Cómo se Escribe la Historia

Hoy reanudé la lectura de un libro genial, obra de un chileno, Claudio Véliz. Lo escribió en inglés y tuvo gran acogida en el mundo anglosajón, como que mereció reseñas favorables de The Economist y de The New York Review of Books. Recientemente fue traducido al castellano y lo publicó acá Tajamar Editores, bajo el título de "Los dos Mundos del Nuevo Mundo, Cultura y Economía en Angloamérica e Hispanoamérica". Como señalé en algún blog anterior, lo he disfrutado intensamente y hoy día he tenido la grata sorpresa de aparecer citado una vez en él.

Y la cita se origina en un hecho que nos enseña cómo se escribe la historia. Ella tiene virajes sorprendentes. Una decisión menor tiene el poder de cambiar al mundo. Lo aprendí en los años '80, cuando el vespertino "La Segunda" me pidió hacer una breve reseña histórica de la facultad de Economía de la Universidad Católica, de donde salieron los Chicago Boys que convencieron al Presidente Pinochet y le permitieron a su gobierno "cambiar de pelo" a Chile.

Acompañado de Rodolfo Menéndez, ex alumno de la facultad, fuimos a ver al primer decano de su Facultad de Economía, a partir de los años '50, el abogado Julio Chaná Cariola. Le pregunté cómo se había gestado el convenio con la Universidad de Chicago, y me respondió que una vez lo había convocado el rector, monseñor Alfredo Silva Santiago, y le había dicho: "Mire, Julio, yo lo único que sé de Economía es que el país más rico del mundo se llama Estados Unidos, y resulta que aquí, donde somos pobres, los únicos que hablan de estos temas son gente que no sabe nada de Estados Unidos y predican todo lo contrario de lo que allí se hace. Quiero que usted se vincule con ese país y que aprendamos en Chile lo que ellos enseñan".

Puro sentido común. Tal vez por eso la izquierda y la DC convirtieron a monseñor Silva Santiago en su "bete noire" (no sé poner acento circumflejo), con Silva Henríquez a la cabeza, hasta que se tomaron la Universidad (a la fuerza) y echaron al rector. Una vez Jaime Guzmán me contó que, cuando murió Silva Santiago, lo velaron primero en la UC y él, como uno de los portadores de la urna, no tuvo problemas en el traslado. Pero Silva Henríquez pidió que se le dijera otra Misa en la Catedral, como debe hacerse cuando uno le ha clavado un puñal en la espalda a alguien. Pero apenas el ataúd entró a la Catedral, en cuyo altar esperaba Silva Henríquez, aumentó al triple de peso. Jaime decía que los portadores se miraban desesperados, a punto de dejarlo caer, pero consiguieron llegar. Se preguntaban cómo lo iban a hacer para sacarlo, pero resultó que al alejarse de Silva Henríquez la urna se puso como una pluma y casi arrastraba a sus portadores.

Sea como fuere, don Julio Chaná le pidió a un alumno que trabajaba en un programa de ayuda norteamericano, el Punto IV, que hablara con su jefe para ver qué universidad de allá podría interesarse en un intercambio con la Católica. El jefe le escribió a la de Chicago y desde allá le dijeron que sí se interesaban, que le habían ofrecido un convenio a la U. de Chile, pero ésta no se había manifestado. Y así llegaron los primeros profesores norteamericanos, encabezados por Arnold Harberger, y fueron para allá los primeros alumnos chilenos, que luego volvieron para enseñar economía acá y uno de ellos, Sergio de Castro, para ser Ministro de Economía del Gobierno Militar y convencer al Presidente Pinochet de la buena doctrina, lo que conllevó el gran salto adelante de la economía y la sociedad chilenas, esta última malagradecida e ignorante de su historia, como siempre, pero ahora mucho más próspera.

Una buena idea de un rector dada como instrucción a un decano desconcertado, que consulta a un alumno cuyo jefe tiene el contacto preciso (y las ideas correctas en la cabeza). Y la colonia más pobre de Sudamérica, luego país socialistoide y mediocre que va a la zaga del crecimiento, se convierte en "la joya más preciada de la corona latinoamericana" (Bill Clinton, 1991).

Así es como se escribe la historia. A veces para peor, a veces para mejor. ¿Quién y cómo se estará escribiendo ahora para Chile? ¿La escribirá Camila Vallejo iluminada por Fidel Castro o habrá en la penumbra un intuitivo genial, como monseñor Silva Santiago, haciendo una sugerencia decisiva?