Una mala noticia de la semana pasada
fue que Felipe Ward bajara su candidatura a presidir la UDI. Eso significa
entregar ese partido, que en algún momento fue el último bastión de una derecha
con personalidad propia, a Sebastián Piñera. Éste no es de derecha. Al
contrario, es un denigrador del régimen al cual ella inspiró. Ha perseguido a
los Presos Políticos Militares como cómplice activo de la prevaricación de los
jueces de izquierda que los condenan ilegalmente. Ward era la última esperanza
en la UDI, pues, de los otros candidatos, Jacqueline van Rysselberghe ya ha
adherido a Piñera y Bellolio expresa cada vez que puede su repudio al Gobierno
Militar, como ex abogado de la Vicaría de la Solidaridad en los ’80, entonces el
brazo jurídico del FPMR y del MIR. Eso ya lo dice todo.
Piñera, hoy devenido
virtual controlador de la UDI, no representa ninguno de los valores del ideario
de derecha y ha declarado explícitamente no considerarse parte de ésta. El
fundador de la UDI, Jaime Guzmán, inspiró la acción política, social y
económica del Gobierno Militar y ese partido se jugó por el “Sí” a que Pinochet
fuera el primer Presidente bajo la plena democracia de la Constitución de 1980.
Piñera adhirió al “No”, trabajó por Frei Ruiz Tagle como precandidato DC y hasta
1989 fue opositor a las políticas que llevaron a Chile a la cabeza de América
Latina, pues al final saltó ágilmente a las filas del “Sí” cuando lo creyó
conveniente para él. Incluso antes había votado por rechazar la propia
Constitución de 1980, cuando fue aprobada con el 67 por ciento de los votos.
Mientras la derecha siempre ha
velado por la subsidiariedad y la reducción del papel del Estado, Piñera promueve
un “Estado poderoso, que norme, regule, supervise”, en sus palabras. Y gobernó
“tomando las banderas de la Concertación”, según confesó a “Qué Pasa” su
Ministro del Interior, Rodrigo Hinzpeter. Su administración subió impuestos y
creó más ministerios. Su discurso igualitarista en el aniversario de “La
Segunda” en 2011 fue un preámbulo del programa de Bachelet.
Mientras la verdadera derecha
propicia la autoridad y el orden, Piñera modificó la Ley Antiterrorista para
hacerla más favorable a los subversivos de la Araucanía. Y en lugar de velar
por el estado de derecho en los juicios contra militares, como había prometido,
cohonestó las sentencias sin base legal al triplicar el número de querellas
fundadas en leyes inexistentes para condenarlos. Es decir, fue “cómplice
activo” de la prevaricación.
Y más encima criminalizó a los
mismos que lo llevaron al poder, al cumplirse 40 años de la gesta de 1973,
llamándolos “cómplices pasivos” de atropellos a los derechos humanos. Los
insultados, que estaban entre la concurrencia (entre ellos los mismos que ahora le están entregando el
partido), aplaudieron.
Alguien que conoce bien a
Piñera me contó que él considera que manejar a los chilenos a su antojo es tan
fácil como “cortar una jalea con cuchillo”. Bueno, lo hizo en 2009 cuando la
derecha lo llevó como candidato, a pesar de haber sido recién condenado por
comprar acciones de LAN con información privilegiada, delito que a otros menos
audaces les cuesta un verdadero exilio interno político y social. Y ganó.
Típico caso de “ganar mal”, porque al final de su gobierno los partidos que lo
apoyaron sufrieron las más estruendosas derrotas presidencial y parlamentaria.
Y entonces ahora la dirigencia de la derecha quiere volver a hacer lo mismo,
con la diferencia de que, además, ella ahora se ha vuelto prepotente.
Pues una verdadera clase
magistral de prepotencia es la que dio Luis Larraín (UDI) en su columna "Candidatos para Perder" de “El
Mercurio” el sábado 29. Allí nos deja establecido que “la hegemonía de
Sebastián Piñera, al menos a estas alturas, no la discute nadie”. Y punto, como
diría Lagos. Y a lo largo de su artículo analiza todas las demás posibles
candidaturas, indefectiblemente destinadas, según él, a perder contra Piñera.
Claro, hace un distingo: unas son para “perder bien”, y honra con esa
posibilidad a Mariana Aylwin, de la DC y al mismo Lagos, pero a los demás les
augura “un número ridículo de votos”.
Y en la “centroderecha”
concede que hay algunos dispuestos a “perder bien” contra Piñera en una
primaria: “Alberto Espina, Francisco Chahuán, Felipe Kast y no sabemos si
alguien de la UDI”, como dice, “para dejar posicionados sus nombres”. Pero,
según él, “quienes han manifestado su intención de competir en primera vuelta
presidencial, como Manuel José Ossandón y José Antonio Kast, podrían terminar
perdiendo mal”. Porque “estarían incurriendo en un pecado que la centroderecha
perdona poco: atentar contra la unidad del sector”. Así, la prepotencia deriva
en amenaza.
¿Y los principios, la verdad histórica
del Gobierno Militar, las ideas de derecha sobre autoridad, orden, Estado
limitado y subsidiariedad; respeto a las leyes en los juicios, poniendo fin a
la venganza extremista contra los militares…? Todo eso puede irse al diablo,
como se fue bajo el gobierno de Piñera. Entonces, que éste vuelva a la
Presidencia a maniobrar para cambiar la directiva de la ANFP en concordancia
con sus intereses patrimoniales en Colo Colo o a extorsionar a Julio Ponce para
obligarlo a fusionar las Cascadas, permitiéndole otra “pasada” en la Bolsa; que
vuelva a publicarse un informe de la embajada norteamericana describiéndolo
como un sujeto que siempre camina al filo de la ilegalidad; que sea sancionada
la empresa bajo su control por colusión y sobornos en el exterior y se siga
investigando esa corrupción en Chile y afuera (aunque todo eso “tenga arreglo”);
que por las facturas falsas de sus firmas para obtener financiamiento electoral
para su campaña sea formalizado su gerente y no él, porque esto podrá sucederle
a un amateur como ME-O, pero no a un “profesional”.
Entonces, la verdad es que ganar
así es “ganar mal” otra vez. Luis Larraín tiene razón al afirmar que “el
sector” no perdona que se comprometa “una posibilidad de ganar”. Al parecer, el
fin justifica los medios. Eso habla mal de la ética “del sector”. Y las
encuestas dicen, en efecto, que Piñera, tal como es, tiene el apoyo del 71% del
electorado de derecha, que es el más ilustrado y lo conoce perfectamente bien.
Quiere decir que no le importa nada cómo sea Piñera ni lo que haga o piense,
con tal de que gane. Es posible que ese predicamento, tan desesperanzado de
toda ética, se extienda a sectores que no pertenezcan políticamente a la derecha
pero consideren que lo prioritario es derrotar al gobierno de Bachelet, cuyas
reformas han desarticulado al país y, por tanto, no importa que después venga
quien venga, con tal de que les ponga término.
Pero eso es “ganar mal”.
Debe respetarse el derecho de
las personas que tienen una ética política, votan por ideas, quieren postular a
un candidato con manos limpias y de una sola línea, y que represente su
pensamiento. Tienen derecho a que éste haga una campaña presidencial en forma,
participe en foros, se dé a conocer y pueda defender ante el país sus
posiciones, en lugar de retirarse antes de partir o ser acarreado a una
primaria arreglada a favor del que parte con ventaja porque tiene un 99% de
conocimiento ciudadano, que sus rivales de ninguna manera van a poder alcanzar entre
gallos y medianoche.
Nos quieren imponer volver a
“ganar mal”, con todo el desastre que ello ya una vez significó. Tenemos el
deber de luchar por algo mejor que eso y también mejor que “perder bien”.
Lamentamos que Felipe Ward no haya resistido las presiones dentro de la UDI y
esperamos que José Antonio Kast sea capaz de enfrentarlas fuera de ese partido
y sobreponerse a ellas, presentarse como candidato durante el próximo año,
motivar a gran parte del 65% que no fue a votar y hacer de una vez el esfuerzo
por, al fin, “ganar bien”.