Vamos a
enterar 29 años de gobiernos del “No” y ya hemos perdido la libertad de expresión.
Tras cinco presidentes del “No” (dos de los cuales “se han repetido el plato”),
ya se ha instaurado una dictadura bajo la cual no se puede exponer ningún
punto de vista del “Sí”.
Al director del Museo
Histórico, que ni siquiera es del “Sí”, el gobierno lo ha destituido por admitir
en una exhibición una frase, rebosante de sabiduría, de Augusto Pinochet: “La
gesta del 11 de septiembre incorporó a Chile a la heroica lucha contra la
dictadura marxista”.
Tal como en “1984”,
de George Orwell, el régimen inauguró con eso un “minuto de odio”
contra su declarado “Enemigo Público Número Uno” y los agentes del odio, que controlan
el poder y la prensa, rasgaron vestiduras, de modo que la ministra Alejandra
Pérez despidió al director del museo.
¿Dónde creía
éste que estaba viviendo? ¿En un país libre? ¡Qué loco! Ya días antes un
favorito del régimen, Mario Vargas Llosa, había establecido los límites permisibles
a la libertad de opinión.
En efecto, Axel
Kaiser se la puso fácil al escritor en un debate, pero éste “no le aceptó” la
pregunta, que era “¿dónde es mejor vivir, en un país como el Chile de los ’80
bajo Pinochet o en la Venezuela de hoy bajo Maduro?”
La respuesta obvia se caía de
madura. Pero en dictadura no se puede hacer esa clase de preguntas:
si Vargas debía reconocer que era mucho mejor vivir en un país que pasaba a la
cabeza de América Latina, superaba antes que el resto del hemisferio la “crisis
de la deuda”, disminuía la inflación y tenía un desempleo de 5 % en enero de
1990, tras crecer más de 10 % en 1989 y elegir democráticamente un nuevo
gobierno; y que, si no hubiera sido por los atentados del brazo comunista FPMR,
habría gozado de completa tranquilidad, en vez de vivir en un país como
Venezuela, con escasez de artículos esenciales, violencia callejera, con presos políticos, hiperinflación
del 14 mil por ciento anual y un dictador, Maduro, gobernante socialista tan
fracasado como Salvador Allende y que, al igual que pretendía éste, busca
perpetuarse, ¿cómo no iba a ser mejor vivir bajo Pinochet, que se sometió a
votación y dejó el poder cuando fue derrotado? No había dónde perderse.
Pero si Vargas decía la verdad debía exponerse a una “capotera” nacional
y mundial de la izquierda. A lo mejor le quitaban el Nobel. No se rían: a
Borges se lo negaron exclusivamente por elogiar a Pinochet.
La
gente, aparentemente, aplaudió la “no aceptación” de Vargas Llosa. Digo “aparentemente”,
porque un asistente al foro me informó que sólo una minoría aplaudió. Si
hubiera elegido la concurrencia, como sugirió Kaiser, es probable que el
Pinochet de los 80 hubiera ganado por paliza. Pero bajo la dictadura de Piñera no
se puede formular ciertas preguntas, “no se aceptan”.
Al final, Kaiser
tuvo que contemporizar y dar explicaciones. Hasta tuvo que hablar “contra la
dictadura”, como lo hacen casi todos cuando deben inclinarse frente a las consignas de la izquierda, pese a que antes de 1990 nadie prohibía en Chile formular preguntas. En 1987 hubo un
homenaje a Salvador Allende en el Teatro Cariola y nadie le pidió la renuncia a
su director.
Es que bajo
la dictadura uno no debe ser sorprendido diciendo la verdad o procurando
establecerla, so pena de ser despedido de su trabajo o públicamente crucificado.
Vivimos una realidad kafkiana.
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