La peor
noticia que podíamos recibir la dio Hernán Büchi en la revista “Capital”, al
anunciar que va a centrar sus actividades en Suiza, país del cual tiene también
la nacionalidad, simultáneamente con la chilena. Añade que dejará sus
directorios en diferentes empresas y su participación en la Universidad del
Desarrollo. Afortunadamente, se mantendrá todavía vinculado a su principal
creación, el Instituto Libertad y Desarrollo.
La jauría de
izquierda, atizada por los kerenskys, se ha abalanzado sobre él a raíz de su
anuncio, pero para el país su autoexilio es una señal de lo mal que marchan las
cosas acá para las personas que tienen especiales habilidades en la tarea de
crear riqueza y defender las ideas de una sociedad libre.
Büchi, además, es un referente
político de primera magnitud, en su calidad de ex candidato presidencial y de
una persona identificada con el Gobierno Militar y la UDI, el primero bajo actual persecución y denostación en todos los planos y la segunda en disolución. Supongo
que una de las motivaciones que habrá tenido para alejarse es el abandono que
ha hecho su partido de las posturas fundamentales que hasta ahora creíamos sus
inspiradoras, abandono manifestado en la pública petición de perdón de su
presidente a una guerrillera de izquierda que en los ‘80 resultó quemada por
sus propios artefactos incendiarios; en la votación “a mano alzada” en su Consejo General en favor de eliminar de su Declaración de Principios toda referencia
al gobierno que le dio origen y que salvó a Chile; y en la negativa a realizar
primarias para permitirle a la figura actual más representativa de la esencia
de lo que fue ese gobierno (y que debería representar la UDI), el ex alcalde Cristián
Labbé, para competir por recuperar la alcaldía de Providencia, arbitrariedad
agravada por la franca confesión hecha a este mismo militante, por el
presidente de la colectividad, de que su figura “le hace mal a la UDI”. Si él “le
hace mal”, otros que también, entonces, “le hacemos mal” formamos legión.
Este conjunto de situaciones y
la frecuente repetición por figuras nuevas de esa colectividad de la consigna
comunista sobre “violaciones a los derechos humanos”, han alejado definitivamente
de sus proximidades al electorado que defiende el legado del gobierno que
volvió a hacer grande a Chile, contingente dentro del cual me cuento y que
ahora busca un alero político de derecha real bajo el cual cobijarse,
habiéndose marchado al campo adversario los que había.
La razón que
ha dado Büchi es la incertidumbre que sufre el país. Posiblemente la gota que
colmó su vaso parece haber sido el último discurso de la Presidenta, en el cual
se refirió al “proceso constituyente” impulsado por su gobierno, que pone en
tela de juicio todas las bases de estabilidad en que se sustenta la convivencia
nacional.
Como
político y columnista de fuste, Büchi fue un artífice fundamental del modelo de
sociedad libre que instituyó el Gobierno Militar y que nos transformó en el
país líder de América Latina. Incluso en su momento tuvo la capacidad y la
inquietud por interesarse precisamente por el tema constitucional, acerca
del cual estaba muy bien compenetrado, como me pude percatar en una oportunidad
en que me pidió concurrir a su oficina del Ministerio de Hacienda, en 1988,
para que le explicara por qué yo era partidario de acordar reformas con la
Concertación. En realidad, yo tenía un solo argumento para recomendar un
acuerdo, y era derivada del texto original de la Constitución de 1980, en el
cual había un vacío, pues exigía dos tercios de los votos parlamentarios para
modificar los capítulos fundamentales de la Carta, pero había olvidado incluir
entre los mismos al propio capítulo que establecía ese quórum. Es decir,
bastaba modificar ese capítulo con tres quintos de los votos para derogar todos
los quórums de dos tercios.
En su
momento yo insistí ante el Ministro del Interior de la época, Carlos Cáceres,
que me había incluido en la comisión que discutiría las reformas con la
Concertación, en que valía la pena acceder a algunas de las que ella quería con
tal de cerrar esa brecha, valiéndose de la cual se podía comprometer la esencia
de la estabilidad institucional. Y, finalmente, como parte de las reformas
aprobadas por casi el 90 por ciento de la ciudadanía en 1989, esa brecha se
cerró y quedó garantizada la estabilidad institucional.
Pero ha
llegado el momento de preguntarse por qué una de las figuras que más y mejor
defiende el modelo de sociedad libre decide
alejarse o, peor aún, es impulsada a hacerlo. Lo que sucede es que esa élite a
la que él pertenece (en el sentido de ser pocas personas que tienen habilidades
y recursos muy especiales y determinantes para el progreso del país) se siente,
con razón, perseguida. Ya el año pasado el destacado líder empresarial Nicolás
Ibáñez, que se distinguió en la creación de valor en el retail, habiéndole
vendido su participación supermercadista al gigante norteamericano Walmart,
anunció que establecería su sede de negocios en Nueva York. Son la desconfianza y
la incertidumbre sembradas por el “otro modelo”, que todos bien sabemos cuál
es, y que caracterizadamente funciona “hasta que se le termina la plata de los
demás” (M. Thatcher). Obviamente, a la gente no le gusta que le quiten su
plata, porque ello presupone la perdida de sus libertades fundamentales, en
particular la de iniciativa.
¿Alguien podría
hacerse la ilusión de que, en el actual estado de cosas, pudiera construirse un
nuevo Costanera Center en Chile? Nadie, por supuesto. La pregunta que se formulan
las personas capaces de concebir grandes proyectos como ése es, más bien, dónde
los acogerían mejor que acá para concretarlos.
Hemos visto
que un gran empresario ha sido objeto de la vituperación grosera y persecutoria
de un diputado que, increíblemente, ni siquiera es de izquierda. Hemos visto la
deslealtad de sus pares con empresarios perseguidos, como le sucedió
recientemente a Eliodoro Matte a raíz del “juicio por los diarios” de una fiscalía,
siendo que su empresa nunca impidió la libre competencia en el mercado del
papel tissue. La propia SFF se anticipó a imponerle una sanción ética, sin fundamento
alguno. Acá los empresarios ni siquiera pueden contar con la lealtad de sus
pares. Leonidas Vial debió dejar la presidencia de la Bolsa, ante la falta de
apoyo de los corredores, por la acusación de una Superintendencia que
finalmente fue desvirtuada por la justicia, en un procedimiento nacido de la ambición
comercial del ex Presidente Piñera de hacer “una buena pasada” con las acciones
de las Cascadas, presionando a su controlador (“si Sebastián Piñera no hubiera tenido
acciones de las Cascadas, no habría habido ‘caso Cascadas’”, Julio Ponce, otro
creador de valor y riqueza perseguido, denostado y virtualmente exiliado, que
busca vender su principal participación en el mercado local).
Donde más
clara quedó de manifiesto la “puñalada de los pares” es en la decisión de las
AFPs de “castigar” a Larraín Vial por una participación en hechos que han sido
desvirtuados por la justicia: acordaron no transar valores a través de ella.
Una verdadera extorsión, que significó un perjuicio para la corredora y obviamente
la llevó a ofrecer un pago de dos mil millones de pesos a las AFPs, habiéndose
declarado su inocencia por la Justicia, exclusivamente para alzar el “veto” a
que ellas la habían condenado. Lo hizo sin reconocer ninguna responsabilidad en
los hechos de los cuales la Justicia la había declarado inocente, pero debió
pagar “protección” para que volvieran a
operar con ella. Todo digno de “El Padrino V”.
Büchi también
sabe que, además, acá hay una justicia de izquierda que no se ciñe a las leyes;
y también sabe que las situaciones de financiamiento electoral ilegal pueden
llegar a las politizadas cortes chilenas, que se las han arreglado para meter
ilegalmente en prisión a más de un centenar de ex uniformados, muchos por el
solo hecho de “haber estado ahí” y algunos que ni siquiera "estuvieron ahí", por lo
cual debe haber recordado, parodiando al pastor Niemöller, de la época nazi: “Vinieron
por los militares, pero no me preocupé porque yo no era militar…” La Justicia
de izquierda, afín al “otro modelo” que se propone destruir las bases de la sociedad
libre en Chile, es sólo un engranaje más de la retroexcavadora.
He oído a no
pocas personas “de alto patrimonio” reflexionar, tal como lo ha hecho Hernán Búchi
en estos días, acerca de dónde podrían encontrar un clima mejor que éste de
persecución tributaria, laboral, sindical y constitucional que se vive en el
Chile de nuestros días. Supongo que ahora reforzarán sus reflexiones, porque en
todas partes sus talentos y recursos serían bienvenidos. Pensemos que de una de las
familias exiliadas de Cuba bajo la persecución comunista de Castro proviene Ted
Cruz, candidato presidencial. Los más capaces siempre encuentran un buen
destino. Ahora que Chile se dedica a perseguirlos, lo están buscando.