Este blog nació para expresar verdades que la generalidad omitía u ocultaba. Esa es la principal motivación que me lleva a escribir en él. Y aunque lo hice ayer, hoy me ha motivado a volver a hacerlo un párrafo de una carta del diputado Nicolás Monckeberg (RN), que a mi juicio encierra todo el drama de la derecha chilena, hoy políticamente difunta, en la práctica, porque casi ninguna de las señales de vida que da son de derecha.
En carta a “El Mercurio” sobre el aborto, cuya tesis de fondo comparto, afirma Monckeberg: “La Iglesia hoy rechaza el aborto, por las mismas razones que antes defendió los derechos humanos y condenó la tortura durante la dictadura militar”.
Obsérvese que esa frase la pudo perfectamente haber escrito un comunista. Ése es el problema de la derecha: que ha adoptado el lenguaje y los puntos de vista de su peor adversario sobre el Gobierno Militar al cual apoyó. De perder el lenguaje propio a perder la identidad política hay sólo un paso. “Si hablas como tu adversario, pronto actuarás como él”. La frase es mía, pero la pongo entre comillas porque me temo que pase a ser proverbial.
¿Qué decía la Iglesia sobre el Gobierno Militar? No lo llamaba “dictadura”, desde luego. Al contrario. Porque ¿alguien recuerda lo que decía el Comité Permanente del Episcopado en 1975, cuando se habían producido las tres cuartas partes de todas las bajas registradas durante el Gobierno Militar en su defensa de la sociedad ante el terrorismo armado de extrema izquierda? Seguramente muy pocos. Decía:
“Nosotros reconocemos el servicio prestado al país por las Fuerzas Armadas, al liberarlo de una dictadura marxista que parecía inevitable y que había de ser irreversible. Dictadura que sería impuesta en contra de la mayoría del país y que luego aplastaría a esa mayoría. Por desgracia muchos otros hechos, que los propios partidarios del pasado gobierno hoy critican y lamentan, crearon en el país un clima de sectarismo, de odio, de violencia, de inoperancia y de injusticia, que llevaba a Chile a una guerra civil o a una solución de fuerza. Lo ocurrido en tantos otros países del mundo en que minorías marxistas han impuesto o tratado de imponer su dictadura contra la inmensa mayoría de sus habitantes, y no pocas veces con ayuda extranjera, era una clara advertencia de lo que podía suceder en Chile. Que estos temores no eran cosa del pasado lo demuestran entre otros, la actual situación en Portugal y lo que se puede sospechar ocurre en Vietnam del Sur o en Cambodia. Es evidente que la inmensa mayoría del pueblo chileno no deseaba ni desea seguir el destino de aquellos países que están sometidos a gobiernos marxistas totalitarios. En ese sentido, creemos justo reconocer que las Fuerzas Armadas interpretaron el 11 de septiembre de 1973 un anhelo mayoritario, y al hacerlo apartaron un obstáculo inmenso para la paz”.
Contra lo que afirma Monckeberg, la Iglesia entendía que respaldar la acción de las Fuerzas Armadas era la manera de defender los derechos humanos de los chilenos.
Añade Monckeberg que la Iglesia “condenó la tortura durante la dictadura militar”. Estoy cierto de que el diputado, ni siquiera hasta hace cinco años, llamaba así a tal gobierno. Ni lo hacían sus opositores democráticos: sólo los marxistas. Es una lástima que se haya cambiado al idioma de éstos.
En cuanto a la tortura, obviamente siempre la Iglesia la condenó, aunque no haya emitido pronunciamientos. La tortura a opositores –que ciertamente no eran terroristas— fue generalizada bajo el gobierno de Allende, tanto que el Acuerdo de la Cámara de 22 de agosto de 1973, llamando a las Fuerzas Armadas a intervenir, dijo en uno de sus párrafos:
“10. Que entre los constantes atropellos del Gobierno a las garantías y derechos fundamentales establecidos en la Constitución, pueden destacarse los siguientes: g) Ha incurrido en frecuentes detenciones ilegales por motivos políticos, además de las ya señaladas con respecto a los periodistas, y ha tolerado que las víctimas sean sometidas en muchos casos a flagelaciones y torturas”.
Reitero que los torturados durante la UP, entre ellos mis amigos y ex colegas diputados Maximiano Errázuriz y Juan Luis Ossa, no eran terroristas a los cuales fuera necesario extraer información para evitar futuros atentados, sino simplemente políticos opositores. Y los torturaban.
Y no sólo los marxistas. También bajo la DC. La revista izquierdista “Punto Final”, en su edición del 8 de agosto de 1970, publicó un circunstanciado relato de las torturas a extremistas de izquierda bajo el gobierno de Frei Montalva, durante el cual la profesora mirista Magaly Honorato murió a consecuencia de las torturas, las cuales habían sido denunciadas a la Corte Suprema por un grupo de abogados de izquierda, entre ellos Ricardo Lagos. Pero la Corte no tomó ninguna resolución al respecto. Es que la tortura en los interrogatorios era una práctica policial generalizada en Chile desde siempre. Por primera vez hubo sentencias condenatorias de ese delito, por la presión extranjera bajo el Gobierno Militar, en los casos del “Comando de Vengadores de Mártires”, a fines de los ’70, y del transportista de explosivos del FPMR (reconocido como tal por el frentista Sergio Buschmann, pues los diarios aludían al “transportista DC”), Mario Fernández, en los años ’80.
Actualmente, al ver que personeros de derecha han abandonado la verdad histórica para asumir la versión marxista, sobre todo cuando son muy próximos a quien hace lo mismo, Sebastián Piñera, como en el caso que comento, muchos electores con buena memoria ya han renunciado a ir a votar. Cuando los políticos de derecha se pregunten por qué tanta gente no va a votar por ellos y se abstiene, bueno, ahí tienen la respuesta: porque han adoptado el lenguaje y la versión histórica de la izquierda, y el electorado de buena memoria no quiere molestarse en ir a votar por ellos para que sigan haciendo eso.