Palabras, o
parte de ellas, que diré en la proclamación de hoy de José Antonio Kast:
Amigas y
amigos:
Lo que nos
reúne hoy es el deseo de hacer posible e impulsar la candidatura a la
Presidencia de la República del diputado José Antonio Kast.
Los chinos
dicen que un viaje de mil leguas comienza con un solo paso. Éste es uno de los primeros
pasos en el largo viaje de José Antonio hacia la elección y después a la
Presidencia, y se da gracias a la actividad de personas con iniciativa, de ésas
que escasean en Chile, donde todos decimos “¡Hay que hacer algo!”, pero la
mayoría hacemos poco o nada.
Y este paso
se da gracias a dos hacedores de cosas que son, por el orden alfabético de sus
apellidos, el periodista Fernando Martínez Collins y el ingeniero Yerko
Torrejón Koscina. Ellos me han conferido el honor de designarme para dirigirles
a ustedes la palabra antes de que hable nuestro candidato.
Demás está
que les diga que las opiniones que yo emita hoy son de responsabilidad personal
mía y no comprometen a José Antonio Kast. Y lo que me propongo explicar es por
qué es el único candidato que realmente me representa.
Primero, porque
soy de derecha –no de centroderecha—y creo que él también lo es.
Ser de
derecha es bastante heroico en el Chile actual. Leí un libro de Andrés
Allamand, un hombre afín a Sebastián Piñera, titulado “La Salida”, que se
refiere a que la Nueva Mayoría va a perder el gobierno, y en ese libro él
sostiene que el espectro político chileno ya no está dividido en tres tercios,
sino en cinco quintos: una extrema izquierda, donde están Jackson, Boric, ME-O
y Alejandro Navarro; una izquierda donde están los comunistas, los socialistas
y el PPD; una centroizquierda constituida por la DC; un centro con Andrés Velasco y Lily Pérez; y una centroderecha donde
están la UDI, RN, Evópoli y el PRI. Y más allá, hacia la derecha, no habría
nada.
Pero yo creo
que la derecha existe, y si ya no existe tiene derecho a existir y es necesario
que exista.
Porque la
receta para la centroderecha que propone Allamand en su libro es, textualmente,
“reivindicar el legado de Aylwin”. Y Aylwin fue DC, es decir, de centroizquierda.
Parece absurdo
proponer a la centroderecha abrazar un programa de centroizquierda.
Bueno, esto
es parecido a lo que hizo Sebastián Piñera en su gobierno, y que su Ministro del
Interior, Rodrigo Hinzpeter, declaró a la revista Qué Pasa cuando comenzaba ese gobierno: “Abrazamos las
banderas de la Concertación”. El resultado no pudo ser peor para la
centroderecha.
¿Qué nos
caracteriza a los de derecha? Varias cosas, algunas muy “políticamente
incorrectas”.
Primero,
defendemos la libertad personal como valor supremo. Todos los demás movimientos
políticos se caracterizan por ir, en aras de una igualdad impuesta a costa de
la libertad, cercenando progresivamente la capacidad de decisión personal,
hasta llegar al socialismo centralizado que propician los grupos más radicales,
admiradores de la Cuba de Fidel Castro.
Segundo, la
base de la libertad es el derecho de propiedad, es decir, la posibilidad de que
las personas se hagan dueñas del fruto de su esfuerzo. Lo más opuesto a la
libertad es la esclavitud, cuya característica esencial consiste en que quien trabaja
no se queda con el producto de su esfuerzo. Por eso la propiedad es el
fundamento esencial de la libertad.
Tercero,
defendemos la familia formada por un padre, una madre y sus hijos, como núcleo
de la sociedad. En el seno de ella se forjan el carácter, el patriotismo, el
espíritu de trabajo y el respeto por los demás. En un país en que ya casi las
tres cuartas partes de los nacidos vienen al mundo fuera del matrimonio, el hogar desaparece y la
tarea de reconstruirlo y reconstituir a la familia es titánica, pero hay que
emprenderla, porque no por nada la civilización, en el curso de los siglos,
constituyó el hogar fundado en el matrimonio de un hombre con una mujer como la
base del buen orden y del progreso social.
Cuarto,
defendemos lo que sabiamente los legisladores describen como “el orden público,
la moral y las buenas costumbres”. Estos conceptos han ido evolucionando con
los tiempos, pero todos sabemos, en el sentido común de nuestro fuero interno,
a qué nos estamos refiriendo hoy cuando los defendemos.
Quinto, en
Chile en particular, la derecha defiende el legado del Gobierno Militar, de
partida porque fue un régimen que acogió todos los principios fundamentales que
nosotros defendemos.
Aquí sé que
estoy poniendo el dedo en la llaga, porque esto es lo que más divide a los
verdaderos derechistas de todos los demás y esto es lo que hace que el único candidato,
entre todos, que realmente nos representa sea José Antonio Kast.
En nuestro
país la verdad histórica ha sido reemplazada por consignas discurridas por la
izquierda marxista y éstas se han tomado el escenario público. No sólo sucede
acá, sino en todo el mundo en relación a la verdad de lo ocurrido en Chile. El
Gobierno Militar ganó la guerra contra la revolución socialista armada, pero
perdió la posguerra propagandística, que han ganado ampliamente sus
adversarios, al extremo de que la mayoría de quienes fueron partidarios de ese
Gobierno Militar hoy repiten las consignas y las "postverdades" izquierdistas sobre “violaciones de
los derechos humanos”, lo que no pasa de ser un falso eslogan.
Sin ir más
lejos, en el mismo libro antes citado de Andrés Allamand él habla del
“atropello sistemático de los derechos humanos bajo el Gobierno Militar”, lo
cual no tiene ninguna base real. Y califica de “patéticos” los homenajes a la
memoria del Presidente Pinochet en la Cámara de Diputados, por parte del
parlamentario Ignacio Urrutia. Pero esas imputaciones no son verdades, sino consignas, en
abono de lo cual pueden citarse las dos circulares de comienzos de 1974 dirigidas
por la Junta Militar de Gobierno a todas las autoridades militares del país,
ordenándoles, bajo pena de severa sanción, respetar los derechos de las
personas. Eso está probado y documentado y desmiente que haya habido una
“sistemática violación de los derechos humanos”.
El historiador
inglés Paul Johnson, en su libro “Héroes”, relativo a personajes históricos
heroicos de la Humanidad, incluye entre ellos a Augusto Pinochet, pues, dice,
“yo conozco los hechos” y añade a título de comentario que el último éxito del
KGB soviético antes de ser lanzado al basurero de la historia fue la “demonización
de Pinochet.” Añade que las “élites habladoras” del mundo lo denigran, porque
ignoran la verdad. Y ésa es la realidad con que nos encontramos hoy en todas
partes, y en Chile en particular. Pero ésa no es la verdad histórica.
Y puedo
afirmarlo porque he estudiado justamente los casos emblemáticos en virtud de
los cuales se acusa al Gobierno Militar de esos atropellos, y al estudiarlos uno
se da cuenta de que ese gobierno, como tal, no tuvo responsabilidad en ninguno
de ellos.
Quiero
advertir una cosa: todo indica que los políticos de la mayoría democrática de
1973, que llamaron en Chile a los militares a intervenir, mediante el Acuerdo
de la Cámara de Diputados de 22 de agosto de 1973, en ningún momento les exigieron
tener miramientos con los más de veinte mil hombres en armas que tenía el
ejército clandestino de la izquierda. Habitualmente me refutan esa cifra de
veinte mil, pero ella está probada: al menos diez mil fueron confesados por
Carlos Altamirano, el más extremo de los dirigentes de la Unidad Popular,
cuando en el libro entrevista con la periodista Patricia Politzer detalló los
contingentes armados de cada partido o grupo de la Unidad Popular. Y en cuanto
a los extranjeros ingresados clandestinamente, que por sentido común debemos
suponer comprometidos en la acción armada, las propias declaraciones de Patricio
Aylwin en 1973 los cifraban en más de diez mil y un informe posterior de la
OEA, publicado en La Segunda, los estimó en doce mil. Aparte de ello, a raíz de
la muerte de Fidel Castro se precisó que los solos cubanos ingresados a Chile
bajo el gobierno de Allende fueron alrededor de 5.600. Entonces, al decir que
había un contingente de no menos de veinte mil hombres en armas sólo estamos
diciendo la verdad.
Frente a eso
el 11 de septiembre de 1973 se desplegaron alrededor de sesenta mil elementos
de las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones. Nadie pensaba, ni a nadie
se le hubiera ocurrido esperar que en ese enfrentamiento no buscado, sino
exigido por la urgencia de salvar al país, todos y cada uno de los uniformados
iban a respetar rigurosamente las normativas nacionales e internacionales,
porque estamos en Chile. Todos debíamos saber que iban a tener lugar situaciones
propias de una lucha armada irregular y, de hecho, lo que se transmitió al
mundo fue mucho peor de lo que, más de veinte años después, se comprobó que
había realmente sucedido.
Yo era
entonces diputado y pocos días después del 11 fue entrevistarme a mi casa un periodista
australiano. En el curso del diálogo me preguntó cuántos muertos creía yo que
se habían producido, y no sé por qué, pues no tenía mayor información acerca de
eso, le dije que trece mil. Se enfureció conmigo, me aseguró que debían ser más
de cien mil y se marchó rápidamente.
Después las
Comisiones Rettig y de Reparación y Reconciliación concluyeron que en los 17
años del régimen militar habían muerto en la contienda interna 3.197 personas,
423 de las cuales cayeron bajo las balas de la izquierda, si bien estas últimas las atribuyó eufemísticamente a "la violencia política", para dejar sin sombra de culpa al marxismo.
Y ambas
comisiones concluyeron que el 60 por ciento de esos muertos cayeron entre el 11
de septiembre y el 31 de diciembre de 1973, 1.500 a manos de los militares y
300 a manos de la guerrilla de izquierda, cuando Frei Montalva, Aylwin y todos los políticos democráticos apoyaban a la Junta y decían que había salvado a Chile. Pero la propaganda izquierdista
mundial ha creado después la imagen de que acá hubo un genocidio masivo.
Se habla de
“miles de desaparecidos” y de que el Gobierno Militar hacía desaparecer a sus
opositores, pero nunca hubo tales miles. Las comisiones citadas los fijaron en
un total de 1.102 y se ha documentado el paradero de 1.108. No sé si será
coincidencia, pero en los últimos años han aparecido seis, de cuyos casos se ha
informado en la prensa.
Si se tiene
en cuenta que en un año normal desaparecen en Chile más de dos mil personas, comparando
el número de las denuncias por presunta desgracia, que son más de treinta mil
al año, con el de las que son encontradas, uno aprecia el exagerado tamaño que
se atribuido al problema.
Por cierto
que hubo muertes innecesarias e injustificadas, pero en cada caso ellas
constituyeron una clara desobediencia a las órdenes del Gobierno Militar. Yo he
escrito un libro sobre el Juicio a Pinochet, que fue fundado en las situaciones
registradas al paso de la comitiva del general Arellano y, con antecedentes del
propio expediente, he probado que no correspondieron a órdenes de dicho general
y que el general Pinochet ni siquiera sabía de ellas.
Y, entretanto,
se han hecho desaparecer de la memoria colectiva los asesinatos de militares y
civiles por parte del terrorismo de extrema izquierda. No hay uno solo de esos
terroristas que no haya sido indultado, liberado e indemnizado, por contraste con los presos
Políticos Militares ilegalmente procesados y que siguen en la cárcel pese a estar
ancianos y enfermos.
El propio
senador Ossandón, de RN, ha declarado que en el Gobierno Militar, del cual fue
siempre partidario, “quemaban a las personas por pesar distinto”. Quiere decir
que no conocía los antecedentes del llamado “caso Quemados”, los cuales prueban
que Carmen Gloria Quintada y Rodrigo Rojas llevaban recipientes con un líquido
altamente explosivo para quemar buses con pasajeros adentro y que, al ser
detenidos por una patrulla, uno de esos recipientes se volcó accidentalmente y el líquido
incendiario los quemó a ambos. Por algo el capitán a cargo de la patrulla fue
condenado, no por haberlos quemado, sino por el cuasidelito de no haberlos llevado a un hospital.
La campaña
anti Gobierno Militar era tan universal y poderosa que cuando la DC apoyaba
todavía el Pronunciamiento, a comienzos de 1974, decidió enviar a Europa una
delegación en que iban Enrique Krauss, Juan Hamilton, Pedro Jesús Rodríguez,
Juan de Dios Carmona y Javier Lagarrigue, para dar a conocer la verdad de lo
que sucedía acá, tan exagerado y distorsionado afuera. El resultado fue que la
Comisión informó a la DC que la imagen de la Junta no tenía remedio afuera. Y
ahí se inició el distanciamiento de la DC del Gobierno.
En Chile
existía consenso en que la represión era justificada, porque había pruebas de
lo que representaba la amenaza armada de la izquierda. Eso explica que cuando
Patricio Aylwin fue a ver a mediados de 1974 al ministro de la Corte Suprema
Rafael Retamal, de conocida inclinación a la DC, para representarle que no se
acogían recursos de amparo por personas apresadas por los militares, Retamal le
replicó, según relata Aylwin en sus memorias: “Mire, Patricio, los extremistas
nos iban a matar a todos, dejemos que los militares hagan la parte sucia. Después
vendrá la hora del derecho”.
La
distorsión propagandística era tan
grande que una vez el gerente del hotel O’Higgins de Viña del Mar, que era
austriaco, Paul Kulka, padre de quien fue gerente de “El Mercurio”, Jonny Kulka,
viajó a Viena en los años ’70 y como había sido compañero de curso del primer
ministro socialdemócrata de Austria, Bruno Kreisky, resolvió pedirle una
audiencia. Kreisky se la concedió y cuando supo que Kulka vivía en Chile, sacó
una foto de un cajón de su escritorio que mostraba cadáveres colgando de los
árboles de la Plaza de Viña del Mar, frente al Club de Viña. Kulka le comentó
que él trabajaba frente a la misma plaza, en el Hotel O’Higgins, y que nunca
había visto un cadáver colgando de algún árbol en esa plaza. Kreisky guardó la
foto, molesto.
Ese es el
poder de la propaganda de izquierda. Contra eso no hay remedio posible.
El primer número
de la revista inglesa The Economist después del Pronunciamiento fue muy
favorable a éste. Ello desató en su contra la ira de la izquierda
internacional. Por supuesto, desde el número siguiente The Economist se
convirtió en otro verdugo de la Junta.
En los EE.
UU. sucedió lo mismo. La prensa por unanimidad, ya fuere de izquierda o
derecha, disparó contra el Gobierno Militar. En los años 80 yo contabilicé 16
errores en inculpaciones al régimen de Pinochet, en un número de la revista
“Time” que venía con él en la portada, en la pose más desfavorable posible, con
anteojos oscuros, por supuesto. Le escribí al Time una rectificación de sus 16
errores, pero no publicaron mi carta. En vista de eso la publiqué en El
Mercurio de Santiago bajo el título: “Un Tiempo (“Time”) para Mentir”.
La campaña
de la izquierda dentro de Chile no ha sido menos feroz. Cada 11 de septiembre
se falta a la verdad en los canales de televisión como nunca se había visto.
Recuerdo hace años un programa “Contacto” de Canal 13 describiendo la supuesta
matanza de 13 personas en Copiapó a manos de la comitiva del general Arellano,
quien era delegado del general Pinochet para acelerar los juicios contra los
presos que había en octubre de 1973. Pero cuando se produjeron esas trece
muertes la comitiva todavía no había salido de Santiago. No obstante, “Contacto”
describía pormenorizadamente los crímenes que dicha comitiva materialmente no
podía haber cometido. Yo representé el tendencioso error en mi columna de “El
Mercurio”, pero nadie de Canal 13 ni siquiera me replicó.
La marea de
las consignas falsas es incontenible. En cualquier foro de televisión algún
personaje del estilo del senador Alejandro Navarro dice habitualmente cosas
como que el Gobierno Militar “hizo desaparecer a miles de personas, degollaba
gente y quemaba a los que pensaban distinto”.
Nada de eso
es verdad, pero es lo que habitualmente se transmite al público chileno.
En cambio
nadie recuerda que bajo el Gobierno Militar recobramos la democracia, el
progreso y el lugar de avanzada en América Latina. Nadie recuerda que no había
conflicto mapuche, sino paz en la Araucanía, cuyos caciques designaron al
Presidente Pinochet como “gran conductor y guía” y lo premiaron dándole el triunfo
al “Sí” en la región en el plebiscito de 1988. Confesamos haber sido “cómplices
pasivos” de todo ese progreso y paz interior.
Todas las
faltas a la verdad de la propaganda de origen izquierdista han trascendido a la
justicia, que se ha hecho parte de la mentira oficial y ha dejado de aplicar el
derecho y respetar la verdad de los hechos con tal de condenar a los militares.
El difunto
economista Álvaro Bardón, que falleció en 2008, me preguntó un día en qué artículo
de qué código o ley estaban tipificados los delitos de lesa humanidad, porque
había leído que a un militar lo habían condenado por eso. Yo le respondí que en
ninguno. Entonces me dijo: “¿Por qué ustedes los abogados no van entonces al
frente del Colegio de Abogados y rompen públicamente sus carnets de abogados
porque ese colegio no hace ni dice nada sobre cómo los tribunales están atropellando
las leyes?”
Es que el Colegio
de Abogados no sólo no dice nada sobre esos flagrantes atropellos al estado de
derecho, sino que los encubre. Una vez yo, como miembro del Colegio, le mandé
un artículo para su revista, analizando un fallo, que había sido redactado por
un abogado integrante de la Corte Suprema, en que se condenaba a cinco
uniformados por la muerte, en 1973, de un extremista entrenado en Cuba, llamado
Rudy Cárcamo. Como ese supuesto delito estaba prescrito y amnistiado, el fallo
recurría a una ficción – es decir, a una mentira-- para poder condenar a los
uniformados: sostenía que éstos mantenían preso todavía a Rudy Cárcamo y por
eso no podían aplicarse en el caso ni la amnistía ni la prescripción. La
revista del Colegio dilató varios meses la publicación de mi artículo y,
finalmente, me expresó que el consejo de redacción había acordado no
publicarlo. Dejo constancia de que en el Colegio de Abogados y en el consejo de
redacción de su revista hay mayoría de la llamada “centroderecha”. O sea, este
sector se presta a encubrir la escandalosa conducta de los jueces contra los
militares que combatieron el terrorismo de izquierda. Yo publiqué ese artículo en mi blog el 27.03.15.
En fin, por
razones como las anteriores es que apoyamos a José Antonio Kast, que es el
único candidato, entre los veintitantos que han expresado serlo o querer serlo,
que respeta el legado del Gobierno Militar, se preocupa de los presos políticos
uniformados y se niega a hacerse parte de la campaña denigratoria mundial
contra el gobierno que salvó a Chile de convertirse en un país totalitario.
Pero este único representante de la derecha política se encuentra con una
resistencia adversa enorme.
Dicen que
vivimos en democracia, pero a veces uno lo pone en duda. Como a José Antonio
Kast se le exige reunir 35 mil firmas ante notario para poder ser candidato, y
en vista de que no existe en Chile ningún partido de derecha ni ninguno que pueda
inscribirlo como tal, yo tomé la iniciativa personal de publicar un aviso
durante treinta días a mediodía en las radios Agricultura, Bio Bio y
Cooperativa que dijera:
“Entre los
numerosos pre candidatos presidenciales que hay en nuestro medio, hay uno solo
que defiende el legado del Gobierno que salvó a Chile de convertirse en un país
totalitario. Se trata del diputado José Antonio Kast, pero necesita 35 mil
firmas ante notario para competir en la primera vuelta presidencial. Llamamos a
apoyarlo y firmar por él en la notaría más próxima, que puede encontrar en www.
kast.cl.”
Le encargué
a un publicista contratar el aviso, pero las tres emisoras se negaron a
acogerlo.
Pero tenemos
derecho a existir y participar en la política chilena y el acto de hoy testimonia que muchas
personas desean ejercer ese derecho. Por eso creemos que mucha más gente
como ustedes hará posible que José Antonio Kast sea candidato presidencial,
desarrolle el próximo año una campaña en forma y, tras imponerse en la primera
vuelta de la elección presidencial y, dado el caso, también en la segunda,
llegue a tener en sus manos los destinos del país desde la primera magistratura
de la República para restablecer la paz, el estado de derecho y la tranquilidad
entre los chilenos de bien.