Cuando
Gabriel González Videla (presidencia 1946-52) comprobó que los comunistas, que
lo habían apoyado para ser elegido, estaban conspirando para derrocarlo, mandó
un proyecto de Ley de Defensa de la Democracia al Congreso. Éste lo aprobó y entonces
el gobierno sacó a todos los comunistas de los cargos públicos, autorizando
para relegarlos cuando persistieran en sus acciones conspirativas. Acá pudo
haberse consumado otro “golpe de Praga” de 1948, cuando en Checoslovaquia los
comunistas derrocaron al contemporizador (“kerensky”) Edouard Benes de la
presidencia y defenestraron (literalmente) al más duro, el canciller Jan
Masaryk, arrojándolo por la ventana del palacio de gobierno, entregando luego
el país a manos soviéticas.
El siguiente
régimen chileno, del general Carlos Ibáñez (1952-58), en un “juego de piernas”
para que lo dejaran terminar su período tranquilo, derogó la Ley de Defensa de
la Democracia, que los comunistas habían bautizado como “Ley Maldita” (maldita
para ellos, pero bendita para la democracia). Y así pudieron volver a conspirar
desde cargos públicos (el sector privado no les gusta, porque en él hay que
trabajar). Y lo siguieron haciendo hasta 1973.
Y cuando se
derogó la Ley de Defensa de la Democracia y volvieron a tener libertad para
destruirla, los rojos salían a las calles gritando: “¡y qué fue, y que fue,
aquí estamos otra vez!”, nuevamente dedicados en horario completo a subvertir
el orden interno, con el aplauso de los kerenskys locales, que siempre han
terminado haciendo lo que ellos dicen; y, por cierto, con el aplauso de los
socialistas, que se habían vuelto más extremos y también preparaban la lucha
armada mediante su sucursal terrorista, el MIR, comenzando los años ’60.
Por una de
esas ironías de la historia, la que ahora renace desde las cenizas es la
derecha política chilena, proscrita progresivamente bajo los gobiernos de la Concertación
(incluido entre ellos el de Piñera) y de la Nueva Mayoría. Excluida del
espectro político chileno, como lo dice explícitamente el libro de Andrés
Allamand, “La Salida”, según el cual dicho espectro termina, hacia la derecha,
donde está él, es decir, en la “centroderecha”, después de la cual ya no existe
nada más; y cuya misión es cumplir “el legado de Aylwin” (que, entre
paréntesis, era de centroizquierda). ¡Decidora paradoja!
No obstante, la elección del
domingo dejó en evidencia que la derecha sí existía: José Antonio Kast obtuvo
una votación superior a la que le auguraban las encuestas. Además, las urnas
encerraron una enorme sorpresa: le dieron una gran mayoría al nombre más
representativo del legado del Gobierno Militar y su continuidad, Cristián
Labbé, coronel implacablemente perseguido por la justicia prevaricadora de
izquierda y marginado de su partido, la UDI, a su vez capturado por el
piñerismo centroizquierdista (véase en The Clinic la confesión en tal sentido
de los hijos de Piñera).
Pues el
nombre de Cristián Labbé, hijo del coronel (r), había sido silenciosamente
incluido en la nómina de candidatos a consejeros regionales de la UDI. Eso provocó
un estallido electoral espontáneo e imprevisto: 75 mil personas le marcaron preferencia
sin decir nada, pero diciéndolo todo.
Sólo un candidato a diputado,
Giorgio Jackson, y un candidato a senador, Francisco Chahuán, obtuvieron más
votos que Cristián Labbé en todo el país. Y, desde luego, éste superó a Ricardo
Lagos Weber, Isabel Allende y Ximena Rincón, amén de haber superado a los dos
candidatos de extrema izquierda a la Presidencia, Artés y Navarro, sumados, sin
siquiera haberse asomado a la franja televisiva electoral en la cual estuvieron
ambos convocando a adherentes que no llegaron.
La respuesta espontánea de la
ciudadanía a la proposición del nombre-insignia “Cristián Labbé” ratifica que
el legado del Gobierno Militar y el pensamiento de derecha, que vienen siendo
una misma cosa, cuentan con gran arraigo popular. Los que han abandonado ese
legado y esas ideas ven desmoronarse su capital político. En la propia UDI han
sido derrotados los candidatos más piñeristas y han triunfado quienes lo son menos, es
decir, los que permanecen más fieles al pensamiento y la obra del fundador, Jaime
Guzmán.
Todo eso refuerza la
iniciativa del único candidato presidencial de derecha en el sentido de fundar
una nueva colectividad representativa de las ideas de libertad y orden que
crearon la “república en forma” y luego la salvaron de la arremetida
totalitaria. Las ideas están y, lo estamos viendo, el respaldo popular también.
¡Y qué fue, y qué fue, aquí
estamos otra vez!