No
pregunto si lo somos, porque todos sabemos la respuesta; sólo si podemos serlo.
Ante las reacciones a raíz del fallo en el caso Frei me he formulado más de una
vez esa pregunta y he resuelto hacer un esfuerzo por opinar como un chileno
honesto. Sobre todo frente a cartas a los diarios de personalidades de la DC,
tenidas a su vez por honestas, pero cuyos escritos me parecen incompatibles con
esa condición.
El ex
subsecretario y ex canciller de gobiernos de la Concertación, Mariano
Fernández, dice en “La Tercera”, 17.02.19:
“Los
chilenos sabemos que Pinochet hizo asesinar al general Carlos Prats, a Bernardo
Leighton y su mujer (frustrado), y a Orlando Letelier, por considerarlos
severos adversarios de su dictadura. Hechos comprobados y sentenciados judicialmente.
Esto mismo hizo contra Tucapel Jiménez y otros líderes sociales y políticos”.
Otra
voz DC, Sylvia Soublette, viuda del canciller de Frei Montalva, Gabriel Valdés,
afirma en “El Mercurio” de 17.02.19:
“Los
que vivimos el tiempo de la dictadura, que fue un tiempo en el cual reinó la
irracionalidad, en el que ocurrieron hechos que creíamos en ese momento
imposible que sucedieran en Chile; cuando ya habían ocurrido los asesinatos de
José Tohá, por el solo pecado de haber sido ministro de Allende; el frustrado
crimen de Bernardo Leighton; el asesinato de Letelier en Washington ¿qué
tendría de extraño que a Frei lo hubieran asesinado también?”. Y termina su
carta afirmando: “Hoy en día no me cabe la menor duda”. ¿Habrá leído el
proceso?
Cartas
de Eugenio Ortega Frei y una columna de Eugenio Tironi en “El Mercurio”, de
parecido tenor a las anteriores, llevaron a Pablo Ortúzar a escribir hoy al diario diciendo: “algunos parecen creer que basta con mostrar que la dictadura
era capaz de haber asesinado de forma sofisticada al ex presidente, para asumir
que ello fue un hecho”. Otra carta de Julio Letelier Guzmán, en el mismo
diario, le responde a Sylvia Soublette: “El
fin: probar que su muerte convenía y era deseada por mentes desquiciadas de ese
entonces no justifica los medios: culpar con conjeturas y voluntarismos. Por lo
demás, ésta es una premisa cristiana”.
Es que,
como el expediente judicial no aporta fundamentos para probar un homicidio, se
recurre al “contexto”. Pero éste mostraba a un país próspero, tranquilo y
pacífico: el PGB creció 6,2 % y la inflación bajó a 9,5 % en 1981. Por tercer
año consecutivo hubo superávit fiscal. En el enfrentamiento entre fuerzas de
seguridad y el terrorismo hubo, en todo el año, 8 víctimas (Informe Rettig). Pero
¿era necesario vigilar a los DC? Juzgue usted, leyendo la siguiente declaración
del sargento de carabineros Héctor Manuel Lira Aravena, que trabajaba a las
órdenes del agente de la CNI Raúl Lillo en el espionaje a la DC (página 110 del
expediente del juez Madrid): “Expone que la cúpula del partido no participaba en
las manifestaciones públicas, que ellos se involucraban en los contactos con la
oposición internacional, principalmente (de) Alemania e Italia; eran fuertes
sus influencias, bloqueos de las exportaciones chilenas, que no se otorgaran
créditos a Chile”.
Si yo
fuera gobernante (muy democrático, por supuesto) y hubiera un partido
preocupado de dañar a la economía, por supuesto que encargaría a mi agencia de
inteligencia vigilarlo para preparar la defensa de mi gobierno ante esos
atentados contra la economía nacional. La tarea de Raúl Lillo, inculpado como
cómplice del homicidio de Frei por haberlo vigilado, aunque nada hizo para
matarlo, era esencial y necesaria para los intereses del país.
En todo
caso y por mi parte, quiero ser honesto
y hacer un aporte de verdad histórica objetiva, porque las afirmaciones de
ambas personalidades DC –Fernández y Soublette-- contienen falsedades
ostensibles, que en sus casos no atribuyo a mala fe, sino simplemente al
“lavado cerebral” de que hemos sido objeto los chilenos durante ya 29 años.
Por
orden cronológico: tras estar confinado José Tohá, ex ministro del Interior de
Allende, en la isla Dawson, al decaer su salud fue internado en el Hospital
Militar, donde el 15 de marzo de 1974 se quitó la vida colgándose de su
cinturón en su habitación. Ése fue el veredicto judicial, que con posterioridad
se ha procurado desmentir, sin lograrlo. El entonces teniente Miguel Krassnoff
tenía la comisión de visitar a los principales presos, a comienzos de 1974 (no
se había creado aún la DINA), y en su biografía, obra de Gysella Silva Encina,
relata así un diálogo con Tohá (p. 108): ”Había en su rostro una expresión tal
de tristeza que el oficial le preguntó si le sucedía algo… Créame teniente –le dijo
Tohá—que nosotros sabíamos que la única solución para Chile era una
intervención militar como la de ustedes (…) Yo espero, por el bien de mi
patria, que ustedes logren resolver lo antes posible los graves problemas que
hay. Pero no les va a ser fácil. Hay mucha anarquía y nosotros permitimos que
se desatara el odio entre hermanos. ¿Sabe usted, teniente, lo que eso significa?
(…) En todo caso, le deseo a usted mucho éxito y mucha suerte… Desconozco cuál
será mi destino, pero estoy dispuesto a afrontar todas mis responsabilidades. Siento
una profunda tristeza y una enorme decepción por todo lo sucedido”. Es
impensable ordenar matar a una persona en esas circunstancias.
Luego Mariano
Fernández afirma que “Pinochet hizo asesinar al general Carlos Prats”. Hay
oficiales chilenos en Punta Peuco ilegalmente condenados por el asesinato de
Prats, pero ese delito lo cometió Michael Townley: actuando solo se introdujo
al garaje del edificio donde vivía Prats e instaló una bomba en su auto. La
ministra argentina María Servini de Cubría, que investigó allá el caso Prats,
vino a interrogar a oficiales chilenos detenidos por eso y a uno de ellos
(Christoph Willeke) le dijo (él me lo contó): “Si, yo sé que usted no tuvo que
ver en el asesinato de Prats, pero quiero que me cuente todo lo que hacía la
DINA”. Si Pinochet hubiera tenido responsabilidad en ese crimen, habría debido
saber, por lo menos, de Michael Townley. Sin embargo, vino a saber quién era
éste sólo en 1978, cuatro años después, a raíz del caso Letelier y antes de
resolver entregarlo al FBI norteamericano, que lo reclamaba. Según “El
Mercurio” de 02.04.00, en una reunión ante la Junta el coronel Contreras había asegurado no saber quién era Michael Townley, es decir, se había comprobado que Michael
Townley era un completo desconocido para la Junta y su presidente y que podía ser entregado
a los norteamericanos sin temor, cosa que el gobierno chileno hizo. Conste que
habría podido evitarlo, pues había un proceso contra Townley en Concepción
desde tiempos de la UP y, por tanto, éste podría haber quedado detenido en
Chile por una decisión judicial que los norteamericanos debían respetar y que
era una perfecta razón para no entregarlo, pues no era del resorte del gobierno
chileno. Pero éste no sabía de la existencia de Townley ni de lo que hacía o
había hecho y precisamente por eso lo entregó a sus compatriotas.
Asimismo,
el “frustrado asesinato” de Leighton fue obra de dos italianos de Avvanguardia
Nazionale, grupo neofascista, Pierluigi Concutelli y Salvatore Falabella,
reclutados por un tercero, Steffano della Chiaie, a quienes Townley, que viajó
a Roma, dio la información del domicilio del ex ministro chileno. Los
neofascistas habían conocido meses antes a Pinochet en Madrid, durante las
exequias de Franco, y le habían
manifestado su adhesión y deseo de ayudarlo.
He
dicho que está probado que ni Pinochet ni la Junta sabían de Townley ni de su
nexo con la DINA. El mismo Townley, en “La Nación” del 28.08.06, dijo haber
reprochado al coronel Contreras no haber informado a sus superiores de las
acciones en el exterior que él perpetraba. Es decir, menos podían ser Pinochet
y la Junta quienes ordenaban esos atentados. En otros términos, ambas cartas de
personas “moderadas” de la DC imputan falsamente crímenes al ex Presidente
Pinochet y a la Junta.
Por algo, al descubrirse acciones de Townley y la DINA que ni el gobierno ni la Junta conocían, se disolvió ese organismo y fue reemplazado por la CNI. Pues en la Declaración de Principios del Gobierno Militar estaba el compromiso de respetar los derechos humanos.
Es que
el fallo del ministro Madrid ha provocado la angustia de la DC y la familia
Frei porque a ese veredicto le falta algo esencial, como lo ha destacado el
abogado Adolfo Paúl en cartas a los diarios: probar que existe “el hecho
punible”, base de todo juicio criminal. La principal tarea de un juez del
crimen es “probar el hecho punible”. En este caso, probar qué acción de una o más
personas mató al ex presidente Frei. Los que han leído las 811 páginas del
fallo no han podido encontrar el “hecho punible”, no obstante que el juez ha
señalado como autor principal del homicidio a un médico de confianza de Frei y su
familia y amigo suyo, Patricio Silva. Tan confiable que, cuando en los años 60
algunas unidades militares se alzaron contra su Gobierno, él mandó a ese
doctor, que era subsecretario, a la más delicada de las misiones, aplacar el
levantamiento, lo que consiguió.
Nos
informa el expediente que cuando Frei se sintió muy mal después de la operación
que le practicó el doctor Augusto Larraín, que se había ido al sur y, pese a
las molestias de su paciente, no estimaba necesario volver, la familia acudió
al doctor Patricio Silva, relevando al otro, con cierta indignación. Todo el
país se pregunta, entonces: ¿cómo va a haber sido precisamente ese otro, a
quien llamaron para salvarlo, el que lo mató? ¿No debería haber sido más
culpable el primero, o por lo menos el más sospechoso? ¿Y cómo va a ser coautor del homicidio
otro doctor que se limitó a entrar a la pieza del enfermo y ni siquiera
participó en la re-operación? A todo el mundo esto le huele igual que esos
juicios en que condenan a militares por “haber estado ahí” o por acusárseles
inverosímilmente de tener secuestrada hasta hoy y durante cuarenta y cinco años
a una persona. Una “ficción jurídica”, como confesó un juez ante las cámaras.
Pero es que en Chile usted puede hacerles eso, atropellar la ley y condenar "fingiendo" algo, a los
militares, pero no puede hacérselo a los médicos, mucho más solidarios con sus
colegas. Por eso en estos días se suceden los testimonios médicos que refutan
las condenas y hasta hubo una inserción pagada y firmada por centenares de facultativos
distinguidos, que respaldan a colegas suyos que, por haber preparado el cadáver
del ex Presidente para su traslado a un velatorio prolongado en la catedral,
ahora están condenados como encubridores de su supuesto homicidio.
Entonces
los DC que escriben a los diarios y hasta algún columnista PPD muy afín a ellos, recurren al “contexto”: casos Prats,
Leighton, Letelier y Tucapel Jiménez. Este último caso, es verdad, es el peor
para Pinochet y la Junta. Sucedió en 1982, un mes después de la muerte de Frei
y lo único que pudo declarar el ministro del Interior de la época, Sergio
Fernández, fue que le provocó “un gran daño político” al Gobierno. Eso era
efectivo y, por lo mismo, era impensable que alguien del gobierno lo hubiera discurrido
y perpetrado. Tucapel Jiménez era un opositor moderado, que hasta había
elogiado el Plan Laboral del Gobierno, afirmando: “Desde ya puedo decir que hay
tres cosas muy favorables: se reconoce el derecho a reunión, el derecho a
huelga y el derecho a cotizar por planilla” (Rafael Valdivieso: “Crónica de un
Rescate”, p.195).
Con los años se descubrió que el
crimen lo había perpetrado la DINE, Dirección de ¿Inteligencia? del Ejército. Y,
siguiendo con el postulado de Murphy de que las cosas siempre pueden ponerse
peores, la CNI, para encubrir a la DINE, hizo un montaje atroz, matando a un
carpintero alcohólico al cual previamente se le obligó a firmar una confesión
escrita de haber asesinado a Tucapel Jiménez. Si le hubieran encargado al KGB
una trama para desprestigiar al gobierno de Pinochet, no habría discurrido una
mejor. Yo me habría inclinado a sospechar de una “mano mora” de los soviéticos
si no fuera muy creyente de la afirmación de Einstein en el sentido de que una
de las cosas infinitas con que se topó en sus investigaciones fue la estupidez
humana. Atribuirle a Pinochet esa fórmula para auto-dañarse ordenando matar a
Jiménez contradice incluso la imagen de astucia y maquiavelismo que de él
pintan sus detractores.
¿Podemos
ser honestos los chilenos? Nos cuesta. Yo hoy, en este blog, he hecho un esfuerzo,
escribiendo sólo la verdad y nada más que la verdad.