La derecha
chilena estaba muerta, pero se mantenía con respirador artificial,
hasta que Sebastián Piñera finalmente la desconectó en septiembre de 2013, declarándola
“cómplice pasiva” de un incontable número de supuestos delitos del Gobierno
Militar, inventados por el Comintern soviético en los años 70 y 80, siguiendo el
dictum de Leonid Brezhnev (“nunca más habrá otro Chile”) del que se hizo eco
una comisión ad hoc creada en 1991 por Patricio Aylwin para bienquistarse con
los comunistas. Chile fue el único país del siglo XX que cayó a la órbita
soviética y salió por sus propios medios de ella, gracias a sus Fuerzas Armadas
y Carabineros y a su Santa Patrona.
Tras la
lápida que le puso Piñera el 2013, la derecha efectivamente murió. Ello se
reflejó en las elecciones presidenciales y parlamentarias de fin de año. Pues el
puñal que aquél le clavó en la espalda implicó una verdadera condena moral. El
pueblo se la creyó y por eso no votó por aquélla. Pero era una condena injusta,
como lo demostré en mi libro “Ni Verdad Ni Reconciliación”, que no sólo se
vendió bien en librerías sino que ha tenido cerca de cuatro mil visitas en este
blog, donde está íntegro reproducido el 11 de septiembre de 2013 (fue mi
contribución a la causa de la verdad histórica). Ahora he hecho otra,
consistente en sacar un nuevo libro, de setecientas páginas, titulado “El Gobierno
de Piñera”, donde reproduzco gran parte de mis blogs de cuatro años. Aparecerá
la próxima semana y lo pondré en las librerías que lo acojan, haciéndolo además
llegar a los directivos de medios e historiadores objetivos que puedan quedar
en el país, para contribuir a la imparcialidad de sus juicios.
Pero si bien la derecha está
políticamente muerta, su espíritu, como todos los espíritus, siguió y sigue
vivo, aunque materializado en muy pocos lugares, uno de los cuales es este
blog, desde donde contemplo con pena a los nuevos dirigentes de los ex partidos
de derecha, RN y UDI, ahora en fuga hacia el centro y la izquierda, tratando de
congraciarse con la corriente dominante “políticamente correcta”, que les exige
como credencial para oírlos (en lugar de injuriarlos) la de separar aguas del
Gobierno Militar. Claro, tienen un inconveniente para ser admitidos en ese club: fueron realmente, tanto RN como la UDI, parte
sustancial del Gobierno Militar, habiéndose fundado bajo su égida, bregado por
el triunfo del “sí” en 1989 y ocupado sus principales personalidades
numerosos ministerios, subsecretarías, superintendencias, direcciones de
servicios, intendencias y alcaldías. Es que “fueron”
Gobierno Militar.
De ahí que, al término del
referido régimen salvador del país y reconstructor de sus instituciones
básicas, entre ellas su democracia, las Declaraciones de Principios de ambos
partidos incluyeran un explícito reconocimiento a los méritos del mismo.
Pues bien, llegados ahora a
las presidencias de ambos partidos ex de derecha parlamentarios que eran
infantes o niños, o en el mejor de los casos imberbes, entre 1973 y 1990, y
habiendo sido ellos objeto del mismo lavado cerebral que casi todos los
chilenos a lo largo de casi un cuarto de siglo, se han empeñado últimamente en
unas sendas y risibles “reformas” de sus Declaraciones de Principios para hacer
como que nunca fueron parte del Gobierno al cual todo le deben y bajo cuya
protección y popularidad nacieron. Cuando los padres fundadores de ambas colectividades
redactaron esas Declaraciones de Principios jamás se imaginaron llegar alguna
vez a ser tachados de “cómplices pasivos” de una obra de la cual se
enorgullecían y que consideraban (y lo fue) benemérita, como la de contribuir a
salvar al país, justificar la derrota de las armas rojas por las armas
institucionales, y reconstruir su economía, su sociedad y su democracia
arrasadas por el conato marxista-leninista.
Nadie habría podido prever
que iba a haber un Sebastián Piñera “cómplice activo” del comunismo en la tarea
de desprestigiar al régimen refundador de Chile.
Dejo constancia de mi
consciente uso de términos conceptualmente incorrectos como los de “cómplices
activos” y “cómplices pasivos”, pues la complicidad exige por sí misma una
actividad, dado que entraña una acción efectiva. No existe una cosa tal como un
“cómplice pasivo”, pues tal expresión es una contradicción en los términos; y
decir “cómplice activo” constituye una redundancia. La primera sólo la repito
aquí por haber sido utilizada errónea pero insultantemente por “el más inculto
de los Presidentes de Chile”, como lo describió la edición de la revista
“Ercilla” hace algunas semanas, cuando incluyó como separata su biografía no
autorizada.
Cuando Galileo Galilei hace
medio milenio descubrió que la Tierra se movía alrededor del Sol y no
viceversa, como lo enseñaba la ciencia “políticamente correcta”, que la suponía
el centro inmóvil del universo, fue condenado por el pensamiento oficial y
puesto en prisión, de la cual, según se le informó, podría salir si reconocía
como verdadera la teoría geocéntrica, oficialmente consagrada entonces, en lugar
de la heliocéntrica defendida por él. Galileo, con tanto sentido común como los
jóvenes nuevos presidentes de RN y la UDI de hoy, se sometió a la versión
“políticamente correcta” y declaró que la Tierra era el centro del universo y
que el Sol y demás astros giraban en torno a ella, pero musitó para la historia
en voz apenas audible, “eppur si muove”, “y sin embargo se mueve”, lo que,
referido a la Tierra, validaba su recta doctrina. Pero sus juzgadores hicieron
como que no oían y lo liberaron de todas maneras.
Los noveles conductores de RN
y la UDI, sintiéndose conminados por la corriente dominante y “políticamente
correcta”, que exige condenar al Gobierno Militar y, por tanto, suprimir de las
Declaraciones de Principios de ambos partidos las líneas admirativas de él y que
dicen que salvó a Chile de caer en un régimen totalitario, reconstruyó al país
y venció al extremismo armado, podrían perfectamente hacerlo con una nota al
pie en el tipo más pequeño, que dijera tan solo: “Eppur salvó a Chile”. Así
podrían continuar activos en la vida política, confiando en que ni el centro ni
la izquierda leerán la letra chica ni los vituperarán.
Estas situaciones se dan en
contextos de dictaduras de izquierda como la que se está entronizando en Chile.
En un régimen precursor del actual gobierno nacional, como lo era el de la URSS, era habitual
que documentos y fotografías fuesen retocados para hacer desaparecer de ellos
constancias o personajes caídos en desgracia. La prensa libre de occidente se solazaba
reproduciendo unas mismas fotos “antes y después” de acontecimientos en que las
imágenes de los caídos en las “purgas” eran maestramente suprimidas.
La prensa libre en el futuro seguramente se va a solazar, a su turno,
reproduciendo las “Declaraciones de Principios” de RN y la UDI "antes y después" del transformismo que las hará “políticamente correctas”. Y no faltará el comentarista
que recuerde al efecto la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios,
pero si no le gustan, tengo otros”.
Por supuesto, estas nuevas
directivas no se preocupan de las cosas realmente graves que suceden en el
país, como lo es el mayor escándalo de nuestro tiempo, la violación sistemática
de las leyes penales por la justicia de izquierda a expensas de los militares del
’73 que salvaron a Chile. En estos mismos días se ha prevaricado una vez más impunemente,
al ordenar el ministro Mario Carroza la prisión ilegal de los carabineros Luis
Monroy Mora y José Orellana Taibo, que cumpliendo su deber controlaron un
vehículo sospechoso en la avenida Pedro de Valdivia hace 35 años, desde el
interior del cual les disparó con su pistola Browning de 9 mm. el mirista
Ricardo Delfín Ruz Zañartu, a quien respondieron el fuego y dieron muerte, como
era su obligación de servidores del orden actuando en protección de la
ciudadanía y en legítima defensa. La venganza ilícita de la judicatura de
izquierda contra los más indefensos de nuestra sociedad, con la posible excepción,
dentro de poco, de los nasciturus, jamás ha merecido siquiera una mención ni
menos una declaración de los “valerosos” dirigentes de la derecha difunta que
hoy pretenden ser admitidos en el club de los políticamente correctos.
Con el tiempo, por supuesto,
hasta la historia oficial dirá en letras grandes que el Gobierno Militar salvó
a Chile, acudió al llamado de auxilio de los demócratas y derrotó al terrorismo
armado de la extrema izquierda, convirtiendo al país en “la joya más valiosa de
la corona latinoamericana”, como explícitamente lo reconociera su adversario
político Bill Clinton. Y todo esto en la confianza de que durante los próximos
tres años y medio la Nueva Mayoría no alcance a destruir por completo, con
colaboraciones de sus adversarios como la que hoy comento, el modelo de
sociedad en que vivimos.