Viví la mayor parte de mi vida en un país rasca y de tercera
clase que se llamaba Chile. Hasta 1973 y desde que tuve uso de razón, casi
todos eran pobres, acá todo era peor y se echaba a perder cada vez más. Cuando yo era chico hasta faltaba la electricidad, porque los
gobiernos izquierdistas habían congelado las tarifas de la luz y los dueños de
la compañía, que eran gringos, habían dejado de invertir. Pues los gringos eran
los que producían de verdad electricidad, teléfonos y habían descubierto y creado
las minas de cobre, el primer ferrocarril y todas esas cosas, mientras los de
acá pensaban que debíamos venderles a ellos el país y “comprarnos algo más chico
y más cerca de París” (Acario Cotapos).
Así es que estudiando a la luz de las velas veíamos cómo el
izquierdismo deterioraba todo, hasta la leche, porque también le habían fijado
el precio, y la mantequilla era margarina y la carne era de caballo, pero yo a
los diez años ya me daba cuenta y pensaba para mis adentros cómo sería vivir en
un país en que hubiera leche-leche, carne-carne y mantequilla-mantequilla. Ni
siquiera había autos nuevos, porque !as escasas “divisas” había que gastarlas
en importar alimentos. Pero de repente y por un período corto el país se
llenaba de Chevrolets nuevos, porque algún negociado socialista le abría la
puerta por un tiempo a esa marca y no a las otras. Y después había autos “armados
en Arica” que valían más caros que los Mercedes afuera, y más encima tenían la pintura
opaca.
Salir al extranjero desde ese Chile era salir a otro mundo,
lleno de cosas que los chilenos no habíamos visto nunca. Por eso “un viaje” era
lo máximo, pero a uno le vendían sólo “cuotas de viaje” de 300 dólares y debía
dejar un aval acá para que pagara sus impuestos, por si no volvía. Afuera
veíamos cosas extraordinarias, como escaleras mecánicas, cuando aquí había una
sola desde los años treinta, la del Pre Unic, pues la única otra que había, la
de Gath & Chaves, se había acabado a fines de los 40 porque los dueños,
ingleses, se fueron después de la enésima huelga ilegal promovida por el
sindicato comunista.
Todo era penca en Chile y si no era penca, los chilenos lo
volvíamos penca. Cuando yo tenía como diez años las micros y las góndolas eran
unas cacharras como las de la India o países africanos, con racimos de gente
colgando. De repente, por algún “negociado” de alguien, llegó una flota de
buses nuevos norteamericanos, los buses Reo, increíbles, bonitos y hasta de
buen olor, pero al poco tiempo los chilenos les habían rajado todos los asientos
de cuero con navajas y hubo que reemplazar los tapices con tablas. Cuando ahora
recorro Santiago o Valparaíso devastados por los vándalos, me acuerdo de los buses
Reo y pienso que han vuelto esos chilenos de antes que cuando ven algo bueno lo
único que piensan es cómo romperlo.
Y de hecho cada cierto tiempo los comunistas rompían la
ciudad entera, botaban los postes, asaltaban Los Gobelinos y la Ville de Nice y
les rompían los escaparates e incendiaban las micros, tanto que en cada una
hubo que poner un conscripto con fusil. Eso lo vi por largos meses el 49 y así
dejaron de quemarlas. Muchos muertos, claro, porque en ese tiempo los carabineros
tenían revólver y lo disparaban. Recuerdo que la Ramona Parra era una comunista
muy bonita, como la Camila Vallejo, y murió de un balazo en un conato
revolucionario cuando quisieron tomarse La Moneda. Pero así se superó la
Revolución de la Chaucha y también la del 2 y 3 de abril del 57, cuando los
tanques se paraban en Ahumada y ni siquiera los comunistas se atrevían contra
ellos. Nunca se supo el número de muertos. Pero entonces siempre había después una
reacción mayoritaria en busca de orden, como la hubo el 73, la misma que ahora parece
haberse perdido. Esa exmayoría silenciosa el 52 eligió al general Ibáñez, al
que habían depuesto como dictador veinte años antes, pero ahora lo traían de
vuelta para que pusiera orden, porque el país era un desastre. Esa misma
mayoría volvió a elegir un derechista de orden, Jorge Alessandri, el 58, pero “El
Paleta” tuvo “partida de caballo inglés y llegada de burro”: durante un par de
años liberó la economía y la abrió al exterior, pero no supo manejar el cambio
fijo a un escudo por dólar y perdió el tercio en el Congreso, tuvo que llamar a
los radicales y con eso el modelo de economía libre se fue al diablo y pronto
Chile volvió a ser Chile.
Hasta que el Chile rasca terminó de irse a la punta del cerro
el 73 y se produjo un verdadero milagro, increíble, inesperado: unos tipos
completamente locos se conquistaron el respaldo de Pinochet, equilibraron el
presupuesto, liberaron los precios y abrieron la economía y devolvieron campos
y empresas a sus dueños, todas medidas impopulares y descabelladas. El precio
del pan se fue a las nubes y parecía que se venía el mundo abajo. Estaban todos
furiosos con la política económica. Pero había pan en todas partes y al poco tiempo
hasta empezó a bajar de precio, porque los panificadores, que se habían subido
por el chorro, se dieron cuenta de que “no sólo de pan vive el hombre” y la
gente dejó de comprarlo, hasta que tuvieron que ponerse en vereda. Todos los
chilenos estaban furiosos, incluidos los militares, pero había uno al que
Sergio de Castro tenía convencido y se llamaba Pinochet. Y éste se la jugó
personalmente y sostuvo la política económica a como diere lugar. Se abrió la
economía al mundo, se plantaron bosques, viñas y frutales como nunca antes. No
hubo que invertir en ampliar los puertos porque simplemente terminaron con los
monopolios sindicales, el “medio pollo” y el “cuarto de pollo” y con las mismas
instalaciones se pudo importar y exportar mucho más. Hubo superávit
presupuestario, cosa que nunca habíamos visto, y Chile crecía al 8 y 9 por
ciento al año hasta el 81. Y entremedio la audacia llegaba a tanto que se creó
la previsión privada, que eran enormes cantidades de plata ahora invertidas en
la producción, plata que antes se iba en préstamos que los políticos pedían a
las cajas de previsión y, con la inflación, devolvían menos de lo que habían
recibido; o compraban baratos departamentos de lujo que construían las cajas o
los arrendaban a precio de huevo. Los obreros tenían que tener 20 años de
imposiciones para jubilar y si no, perdían todo. Por supuesto, los políticos
jubilaban con sólo diez años, porque eran los dueños del negocio y conocían
todos los vericuetos, así es que tenían jubilaciones “perseguidoras”, que se
reajustaban igual que los cargos en actividad.
Todo eso cambió y los trabajadores pasaron a ser dueños de
las empresas con sus fondos de jubilación y eso fue una inyección a la vena,
porque enormes cantidades de plata que se llevaban los políticos en préstamos
subsidiados y departamentos de lujo a precio de huevo pasaron a ser inversión,
así es que el país dio un gran salto adelante y, gracias a las demás privatizaciones,
pasó a ser el de mayor crecimiento de América Latina, el “milagro chileno”, después
de haber sido el último, incluso detrás de Haití, en 1973. Lavín escribía “La
Revolución Silenciosa” y “Adiós América Latina”, porque Chile había dejado
atrás el rasquerío del vecindario.
Por eso, cuando perdió Pinochet el 88 gracias al millonario
apoyo norteamericano y europeo a la Campaña del “No”, pensé que todo se nos venía
abajo. Pero no. Se produjo “el segundo milagro chileno”: los gobiernos
políticos no lo echaron todo a perder. Respetaron las privatizaciones, los
mercados libres, las AFP y las Isapres y la libertad de precios. Nadie lo
habría podido suponer. Apenas le rayaron la pintura al modelo, subiendo
impuestos y creando regulaciones, burocracia y nuevos ministerios, pero las
bases no fueron alteradas. El país fue creciendo cada vez menos, es verdad, pero
siempre más que los otros. El modelo nos puso a la cabeza de América Latina.
Los políticos multiplicaron por siete el gasto público entre el 90 y el 2019 y
los burócratas ganan 32 % más que en iguales funciones en el sector privado. El
gasto social para los pobres se multiplicó gracias al modelo, pero no les llega
a los pobres. La burocracia se quedó con él. Si les llegara a los hogares
pobres, éstos ganarían 2 millones 400 mil pesos mensuales y no serían pobres.
Si se le bajara en diez por ciento el sueldo a la burocracia dorada estatal por
parejo y eso se destinara a las pensiones, no habría ninguna de menos de
400 mil pesos. Los políticos y sus clientelas se quedaron con la plata, pero los
políticos culpan “al modelo” que la produjo para que ellos se la robaran.
Y así hasta el 18-O, en que ya no sólo le rayaron la pintura,
sino que semidestruyeron el país y al final le dispararon un balazo al corazón
del organismo productivo, derogando la Constitución y dándole el zarpazo a las
AFP. Y con un apoyo, según las encuestas, del 86 % de los chilenos, ejercimos nuestro derecho a ser imbéciles y Chile
vuelve a ser Chile.
De aquí a volver al sistema de reparto es sólo cuestión de
tiempo. Sobre todo que el país ha perdido todas sus defensas: la derecha se
pasó al “No” con Piñera, quien fue el peor cuchillo del Gobierno Militar y los
Presos Políticos, Lavín y Chadwick “se arrepintieron”, RN y la UDI sacaron de
sus Declaraciones de Principios el reconocimiento al Gobierno Militar para que
los comunistas no los siguieran insultando y ni siquiera los Republicanos se
atrevieron a poner ese reconocimiento en su propia Declaración de Principios, a
lo cual sólo se ha atrevido mi partido en formación, Fuerza Nacional, pero hasta
ahora no le alcanzan las firmas para constituirse.
Es cuestión de tiempo que los políticos se apoderen del 90 %
restante de la torta y lo usen para lo que ellos quieran. Chile vuelve a ser
Chile, el país rasca donde había que estudiar a la luz de las velas, en el cual
viví gran parte de mi vida y ahora espero morir.