"Salió con un domingo 7", decimos acá cuando alguien expresa o hace algo inesperado y fuera de lugar. Bueno, el próximo domingo 7 yo confío en que los chilenos "vamos a salir con un domingo 7".
La gente, que en su mayoría tiene sentido común y por eso no se mete en política sino obligada por una multa de seiscientos mil pesos, le va a dar una patada en cierta parte a los políticos (el grupo peor evaluado de la sociedad, pero que hace lo que se le ocurre... porque la mayoría no se mete en política). Y le dará también similar patada a la cohorte de partidos, diarios, canales y radios "políticamente correctos", entreguistas y autodesignados "tontos útiles" del comunismo y el frenteamplismo que nos gobiernan hoy.
Esa mayoría obligada a votar lo hará por lo más parecido que haya en plaza (o, para ser más preciso, por "lo menos distinto") al chileno más famoso del mundo, innombrable acá. El gran demonizado por el KGB y su caja de resonancia, las "élites habladoras", como las llamaba Paul Johnson. Él designaba al "innombrable" como uno de sus "héroes" históricos porque, decía, "yo conozco los hechos".
Todo el mundo sabe, pero no puede admitirlo por miedo a la censura o a que lo echen de los matinales, que ese innombrable fue un precursor: entregó un país a la cabeza de América Latina, pacificado y protagonista de un "milagro chileno" que Thatcher y Reagan, y después muchos más, se propusieron emular. Él fue el primero (Niall Ferguson). Y legó una democracia ejemplar, que permitió los mejores años de nuestra historia. El domingo 7 el Chile mayoritario "en la medida de lo posible" va a intentar decir algo de todo eso, lo que equivale a "salir con un domingo 7".
Porque en los medios nadie se atreve. Nunca se había mentido tanto acá como después de 1990. Resultado: ahora somos el vagón de cola de América Latina, no podemos salir a la calle sin que nos asalten y el terrorismo hace noticia diaria, la guerrilla domina un territorio, la delincuencia asesina carabineros y eleva la tasa de homicidios a un nivel sin precedentes, mientras los más perseguidos por una justicia vergonzosa son, precisamente, los agentes del orden. La gente dice, como de costumbre: "¡Hay que hacer algo"!
Y "la guinda de la torta", la clase política, para complacer la más vieja aspiración comunista, impulsa un proceso nulo a la luz del derecho público (por no haber sido consultado al pueblo constituyente originario), para borrar hasta la última huella de la Constitución del innombrable. Lagos le sustituyó la firma en ella, pero no bastó.
Los peores males nunca vienen solos: está al mando del país un sujeto que promovió y encabezó la violencia delictual y subversiva y cuyo programa se propone destruir los basamentos del progreso económico alcanzado.
Ya que los grandes responsables de todo ello, los políticos entreguistas que se rindieron a la violencia, el periodismo obsecuente, una élite cobarde, no lo hacen, va a ser la ciudadanía la que le diga al mundo, mediante el voto, lo que no puede decir acá de viva voz, porque nadie osaría publicarlo: "¡necesitamos un Pinochet!". O lo más parecido que haya a la mano, porque él ya no está.
Hasta su crítico implacable, Gonzalo Vial, en la biografía en su contra (salvo el capítulo final favorable) reconoce que en todo el mundo el uomo qualunque, "el hombre cualquiera", cuando ve que todo se derrumba a su alrededor, exclama: "¡necesitamos un Pinochet!". A falta de él, Chile recurrirá a algún sustituto admisible: el Partido Republicano y, en menor grado, el Partido de la Gente.
¿Y si no "salimos con ese domingo 7"? Entonces Chile no se salvará.