Siempre he creído en el poder de la
oración. Cuando niño sabía que las tres avemarías al final de la Misa eran por
la conversión de Rusia, así es que siempre confié en que se iba a convertir,
aunque prelados y pontífices inclinados a la izquierda hubieran suspendido, en
aras de la corrección política, el rezo de dichas tres avemarías.
Pero a pesar de ello y hasta hoy en el
Mes de María, todos los años, seguimos pidiendo, en la oración final, para que
el divino Hijo de la Virgen “haga lucir la luz de la fe sobre los infortunados
pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error”.
Esa poderosa e inconfundible advocación, a cuya fuerza se añadió el ejemplo global del éxito de la
Revolución Militar Chilena de 1973, precipitó en 1989 la caída del Muro de
Berlín y luego de la Cortina de Hierro completa, y disipó las “tinieblas del
error” de la faz de la Tierra, restando en ella sólo puntos de oscuridad
mínimos como Cuba, Corea del Norte o Albania.
El destino castigó el dictum
de Brezhnev, “¡nunca más habrá otro Chile!”, haciendo que lo que nunca más hubiera
fuera otra URSS.
Así y todo en el Chile salvado
del comunismo persisten algunas “tinieblas del error” flotando en el ambiente. Basta
oír hablar a Sebastián Piñera sobre el Gobierno Militar para comprobarlo,
siendo su voz representativa de una gran masa mayoritaria de equivocados.
La prueba está en el último número
de la revista internacional “Le Monde Diplomatique” que circula en Santiago,
donde viene una entrevista del “arqueólogo e intelectual español” Gabino Busto
Hevia al juez (r) Juan Guzmán Tapia, quien lograra hace veinte años fugaz
notoriedad internacional al procesar al ex Presidente y entonces senador
Augusto Pinochet por supuestos crímenes en los que no había tenido arte ni
parte.
Esto último quedó finalmente
demostrado en mi libro “La Verdad del Juicio a Pinochet”, y tuvo por
consecuencia que el destino final de Juanito no fuera un “tenure” en Harvard,
como seguramente él aspiraba a recibir; y ni siquiera una plaza en la Corte
Suprema, sino una irrelevante docencia en una universidad secundaria, de cuya
oscuridad lo fue a rescatar Busto Hevia para “Le Monde Diplomatique”.
Y Juanito los sumió a ambos a
sus “tinieblas del error”, refiriendo que, en octubre de 1973, 13 personas
fueron ejecutadas en Copiapó por órdenes de los generales Arellano y Pinochet y
a manos de la “Caravana de la Muerte” encabezada por el primero. Relata
entusiasmado en la entrevista que él aplicó la eximente de responsabilidad del
“miedo insuperable” a los tenientes autores materiales de las muertes de los 13
fusilados, dejándolos libres, pues si no hubieran obedecido la orden de matar habrían
sido ejecutados por sus superiores.
Lástima que su versión sea
completamente falsa. Cuando esos 13 fueron fusilados en Copiapó, la comitiva de
Arellano todavía no había salido de Santiago. Luego ni él ni menos Pinochet
tuvieron nada que ver con esas muertes. La inventada culpa de ambos fue obra de
un libro de izquierda, “Los Zarpazos del Puma”, que Juanito Guzmán citó como
fundamento de su fallo. Para inculpar a Arellano, el libro tuvo que falsificar
la fecha del oficio del capitán que daba cuenta de las 13 ejecuciones y ponerle
“17 de octubre” y no “16” que era la verdadera (pág. 150). Pero la autora del
libro olvidó que en la página siguiente reproducía un oficio del comandante del
regimiento de Copiapó, de fecha 16 de octubre, pidiendo al cementerio local
habilitar 13 tumbas para los fusilados la noche anterior, la del 15 al 16, cuando
la comitiva de Arellano estaba todavía en Santiago.
La verdadera historia fue que
el abogado de algunos de los 13 presos en el regimiento de Copiapó le había
advertido a su comandante que algunos de ellos estaban planeando una fuga, pues
un cliente del abogado, un preso socialista ya anciano, le advirtió del plan y
su temor de que los militares les dispararan y él pudiera morir. Por eso el
comandante ordenó trasladar a los presos a La Serena, donde había mayores
seguridades y vigilancia.
La mala fortuna quiso que el
camión del traslado, en la noche del 15 al 16 de octubre, tuviera una falla en
la cuesta Cardones y, según el oficio del capitán a cargo, la circunstancia
fuera aprovechada por los presos para huir en la oscuridad, lo que llevó a los
soldados que los custodiaban a dispararles y darles muerte. Es decir, se
cumplió lo que el anciano socialista más temía.
Todo esto fue probado en el
proceso y quedó claro que ni Arellano ni Pinochet siquiera sabían del caso.
Pero Juanito quiso aprovechar “las tinieblas del error” para hacerse famoso
hace veinte años procesando a Pinochet por eso y vuelve a aprovecharlas ahora
para lucirse ante el mundo como magistrado valiente y criterioso, a través de
“Le Monde Diplomatique”. Lo malo es que nada de lo que dice es verdad.
Y lo peor es que la gran
mayoría de los chilenos, encabezados por Sebastián Piñera, cuyo canal de
televisión, dirigido a la sazón por el izquierdista Jaime de Aguirre (a quien
con tanta gracia Piñera pagó su bono de reconocimiento con dineros de SQM y
otras firmas, donados a él para fines electorales) para los 40 años del Once emitió
programas de alta audiencia, como “Imágenes Prohibidas” y “Ecos del Desierto”,
culpando a Arellano, bajo órdenes de Pinochet, de ejecutar a los 13 de Copiapó,
lo que fue comentado por Jorge Correa Sutil en “El Mercurio” y Ricardo Solari
en “La Segunda” resaltando el “horror de los crímenes de Pinochet”. Y ello dio
pie a la fulminación de un Piñera sumido en las tinieblas del error contra los
“cómplices pasivos” de todas esas muertes.
Entonces, si bien gracias a
tantas oraciones dichas tinieblas se han disipado en el mundo, siguen imperando
en Chile en lo relacionado con la verdad de lo ocurrido tras la Revolución
Militar de 1973, tan fundamental para librar de aquéllas a buena parte de la
Humanidad.