernández, de Interior; Hernán Cubillos, de Relaciones Exteriores; Mónica Madariaga, de Justicia; Sergio de Castro, de Hacienda; y el almirante Luis Niemann, de Educación, más los generales Sergio Covarrubias (Estado Mayor Presidencial), René Vidal (Secretaría General de Gobierno, todavía no reemplazado), Julio Canessa (Comisión Nacional de Regionalización) y Odlanier Mena (CNI). Este comité ad-hoc actuaba como una asesoría política presidencial y de él surgió la idea de que el Gabinete escribiera una carta a Leigh criticándolo y solidarizando con Pinochet, Merino y Mendoza. Actuaron, se reitera, por su cuenta y sin conocimiento del Presidente… pero es difícil que éste no lo haya sabido.
              En una siguiente reunión, recuerda de Castro (22) “noté que tanto el contralmirante Luis Niemann de Educación como el general Canessa de Conara, no estaban muy convencidos de enviar esa carta. Estaba el problema de que por una parte eran ministros de Estado, pero por otra dependían de sus respectivas instituciones. Recuerdo que Canessa señaló que esto era muy delicado y que convenía darle a Leigh la posibilidad de una salida porque era peligroso acorralarlo. Estaba muy alarmado por la capacidad militar de la Fuerza Aérea. Yo no estuve de acuerdo y de una manera quizás un tanto brusca golpeé la mesa y dije que por el contrario, lo que había que hacer era no dejarle ninguna salida y que tenía que irse porque era evidente que era él quien intentaba acorralar al Presidente”.
              Al final hubo unanimidad para mandar la carta. Como no había acuerdo sobre el texto y existía sólo un borrador confeccionado por Jaime Guzmán por encargo de Fernández, se pensó convocar a una reunión posterior para firmarla. Pero de nuevo de Castro demandó finiquitar la carta en el acto y así se hizo: mandaron pasar en limpio el borrador de Guzmán y hacia las 22 horas la firmaron.
              En ella le manifestaban a Leigh su total discrepancia con lo que había declarado al diario italiano, la inoportunidad de la fecha que había elegido (cuando nos visitaban comisionados de derechos humanos de las Naciones Unidas), la sorpresa porque Leigh apareciera ignorando el itinerario político establecido en Chacarillas y la esperanza de que el periodista italiano lo hubiera malinterpretado.
              Los ministros no hicieron pública la carta, pero sí dijeron a la prensa que la habían enviado “libre y espontáneamente”. Leigh la recibió a mediodía del jueves 20 y el Consejo Aéreo la analizó el viernes 21. En su seno había cuatro posiciones: no responder, escribir a Pinochet delatando la insolencia de los ministros, esperar o abandonar la FACH el gobierno.
              De los 19 miembros del Consejo Aéreo, 17 eran incondicionales de Leigh. No lo eran Javier Lopetegui, agregado aéreo en Washington, ni Fernando Matthei, ministro de Salud, ninguno de los cuales asistió al Consejo del 21.
Leigh le mandó pedir a Matthei su renuncia a la FACH y éste se la anunció para el lunes 24.
              Merino visitó a Leigh y le pidió que renunciara a la Junta, pero éste desechó la idea, restándole toda seriedad a la petición. Y en sólo una carilla respondió al Consejo de Ministros declarándolo “jurídicamente inexistente” y carente “de representatividad para dirigirse a las más altas autoridades del país.”
En fin, reiteró sus declaraciones al diario italiano y declaró no aceptar lecciones de quienes no habían vivido cabalmente el 11 de septiembre de 1973.
              En seguida hizo pública su respuesta, lo que llevó a los ministros a publicar, también, su carta. La crisis tomó así pleno estado público.
              El viernes 21 Pinochet se reunió con los generales de la guarnición en el Edificio Diego Portales mientras Leigh lo hacía con los de la Aviación en el Ministerio de Defensa.
              El sábado 22 Leigh fue visitado por el general de Aviación José Martini, segundo en el escalafón; el coronel de Aviación y abogado Julio Tapia y su asesor, el abogado radical Jorge Ovalle. Ante los rumores de destitución, concluyeron que no había armas legales para materializarla. Se equivocaban. Había una.
              A esa hora Roberto Kelly, Sergio Fernández y Sergio de Castro convencían al general Matthei de no renunciar a su ministerio ni a la FACH.

Endurecimiento de posición
              El almirante Merino procuró negociar una salida, ofreciendo al ya mencionado segundo hombre de la FACH, general José Martini, reemplazar a Leigh, pero ambos recién nombrados acordaron rechazar la oferta.
              Leigh se creía más firme de lo que era. Es verdad que tenía el respaldo de todos sus generales y que el decreto ley N° 527, Estatuto de la Junta, establecía que la remoción de un miembro sólo procedía en caso de su “imposibilidad absoluta”. Pero quedó demostrado que “imposibilidad absoluta”, paradójicamente, es un término relativo, pues otro artículo del Estatuto determinaba que sólo los tres restantes miembros de la Junta podían determinar cuándo la había.
              El general Leigh creía que su postura era tan firme que el lunes 24 acudió a una reunión de la Junta en la oficina de Pinochet, en el quinto piso del Edificio Diego Portales, llevando en la mano un documento que, él conjeturaba, iba a solucionar la crisis: anunciaba que la Junta se reunía en sesión permanente “hasta dejar clarificado el itinerario de restauración institucional” (23).
              Pero a esa hora el Ejército había rodeado todas las bases de la FACH en el país, incluida la principal, El Bosque, y también había rodeado el Edificio Diego Portales.
              Los restantes miembros de la Junta criticaron acerbamente a Leigh y Pinochet replicó al papel que el primero portaba extrayendo otro con la enumeración de las veces en que había contradicho públicamente a la Junta.
              Los tres miembros restantes de ésta le pidieron que renunciara. Se negó. Le dijeron que tenían listo el decreto destituyéndolo. “Hagan lo que quieran”, dijo, “pero es ilegal”. Y se retiró.

El destino trabaja por su cuenta
El lunes 24 el general Matthei iba a presentarle su renuncia a Leigh a la Fuerza Aérea, como había quedado de hacerlo. Pero esa mañana en la Avenida Costanera lo adelantó en auto Roberto Kelly, que había recibido la misión de informar a Merino en Viña de que Leigh iba a ser destituido. Merino se había mostrado conforme, de todo lo cual Kelly informó a Pinochet.
Kelly se extrañó de que Matthei, en lugar de seguir en su auto y encaminarse al Ministerio de Salud, en calle Monjitas, entrara junto con él al subterráneo del Edificio Diego Portales.
“-- ¿Por qué viniste, tienes alguna ceremonia?
“—Vengo a presentar mi renuncia a la FACH y te vi pasar. Voy a comunicarle lo mismo a Sergio Fernández.
“Sorprendido –sigue Kelly-- le pregunté por qué había tomado esa decisión. (…) Ambos subimos a la oficina de Fernández, quien llegó un rato más tarde seguido de Sergio de Castro” (24).
Matthei finalmente fue disuadido por los tres ministros de renunciar a la FACH, porque si lo hubiera hecho no podría haber sido después Comandante en Jefe y miembro de la Junta en reemplazo de Leigh. En consecuencia, permaneció en una oficina del Diego Portales a la espera de los acontecimientos.
A las 9.30 lo citó Pinochet y le dijo:
“-- Mire, Matthei, echamos a Leigh y lo hemos nombrado a usted Comandante en Jefe de la FACH y miembro de la Junta. Así que proceda a asumir el mando de su institución”.
Entretanto, la ministra de Justicia, Mónica Madariaga, había redactado el decreto de destitución de Leigh, que fue enviado a la Contraloría, donde demoraron su toma de razón por variadas razones burocráticas, pero finalmente lo despacharon al ministro de Defensa, general César Raúl Benavides, con el timbre “totalmente tramitado”.
Entonces Benavides bajó dos pisos e irrumpió en la reunión de los generales de la FACH y le comunicó a Leigh que había sido destituido y debía marcharse. A los demás les indicó que debían dispersarse.
Leigh manifestó que sólo podía destituirlo un decreto y Benavides se lo exhibió, diciéndole, “Aquí está el decreto”.
Renunciaron ocho generales de la FACH más antiguos que Matthei y también los demás, salvo Lopetegui, que estaba en Washington, y el propio Matthei. Éste se dedicó metódicamente a ascender a los respectivos coroneles, reuniéndose con la mitad de ellos en Cerrillos y con la otra mitad en El Bosque, dejando el alto mando inmediatamente reconstituido, mientras los renunciados almorzaban por última vez en el comedor de la Comandancia en Jefe.
Todos los renunciados y casi todos los ascendidos fueron a ver a Leigh esa tarde a su casa. A Matthei lo fue a ver menos gente: unos pocos amigos y algunos ministros, encabezados por Hernán Cubillos (25).

Expectación pública y atentado
La Segunda, vespertino que yo entonces dirigía, pudo informar de todos los acontecimientos, porque sucedieron a la “hora perfecta” para el diario y para quedar los acontecimientos cubiertos a la salida del mismo a la calle, a las 14 horas. Vendió ese día más de 80 mil ejemplares, tres veces más que lo habitual, tras sacar las respectivas ediciones extra.
El general Leigh, ya retirado, se dedicó al corretaje de propiedades y fue víctima años después, en su oficina, de un atentado del brazo armado comunista, el FPMR, junto a su socio como corredor y también general (r) Enrique Ruiz Bunger, que había sido Director de Inteligencia de la FACH. Ambos sobrevivieron a las balas, pero Leigh quedó muy disminuido y perdió un ojo. Su socio y camarada también quedó malherido y con un brazo inmovilizado. Más encima ha sido posteriormente perseguido por la prevaricación de la justicia de izquierda, a raíz de la muerte de dos terroristas del MIR en los ’70, hechos prescritos. Falleció ya nonagenario y semiinválido, en 2017, tras ser llevado desde el penal de Punta Peuco al hospital institucional.
Sus agresores seguramente están entre los indultados e indemnizados por Aylwin y gozan de trabajo garantizado por “instituciones humanitarias” en Europa.
Pues los guerrilleros, tanto del MIR como del FPMR, o sus familiares, han recibido, en tanto, múltiples beneficios legales y previsionales, como indemnización por haber sido privados por los uniformados del “derecho” a tomarse el poder por las armas y establecer en Chile un régimen totalitario sin elecciones ni plazo de término.

La versión de Pinochet
              El Presidente de la Junta emitió un comunicado en el cual explicaba:
              “En repetidas ocasiones y en distintas instancias, se le ha representado al señor General que su posición envuelve el retorno a un pasado que el país no debe volver a sufrir, pues éste es un Gobierno que no es de mera rectificación de las viejas estructuras. De estos hechos guardamos permanente silencio y discreción hasta que se agotaron las gestiones para convencer al señor Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea que su posición era día a día más incompatible con los principios por los que él mismo luchó en otro tiempo.
              “Tan lamentable proceso ha culminado en los últimos días con declaraciones hechas para ser difundidas en el extranjero, que por su contenido comprometen la seguridad nacional y resultan, además, lesivas para el Gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden. La Junta de Gobierno, en uso de las facultades que le confiere el Decreto Ley 527 de 1974, ha acordado, por unanimidad, que la conducta del señor General Leigh tipifica la imposibilidad absoluta de continuar ejerciendo, desde esta misma fecha, los cargos de miembro de la Honorable Junta de Gobierno y Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile” (26).
              El general Matthei prestó juramento y se hizo cargo de su nueva y alta función de Comandante en Jefe y miembro de la Junta en circunstancias muy delicadas, pero actuó bien y, como él mismo declaró: “El único peligro era que la Fuerza Aérea no aceptara mi mando, pero tal como lo declaré ante la prensa, lo aceptaron como algo inevitable. No hubo nadie que dijera ‘un momentito, mi general’. A los dos meses tenía a la Fuerza Aérea funcionando perfectamente” (27).
              Lo de Leigh tenía ramificaciones. Años después, el dirigente sindical de izquierda Clotario Blest confesó, ante una pregunta de la escritora Mónica Echeverría:
              “Me comentaron algunos integrantes del CODEHS que el equipo de Leigh había tomado contacto con usted meses antes.
              “Efectivamente, algunos compañeros de la ANEF me invitaron a una reunión en la oficina de un connotado abogado. Allí me insinuaron que se preparaba un golpe contra Pinochet por parte de la Fuerza Aérea y me preguntaron si yo estaría dispuesto a apoyarlos, ofreciendo a cambio un alto puesto en el futuro gobierno.
              “¿Qué les contestó usted?
              “Les dije que ya en el año 1956 el movimiento Línea Recta me había hecho la misma proposición y yo me había negado rotundamente, porque ustedes comprenderán, agregué, que no estoy dispuesto a participar en ninguna aventura golpista dirigida por uniformados, pues no creo en los ideales democráticos de ellos. Pese a mi negativa, volvieron a insistir semanas después, varias veces” (28).

Grandes pasos hacia la nueva Constitución
              El año 1978 fue uno de los más trascendentales de la Revolución Militar, en términos de los acontecimientos que sucedieron: Consulta Nacional, amnistía, destitución del general Leigh y, según pronto veremos, cuasi guerra con Argentina (y potencialmente con Perú y Bolivia).
              Pues bien, además lo fue porque el 16 de agosto de ese año la Comisión de Estudios para la Nueva Constitución, Comisión Ortúzar o Comisión Constituyente, que había trabajado durante casi cinco años (recuérdese que comenzó a reunirse muy poco después del 11 de septiembre de 1973), hizo entrega, mediante la persona de su Presidente, Enrique Ortúzar Escobar, de un anteproyecto de Constitución al Presidente de la República.
              Las actas de la Comisión están contenidas en doce grandes tomos, en el formato de las actas de sesiones del antiguo Congreso Nacional, pues el trabajo de transcripción y edición lo hicieron jefes y funcionarios del Parlamento declarado en receso. Sergio Fernández dice que la Comisión celebró más de 400 sesiones durante cinco años y que para los “duros” del Gobierno, que habrían preferido seguir con el sistema de las Actas Constitucionales, la entrega del proyecto fue un golpe. Había “una decisión irreversible de institucionalización”.
              El siguiente día 11 de septiembre Pinochet, en su discurso aniversario de la efeméride, se refiere al anteproyecto y anuncia que el próximo paso es consultar al Consejo de Estado, el que emitirá un informe para que finalmente sea la Junta, con la colaboración técnica de la Comisión Constituyente, la que apruebe la redacción definitiva. Ésta se consultará a la ciudadanía mediante plebiscito.
Pero el Presidente del Consejo de Estado, Jorge Alessandri, devuelve al gobernante el anteproyecto cuando lo recibe, con la observación de que no tiene la forma de un texto articulado, que es la propia de una Constitución. Y entonces Pinochet a su turno lo devuelve a Ortúzar y la Comisión Constituyente, por fin, el 18 de octubre le remite al Presidente de la República el texto articulado que solicita el Consejo.
              Éste terminará su labor sólo el 8 de agosto de 1980, tras 21 meses y 57 sesiones plenarias, y entregará cuatro extensos documentos con un total de 350 páginas (29).
               
Tarea urgente: aplacar a EE. UU.
Siendo indispensable remediar los efectos negativos que la actuación de oficiales chilenos en el caso Letelier había tenido en nuestras relaciones con el país del norte, en especial habiendo allá un gobierno demócrata, como el de Jimmy Carter, se hizo evidente que era preciso entregar al autor material del atentado, el norteamericano Michael Townley.
Los norteamericanos ya habían comprobado que las fotografías de los pasaportes visados en Paraguay por la embajada norteamericana para unos supuestos “Juan Williams Rose” y “Alejandro Romeral Jara” eran de Townley y Armando Fernández Larios, un teniente chileno.
Por añadidura, fue acreditado en Chile como embajador George Walter Landau, que había sido embajador en Paraguay cuando se había extendido los pasaportes.
Con el propósito de llegar a un acuerdo a ese respecto viajaron a Washington el 7 de abril el subsecretario del Interior, general Enrique Montero Marx, y un abogado externo contratado para colaborar en el caso, Miguel Alex Schweitzer, hijo del ex ministro de Justicia. Allí negociaron con el fiscal encargado del caso, Eugene Propper, y su adjunto, Larry Barcella, los términos de un pacto para expulsar a Townley de Chile (30).
En el plano internacional, agravaba las cosas el que la izquierda chilena y mundial se hubiera movido para que en 1978 se declarara un boicot a las exportaciones e importaciones chilenas hacia y desde puertos norteamericanos y europeos.
Pero la situación de los presos o condenados de izquierda en Chile, que era motivo de la campaña de desprestigio internacional del Gobierno bajo el pretexto de los “atropellos a los derechos humanos”, fue suavizada por el Gobierno y el 15 de abril de 1978 éste accedió a que 109 personas que se encontraban en la cárcel por atentar contra la Ley de Seguridad Interior recibieran autorización para dejar el país.
Estas situaciones se han contabilizado como “exilios”, en circunstancias  que el Gobierno sólo de manera excepcional expulsó gente del país y si hubo alto número que viajó al extranjero fue porque, estando sometidos a proceso por atentar contra la seguridad interior, obtenían de otras naciones el ofrecimiento de viajar a ellas como refugiados, generalmente en situaciones económicas ventajosas y con trabajo asegurado en Europa y Canadá, y las mismas personas deseaban dirigirse al exterior. Luego, no eran “exiliadas” (31).
             
El “equipo civil” es mayoría
              Entre abril y diciembre de 1978 se formó una mayoría de ministros civiles en el gabinete. Inicialmente partió con la ya referida designación de Sergio Fernández, que había sido ministro del Trabajo y después Contralor General, en la cartera de Interior. Hasta, en algún momento, se habló de que él pasaría a ser una especie de Primer Ministro, pero en el hecho eso no sucedió, aunque recibió de Pinochet la misión de formar el resto del gabinete.
              Junto con él juró en Defensa el general César Raúl Benavides, que años después sería vicecomandante del Ejército y, como tal, miembro de la Junta de Gobierno.
              En abril también asumió, como antes dijimos, Hernán Cubillos como ministro de Relaciones Exteriores. Posteriormente, en diciembre, ingresaron al gabinete Gonzalo Vial, abogado, historiador y educador, en Educación, sustituyendo al almirante Luis Niemann; en Trabajo y Previsión Social asumió José Piñera, economista doctorado en Harvard, que impulsaría trascendentales reformas de orden laboral, previsional y, posteriormente, como ministro de Minería, relativas a la propiedad minera, lo cual consagraría la condición esencial para que fluyera la inversión de esa especialidad al país, tras crearse el derecho real de concesión minera a privados. Sustituyó al abogado Vasco Costa. Y el Chicago Boy Miguel Kast asumió en Odeplán, sustituyendo a Kelly, quien fue designado en Economía.
En Vivienda, en cambio, asume un general (r), Jaime Estrada, reemplazando al civil Edmundo Ruiz; y en Minería otro uniformado, el capitán de Navío Carlos Quiñones, tomó el lugar de Enrique Valenzuela. Como recién se dijo, en Economía, Fomento y Reconstrucción quedó Roberto Kelly, que antes había sido el alma de la adopción por parte del Gobierno Militar del modelo económico inspirado por El Ladrillo y quien lo recopiló y ordenó imprimir y distribuir; y en Agricultura juró Alfonso Márquez de la Plata, ingeniero agrónomo y ex presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura.
              Curiosamente, José Piñera fue recusado por la Fuerza Aérea, argumentando que era próximo a la DC. En realidad, su padre había sido toda la vida militante de ese partido, como también sus hermanos, pero José participaba plenamente de las líneas fundamentales de la política de libre mercado del Gobierno Militar. Sergio de Castro debe hablar con Fernández, a raíz del “veto aéreo” y éste con Pinochet, hasta lograr superarlo y nombrarse a Piñera en Trabajo (32).
              Como se aprecia, para equilibrar las cosas ante el ingreso de más civiles al gabinete, el Presidente ha designado a dos uniformados en reemplazo de civiles: en Vivienda al general de Ejército (r) Jaime Estrada y en Minería al capitán de navío Carlos Quiñones. El primero favorable y el segundo adverso al modelo de Chicago.
              En todo caso, sólo quedaron siete militares: los dos recién nombrados; el general César Raúl Benavides en Defensa; el coronel de Aviación Mario Jiménez en Salud; el general de Carabineros Lautaro Recabarren en Tierras y Colonización; el general Julio Fernández en la Secretaría General de Gobierno, reemplazando a su similar René Vidal; y el general Sergio Covarrubias en la Secretaría General de la Presidencia.
              En las carteras de Justicia y Obras Públicas continuaban, respectivamente, los civiles Mónica Madariaga, ex abogada de la Contraloría General de la República, emparentada con el Presidente Pinochet y persona de su confianza; y Hugo León, ingeniero civil y ex dirigente de la construcción.
              Completaba el ministerio el Chicago Boy  José Luis Federici, en Transportes y Telecomunicaciones.
              También existía ya en 1978 una asesoría política civil e informal del Ejecutivo, conocida por la sigla ASEP, por la cual pasaron importantes políticos de larga trayectoria: Francisco Bulnes Sanfuentes, ex senador del Partido Nacional; Juan de Dios Carmona, ex senador y ex ministro democratacristiano (que había renunciado al partido); Sergio Diez, también ex senador, pero del Partido Nacional; el ex senador radical Ángel Faivovich; y el abogado y decano de Derecho de la Universidad de Chile, Hugo Rosende, que había sido senador del desaparecido Partido Conservador.
              Asimismo, el ministro del Interior, Sergio Fernández, en sus memorias políticas revela que mantuvo un permanente contacto –en visitas privadas que les hacía— con los ex Presidentes Jorge Alessandri y Gabriel González Videla, que eran, respectivamente, presidente y vicepresidente del Consejo de Estado. “González Videla –dice—se había alejado de las visiones estatistas de su juventud. En la época de sus conversaciones conmigo propiciaba el establecimiento de un sistema de amplia libertad económica y social”.

José Piñera “desmonta” el boicot
              El dirigente sindical de la AFL-CIO norteamericana, George Meany, había enviado un ultimátum amenazador al Presidente Pinochet en los siguientes términos:
              “Si el 28 de noviembre de 1978 no he recibido una respuesta satisfactoria de parte del presidente Pinochet sobre las libertades sindicales en Chile, la AFL-CIO estará dispuesta a cooperar con todos los sindicatos hermanos de la América latina y del Caribe para montar una acción internacional contra la represión del gobierno chileno sobre sus trabajadores…” (33).
              Pasó el 28 de noviembre, pero el ministro del Trabajo, José Piñera, quien durante sus veranos universitarios en los Estados Unidos había trabajado en la Casa W. R. Grace de Wall Street, del magnate financiero e influyente hombre de negocios, Peter Grace, con antiguos y muchos negocios en Chile, aprovechó este contacto y consiguió traer al magnate al país en diciembre.
              “Grace llegó en su avión particular al aeropuerto de Pudahuel el 28 de diciembre de 1978 a las 8 de la mañana, acompañado del cubano Tony Navarro. A los nueve y media de la mañana asistió a una reunión con Sergio de Castro y José Piñera en el Ministerio de Hacienda. A las 11.45 se entrevistó con Pinochet. A las 17 horas continuaron las conversaciones con Piñera y de Castro, y a las 20 horas le ofrecieron una comida de despedida, después de la cual regresó a Nueva York.
              “Su mensaje fue inequívoco: había que cambiar el sistema legislativo laboral en Chile, como único modo de detener el boicot.
              “El 2 de enero de 1979 el ministro Piñera anunció al país los lineamientos de lo que sería conocido como el Plan Laboral, después de reunirse con dirigentes sindicales y, sobre todo, con empresarios. El mismo día el ministro del Interior, Sergio Fernández, envió instrucciones a Intendentes y Gobernadores a fin de que los directorios de los sindicatos pudieran realizar reuniones ordinarias y extraordinarias para tomar conocimiento de los detalles del Plan, en las sedes sindicales y fuera de las horas de trabajo, sin necesidad de permiso previo. (…)
“Una llamada telefónica de Grace a Piñera trajo la noticia: el boicot norteamericano se suspendía hasta la primera semana de julio de 1979. Por primera vez Piñera empleó el citófono para comunicarse con Pinochet y le dio la buena nueva (34).

Nueva amenaza de boicot
              Pero el 29 de noviembre una organización sindical interamericana, ORIT, levantó otra amenaza de boicot contra Chile. La publicación de la noticia suscitó una respuesta masiva en la Plaza Bulnes de Santiago, a la que concurrió un número imprevisto de personas que desfilaron durante horas. Fue presidida por la Junta de Gobierno.
              El acto sorprendió no sólo por su magnitud, pues la concurrencia fue espontánea, sino porque los representantes de los trabajadores no-marxistas expresaron un decidido apoyo al Gobierno. Hubo concentraciones similares en Arica, Antofagasta, Copiapó, Concepción, Temuco y Puerto Montt.
              Se dirigió a la ciudadanía el presidente del Sindicato de Industrias Metalúrgicas, Nelson Aguilar, quien repudió la amenaza de boicot diciendo: “Nosotros los chilenos tenemos el orgullo de decir que hemos sabido enfrentarnos a cualquier tipo de problema y siempre hemos logrado salir adelante, con esfuerzo, con empuje y con hombría”.
              Después el presidente de la Confederación Marítima de Chile, Martín Bustos, manifestó: “Nos encontramos frente a la mayor agresión que la ambición de unos pocos  y la desinformación de muchos han permitido montar en contra de nuestro país (…) A los gestores de este boicot, preparado en contra de Chile, no les importa traer hambre y pobreza a la clase trabajadora”.
              Pinochet también habló y destacó los logros en beneficio de los trabajadores:
              “A pesar de estar privados de todo tipo de ayuda, hemos disminuido la inflación, la extrema pobreza y hemos ordenado la economía hacia un pleno desarrollo.
              “Fortalecimos los sindicatos de base, que son los genuinos representantes de los trabajadores.
              “Capacitamos a más de 150.000 trabajadores mediante becas de perfeccionamiento, proporcionadas por el sistema de capacitación creado bajo este Gobierno.
              “Creamos una carrera docente que dignifique a los trabajadores de la educación.
              “Hemos puesto término a la desigualdad en la asignación familiar.
              “Se dio término a la odiosa diferencia entre empleados y obreros.
              “Se cumplió en toda su extensión los convenios colectivos, con sanción de acuerdo al rigor de la ley a los que pretenden desconocer aquellos actos.
              “Se dio asignación maternal a la madre trabajadora, asignación de movilización, de colación y de ingreso mínimo para los trabajadores.
              “Se otorgó subsidio de cesantía para los trabajadores del sector público y privado que pierdan sus fuentes de trabajo.
“Se amplió las pensiones asistenciales para inválidos y ancianos.
“Se efectuó un reajuste automático de remuneraciones tres veces al año, iguales al 100 % del alza del costo de la vida en el mismo período.
“Hoy pueden constituirse dentro de una misma empresa uno o más sindicatos, industriales o profesionales.
“Consecuencia de esa libertad, se ha entregado al trabajador la decisión de afiliarse o no a una entidad sindical, con lo cual se ha eliminado el carácter obligatorio de las cotizaciones, lo que antes se prestó a abusos e injusticias y se arrebató la libertad.
“En el futuro, cada trabajador determinará libremente a qué federación, confederación o entidad fuera de la propia empresa se destinará esa cuota, respecto de la cual, con anterioridad, no disponía de medio alguno para controlar su uso efectivo” (35).
La respuesta interna masiva y cohesionada echó por tierra el intento de boicot de la ORIT.

Argentina desconoce el fallo del Beagle
              Otro de los hechos que hizo al año ’78 uno de los más difíciles que debió enfrentar la Junta fue el desconocimiento argentino del fallo de S. M. Británica sobre el Canal Beagle del año anterior, que había declarado como chilenas las islas Lennox, Picton y Nueva, pretendidas por Argentina.
              El gobierno vecino comunicó por Nota Diplomática al chileno que “había decidido declarar insanablemente nula la decisión del árbitro”.
Pero esa actitud transandina no resistía análisis. “Como lo ha señalado el ex embajador Gutiérrez Olivos, bastará remitirse a la opinión que ese documento mereció a una de las mayores eminencias del Derecho Internacional contemporáneo, el profesor Charles Rousseau, de la Universidad de París, quien escribió: ‘La Declaración de Nulidad de fecha 25 de enero de 1978 es un documento de diez páginas dactilografiadas que prueba hasta la evidencia que ciertos almirantes sudamericanos tendrían gran necesidad de seguir cursos nocturnos de Derecho Internacional’” (36).
              Habían tenido lugar conversaciones infructuosas entre los Presidentes, generales Videla y Pinochet, en el aeródromo de Plumerillo, en Mendoza, el 19 de enero. La reunión había durado todo el día. Las diplomacias respectivas estaban ausentes. El asistente de Pinochet era el coronel Ernesto Videla, que después tuvo un importante papel en el Tratado de 1984.
              Se llegó a unas actas de acuerdo, pero fueron objetadas por un representante naval de Argentina, que pretendía que Chile se obligara a retirar sus fuerzas de las islas disputadas. Recuerda Pinochet: “Fue necesario que redactáramos y corrigiéramos más de cuatro o cinco veces el ‘Acta de Mendoza’, pues un señor general de Infantería de Marina argentino quería incorporar sus ideas, hasta que lo objeté en forma dura y brusca, lo cual obligó al Presidente Videla a resolver que dicho oficial no participara más en la redacción del documento" (37).
              Después hubo otra reunión de ambos Presidentes en febrero de 1979, en el aeropuerto de El Tepual, Puerto Montt. Se firmaron allí las actas de Plumerillo, sin el agregado que pretendía el representante naval argentino. Pinochet dice que Chile se atendrá a la juridicidad del laudo y a los tratados vigentes entre ambos países. Videla es criticado en Buenos Aires por no reaccionar ante eso y emite una declaración tonante: “El laudo arbitral no existe; el camino justiciable está terminado”.
              Entonces Chile tiene hasta noviembre para recurrir ante La Haya en pos del cumplimiento del laudo. Argentina sostiene que La Haya significa la guerra. El nuevo canciller chileno, Hernán Cubillos, piensa en una mediación papal como alternativa.

El nudo de la cuestión
              Como antes se señaló, la tesis Argentina derrotada sostenía que el curso del canal Beagle viraba hacia el sur antes de las islas Picton, Lennox y Nueva y que las mismas quedaban al oriente del meridiano del Cabo de Hornos, en el Atlántico, meridiano que originaba una recta hacia el norte que determinaba la frontera entre los dos países, de acuerdo con el principio bioceánico, según el cual nuestro país no podía pretender punto alguno hacia el Atlántico ni Argentina punto alguno hacia el Pacífico.
              La tesis chilena, confirmada por el laudo, era que el Beagle corría de oriente a poniente y, por tanto, de acuerdo con el Tratado de 1881 entre ambos países, todas las islas al sur del Canal, hasta el Cabo de Hornos, eran chilenas.
              Recuérdese también que Chile se había apresurado, apenas dictado el fallo, a nombrar alcaldes de mar en las tres islas y precisar sus aguas territoriales, todo por decreto N° 416 de julio de 1977 ya referido en el capítulo anterior.
              Argentina optó por la amenaza de guerra si no se accedía a sus pretensiones y durante todo 1978 montó un verdadero espectáculo de preparativos bélicos, con traslado de tropas al sur, cañoneos de alto calibre cerca de la frontera, vuelos de aviones de combate en las madrugadas hasta tocar la frontera con Chile y el también operático (recuérdese la también operática visita el año anterior del almirante Torti) envío por ferrocarril de miles de ataúdes hacia la zona austral.
              Todo ello obligó a nuestro país a un despliegue militar, naval y aéreo que no tenía previsto y que irrogó ingentes gastos no presupuestados, sobre todo a raíz de la Enmienda Kennedy, que prohibía a los Estados Unidos vender armas a Chile.
              Hubo persecución contra chilenos en el sur argentino, distinguiéndose por su odiosidad el gobernador Néstor Kirchner, de Santa Cruz, pese a ser hijo de madre chilena de apellido Ostoic, una de las familias más conocidas de Punta Arenas (no obstante lo cual Kirchner decía que su madre era “croata”).
              Argentina envió a su único portaaviones a la Isla de los Estados, en la zona austral y todo parecía anunciar la ruptura de hostilidades. El Presidente Pinochet había sido categórico para desechar toda posibilidad de una concesión territorial y para reducir cualquier negociación a las aguas territoriales.
              Hacia el 20 de diciembre de 1978 la guerra parecía inminente y las órdenes despachadas por el Almirante Merino a la escuadra surta en los archipiélagos australes eran de abrir fuego ante cualquier señal de invasión marítima. Por tierra, los ejércitos estaban enfrentados y menudeaban incidentes fronterizos que podían provocar el conflicto generalizado.
              Pero un violentísimo temporal se desató sobre la zona austral y pareció afectar más a la Isla de los Estados y a la marina argentina que a la chilena, al menos según lo que afirmaban las noticias.
              En la fecha crítica, que caía en un sábado previo a la Navidad, yo me hallaba en la mañana en mi oficina de la dirección de La Segunda. Cerca del mediodía, cuando ya tenía que despachar el titular del diario, recibí un llamado anónimo desde el Ministerio de Defensa, cuyas palabras aproximadas fueron:
              “Soy un oficial de la Armada, pero no le puedo dar mi nombre. Quiero informarle que la Armada argentina, cuyo track tenemos rigurosamente controlado, ha levado anclas en la zona austral y se dirige hacia el norte, hacia Puerto Belgrano.”
              Esto significaba que el peligro inminente de guerra había pasado. Como director del diario yo tenía que elegir entre titular o no con la información anónima que había recibido. Me arriesgué y La Segunda fue el primer medio que anunció el regreso al norte de la fuerza naval argentina, que era efectivo, y, por tanto, lo mismo lo era el término del peligro de guerra inminente en la zona insular austral.
              El 22 de diciembre el Papa Juan Pablo II anunció su mediación en el conflicto. Nuestro país se plegó sin vacilar y Argentina con reticencia, pero a las 18.30 de ese mismo día lo anunció. El peligro de guerra había pasado.

Balance económico anual
              El año 1978 el país siguió creciendo fuerte, aunque no tanto como en el ejercicio anterior: 8,2%. Y la inflación volvió a caer a menos de la mitad del ejercicio anterior: el IPC aumentó 30,3%.
La Tasa de Inversión en Capital Fijo subió a 14,5 % del PIB, desde el 13,3 % del año anterior.
              El desempleo en todo el país subió levemente a 13,6 %.
              El déficit fiscal siguió bajando, esta vez al 0,8 % del PIB. El equilibrio fiscal era inminente.
La situación externa se deterioró. El saldo de la Balanza Comercial fue negativo en -782,6 millones de dólares, superior en más de tres veces al del año anterior. El saldo negativo de la Cuenta Corriente aumentó a -1.087,9 millones de dólares, cerca del doble del año anterior. Y la Deuda Externa llegó a 6.664 millones de dólares. La Cuenta de Capitales de la Balanza de Pagos arrojó un gran superávit: 1.234 millones de dólares. Ingresaban cada vez más capitales externos al país.
El saldo de la Balanza de Pagos fue de nuevo positivo y mayor y llegó a 712 millones de dólares (38).
Las Reservas Internacionales Brutas del Banco Central llegaron a mil 58 millones de dólares, con un aumento de 784 millones 700 mil dólares respecto del año anterior (39).

REFERENCIAS DEL CAPÍTULO VI:
(1) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit., t. II, p. 363.
(2) Ekaizer, Ernesto: “Yo, Augusto”, op. cit., p. 348.
(3) “Qué Pasa”, 25 de septiembre de 1975.
(4) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op. cit., t. I, p. 286.
(5) Ídem.
(6) Ídem.
(7) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit., t. I, p. 280.
(8) Huneeus, Carlos: “El Régimen…”, op. cit., p. 293,294.
(9) Cuevas, Gustavo: “Pinochet…”, op. cit., p. 97.
10) Ibíd., p. 221.
(11) Huneeus, Carlos: “El régimen…”, op. cit., ps. 320, 321.
(12) Gonzalo Vial: “Historia de Chile 1891-1973”, Santillana del Pacífico, Santiago, 1983, volumen II, p. 44.
(13) Ley N° 6.885, publicada en el Diario Oficial de 17 de abril de 1941.
(14) Echeverría, Mónica: “Antihistoria…”, op. cit., p.352.
(15) Mario Correa Bascuñán: “Una Visión Olvidada”, Geniart, Santiago, 1996, p. 211.
(16) “El Mercurio”, Santiago, 22 de abril de 1978, p. 12.
(17) Osorio, Víctor y Cabezas, Iván: “Los Hijos de Pinochet”, Planeta, Santiago, 1995, p. 238.
(18) Echeverría, Mónica: “Antihistoria…”, op. cit., ps. 353,354.
(19) Ekaizer, Ernesto: “Yo, Augusto”, op. cit., p. 350.
(20) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit.,  t. I, p. 328.
(21) Arancibia, Patricia: “Sergio de Castro…”, op. cit. p. 301.
(22) Ibíd., p. 302.
(23) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit., t. I, p. 335.
(24) Arancibia, Patricia: “Conversando con Roberto Kelly”, op. cit., p.247.
(25) Vial, Gonzalo: “Pinochet…”, op. cit., t. I, p.337.
(26) Pinochet, Augusto: “Camino…”, op. cit., t. II, p. 182.
(27) Schiappacasse, Mauricio: “Augusto Pinochet: Un Soldado de la Paz”, Maye, Santiago, 2009, p. 32.
(28) Echeverría, Mónica: “Antihistoria…”, op. cit., p. 361.
(29) Rojas Gonzalo: “Chile Escoge…”, op. cit., t. I, p.317.
(30) Ekaizer, Ernesto: “Yo, Augusto”, op. cit., p. 348.
(31) “El Mercurio”, Santiago, 15 de abril de 1978.
(32) Rojas, Gonzalo: “Chile Escoge…”, op. cit., t. I, p. 200.
(33) Labin, Suzanne: “Chili: Le Crime de Résister”, op. cit., p. 229.
(34) Osorio, Víctor y Cabezas, Iván: “Los Hijos…”, op. cit., ps. 73, 74.
(35) Pinochet, Augusto: “Camino…”, op. cit., t. II, p. 203.
(36) Canessa, Julio y Balart, Francisco: “Pinochet y la…”, op. cit., p. 288.
(37) Pinochet, Augusto: “Camino…”, op. cit., t. II, p. 168.
(38) Banco Central de Chile, Dirección de Estudios: “Indicadores Económicos y Sociales 1960-1985”, Santiago, 1986; “Indicadores Económicos y Sociales 1960-2000”, Santiago 2001.
(39) Díaz, José; Lüders, Rolf y Wagner, Gert: “La República en Cifras", op. cit., p. 514.

(CONTINUARÁ MAÑANA)

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